Planeta Prohibido. Capítulo 21

21. Marco Pozo soldado de fortuna

21. Marco Pozo soldado de fortuna

Hasta que lo experimentas no sabes lo rollo y estresante que es ser guardaespaldas. Cuando estaba en la tierra conocí a un tipo que había sido escolta de un empresario en el País Vasco. Ahora entiendo el por qué de esas miradas aparentemente escrutadoras, el consumo de alcohol en cantidades industriales y las batallitas de las que hablaba constantemente. Antes no lo comprendía, pero creo que el hombre tenía una necesidad de asemejarse a los tipos duros de las películas, ya sabéis de ser un tipo de mundo que está de vuelta de todo. Solo esperaba no tener que correr con la turania en brazos apartando a una multitud enfervorecida, ¿Cómo se puede llevar a un ejemplar de dos metros largos en brazos?

En fin, no quiero convertir este relato en Guerra y Paz, así que para que no perdáis el hilo diré que los dos siguientes días no hice nada más que seguir a la embajadora a las reuniones de la gran conferencia que se iniciaría en apenas setenta y dos horas. Yo me quedaba en un segundo plano intentando escudriñar segundas intenciones en los comparecientes y al final escuchando acusaciones, reproches y súplicas hasta que me daban ganas de vomitar.

Cada vez  que pensaba que en todos aquellos mamandurrias encopetados estaba el destino de aquel brazo de la galaxia, me daban ganas de reventar aquel pedrusco. Luego pensar en toda la gente de la que dependían y me permitía serenarme lo suficiente para aguantar hasta el siguiente ataque de furia homicida. En cuanto la embajadora volvía a sus aposentos yo aseguraba las estancias y salía a investigar. Las dos primeras noches las usé para hacerme una idea del lugar y conocer la estación de cabo a rabo, para ello utilicé al muncar que Minerou utilizaba de correo entre los dos. Este no era tan hábil como mi piloto, necesitaba cuatro minutos de reloj para asimilar cada orden que le daba, pero una vez que lo hacía, la cumplía con ejemplar dedicación. Además un muncar jamás llamaba la atención. Con él logré hacerme un mapa mental de aquel planetoide y un acceso a la sala de conferencias.

Al final no resultó tan difícil como el gánster me había vendido. A cambio de otra bolsita de especia, el muncar me llevó por unos pasillos de servicios hasta unas escaleras estrechas y empinadas que llevaban al bajotecho de la sala de conferencias. Tras una puerta por la que tuve que colarme a gatas llegué a una serie de pasarelas que se extendían por la mitad del techo de la sala de conferencias ocultas bajo una red con amarres, focos e interruptores cada pocos metros. Por lo que entendí del muncar el lugar tenía también otros usos como auditorio donde se hacían juegos de luces y proyecciones en tres dimensiones.

Di una vuelta a mi alrededor satisfecho. Había montones de lugares dónde esconderse. Solo tenía que sentarme y esperar. Si alguien quería matar a la turania, estaba seguro de que lo haría desde allí y yo le estaría esperando.

El tercer día comenzó la conferencia. Como los días anteriores seguí a la embajadora que esta vez no se paró por el camino a hablar con todo aquel que la abordaba. En cuanto desapareció por las puertas de la sala de conferencias, yo me dirigí a las escaleras que me había mostrado el muncar y recorrí las pasarelas de arriba abajo, haciéndome una idea de su distribución y buscando posibles escondrijos tanto para mí como para un posible asesino.

Una vez me senté en un lugar cómodo, con un buen ángulo de visión de todo el auditorio, me asomé y miré quince metros más abajo. El vértigo no es igual cuando sabes que podrías aterrizar allí de un salto casi sin sentir el efecto del impacto debido a la baja gravedad. En mi opinión solo había dos maneras de atentar contra la vida de la embajadora con éxito. La primera era colarse desde allí abajo, eludiendo la seguridad, (el hecho de que a mí no me dejasen pasar no quería decir que los rebeldes no hubiesen tomado precauciones) lo cual me parecía muy arriesgado y con pocas posibilidades de éxito y nulas posibilidades de escapar, o desde aquí arriba, ya sea dejándose caer o lo más fácil y seguro disparando desde una de las pasarelas.

