Planeta Prohibido. Capítulo 2
Capítulo 2.Lejos de miradas curiosas
2. Lejos de miradas curiosas
No sabría deciros cuanto tiempo dormí, solo sé que cuando desperté el dolor de cabeza se había ido y era noche cerrada. En aquel planeta carente de lunas y con un solo sol, la oscuridad era casi completa. Ariadna, al parecer se había hartado de gritar a mi cuerpo inconsciente y había optado por lo único que podía hacer; dormir.
—Veo que ya has despertado. ¿Has descansado? —saludó una voz dentro de mi cerebro.
—Sí, ¿Tú no?
—No. He estado desfragmentando mis datos para que ocupen el menor espacio posible y he mejorado el enlace cuántico con tu cerebro, ahora tú tienes acceso inmediato a mis datos y yo a tus sentidos.
—Que mal rollo. ¿No me habrás poseído? —pregunté yo.
—No, por supuesto. Mis comandos siguen intactos y me impiden controlarte o hacerte daño de ninguna forma. Solo puedo acceder a tus sentidos y tus pensamientos. No puedo obligarte a hacer nada que no desees.
—No sé si me convence eso de que estés monitorizando constantemente mis pensamientos, algunos no son exactamente hermosos...
—Vamos, Marco. No hace falta estar conectado a ti para adivinar en que estas pensando. Soy un ordenador cuántico y mi capacidad de computación me permite adivinar en que estas pensando sin necesidad de estar conectado a ti.
—¡Vaya, que lista! —dije un poco picado al saberme tan predecible.
Con aquello no había contado, pero era un precio que pagaría con gusto con tal de conservar todos los valiosos datos que almacenaba el ordenador. Si conservaba Eudora conservaba los planos de la nave original, la información que había traído de la tierra y todos los datos que habíamos recopilado en mi vagabundeo por aquel brazo de la galaxia. Iba a continuar con la silenciosa conversación cuando Ariadna desvió mi atención revolviéndose en sueños.
Ajena a mi curiosidad dormía plácidamente, aunque con un gesto serio en su semblante. Aproveché para recorrer su cuerpo con la mirada. Ya no era tan delgada, la continua presencia de la gravedad artificial de la nave habían hecho su cuerpo más robusto, aun así seguía siendo realmente atractiva con el pelo negro y ensortijado a pesar de no tener más de unos dedos de largo, sus ojos oscuros y rasgados y su nariz pequeña y recta.
Ariadna se movió de nuevo y adoptó una postura más relajada, aunque seguía con aquellos labios gruesos y atractivos fruncidos en un gesto que no sabía discernir muy bien si era de enfado o desafío. Me hubiese gustado acariciar su cara y hundir mis manos en aquel pelo negro y brillante, pero sabía que si lo hacía probablemente acabaría con la muñeca rota.
A pesar de que lo había intentado todo con ella, seguía sin relajarse. Siempre estaba alerta, preparada para saltar a la menor señal de peligro. En ese momento pareció percibir mi interés y abrió los ojos. Yo disimulé y fingí escudriñar la profunda oscuridad a través de los visores, mientras intentaba no pensar en lo mucho que me gustaría abrazar aquel cuerpo.
—Bueno, ahora que has descansado... ¿Me vas a contar qué puñetas hacemos aquí? —dijo ella interrumpiendo mis pensamientos.
—Está bien, supongo que no hay mucho que hacer hasta que amanezca, así que... Veamos, ¿Por dónde empiezo?
—¿Qué tal si me dices dónde puñetas estamos?
—Creo que todo empezó hace unos dieciocho meses. ¿Te acuerdas cuando estuvimos en el sistema Zaki?
—¿Cómo no lo voy a recordar? Tuve que sacarte de la cárcel después de que te emborrachases y montases una pirula de cojones en un garito.
—Pues de allí me llevé algo más que una orden judicial. Durante toda la noche estuve jugando en aquel garito a las cartas con unos granch.
