Planeta Prohibido. Capítulo 20
20. Préstamo y arriendo
20. Préstamo y arriendo
Desperté horas después, sintiendo que tenía todo el cuerpo en carne viva. Eudora ya no estaba en la habitación. Me levanté de la cama y me miré la cintura, mi polla parecía un gusano aplastado. Intenté recordar lo ocurrido la noche anterior, pero salvo los primeros minutos, el resto eran recuerdos brumosos. Me metí en la ducha y me restregué los bajos con cuidado de que no se me desprendiese la minga. Tras veinte minutos bajo el agua tibia pude reconocerme como ser humano.
El resto de la tripulación ya estaba en el puente de mando. Eudora se volvió y me miró sonriendo. Parecía tan fresca como una lechuga, la cabrona. Yo intenté andar como si no me hubiesen pasado una lijadora orbital por mis testículos, pero por la forma en que Ariadna me miró, poniendo los ojos en blanco, supe que había fracasado.
—¿Todo en orden? —pregunté tomando asiento con cierta dificultad.
—Sí, capitán. —dijo Ariadna— He sustituido a Flurnikk hace una hora y se ha ido a descansar. Estamos a la vista de la base rebelde. Dentro de una hora estaremos listos para mandar una lanzadera.
—Perfecto, teniente. Continúe con la aproximación. —dije intentando parecer medianamente interesado en los indicadores de la nave— Señora embajadora, ha sido un placer traerla hasta aquí. —me dirigí hacia la turania— Espero que sus negociaciones se vean coronadas por el éxito.
Estaba deseoso de salir de allí y convertir mi especia en créditos contantes y sonantes antes de que a Ariadna se le ocurriese alguna manera de derrocharla. Con lo que sacase me retiraría a un lugar más discreto de la galaxia, donde me sintiese como en casa; en tugurios asquerosos y pegándome con piratas y contrabandistas. Hasta se me estaba empezando a pasar por la cabeza librarme de mi adorada mercenaria, estaba empezando a costarme más de lo que valía...
En ese momento un mensaje entrante interrumpió mis pensamientos. Suponiendo que sería alguien de la base dándonos la bienvenida presioné el intercomunicador.
—El coronel Kallias, comandante del III regimiento humano, pide permiso para atracar.
Mierda, aquel tipo solo podía significar una cosa. Problemas. Más problemas. Infinito número de problemas. Tentado de desintegrar la pequeña lanzadera que salía de la órbita de aquel cascote en aquel momento observé sus evoluciones y finalmente me resigné y le di la bienvenida y las instrucciones para atracar. Ariadna se adelantó a recibirle mientras yo esperaba sentado en el puente sin ninguna intención de levantarme para recibirlo.
—Capitán Polo. Saludó con formalidad el coronel.
—Hola, Kallias. ¿Cómo va todo para la causa rebelde? ¿Has conseguido que esos gilipollas no se maten?
—Aun estoy en ello. Supongo que la embajadora ayudará a limar asperezas y aunar esfuerzos. Tengo que darte las gracias por su rescate. Te debo una.
—Esta vez no sé si podrás pagarme. Rescatarla me ha costado unos cuantos kilos de especia. —repliqué yo— Y últimamente está bastante cara. No sé si has notado que escasea bastante.
—No te preocupes, ya se nos ocurrirá algo. —dijo el coronel muy seguro de sí mismo. Odiaba a aquella gente. Creía que por el solo hecho de creer que están en el bando adecuado era suficiente para que cualquier obstáculo se evaporase como por ensalmo.
—Préstame a Ariadna otro par de cientos de años y listo. —dije levantándome por fin y acercándome a un pequeño mueble en un rincón. De él saqué unos vasos y una botella de Whisky de Saget etiqueta verde.
Serví copas para todos. Ariadna me miró con inquina y estuvo a punto de tirármelo a la cara, pero yo le sonreí con descaro, consciente de que nunca haría nada que deshonrase a su regimiento en presencia del coronel.