Desde allí arriba había múltiples lugares desde dónde podía apostarse un tirador, afortunadamente solo vi dos sitios por donde se podía acceder; uno era por donde yo había llegado y el otro unas escaleras y un montacargas que era el acceso que utilizaban los empleados para acceder a los instrumentos que había en el bajotecho y desde el lugar que había elegido tenía cubiertos ambos. Mientras yo exploraba mis nuevos dominios, a nivel del suelo los discursos ya habían comenzado y eran tan aburridos como esperaba. Todos los delegados estaban reunidos en una serie de mesas dispuestas en círculo, todas a la misma altura. En pocos minutos Kuulam, el baarana que era líder de los rebeldes, había expuesto los principales problemas de la rebelión y enseguida un representante slopsiano, un kuan renegado, aprovechó el momento para abogar por un pacto.

—La Federación tiene más de mil trescientas naves mientras que nosotros apenas podríamos reunir un par de cientos... No podemos hacer nada contra una flota así... Nuestros recursos son finitos, ¿Cuánto creéis, amigos, que aguantaremos con apenas dos docenas de sistemas en nuestro poder?

—Si lo que insinúas es que deberíamos volver con los kuan con las orejas gachas y dejar que nos den por el culo. ¡Ni hablar! ¡Antes la muerte! —gritó un mangur levantándose inmediatamente.

—¡Eso es lo que nos espera a todos! ¡La muerte! Mientras hablamos, una enorme flota se está reuniendo dispuesta para exterminar a todos los presentes. —dijo un tercero tomando la palabra.

—¡Calma! ¡Calma! —se adelantó  mi protegida imponiéndose a los presentes con sus dos metros y treinta y pico centímetros de altura— Esa flota aun tardará y os recuerdo a todos que esa flota no es la totalidad de las naves Kuan. ¿Los kuan son poderosos? Sin duda. Pero tienen un imperio extenso y en nuestro pequeño tamaño está nuestra fuerza. Los kuan no pueden estar en todas partes a la vez y no pueden reunir toda su flota en un punto sin dejar desguarnecidos otros sistemas. Los glee se aprovecharían y perderían más de lo que pueden ganar. Nuestro objetivo no es destruirlos, es minarlos y causarles tantas perdidas que consideren que reconquistar estos pocos sistemas sea demasiado costoso en relación con los beneficios que puedan conseguir...

La mayoría de las de los presentes asintieron, con Glaerminn a la cabeza mientras unas pocas, agrupadas en torno a los slopsianos, observaban los acontecimientos con gesto adusto y contrariado, evidentemente poco convencidos con las promesas de la turania. Observé a aquellos tipos revolverse incómodos, convencido de que uno de ellos era el felón. Intenté encontrar un signo, un gesto que lo delatase, pero los kuan, los mangures y los rancor no eran precisamente expresivos. Tendría que intentarlo a la vieja usanza. Empezaría por ese capullo kuan, que parecía el cabecilla.

—... y el estado de alistamiento es óptimo, tenemos pertrechos suficientes para aguantar un asedio, pero no un ataque en masa de más de una flota kuan. —un tipo con los galones de almirante había tomado la palabra y tras darse un poco de jabón había comenzado a  enumerar una a una todas las naves y su estado de alistamiento en un discurso inacabable.

Cuando terminó, uno de los rancors que apoyaban a los slopsianos se levantó de nuevo intentando convencer a todos de que aquello no era suficiente. Pero enseguida Kuulam le cortó y desvió la conversación hacia las necesidades de cada uno de los sistemas y a una posible alianza temporal con los Glee.

Las conversaciones se prolongaron durante horas y ya estaba empezando a dolerme la rabadilla de tanto estar sentado cuando levantaron la sesión. Yo me apresuré a bajar a la plaza para seguir vigilando a la turania a distancia. A pesar de la tensión y del evidente estancamiento de las conversaciones parecía bastante satisfecha. Estaba tentado de preguntarla, pero ya estaba harto de discursos. Comimos algo en uno de los puestos y conseguí convencerla para que volviese a la seguridad de nuestras estancias y así poder husmear por la estación.

Ahora que ya conocía la estación no me costó encontrar el lugar destinado a las distintas delegaciones. Mi intención era colarme en las residencias de los distintos embajadores y husmear un poco buscando pruebas de una conspiración, pero no tardé en darme cuenta de que sería bastante difícil, así que opté por recurrir a mi mafioso de guardia y le pedí que movilizase a su gente y me diese un informe diario de todo el que entraba y salía. No parecía muy contento, ya que según él paralizaría varias de sus operaciones, pero un kilo de especia bastó para convencerle.