—¿Granch? Desde luego te juntas con lo mejor de la galaxia. —comentó Ariadna despectiva.
—Ya sé que no son muy atractivos, con ese hocico largo y esa pinta de gorrino bien cebado, pero son unos tipos interesantes. El caso es que serán muy listos para los negocios, pero con las cartas son un desastre. Se creen la ostia jugando al kundar, pero en cuanto tienen una buena mano la glándula que tienen en la espalda les empieza a supurar y apestan. Yo mantuve el tipo y les dejé ganar al principio...
—¿Vas a ir al grano?
—Tranquila ya llego. Además ¿A dónde vas a ir? —respondí señalando la oscuridad.
—¿Por dónde íbamos? ¡Ah, sí! —continué— La verdad es que sus créditos no me importaban, lo que quería de ellos era información así que los fui desplumando poco a poco hasta que solo quedó el capitán. En la última partida sabía que él tenía buen juego, pero yo tenía el kundar-dar, la mano más alta, así que lo aposté todo. La avaricia pudo con él granch y como no tenía más dinero puso la nave como aval, seguro de que iba a ganar. Cuando levanté mi mano su cara cambió de color y una bola de tufo acre salió disparada de su espalda. Adelantándome a sus pensamientos saqué mi pistola láser y se la puse debajo del hocico.
—Ya veo, una timba limpia y tranquila, estoy segura de que ninguno hizo trampas.
—Bueno, lo que está claro es que yo las hice más gordas y gané. Fingiendo estar muy cabreado amenacé con dejarle allí varado sin nave, ni dinero y con una tripulación cabreada. Pero sabes que en el fondo yo soy un buen tío y llegamos a un acuerdo.
—Sí, seguro que el granch salió ganando. —volvió a interrumpir Ariadna con un bufido.
—El caso es que él bicho tenía algo que yo quería más que su nave; información. Como sabes los granch son los únicos que mueven la aceremea, la especia más valiosa de la galaxia y yo quería saber de dónde la sacaban. Tras jurarle que no se lo diría a nadie y consciente de que no tenía otra salida me habló de la existencia de este planeta dentro del territorio vedado.
—Al fin llegas a lo importante. ¿Y qué planeta es este?
—No tiene nombre, ellos lo llaman el Planeta Prohibido y está en un sistema de la zona vedada por tener seres inteligentes en desarrollo.
—¿Hay vida inteligente en este planeta?
—Sí. Al parecer no demasiado desarrollada. Estarían en ese punto en el que el último grito en tecnología es la rueda. Así que no son una amenaza y lejos de la influencia de cualquier civilización galáctica, es el lugar perfecto para esconderse. Ahora solo hay que esperar a que llegue una nave granch a por especia y abordarla.
—¿Y la especia? ¿De dónde la sacan?
—No quieras saberlo, esos granch son unos hijos de puta.
—Ahora tengo aun más curiosidad.
—Al parecer la especie inteligente que habita este planeta es un tanto peculiar. Los machos son más pequeños que las hembras y viven como parásitos en una de sus bolsas de las que solo salen pare permitir que las hembras pongan los huevos que constituirán una nueva generación. Los machos, justo después de la puesta vuelven atraídos por las hembras que los recogen y vuelven a meterlos en la bolsa. Los granch no saben exactamente por qué las hembras los recogen, el caso es que una vez dentro van cargándose poco a poco de la aceremea hasta que justo antes de la puesta, alcanza el máximo y para conseguirla los granch secuestran a las hembras, les extraen los machos y las devuelven para que puedan aparearse con otros machos y poder tener más machos la siguiente temporada.
—¿Y qué hacen con los machos capturados?
—Los sacrifican, los deshidratan y los muelen bien fino para que todos esos estirados no se den cuenta de que se están comiendo a una especie inteligente. Evidentemente, al enterarme del negocio lo descarté, hasta yo tengo límites que no traspasaría mi por todo el oro del mundo, pero me pareció un buen lugar donde escapar en caso de peligro.