Tras dejar que el coronel saludase al resto de mi tripulación, nos dirigimos al amplió camarote que hacía las veces de comedor y sala de conferencias. Dejamos a la computadora la aproximación final y nos sentamos a la mesa. Sin más ceremonias el coronel dio cuenta a la embajadora del estado de las negociaciones. Tal y como esperaba, tras dos semanas no habían avanzado ni un milímetro. Como siempre, habían empezado a discutir las respectivas áreas de influencia en el brazo de la galaxia antes incluso de saber cómo diablos iban a salir vivos de aquella.
—Los baaranas y los arkeliones del sector Kimmel piden los cinco sectores colindantes, mientras que los del sector Klegg quieren dominar las tres cuartas partes del brazo como si fuesen suficientes para controlar los cuatros sistemas que tienen bajo su control. Los antiguos funcionarios de los kuan que se han visto envueltos en la rebelión quieren el control total de las exportaciones al imperio Glee y así todos. Como si no hubiese cosas más importantes en las que pensar. —nos informó Kallias intentando ocultar su desesperación tras un gesto circunspecto— ¿Y los kuan?
—Preparados para reducir este hotelucho a escoria. —repliqué yo— Afortunadamente estaba yo para daros un poco más de tiempo. Supongo que tenéis alrededor de tres semanas antes de que se presente aquí toda la flota kuan.
—Lo siento. —dijo la embajadora— Pero me capturaron y no pude evitar que me sacasen la información sobre la base y la conferencia. Me temo que vamos a contrarreloj. No sé si tendremos tiempo suficiente para llegar a un acuerdo y evacuar el sistema.
—Deberíamos tomar esto como una oportunidad. —dijo Kallias pensativo— Sabemos cuándo y dónde estará la flota Kuan reunida. En el sistema Olindor son inexpugnables pero en un sistema como este son vulnerables. La infinidad de asteroides y planetoides les obligará a dividir su flota e impedirá que lleven a cabo las tácticas típicas de ataque en masa.
—¿Cuántas naves podríamos reunir? ¿Cincuenta... setenta? Creo que tenemos un par de acorazados y seis portanaves. Aun así, nos superarían en una proporción de cuatro a uno. —dijo la embajadora— Sería simplemente una cuestión de tiempo. Sus armas a distancia son mucho más efectivas que las nuestras.
—Nosotros tenemos el arma secreta. —intervino Ariadna dando una palmadita sobre el monitor de la nave— Tendrías que ver lo que ha hecho Marco con esta nave. Si hubiese querido... Tiene una tecnología...
—Que es secreta y no compartiré con nadie. —la interrumpí yo— Y no me mires así. Si tengo que elegir entre mi pellejo y esa pandilla de payasos que se creen los salvadores de la galaxia, no hay color. Ariadna, no me obligues a elegir. Yo ya he acabado, dejaré a la embajadora y nos iremos.
—Es una lástima que la batalla no se produjese sobre la superficie de los planetoides. Ahí tendríamos nosotros la ventaja. —dijo Kallias ignorando nuestra discusión— En la lucha cuerpo a cuerpo son unos putos inútiles.
—Ojalá esto fuesen batallas de galeras como las que contaban nuestros ancestros. —dijo Ariadna pensativa— Sería pan comido. Los embestiríamos y los abordaríamos con los cuchillos entre los dientes.
—¡Eso es, Ariadna! —dijo Kallias— Eres un genio. Los abordaremos.
No hacía falta que el coronel me detallase el plan. Era tan sencillo que no hacía falta. Solo tenían que esperar escondidos tras los asteroides a que las naves pasasen lo suficientemente cerca como para embestirlas con pequeños transportes y capturar las naves desde dentro. Solo había un problema.
—Necesitaréis muchos transportes. —argumenté yo— Tantos como naves tienen los kuan. Yo diría que algunos más. Y aun tienes que convencer a esos inútiles de ahí abajo. La flota rebelde y esos tontos de ahí abajo tendrán que hacer de señuelo.
—De eso me encargo yo. —intervino la embajadora.
—Nosotros tenemos unas cuantas. Solo faltarían ochenta o noventa naves... —dijo Ariadna con una sonrisa— Y se dónde conseguirlas.
—Saget te las venderá caras. Más aun, si se huele que las vas a utilizar con fines poco claros —repliqué yo adivinando sus pensamientos.