Lo bueno de mantenerme a distancia es que nadie me asociaba a la embajadora o a las conversaciones, así que, a pesar de que estaba  deseando derrumbarme en la cama me dirigí al garito más mugriento y asqueroso que encontré. Si alguien buscaba un asesino quizás yo debería parecer un hijoputa aceptable.

El bareto en cuestión se llamaba El Cráter y la verdad era que hacía honor a su nombre. Lo único que tenía al nivel de la calle era la entrada. Unas escaleras bajaban hasta una especie de catacumba húmeda y oscura de paredes apenas desbastadas. En un lado había una barra larga y brillante de grasa y todo tipo de líquidos alcohólicos y secreciones provenientes de todas las especies de la galaxia. Un humano esbelto y con el brazo derecho cruzado de cicatrices se me acercó desde el otro lado de la barra, frotó la porción que tenía delante con un trapo que poco le faltaba para evolucionar al estado de inteligencia consciente y después de dejarla igual de húmeda y grasienta de lo que estaba, me puso una botella y un pequeño vaso delante de la cara.

Yo puse unos cuantos créditos sobre el mostrador y le pregunté si tenía algo de comer. Sin una respuesta se apartó un minuto y volvió con un cuenco con una especie de verdura salteada acompañada de una salsa con el aspecto del lubricante de un motor diésel. Observé aquella capa iridiscente y toqué la salsa con mi dedo índice. Mi lodo se asomó y dejándose colgar de mi dedo la probó. Aparentemente le gustó, lo que si me paraba a pensar, no sabía si era bueno o malo, dada la mierda de la que se alimentaban. Lo único que sabía fijo era que no me envenenaría.

Mojé una de las verduras en la salsa y la probé con prevención. Estaba sorprendentemente buena. Aceitosa y pringosa, pero buena. Comí acompañando los bocados con tragos de un licor verde bastante fuerte mientras miraba alrededor. La parroquia era todo lo que me esperaba, un abigarrado conjunto de especímenes de todas razas de aquella parte de la galaxia, en mayor o menor estado de deterioro. Algunos bebidos, algunos muy bebidos y algunos muy muy muy bebidos... o sea lo más granado de la alianza rebelde. Si yo buscase un tipo al que echar mano para matar a alguien solo había dos lugares a los que recurrir. El primero era mi nuevo amigo Minerou, aunque no creo que el que quisiese contratarle tuviese algo más precioso que la especia con la que lo estaba sobornando. El segundo lugar era obviamente ese. Entre toda aquella panda de inútiles y fracasados, tenía que haber unos cuantos militares capaces de controlar el pulso los segundos suficientes para hacer un agujero en el medio de la frente de mi admirada turania.

En ese momento me pareció buena idea dejar mi carta de presentación. Llamé por señas al camarero y acerqué mi boca a su oído en tono conspiratorio.

—Tienes un buen licor. Soy... Tanos. —le grité al oído el primer nombre que se me ocurrió— Acabo de llegar en uno de los transportes de alimentos... y he tenido un problemilla con el capitán. El caso es que necesito unos cuantos créditos, ¿Sabes de alguien que me pueda dar trabajo?

El camarero me miró de arriba abajo, estaba claro que no le parecía gran cosa. Me dijo que si se enteraba de algo me lo diría. Sabía que no estaba convencido, pero solo necesitaba un poco de tiempo para llamar su atención.

Pedí otra botella y esperé pacientemente, mirando el reloj de vez en cuando, deseoso de irme a la cama de una puñetera vez. Al final la paciencia dio sus frutos. A mi derecha unos chim-gams que tomaban licor por garrafas y jugaban a los dados, agarraron a una de las camareras, una baarana preciosa de suave piel azulada y vientre prominente, por un brazo, obligándola a sentarse en el regazo de uno de ellos. En seguida, aquellos dos sapos sebosos empezaron a magrearla a pesar de sus débiles intentos por resistirse.

Dando un último trago a la botella, me aparté de la barra y de dos pasos me paré frente a ellos.

— ¡Eh! ¡Sabandijas! —grité a los chim-gams— Dejad a la señorita en paz.