—¡Dios! ¡Qué asco! Si llego a comer esa mierda y no me lo dices, te mato.
—Tienes suerte, porque el kilogramo de esa mierda cuesta alrededor de dos mil créditos. Los simples mortales nos tenemos que conformar con meros sucedáneos.
—Me parece todo muy bonito, pero este planeta, aunque no es muy grande, sigue siéndolo lo suficiente como para que no sepas donde van a aterrizar los Granch en su próxima cacería.
—En eso te equivocas, nena. —respondí sonriendo con suficiencia— Por lo que me contó el capitán, este planeta es una gigantesca charca fangosa y apestosa. Cualquier nave o lanzadera que se posase en su superficie se vería atrapada en el lodo y en cuestión de unas pocas horas se vería imposibilitada para despegar. Solo hay un lugar donde pueden aterrizar. Es un afloramiento rocoso, producto del impacto de una asteroide. Según los mapas de Eudora esta unos setecientos kilómetros al nordeste de nuestra posición.
—¿Me estás diciendo que vamos a tener que caminar toda esa distancia por esa mierda putrefacta? —preguntó Ariadna cada vez más cabreada. Dame una razón para no matarte ahora mismo.
—Tranquila, saldremos de aquí, solo hay que dar un paseíto. Tómatelo como si fuese una excursión. En pocos días estaremos pisando tierra seca.
—My bien, supongamos que te hago caso, evitamos que se nos pudran los pies y nos coman las alimañas que indudablemente pueblan este lugar y llegamos a pisar tierra seca. ¿Se puede saber cómo piensas abordar la nave granch?
—Eso también está bajo control. Tú no te preocupes de nada. —respondí enigmáticamente, en parte porque me gustaba mantenerla en la inopia y en parte porque si se enteraba de lo que tendría que hacer para abordar la nave granch, probablemente preferiría hundirse con la nuestra.
—¡Joder! ¡Esto es una pesadilla! —exclamó ella— Maldito el día en que entraste en mi vida...
—...Y te salve el culo en aquel desierto arenoso. —la interrumpí yo— Deja ya de quejarte y prepara el petate. Nos vamos en cuanto rompa el alba. !Es una orden!
Ariadna me miró. Sus ojos destilaban odio, pero llevaba tropecientos años obedeciendo órdenes y resoplando se giró y empezó a hurgar entre la chatarra para recoger lo necesario para sobrevivir a aquella larga excursión.
Yo, en cambio ya lo había previsto todo y ya tenía preparada mi mochila de emergencia con raciones para dos semanas, agua, ropa, un botiquín y por supuesto mi colección de armas entre las que estaba mi adorada DP12. Aquella escopeta de dos cañones, con capacidad para catorce cartuchos y mira holográfica era una bestia y en un mundo de silenciosas y casi quirúrgicas armas láser, su estruendo y las enormes heridas que producía la convertían en un arma especialmente intimidadora y efectiva. Por ello siempre la tenía a mano con una generosa carga de munición.
Mientras mi guardaespaldas seguía trasteando en la parte trasera de lo que quedaba de la cabina yo me dediqué a analizar el camino que teníamos por delante. Con todos los datos de Eudora en mi cabeza, no hacía falta mirar a ninguna pantalla. El mapa de aquel cuadrante se me mostraba dentro de mi mente con todo lujo de detalles. A pesar de lo que le había dicho a Ariadna, no sería fácil llegar al afloramiento. Yo contaba con llegar hasta allí cómodamente en la lanzadera, no recorrer un cuarto de aquel planeta con el agua y el fango a la altura de las rodillas. Yo, que cada vez que algún colega sugería hacer el Camino de Santiago sufría un ataque de asma, ahora tendría que pasar días enteros caminando entre cieno, algas, enredaderas y todo tipo de bichos que nadan y se arrastran para salvar mi vida. En fin, podía haber sido peor y estar criando malvas.
Este relato consta de 27 capítulos publicaré uno más o menos cada cinco días. Si no queréis esperar podéis encontrar el relato completo en amazon.