Planeta Prohibido. Capítulo 17
17. Operación Sodoma
17. Operación Sodoma
Salimos al exterior y nos dejamos llevar por la corriente de gente que circulaba por la calle, aparentemente con un objetivo determinado. Nos desviamos de la calle principal por una estrecha calle peatonal que desembocaba en una gran plaza cuadrada rodeada de edificios un poco más grandes, pero igual de descuidados que el resto. La superficie empedrada estaba ocupada hasta el último centímetro por una multitud de puestos callejeros que ofrecían toda clase de productos. Hasta que no vi los puestos de comida no recordé que hacía horas que no ingería nada más que licor barato. Ariadna debió de pensar lo mismo y sin consultarme se acercó a un puesto donde se exhibían unos pequeños bichos ensartados en brochetas que me recordaban a miniaturas de Saget ensartadas en afilados pinchos metálicos.
Cogimos uno cada uno y paladeé el mío con especial placer. Hasta pensé en hacerme una foto y pasársela al rancor. Seguro que se moría de la gracia. El sabor no era nada del otro mundo, pero la textura delicada y la salsa picante que le acompañaba le daba un toque que me recordaba la carne a la barbacoa. Creo que las barbacoas eran de las pocas cosas que echaba de menos; las hamburguesas chisporroteando en la parrilla, el humo del carbón vegetal mezclado con el aroma de la grasa al encenderse...
—Te está gustando. ¿Eh? —dijo ella advirtiendo mi mirada nostálgica.
—Solo recordaba viejos tiempos. En fin, esto solo me ha recordado que tengo hambre. —repuse pagando al tipo del puesto y tomando esta vez la iniciativa.
Nos adentramos un poco más en el mercadillo y seguimos picoteando en distintos puestos. Ariadna incluso llegó a sonreír un poco. Eso era nuevo. Debía ser la perspectiva de un poco de acción. Estuve a punto de intentar un acercamiento, pero al final pensé que no podía estropearlo, así que opté por tratarla como si solo fuésemos amigos y funcionó bastante bien. Cuando nos dimos cuenta era la hora de volver al palacio del gobernador seguramente estaría esperando en la sala de negociaciones...
Y así era. Nada más entrar en el edificio un ujier nos recibió con gesto obsequioso y nos guio a la sala de reuniones, donde nos esperaban el gobernador y todos sus asesores. Después de saludarlos y disculparme por la tardanza, enseguida nos centramos en el asunto. Aunque no tuviese la más mínima intención de dejarles un solo gramo de la preciada aceremea, me involucré en las negociaciones como si me fuese la vida en ello. Nos llevó tres horas limar todos los detalles, tres horas intentando contener la risa, pero finalmente llegamos a un acuerdo satisfactorio para todos. A cambio de treinta mil créditos les entregaría cuatrocientos kilogramos de especia al día siguiente. Solo quedaba firmar el contrato y así lo hicimos, justo antes de dirigirnos a otra enorme sala de mármol blanco donde nos esperaba un fastuoso bufet.
Lo más gracioso de todo el asunto era que casi todos los manjares los habíamos comido en los puestos, la única diferencia era que estaban aderezados con aceremea. Afortunadamente teníamos la barriga llena porque saber el origen de la especia los hacía muy poco apetecibles.
Un par de minutos después aparecieron varias alienígenas vestidas con vaporosos vestidos. Entre ellas destacaba una enorme figura de más de dos metros flanqueada por dos soldados arkeliones que la vigilaban estrechamente.
—¿Qué le parece mi sorpresa? —me preguntó el gobernador— Me ha costado más negociar su presencia aquí que obtener la aceremea. —añadió en un torpe intento de parecer gracioso.
—¡Oh! Es espléndido. —aplaudí simulando arrobo— Te has ganado un diez por ciento extra de producto y además yo también tengo una pequeña sorpresa. —dije sacando un pequeño recipiente de plástico con un líquido ambarino en su interior.
—¿Qué es eso? —preguntó el Kuan con curiosidad.
—Además de la aceremea los granch guardaban este producto en la parte más segura de su nave. —dije levantando el frasco y haciéndolo brillar a la luz de las lámparas.
La biología kuan era bastante rara. En realidad el sexo era casi inexistente en sus vidas. Eran hermafroditas y normalmente se fecundaban a sí mismos en una cópula rápida y sin ninguna muestra de placer. Solo un par de veces en sus vidas, su nivel de hormonas sexuales era lo suficientemente elevado para intercambiar sexo con otros miembros de su especie, así que estaba realmente expectante por saber lo que la secreción de las hembras yuba podía hacer en ellos.