—¿Y quién eres tú? —preguntó el primero sin soltar uno de los pequeños pechos de la camarera.

—Por el tamaño yo diría que es un cruce entre un muncar y uno de esos garrulos de Kallias. —contestó el otro entre ásperas carcajadas.

No es que aquellos insultos me molestasen demasiado. Desde que había llegado a aquella galaxia Ariadna me había dedicado epítetos mucho más degradantes, pero aun así fingí encolerizarme y cogiendo al chim-gam por el cuello levanté su enorme humanidad con una mano. Fue graciosísimo ver al tipo con la cara color ceniza y los tres ojos a punto de salir disparados de sus órbitas.

—¿Seguro que quieres enfadarme, sabandija? —le pregunté apretando un poco más el gaznate de aquel idiota.

El tipo se debatió e intentó pegarme con sus brazos, pero apenas le quedaban fuerzas y lo rechacé con facilidad. No así al otro patán que se levantó de un salto tirando a la baarana al suelo y desenfundó una pistola láser. Yo reaccioné instintivamente y me escudé detrás del tipo que estaba estrangulando justo en el momento en el que el otro chim-gam apretaba el gatillo.

Noté como el enorme cuerpo se estremecía y un olor a pollo quemado se extendía a nuestro alrededor. Empujando el cuerpo inerte del chim-gam herido contra mi agresor pegué un salto y le arreé un patadón al pistolero en el medio de la frente, justo encima de su tercer ojo.

—Eso por llamarme enano. —le dije mientras observaba al tipo volar y estrellarse contra un par de mangures.

A partir de ese momento se desató una pelea en la que todos parecían locos por participar. Yo en cambio una vez noqueados mis contendientes, ayudé a la baarana a levantarse y arropándola por los hombros la acompañé hasta la barra apartando a empujones y a puñetazos a cualquier que se nos cruzase en el camino. En cuanto la dejé a salvo, volví a mi sitio y seguí bebiendo y desentendiéndome del barullo que había montado.

—Ya veo... —dijo el camarero sirviéndome otra botella— ¿De qué nave has desertado?

Yo no contesté y me limité a seguir emborrachándome, dejando que el hombre sacase sus propias conclusiones.

—Puede que haya algún trabajo para ti. Soy Skimmel. —dijo esquivando un taburete que acababan de lanzar a su izquierda— Créditos contantes y sonantes. Sin preguntas. ¿Dónde puedo encontrarte?

—Yo vendré por aquí. —respondí dando el último trago y levantándome del taburete— Siento... todo esto.

—¡No te preocupes, pienso descontártelo de la paga! —gritó Skimmel a mi espalda.

Apartando los últimos idiotas con gestos displicentes, salí del bar justo cuando las fuerzas de seguridad aparecían por la esquina. Me refugié detrás de un contenedor despanzurrado viendo como entraban con sus porras eléctricas en ristre y cuando desaparecieron dentro del local me esfumé camino de la cama. Me esperaban tres horas de reparador descanso.

Al final me equivoqué y apenas fueron dos horas y media. Cuando me vio, la turania me lanzó una mirada que bien podía haber provenido de la más furibunda adepta del Ejército de Salvación. La verdad es que no debía tener una estampa muy alentadora con los ojos inyectados en sangre y los sesos retumbando dentro de mi cabeza, pero la verdad es que me importaba tres pares de cojones, así que me limité a aguantar sus reproches como quien oye llover y seguirla a distancia hasta la sala de conferencias.

En las conversaciones la cosa se estaba poniendo cada vez más interesante. Los reproches se estaban haciendo cada vez más duros y todo daba a entender que no habría acuerdo.  Mientras tanto, nuestra protagonista seguía escuchando con interés a cada ponente, pero no hacía nada, dejaba que Glaerminn replicase de vez en cuando para debilitar los argumentos de sus opositores mientras ella simplemente se limitaba a escuchar y a tomar notas. Parecía absurdo en una reunión de embajadores, pero aquella turania parecía un gigantesco leopardo relamiéndose en la espesura, esperando el momento perfecto para saltar sobre aquella manada de borregos.

No entendía muy bien la táctica de la embajadora, pero igual que odio que se metan con mi trabajo, jamás me intentaría inmiscuir en sus tejemanejes. Desde mi puesto, allí arriba, entre bambalinas, intentaba no quedarme dormido y calculaba cuanto tardarían en llegar los refuerzos. El silencio en los mensajes era primordial si queríamos tener éxito, así que aunque Ariadna prometió volver en cuanto hubiese comprado las naves a Saget, ignoraba la fecha exacta en la que llegaría la nueva flota. Esperaba que fuese a tiempo.

