Planeta Prohibido. Capítulo 18
18. Atropellos y fuga
18. Atropellos y fuga
Flurnikk se hizo a los mandos y despegó con suavidad. Siguiendo mis instrucciones, estabilizó la nave a unos quinientos metros de altura y pasamos por encima de la ciudad como fantasmas, en total silencio, sin que sus habitantes sospechasen nada. La guarnición kuan se había desplegado por los barrios bajos en nuestra busca sin pararse en miramientos. Los ciudadanos habían reaccionado y se estaban agrupando en bandas. Cada vez que veían un soldado despistado lo acorralaban y le daban hasta en el cielo de la boca.
El muncar hizo el gesto de salir definitivamente del planeta, pero se lo impedí. Antes tenía que hablar con la embajadora para saber qué medidas debía tomar. Le dije a Flurnikk que subiese a treinta mil metros de altitud y me avisase si había problemas antes de abandonar el puente de mando y dirigirme al salón principal de la nave, donde me esperaba la turania cómodamente sentada en un sillón, lo suficientemente fuerte como para soportar su humanidad. Eudora se había apresurado a fabricar en la impresora 3D una vestimenta más digna y ahora llevaba un vestido amplio de color verde esmeralda que ocultaba todas sus curvas. A su lado estaban Ariadna y Eudora con quienes estaba charlando amigablemente.
—Embajadora, es un placer tenerla a bordo. —dije intentando mostrar un poco de formalidad— Supongo que mi oficial ya la ha puesto al corriente de los pormenores de nuestra misión.
—Es un placer estar aquí, Capitán... Polo. —respondió ella ahora más tranquila— Siento no haberme comportado como lo exigían las circunstancias, pero no me esperaba nada de esto. Gracias por rescatarme, aunque me temo que ha sido demasiado tarde.
—¿Y eso? —pregunté yo.
—En realidad no les importaba tanto impedir que yo acudiese a la conferencia como saber el lugar y el momento de la cita para poder destruir a la comunidad rebelde de un solo golpe. Intenté resistirme, pero sus sondas neurales no me dieron ninguna oportunidad. Por eso me dejaron bajar a tierra firme, en realidad ya no me necesitaban. —el desaliento podía notarse perfectamente en el tono de su voz— La flota kuan estará totalmente preparada en apenas un par de días. Incluso si llegásemos a tiempo para evacuar el sistema antes de que lleguen habrán frustrado la única posibilidad de unificar nuestras fuerzas.
—Bueno, quizás podamos ganar un poco de tiempo. —dije yo sonriendo mientras mi mente empezaba a bosquejar un plan.
Ariadna me miró poniendo los ojos en blanco. Le encantaba la acción, pero no le gustaba tanto que yo le ocultara lo que iba a hacer.
—No sé cuánto tiempo necesitaríamos para que las conversaciones fueran un éxito. —arguyó ella— Podrían dilatarse durante semanas.
—Bueno, pues es hora de que demuestres que eres una verdadera embajadora. —le dije antes de dirigirme de nuevo al puente de mando.
Flurnikk me esperaba con mirada expectante y las manos apretadas en el joystick como si pensara que le iba a quitar de su puesto.
—¿Cuáles son sus órdenes, Capitán? —preguntó Flurnikk intentando parecer tranquilo.
—Dirígete a la flota kuan. Lentamente. Ten cuidado con las patrulleras. Recuerda que no nos ven. No conviene que colisionen contra nosotros.
Mientras nos acercábamos le di las indicaciones precisas al muncar que me atendió con un gesto de concentración en aquellos pequeños ojos rasgados. Después de asegurarme de que lo había entendido, me fui a buscar a Ariadna.
—¿Ya me vas a decir lo que vamos a hacer? —me preguntó ella al verme llegar.
—Vamos a crear un poco de confusión, ya sabes. Un poco de caos Made in Polo. Lo suficiente como para retrasar el alistamiento de la flota un par de semanas. —dije yo guiñando un ojo— Vamos a la sala de armas. Cada vez que la nave se pare, dales caña. Daña el mayor número de naves posible, pero no destruyas ninguna, queremos retrasarlos, no dañarlos tanto como para que piensen en retirarse.
El instinto de la caza se había despertado en mí y no podía evitar sonreír. Si alguien me hubiese visto en ese momento con mis manos sobre el cañón láser, las pupilas dilatadas y la mandíbula desencajada, hubiese salido corriendo. ¡El Dios Statham estaba a punto de desatar su ira de nuevo sobre aquellos perros infieles!