—Tenemos lo que él más desea. —Eudora había abierto por fin la boca para expresar lo que estaban todos pensando.
—¡No! —la corregí— ¡Yo! tengo lo que él más desea. Esa mierda me ha costado, sudor, sangre y lodo. No la pienso regalar para la causa. Sé perfectamente que en cuanto deje de seros útil os olvidaréis de vuestras deudas. Aun me debéis la cuarta parte de los blindados que capturamos en Ellgas.
—Esta vez te pagaremos. Te doy mi palabra. —me juró la embajadora con los ojos brillantes de emoción.
—No, estoy hasta los cojones de promesas. Lo quiero por escrito y si no tenéis los créditos me quedaré los transportes que compréis con mi especia y con diez de las naves que capturemos, las que yo elija. Estoy seguro de que Saget sabrá qué hacer con ellas.
—Eso no me parece justo... —intentó resistirse Kallias.
—Y quiero el rango de almirante rebelde, con uniforme y derecho a pensión. —dije en tono de sardónico. ¿Quieres seguir regateando?
Kallias hizo el gesto de seguir discutiendo, pero Ariadna le hizo señas de que no lo intentase. Sabía que yo había tomado una decisión y no me bajaría del burro. Podía ver la frustración la cara del coronel, pero el tipo fue lo suficientemente listo para hacer caso a su colega y no seguir insistiendo. Dejamos al coronel de nuevo en su lanzadera y Flurnikk, que había tomado los mandos, se aproximó lentamente al planetoide.
Cuando estábamos a poco más de cien kilómetros Ariadna y yo acompañamos a la embajadora en la lanzadera. Fue un viaje rápido. En cuanto nos aproximamos, unas luces nos dirigieron al centro del asteroide y una compuerta se abrió dejando a la vista una pequeña pista de aterrizaje. Al no tener atmósfera y con la gravedad tan baja, el aterrizaje fue bastante cómodo. En cuanto tocamos tierra, la compuerta se cerró y pudimos salir a una caverna presurizada. El presidente de las conversaciones, junto con los principales líderes rebeldes nos estaban esperando. Mejor dicho esperaban a la embajadora. En cuanto la vieron, las caras de alivio fueron patentes en aquella variedad de razas estelares.
Enseguida uno de los líderes, Glaerminn un cirgana delgada con sus branquias irisadas y plumosas que le daban un aire de cortesana del siglo XV se acercó y la saludó con efusividad. Era evidente que se conocían y a partir de ese momento no se separó de ella nada más que cuando volvíamos a nuestros alojamientos.
En un lado de la delegación, un par de pasos por detrás, manteniéndose en un segundo plano, pero sin perderse ningún gesto ni expresión de los asistentes, Kallias miraba a su alrededor, atento a cualquier circunstancia sospechosa.
—Bienvenida, embajadora Urglur. Es una gran noticia tenerla al fin entre nosotros. —dijo el presidente de la conferencia acercándose para saludarla— Siento todo lo que ha ocurrido. No entendemos como se filtró la noticia de su viaje. Le aseguro que llegaremos hasta el fondo de este asunto. Mientras tanto, he asignado a dos personas para que se ocupen de su seguridad...
Miré a aquel tipo entrecerrando los ojos. No sabía por qué, pero no me daba buena espina. Y la embajadora, concentrada como estaba en su misión, era demasiado confiada. Estaba seguro de que mientras Kallias estuviese allí no pasaría nada, pero en cuanto se fuese para buscar a sus hombres y organizar la emboscada sería otra ocasión. La turania estaría virtualmente indefensa en un lugar teóricamente seguro.
Mientras el resto se reunía en un corrillo para contarse las últimas noticias yo me adelanté y me acerqué a Kallias con un gesto relajado.
—¿Qué tal? ¿Lo tienes todo organizado? —le pregunté.
—Almirante Pozo... —contestó el mercenario con una sonrisa irónica— Mis hombres siempre están listos para la acción, solo tengo que ir a recogerlos.
—Muy bien. —respondí yo— Pero antes de que te marches me gustaría hablar un rato contigo a solas.