El día transcurrió lento y aburrido, entre reproches, pesados discursos y ocasionales siestas por mi parte. Cada brisa y cada crujido me desvelaban pero estaba razonablemente seguro de que la embajadora estaba a salvo.

Cuando terminaron las sesiones acompañé a la embajadora Urglur a sus estancias y corrí a mi tugurio favorito.

Skimmel me sonrió y me sirvió una copa, como si fuese ya uno de los parroquianos de toda la vida. Yo lo saludé con un monosílabo y bebí. Me giré y me acodé en la barra. También había dejado de ser un desconocido para los clientes en los que se alternaban las miradas de temor y admiración. Entre estos últimos estaba la baarana a la que había librado de las zarpas de los chim-gams.

—Hola, soy Alarieny... ya sabes.

—Lo sé perfectamente. —la interrumpí—¿Estás bien?

—Mejor que nunca, desde lo de ayer, nadie me ha puesto una mano encima y las propinas son más generosas que nunca. Creo que tienes a todo el mundo acojonado. —rio la baarana acercándose un poco más a mí— Aun no te he dado las gracias.

—¿No estás de servicio? —pregunté yo apoyando mi mano en su cintura.

—Aun no. Entro dentro de una hora.

—Es tiempo de sobra...  —la dije cogiendo su cintura con la mano derecha mientras que agarraba la botella de licor con la izquierda.

La baarana se dejó llevar hasta una puerta al fondo del garito que daba a las instalaciones del personal. La camarera me guio por unas escaleras hasta el segundo piso donde estaban las habitaciones en las que vivía el personal.

Alarieny tenía una minúscula estancia con una cama pequeña y acogedora pegada a la pared un pequeño escritorio que, con un espejo, también hacía las veces de tocador y un armario donde guardaba la ropa. El suelo del mismo material áspero y oscuro que las paredes del garito estaba cubierto por una gruesa alfombra cuyas fibras llegaban hasta los tobillos de los pies desnudos de la alienígena. Yo hice otro tanto y me descalcé. Di dos pasos sobre aquella tupida red de fibras y abracé a la baarana, pero ella me rechazó y de un empujón me sentó sobre la cama.

—Nunca había visto un humano tan bajito... y tan fuerte. ¿De dónde eres?

—Un poco de aquí.. un poco de allá. —dije intentando agarrarme a aquellos muslos color índigo y recibiendo un nuevo cachete en las manos como recompensa.

—¡Qué misterioso! —dijo la hembra bajándose el pequeño vestido plateado que dejaba ver su barriga tensa y prominente como la de una mujer embarazada.

Observándola desnudarse no pude evitar relamerme anticipando el delicioso sabor de su excitación. Ella pareció saber en lo que estaba pensando porque se pasó el dedo por la cloaca y me mostró una pequeña lágrima de excitación. Acercó su dedo a mi boca. Lo chupé y un intenso y fresco sabor a fruta tropical invadió mi boca y mis fosas nasales.

—¿Has estado alguna vez con un humano? —le pregunté deshaciéndome de mi ropa e intentando acercarme.

Alarieny volvió a rechazarme y me dio la espalda mostrándome su cloaca, un pequeño agujerito estrecho y de un azul más pálido que el resto.  La observé inclinarse y contonear su culo a medida que daba pequeños pasos hacia mí, cada vez más cerca hasta que al fin estuvo a mi alcance.

Adelanté mi mano y acaricié la pierna de la baarana desde los tobillos poco a poco, subiendo hasta el interior de sus muslos y a su culo terso y redondo. La baarana se estremeció al sentir el calor de mis dedos y emitió un leve gemido. En seguida noté que su piel fresca se humedecía y no pude evitar acercarme y besar aquellos muslos azulados.

Subí por su interior atraído por el aroma a fruta madura que exhalaba su cloaca. Estaba tan excitado que tuve que recurrir a toda mi fuerza de voluntad para seguir acercándome a su sexo con una lentitud desesperante. La baarana empezó a exudar aquella aromática secreción que impregnó toda mi boca en un estallido de sabores tropicales y mis fosas nasales. Incapaz de contenerme más hundí mis dedos en su cloaca y los saboreé. El sabor de su sexo era aun más intenso. Me olvidé de todo, de sus gemidos y de su cuerpo tembloroso y envolví su cloaca con mi boca con una sed incontenible.