Flurnikk, asistido por Eudora, ascendió y se dirigió directamente hacia la formación. Las naves parecían preparadas, si nos hubiésemos demorado un par de días, probablemente hubiésemos llegado tarde. El muncar esquivó con las velas solares las dos cinturones de escolta y nos introdujimos en la formación. Desde mi visor con la mira aumentada aquellas naves parecían aun más enormes y peligrosas, erizadas de armas. Un escalofrío recorrió mi columna al recordar mi último enfrentamiento. Los disparos, las trepidaciones y las explosiones, mi nave desintegrándose... durante un segundo todos aquellos recuerdos se pasaron por mi mente y me paralizaron un instante. Fue Ariadna la que me sacó de mi ensimismamiento con el grito de guerra de su antigua unidad, un indescifrable trabalenguas griego.
Reaccionando por puro instinto apreté el gatillo a la vez que movía el arma en un arco de ciento veinte grados. Las naves kuan pilladas totalmente de improviso y desguarnecidas, no tuvieron oportunidad. De la primera andanada logré abrir varios boquetes curiosos en tres corbetas y una fragata. Un segundo después Flurnikk había acelerado y se dirigía al otro extremo de la formación. Al ser nuestra nave virtualmente transparente, las naves dañadas pensaron que las atacaban las que tenían enfrente y no pensaron, simplemente reaccionaron.
No tuve tiempo de ver como se sacudían unos a los otros porque la nave se había vuelto a frenar justo entre dos acorazados y un portanaves. Abrimos fuego de nuevo y de nuevo desaparecimos.
—Flurnikk, dirígete a la nave insignia. Necesito hacer una última cosa antes de irnos. —le ordené al nuevo oficial de derrota de la nave.
El muncar evolucionó con elegancia colándose entre una fragata y un acorazado que habían sucumbido al nerviosismo y estaban disparando a ciegas y se coló justo delante de la nave insignia. Sabía que no me quedaba mucho tiempo. A pesar de que los habíamos pillado totalmente desprevenidos, no tardarían mucho más en poner sus generadores a máxima potencia para activar los escudos. Concentré mi mirada en el visor y activando el zoom apunté cuidadosamente al puente de mando de la nave insignia. Gracias a los aumentos del zoom podía ver al almirante kuan despotricando e intentando detener inútilmente el berenjenal en el que estaba metido.
En ese momento apreté el gatillo. Una ráfaga machacó la proa del acorazado justo antes de que el escudo de la nave se activase. Las explosiones quedaron amortiguadas por el campo de fuerza, pero aun así pude ver como el cuerpo del kuan con sus charreteras y medallas salía despedido al vacío.
Un par de segundos después nos desplazamos en silencio, dejando detrás una flota sumida en el caos. Nos quedamos a una distancia prudencial disfrutando del espectáculo. No duró mucho. Poco a poco todos los escudos fueron activándose y la cacofonía de ruidos y mensajes desesperados fue calmándose hasta que finalmente, tras unos minutos los disparos cesaron.
Maniobrando en total silencio rodeamos la flota y reunidos en el puente observamos los efectos de nuestra incursión. Solo una nave, una pequeña corbeta y varias patrulleras habían sido fatalmente dañadas y caían al planeta envueltas en una nube de chispas ígneas. Alrededor de otras treinta naves, mostraban cicatrices de mayor o menor gravedad.
—Eso les retrasará un par de semanas. —comentó la turania observando las naves escorándose y retemblando por el efecto de las explosiones secundarias— Pero no será suficiente.
—Las reparaciones no tardarán mucho. —asentí— Pero si conozco a los kuan, encontrar un nuevo almirante para la flota les llevará mucho más tiempo.
La turania achicó los ojos, ignorante del efecto de mis últimas andanadas. Todos conocíamos las ansias de poder de los kuan y sabíamos que elegir a un nuevo comandante que reuniese tanto poder generaría suspicacias entre los miembros de la Federación. Semanas de tiras y aflojas, planificaciones, negociaciones e intrigas. Probablemente enviarían algunas pequeñas patrulleras para vigilarnos, pero el resto de la flota se mantendría paralizada el tiempo suficiente para que las conversaciones del bando rebelde fructificasen... o se fuesen a la mierda, que ya conocía de sobra a aquellos pazguatos.
—Ya tienes tu tiempo, ahora aprovéchalo juiciosamente —le dije en plan maestro saholín.
Este relato consta de 27 capítulos publicaré uno más o menos cada cinco días. Si no queréis esperar podéis encontrar el relato completo en amazon.