En ese momento Ariadna se acercó a nosotros. Podía notar la tensión en la seriedad de su gesto y su saludo militar un poco envarado. En los ojos de Kallias se reflejó una mirada apreciativa. Ariadna no era la soldado espigada que había conocido, su cuerpo ahora exudaba potencia tras pasar muchos meses en una gravedad similar a la de la tierra.
—Ariadna. Veo que tus "vacaciones" te han sentado bien. —dijo el coronel tras devolver el saludo— Tienes que contármelo todo, Marco ¿Te importa si dejamos esa conversación para después de la cena? Tengo que ponerme al día con mi pupila.
—Ningún problema. —dije yo— Andaré por aquí echando un vistazo. Seguro que no te costará encontrarme.
Dos minutos después estaba solo. Miré a mi alrededor y después de ver que estaba todo en orden me adentré en aquel dédalo de pasadizos horadados en el duro mineral metálico. La base era bastante más grande de lo que imaginaba, no sabía que una patata de unos pocos cientos de metros de largo diese tanto de sí. Las pistas del espaciopuerto estaban rodeadas por amplios hangares varios niveles por debajo de la superficie que daban cobijo a una pequeña flota de transportes patrulleras y corbetas. Eche un vistazo. No eran los modelos más modernos, pero aguantarían si lograban tener la cobertura de unos pocos portanaves y acorazados.
Siguiendo los indicadores me interné en el corazón del planetoide y atravesé la zona dedicada a las estancias de los conferenciantes, en aquellos momentos vacías. Aquel pasillo desembocó en uno mucho más ancho y bastante concurrido. Seguí la corriente hasta que llegué a una plaza enorme en forma de cúpula. En el centro de la plaza estaba el edificio de las conferencias rodeado por un pequeño parque iluminado por la tenue luz que se filtraba por tres enormes tragaluces.
Aquello debía ser la antigua zona de oficinas de la mina y ahora se había convertido en el centro de reunión de diplomáticos y funcionarios. Corrillos de personas se reunían a conjurar en torno a las mesas de pequeños puestos de comida. Me acerqué a uno de ellos y compré una brocheta de una especie de gusanos o pequeños ofidios y rechacé el sucedáneo de especia con el que pretendían aliñarlos. Si la aceremea venía de especies inteligentes pulverizadas, no quería saber de dónde venía el sucedáneo.
Pegué un mordisco a aquel sabroso aunque un poco correoso tentempié y miré alrededor buscando entre el gentío. Por una vez no buscaba compañía y la conversación con aquellos tipos estirados, ni me interesaba ni me aportaría nada de valor. Lo que yo buscaba era a alguien informado de lo que pasaba verdaderamente allí.
Estaba a punto de rendirme cuando vi a un mangur que se movía entre los grupitos aparentemente borracho. Pero su mirada atenta y la forma lenta en que movía la cola eran signos de que se traía algo entre manos. Apoyándome en un pequeño arbolillo de hojas grisáceas observé sus evoluciones y sonreí.
Tras cuarenta minutos vi como se recuperaba milagrosamente y abandonaba la plaza. Lo seguí por la vía principal. Dejamos atrás la zona habilitada para la residencia de los participantes en la conferencia y la destinada a los servicios de estos y le seguí por un estrecho túnel de mantenimiento. En cuanto disminuyó el tráfico lo seguí con más precaución. Afortunadamente, el tipo parecía sentirse seguro y no miró detrás de él más que un par de veces.
Giramos un último recodo y desembocamos frente a una puerta custodiada por dos rancors. El mangur hizo un saludo rápido y entró mientras yo le observaba a cubierto tras unos contenedores. Ese era el lugar que buscaba. No tenía más que presentarme. Esperé unos minutos para que nadie me relacionase con el mangur y salí de mi escondrijo.
—Buenas, chicos. —saludé— He venido a ver al jefe.
—¿Y quién demonios eres tú? —preguntó uno de los vigilantes mirándome con desprecio.
—No te importa. Lo único que tienes que saber es que tengo trescientos gramos de especia para negociar. —dije mostrando una bolsita con el deseado polvillo granate.
Antes de que el rancor pudiese apartar la vista de la bolsa, el pestillo de la puerta se abrió con un chasquido. Yo les guiñé el ojo y con las manos en alto. Sujetando la bolsa dejé que las afiladas extremidades de los rancors me registraran haciéndome cosquillas antes de atravesar el umbral.