—¿Y qué es? —preguntó Avluv.
Yo me limité a abrir el frasquito y el aroma de la aceremea intensificado emergió de él y se extendió por la estancia llamando la atención de las personas cercanas.
—Mmm, que fuerte...
—Desafortunadamente solo tengo cincuenta litros para darte, —mentí— pero tienes... tenéis que probarlo primero. —dije vertiendo el líquido sobre los platos que parecían tener más éxito— Disfrútalo, mientras tanto voy a charlar un rato con mi turania.
Dejé a los presentes con la comida y yo me volví hacia la enorme alienígena. La habían vestido con una especie de salto de cama transparente que apenas tapaba su piel moteada. Recorrí su cuerpo atlético en el que destacaban tres pares de opulentos pechos, cada uno con varios pezones haciendo relieve en el fino tejido. Con su altura me recordaba a una jugadora de baloncesto que guardaba seis balones debajo de la ropa. A duras penas conseguí apartar la vista de su cuerpo y fijar mi mirada en su cabeza de aspecto ligeramente aplanado, con dos grandes ojos que eran solo pupila y que se cerraban con dos párpados verticales y transparentes. En lo alto de su cabeza tenía un cresta formada por una docena de lo que al principio me parecieron rastas y cuando me acerqué descubrí que eran unos apéndices flexibles que flotaban elegantemente cada vez que movía la cabeza. La nariz era chata, apenas una pequeña prominencia con un agujero en forma de W justo encima de una boca grande que al sonreír mostraba unos dientes córneos largos, finos y muy apretados. Si no fuese porque estaba cumpliendo una misión, me hubiese lanzado sobre ella.
—Está bien, chicos. —les dije a los arkeliones— Ya me encargo yo. Podéis ir a comer algo.
Los arkeliones se miraron, pero era obvio que habían recibido órdenes. Miraron a su alrededor desconfiados antes de intercambiar unas palabras. Evidentemente no vieron ningún peligro y tras encoger sus hombros se dirigieron al bufet.
—¿Embajadora Urglur? —pregunté en un susurró mientras fingía mirarla de arriba abajo— No diga nada. Soy un agente de la causa rebelde. —continué mientras miraba a mi alrededor.
Ariadna que hasta ese momento había estado deambulando por la estancia con una copa de licor en la mano nos vio y se acercó un poco más a nosotros, pero mantuvo la distancia, esperando que mi regalo comenzase a hacer efecto. El aroma se había extendido por toda la sala, llamando la atención de todos los presentes que se acercaban a la mesa de la comida, olfateando y babeando en todos los colores del arco iris.
—¿Qué demonios es esto? ¿Eres tú la persona para la que me han vestido así? —preguntó la turania cogiendo con gesto de contrariedad varios pliegues de su vaporosa vestimenta.
—Ya sé que es difícil de entender, pero tú sígueme la corriente y pronto saldremos de aquí. Solo hay que esperar un poco y nos largaremos de este cascote. —dije mientras me acercaba a ella.
—Sí me tocas te arranco la cabeza. —dijo la turania bajando la mirada hacia mí amenazante.
—No seas tan hostil y trata de relajarte un poco, —le dije arrebatándole dos copas a un camarero y ofreciéndole una de ellas— la droga no tardará en hacer efecto.
—¿Qué droga? ¿Qué coños...? —preguntó la embajadora confusa.
Yo me volví y observé como todos los invitados ingerían la comida, atraídas por el intenso aroma que emanaba de ella. No podían evitarlo. Hasta el gobernador Avluv que no dejaba de vigilarnos se acercaba cada pocos segundos a coger un bocado. Las primeras en notar los efectos de la droga fueron las mangures, más ligeras y más sexuales que el resto de las especies presentes. Dos de ellas se acercaron a un arkelión y comenzaron a frotarse contra él. Al principio él soldado las apartó de un empujón mientras seguía comiendo, pero en el segundo acercamiento se mostró más receptivo y tras unos segundos otro arkelión se abalanzó sobre el trío, formando una especie de bola de mangures y arkeliones rodando por el suelo abrazándose y sobándose en una confusión de brazos, colas y piernas que apenas podía contar.