—¡Oh! ¡Dioses! ¡Qué caliente! —Alarieny se retorció y gimió presionando su culo contra mi cara, deseando que mi lengua entrase más profundamente en ella.

El cuerpo de la baarana unos grados más fresco que el mío se retorció y generó una oleada de líquido deliciosamente perfumado que yo sorbí golosamente. El líquido azucarado me llenó de energía que necesitaba desatar.

Con los labios pegajosos me erguí y acerqué mí polla a su cloaca. Presionando firmemente conseguí colarla dentro del estrecho y lubricado agujero. Alarieny aulló y se retorció mientras yo, agarrado a sus caderas, comencé a moverme dentro de ella. Mis manos resbalaron por su vientre tenso y suave y envolvieron sus pequeños pechos a medida que aceleraba y hacía más intensos mis empujones disfrutando del intenso masaje con el que su cloaca estrujaba mi polla.

La baarana se agarraba a la pared y aguantaba mis embestidas gimiendo y sudando con sus pelo áspero y espeso totalmente tieso. Incliné mi cabeza y saboreé las gotas de humedad que corrían por su espalda. Cogiéndola por los muslos la levante y haciendo exhibición de mi fuerza comencé a elevarla y dejarla caer sobre mi polla. Con sus piernas bien abiertas me giré para que ambos quedásemos de frente a un espejo. Los pómulos de la baarana adquirieron un brillante color azul celeste al verse totalmente abierta y con una polla distendiendo su cloaca que no paraba de contraerse y retorcerse en torno a ella.

En aquella postura tan indefensa, lo único que podía hacer Alarieny era agarrarse a mi cuello para no caer hacia adelante. La imagen que nos devolvía el espejo era el de una hembra turbada al verse en una postura tan expuesta sin poder hacer nada mientras que yo sonreía y saboreaba la piel de la baarana.

Finalmente la posé sobre el suelo y me separé. La alienígena se volvió y se colgó de mis brazos dándome un largo beso. Antes de que pudiese volver a asir su cintura ella se apartó y se tumbó sobre la cama abriendo las piernas y retorciendo su cuerpo sensualmente. No me lo pensé me tumbé sobre ella golpeando la entrada de su sexo con la punta de mi polla hasta que ambos, frenéticos de deseo nos fusionamos en uno solo. Agarrando su nuca comencé a penetrarla salvajemente mientras ella me animaba con insultos cada vez más cerca del orgasmo.

Girándome puse a la baarana sobre mí. Con una sonrisa ella comenzó a mecerse sobre mi miembro, primero lentamente, acelerando poco a poco sus movimientos. Entre gemidos se irguió y comenzó a saltar sobre mí mientras saltaba con violencia, clavándose mi pene hasta el fondo de su sexo. El orgasmo la asaltó haciendo que su cuerpo se venciese hacia atrás mientras su cloaca rebosaba y derramaba un flujo dulce y abundante  por mi vientre.

En cuanto dejó de estremecerse  Alarieny se separó y se inclinó sobre mi miembro que aun se estremecía hambriento y duro como una piedra.

—Ahora quiero saborearte a ti. —dijo metiéndose mi pene en la boca.

Su lengua larga y prensil rodeó el tallo de mi polla y lo acarició mientras me chupaba la polla haciendo que yo me doblase en torno a su cabeza. Sus boca fresca me ayudó a contenerme un poco, pero en un par de minutos me rendí y eyaculé dentro de ella dos largos chorros de mi semilla.

Tal como esperaba el zumo de mi polla no era tan sabroso como el de su cloaca y lo escupió inmediatamente con la excusa de que estaba demasiado caliente. Yo simulé no darme cuenta de su mentirijilla y la atraje para tumbarla a mi lado.

—No puedo quedarme. Empiezo dentro de quince minutos. —dijo ella deshaciéndose de mi abrazo y contoneándose en dirección al minúsculo aseo que había en una esquina de la habitación.

Este relato consta de 27 capítulos publicaré uno más o menos cada cinco días. Si no queréis esperar podéis encontrar el relato completo en amazon.