El rancor que me había registrado me seguía a corta distancia preparado para evitar que hiciese cualquier tontería... o al menos intentarlo. Avancé por un estrecho pasillo y justo antes del final una puerta se abrió a mi derecha y de ella salió un mangur con aire satisfecho.
El despacho de Minerou era bastante amplio y lujosamente decorado, con abundancia de todo tipo de horteradas, como correspondía a un gánster de medio pelo. Un par de baaranas y una mangur se sentaban tan indolentes como ligeras de ropa en un cómodo sofá en la otra esquina de la estancia. El mangur me miró desde el otro lado de la mesa y juntó sus pequeñas manos de seis dedos.
—Déjame ver eso. —dijo el mangur alargando la mano hacia mí.
Yo me limité a acercar la bolsa y justo cuando la iba a coger la retiré. El gánster cerró las manos en el aire y me miró con inquina. Volví a bajar la mano y esta vez le dejé coger la bolsa recordándole con una sonrisa quien tenía el control allí. Minerou abrió la bolsita y aspiró con intensidad el aroma que desprendía el preciado producto.
—Está bien. Es buena. —dijo el mafioso dejando la bolsa sobre la mesa, simulando no estar demasiado interesado— ¿Qué quieres? Porque supongo que no has venido a regalármela.
—No demasiado. —respondí yo dilatando el momento de las negociaciones y regodeándome en la incertidumbre del tipejo.
—¿Qué me impediría quitártela por la fuerza? —preguntó él.
—Supongo que podrías intentarlo, pero no te lo recomiendo. No se mata a la gallina de los huevos de oro. De dónde he sacado esto, puedo sacar más.
—¿Cuánto más? —preguntó Minerou frunciendo el ceño.
—Eso no importa, lo que importa es que mientras me tengas contento, seguirás recibiendo estas bolsitas.
—Y ahora es cuando me vas a decir lo que quieres. ¿Créditos? ¿Armas? Lo que quieras.
—Quiero información. Estoy seguro de que tú y tus chicos sabéis todo lo que ocurre en esta pocilga... y yo quiero saberlo.
El gánster cogió la bolsita y la miró a la luz de los focos, meditando si el trato le convenía.
—¡Ah! Y otra cosa. Quiero estar en la sala de conferencias. Quiero saber lo que se cuece ahí dentro. Me gustaría saber lo antes posible cuando hay que largarse.
—Será difícil... —dijo el mangur rascándose la barbilla pensativo.
—¿Más difícil que conseguir la aceremea? —pregunté con una sonrisa de triunfo.
—Touché. —dijo levantando las pequeñas zarpas en señal de rendición.
—Bien, ahora que veo que nos entendemos, desembucha. Sí me mientes u omites algo, tarde o temprano lo sabré y el trato habrá acabado. No te conviene tenerme como enemigo.
El Mangur no se lo pensó más y me contó cómo estaba la situación. No me sorprendió enterarme de que las conversaciones no habían avanzado demasiado. Al parecer había tres bandos. Uno de ellos lo lideraban los del sistema Slops, entre ellos había algunos funcionarios que habían trabajado para los kuan y se habían independizado aprovechando el desorden y sin usar prácticamente la violencia. Abogaban por una salida negociada al conflicto, argumentado que lo que les interesaba a los kuan era el dinero y que si lograban un buen trato económico a los kuan les importaría un bledo quien gobernara unos pocos sistemas. El segundo eran los baaranas, que habían constituido el núcleo de la rebelión. Habían sufrido muchas bajas y uno de sus sistemas había sido arrasado por una de las flotas de la Federación. Guardaban un rencor implacable a los kuan y querían destruirlos a toda costa, daba igual que la rebelión fuese destruida en el intento. El tercero, el más pequeño, estaba más por esperar y eludir a la confederación, golpeando allí donde eran más débiles e ir erosionando a los kuan hasta que los Glee tomasen la iniciativa y los obligasen a pactar con ellos. El mangur decía que se había mostrado bastante escéptico hasta que la nueva embajadora había llegado. Decía que en cuanto se supo que iba a llegar. Las caras habían cambiado. La gente era mucho más optimista y las conversaciones estaban tomando impulso. En ese momento lo interrumpí.