Durante dos minutos los kuan los observaron con una mueca indefinible que yo interpreté como asco o ira, pero de repente el color pálido de su piel empezó a tornar un color canela que se fue oscureciendo. En cuestión de segundos dos de ellos se abrazaron y se besaron mientras se despojaban de sus túnicas. Sus cuerpos esbeltos, pálidos y ligeramente húmedos no eran especialmente atractivos, pero ellos parecían embelesados. En ese momento el gobernador se acercó por la espalda y se frotó contra ellos. Divertido observé como de su cintura emergía una especie de pseudópodos que se extendía por la espalda de uno de los amantes y se fusionaba con ella.
El otro kuan dejó de besar a su pareja y le dio la espalda para fusionarse también creando una especie de frenética conga. Nuevos kuan se unieron al ritual meneándose y soltando una especie de sonidos acompasados y huecos acelerándose cada vez más. El último en unirse se unió con el primero formando un anillo de placer. Las cabezas de los kuan pasaron del color pardo a un rojo cereza e incluso aumentaron un poco de tamaño hasta el punto de que creí que estaban a punto de explotar. Mientras tanto, los arkeliones se estaban empleando a fondo con sus seis manos y sus dos penes para poder satisfacer al montón de prostitutas que se abalanzaban hambrientas sobre ellos. Ariadna tuvo que emplearse a fondo para evitar que un chim-gam la asaltase y se acercó a nosotros.
—Está bien. Ya has disfrutado bastante... debemos irnos. —dijo Ariadna estampando al chim-gam contra la pared más cercana.
—Un momento, un momento. —la interrumpí— Este es un momento para a historia. ¿Sabes cada cuánto tienen los kuan relaciones sexuales? Esto es como ver un muncar resolviendo ecuaciones bicuadráticas.
El anillo kuan se deshizo un instante, los individuos se separaron y se unieron por el torso esta vez, sin orden ni concierto, moviendo sus extremidades y cambiando el sonido hueco por un grito que se fue haciendo más agudo hasta que de repente los cuerpos temblaron y se apretaron hasta el punto que no sabía donde empezaba uno y terminaba el otro. Segundos después una película los cubrió. Según Eudora era el momento en que eyaculaban y se fertilizaban mutuamente aunque no pude verlo porque Ariadna tiró de mi y de la embajadora turania hacia la puerta. Lo último que vi fue a los arkeliones que se suponía escoltaban a la turania mirándonos con enojo, pero sin ser capaces de dejar de follar a las mangures.
En cuanto salimos del comedor empuñé el sable láser, pero sin encenderlo. No quería llamar la atención. Arrancando un cortinaje, tapamos el cuerpo semidesnudo de la embajadora y avanzamos por el pasillo hasta que un kuan se nos acercó para preguntarnos. Ariadna le interrumpió con una patada. El funcionario resbaló inconsciente por el suelo de mármol hasta que topó contra la pared con un ruido sordo.
—Deberíamos apresurarnos. —dijo Ariadna.
—¿A dónde me lleváis? —preguntó la embajadora.
—Te llevamos a la conferencia de paz. —le dije yo— La causa rebelde nos pidió ayuda para liberarte. Por favor, síguenos.
La turania dudó un instante, pero luego vio que no tenía nada que perder y apresuró el paso tras nosotros. Los primeros metros no fueron problema. La mayoría de la gente con la que nos topábamos eran funcionarios y nos dejaban pasar y los pocos que se interponían acababan volando por los aires.
Solo el control de seguridad se interponía entre nosotros y la libertad. Nos paramos justo antes de doblar la esquina y eché un vistazo.
—Esperadme aquí. —dije empuñando el sable láser aun sin encenderlo.
Doblando la esquina me acerqué al control. Los dos chim-gam que estaban de guardia enseguida me identificaron y se dirigieron a mí con gesto relajado, pero con las armas preparadas.
—Hola, chicos me he divertido, pero voy a tomar un poco el aire. Ahí dentro se está cargando el ambiente, ya me entendéis. —dije acortando el espacio que me separaba de ellos.
Los soldados no desconfiaron y cuando los tuve al alcance no les di ninguna oportunidad. Encendiendo el sable láser, le corté la cabeza a uno limpiamente mientras desviaba la mano del otro lo suficiente para que el disparo se perdiese en el techo de mármol. Inmediatamente me volví y le clave el haz láser al otro guardia en el medio de la frente. El chim-gam se meneó un instante babeó algo de color azul grisáceo y se derrumbó.
En cuestión de segundos Ariadna y la embajadora se unieron a mí y salimos a la luz del día.
—Vamos, no tardaran mucho en dar la alarma. —dije yo acercándome a un deslizador de alquiler.