—Sí, ya me enteré de eso. Y he oído que los kuan sabían que venía hacía aquí e intentaron interceptarla. Alguien les informó. —dije pensativo.
—En eso estás tú más enterado. —replicó el mangur— Pero no me extraña. Este lugar es un nido de espías. Cada bando tiene los suyos, y además están los freelance dispuestos a conseguir cualquier cosa que puedan vender a los distintos bandos.
—Parece muy divertido. Yo no le auguro una vida demasiado larga. —dije yo intentando que el mafioso soltase lo que sabía antes de que se enterase quien había traído a la embajadora hasta allí.
El mangur me dio la razón, pero no aportó nada nuevo así que decidí no insistir. Después de contarme lo que ya sabía o me imaginaba, me prometió que tendría un pase VIP a las conversaciones y me despidió. Podía haber recurrido a la embajadora, pero prefería vigilarla a distancia. Si se ponían chungas las cosas sería mejor que nadie supiese que estaba en su bando.
Más tranquilo volví a la plaza y deambulé por el lugar sin rumbo fijo. No tardé en dar con el tipo que me seguía. La verdad es que esperaba que el mangur enviase a alguien un poco más listo. Era una de las baaranas que me no me había quitado el ojo desde el sofá en toda la conversación.
La alienígena no era un peligro inminente, pero tampoco quería que supiese que era consciente de que me seguía. Así que me senté bajo uno de aquellos arbustos y fingí pasar el rato. La baarana se paró en un puesto a unos veinte metros de distancia y fingió beber algo sin quitarme los ojos de encima. Yo paseé la mirada por toda la plaza sin fijar la mirada en ningún lugar en concreto, solo dejando pasar el tiempo. Como esperaba, la baarana no tardó en empezar a mostrar signos de aburrimiento. Yo sin embargo estaba la mar de entretenido viendo todas aquellas especies alienígenas nuevas para mí.
Se notaba que aquello era algo más que una reunión de amiguetes. Allí no solo había mangures, arkeliones, baaranas, muncars y chim-gams. Ayudado por los archivos de Eudora que aun tenía en mi mente identifique varias especies nuevas. Algunas me llamaron la atención e incluso charlé un rato con Rogadurk un takro con aspecto de centauro y cabeza de serpiente y el cuerpo cubierto de una lana suave y fina parecida a la angora.
El tiempo pasaba y como esperaba la baarana empezó a perder la concentración y a dejarse llevar por el ambiente animado de la plaza. Esperé tranquilamente mi oportunidad y esta no se hizo esperar. Una numerosa delegación de no sé qué planeta, todos marcialmente uniformados, llegó a la plaza señalándolo todo como si fuesen una pandilla de turistas recién llegados. Apenas tardaron unos minutos en interponerse entre los dos y en ese momento me levanté y lo más rápido que pude me escurrí entre la gente en dirección al otro extremo de la plaza. Antes de desaparecer me giré un instante y vi a mi perseguidora en el centro de la plaza buscándome con aire preocupado. No me lo pensé y me interné corriendo en la calle principal. Si tenía dos dedos de frente, ese sería el siguiente lugar donde miraría.
Cuando volví al alojamiento, las chicas ya estaban empezando a impacientarse. Ariadna se adelantó para echarme la bronca:
—Ya era hora. ¿Se puede saber dónde estabas? Cada minuto cuenta. Ya deberíamos estar en la nave, camino de encontrarnos con esa sabandija. Kallias hace rato que ha partido. —otra vez se me había escapado el mercenario antes se que pudiese charlar con él sobre el futuro de Ariadna.
—En eso estoy totalmente de acuerdo. Debéis partir inmediatamente. Estoy seguro de que sabrás tratar con ese rancor, pero procura no matarlo. Ese tipo es tan útil como detestable.
—¿Y qué vas a hacer tú aquí? ¿Follarte a todas las razas de la galaxia? —preguntó Ariadna fastidiada.
—Creí que era lo que querías. Librarte de mí y viajar por la galaxia a las órdenes de tu adorado coronel. —contesté sin pensar.
Por primera vez desde hacía tiempo la vi descolocada. No me imaginaba que reaccionase de aquella manera. En vez de batir palmas con las orejas me miraba tan raro que pensé que llevaba la bragueta abierta.
—¿Me vas a dejar la nave? —preguntó Ariadna con cara extrañada.
—¡Ah! Así que era eso. Que decepción. —dije yo intentando no parecer demasiado compungido— No te preocupes. Es solo un préstamo. Yo tengo que quedarme aquí. Creo que la embajadora necesita protección.
— ¿A qué te refieres? —preguntó la turania inclinándose hacia mí para poder fijar sus ojos en los míos.
—Aquellos hombres que te interceptaron en la estación espacial. ¿Cómo sabían dónde encontrarte? Se suponía que era un secreto.
—En efecto, en teoría solo lo sabían el estado mayor del coronel y ciertas personas de la alianza rebelde.
—Pues una de ellas se fue de la lengua y no creo que hayan sido los mercenarios. Sospecho que alguno de los asistentes a esta conferencia juega a dos bandas. Debo quedarme aquí y vigilar a la embajadora. Creo que podrían intentar acabar con ella.
—Lo que yo creo es que exageras. Probablemente mi rapto solo fue una coincidencia...
—Sí, claro. Y también por pura coincidencia te vendieron a un almirante kuan, que por pura casualidad te puso los electrodos y se enteró de que eras un pilar fundamental en las conversaciones de la rebelión. —repliqué yo.
—No pienso llevar a nadie atado a mi chepa. —dijo la embajadora— Si me muestro recelosa, algunas personas podrían ofenderse y dar al traste con las negociaciones.
—Tranquila, no está dentro de mis planes estar pegado a tu espalda, mi idea es más bien vigilarte a distancia, me gusta tener una perspectiva más amplia. —dije esperando que no se notase que mi objetivo era usarla de cebo.
Parece que aquellas palabras la relajaron un poco. La embajadora estaba tan metida en su misión que el resto de lo que le rodeaba eran solo incómodas distracciones. En cuanto la lanzadera despegó en dirección a la órbita con Ariadna a bordo, llamé a Eudora y le conté mis planes. Ella me dijo que era lo más lógico y me deseó suerte, pero en su cara artificial había un leve gesto de contrariedad. ¿Eran imaginaciones mías o la ginoide hubiese deseado quedarse a mi lado? En fin, igual que hacía tiempo que había renunciado a intentar entender a las mujeres, tampoco iba a insistir con sus simulaciones.
Le pedí que cuidase bien de mi nave y no se dejase timar por Saget y corté la comunicación sintiéndome un poco raro. Era la primera vez en mucho tiempo que no tenía a Ariadna cerca y a pesar de que sabía que no la necesitaba continuamente a mi lado, era como si me faltase algo.
Me giré y vi a la turania que me miraba de hito en hito.
—Espero que todo esto no sea una maniobra para quedarte a solas conmigo. —comentó la alienígena con un tono nervioso y bebiendo un poco de un licor amarillento que destilaban en el planetoide.
—Si estoy preocupado por tu culo, es por conservarlo, no por asaltarlo... Al menos de momento. —repliqué yo con una sonrisa torva.
—Está bien. Supongo que tomar alguna precaución no estará de más... —se encogió de hombros la embajadora.
—Necesitaré el programa de tus reuniones de los próximos días, para poder adelantarme y tomar medidas. Tranquila, no te darás cuenta de que estoy por aquí. Mientras tanto, ya sé que es una mierda, pero si no tienes ningún acto oficial es preferible que estés en estas dependencias.
—No soy ninguna prisionera.. Además, las reuniones informales suelen ser las más sustanciosas. Me temo que no será posible.
Sentí el impulso de convencerla, pero conocía a ese tipo de gente con grandes ideales. Igualita que Ariadna. Les importaba un carajo volar en finos pedacitos con tal de que ello sirviese a un bien mayor. Era un poco desesperante intentar mantener viva a gente que parecía no importarle lo más mínimo morir. Esperaba que al menos pasase un rato en nuestras estancias para poder investigar un poco por mi cuenta.
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