El tipo, un baarana especialmente parlanchín, arrancó antes de preguntarnos a dónde queríamos ir. Le dije que cogiese por la calle principal y el tipo aceleró suavemente sin dejar de contar una historia acerca de un muncar y un soldado chim-gam.
Apenas llevábamos recorridos unos doscientos metros cuando la emisora del deslizador chasqueó y una voz empezó a dar órdenes a todos los deslizadores para que volviesen a la base, al lado del palacio del gobernador.
Antes de que el baarana hiciese el gesto de girar en redondo le puse el láser bajo la barbilla.
—Ignórale y sigue adelante. Más aprisa. —le ordené quemando un par de pelos del cuello para que el olor a pollo quemado le animase a acatar las órdenes sin vacilación.
El chófer me miró de reojo y tras asegurarme que no iba a darnos problemas, puso aquel vetusto cacharro a su máxima velocidad lo cual no era suficiente, evidentemente. De una estrecha calle lateral surgieron dos patrullas que enseguida se pegaron a nuestro culo.
Yo no me lo pensé. Necesitábamos librarnos de ellos si queríamos llegar a la nave de una pieza. Les dije a mis compañeras que continuasen antes de abrir la puerta del deslizador y lanzarme sobre uno de los deslizadores que nos perseguían. Caí sobre la cubierta del motor del trasto y enseguida mi amigos simbióticos crearon unas espinas que atravesaron mi ropa y la carrocería del deslizador, evitando que me partiese la crisma. Aun así no estaba fuera de peligro. Un Arkelión asomó medio cuerpo por una portilla que había en el techo del deslizador y sacó tres pistolas láser. Evite los disparos con un salto mortal y aterricé justo detrás de él. Antes de que pudiese girarse le corté la cabeza limpiamente con mi sable.
Unos disparos procedentes del otro deslizador me obligaron a meterme de cabeza por la portilla con un profundo corte en el hombro. Afortunadamente mi querido lodo tapó la brecha y me calmó el dolor con una sensación de frescor, porque caí en medio de dos chim-gams y un arkelión. El espacio era demasiado pequeño para usar las armas así que se estableció una pelea sucia llena de gritos y golpes bajos. Al final me harté e hice surgir de mi cuerpo espinas de mi lodo en todas direcciones ensartando a los alienígenas de un solo golpe. Las espinas terminaban en unos ganchos así que cuando las retiré se quedaban prendidos trozos de vísceras que dejaron perdido mi mono para deleite de mis microscópicos amigos, que enseguida comenzaron a dar cuenta se toda aquella inmundicia.
Jurando en arameo aparté al conductor de los mandos y di un bandazo en dirección al otro deslizador desde el que seguían disparando. Al recibir el impacto, se desvió y esquivó por centímetros un carguero, pero el piloto no calculó del todo bien y se precipitó contra unas chabolas. La chapa de fibroplástico ondulado que hacía de tejado le arrancó limpiamente la cabeza y parte del torso al soldado que me estaba disparando.
La lluvia de sangre salpicó al conductor que cegado y aterrado dio un nuevo bandazo hacia el centro de la vía. Yo lo estaba esperando y aceleré justo cuando pasaba delante de mí, golpeándole en el extremo trasero izquierdo. El soldado perdió el control y el vehículo comenzó a girar sobre si mismo cada vez más rápido hasta que se estrelló contra una taberna explotando y destruyéndola por completo. Los cuerpos y las chispas volaron en todas direcciones mientras yo seguía a Ariadna por aquel estrecho entramado de calles.
En cuestión de un par de minutos llegamos a la parte más baja de la ciudad y el taxi giró a la derecha para coger la calle que nos llevaría directamente al puerto y a nuestra nave.
Ariadna, con buen criterio, mandó parar al chófer unos doscientos metros antes de llegar y se bajaron. Yo escondí mi deslizador en un callejón lateral y me reuní con ella dos minutos después. Las dos mujeres me miraron con repugnancia.
—¿Qué coños les has hecho a esos pobres diablos? Parece que hayas salido de un matadero. —dijo Ariadna.
—Ahora no hay tiempo —dije dándole uno de los rifles que había quitado a los cadáveres.
Ariadna cogió el arma quitando un trozo de piel adherida a él con dos dedos y me siguió en dirección al amarre. Los vigilantes ya estaban alertados, pero cuando se giraron Flurnikk uso los cañones de la nave para desintegrarlos. En cuanto subimos a la nave despegamos y activé el camuflaje cruzando los dedos.
Este relato consta de 27 capítulos publicaré uno más o menos cada cinco días. Si no queréis esperar podéis encontrar el relato completo en amazon.