Planeta Prohibido. Capítulo 15
15. Un muncar a los mandos
15. Un muncar a los mandos
—El sistema Olindor, no me suena. —pensé en voz alta.
—El sistema Olindor. —respondió Eudora antes de que yo escarbase en mis archivos— En el centro mismo de la confederación Kuan y una de las bases militares más importantes. Los dos planetas interiores y la estación espacial que es la base de la flota Kuan están muy apretujados en apenas unos pocos millones de kilómetros y forman un triángulo defensivo virtualmente insuperable y con espacio suficiente para reunir una flota de considerables dimensiones. En el planeta más grande, Unlengburg está el centro administrativo y comercial del sistema.
Antes de dar el salto probé las velas solares y maniobré con la nueva nave. No era tan ágil como la primera Eudora, pero la invisibilidad lo compensaría. El muncar, mientras tanto, no paraba de hacer preguntas. No sabía si llegaría a ser útil, pero lo que estaba claro es que iba a aprender mucho a mi lado.
—Creo que deberíamos dejarle en el primer asteroide que nos encontremos. —me susurró Ariadna al oído mientras Flurnikk no paraba de charlar con Eudora sin despegar los ojos de sus pechos y su culo.
—Comprendo que es irritante, pero no es mi estilo. —respondí— Lo que voy a hacer es contratarle. Creo que es un tipo hábil y con ese tamaño se puede meter en las tripas de la nave allí donde nosotros no podemos llegar.
—Tú mismo. Pero no sé... un muncar inteligente... Es poco común.
—Nosotros también somos poco comunes. Una mercenaria que desprecia el dinero, el único robot de esta parte de la galaxia probablemente, un muncar listo y yo, que ni siquiera sé cómo definirme. —repliqué yo convencido de que aquel tipo podía sernos útil.
En tres horas desparecimos tras un pequeño planeta helado y activamos el generador de agujeros de gusano. Cuando estábamos a punto de tomar la medicación para superar los efectos del salto, aparté al muncar y le ofrecí un empleo que él aceptó sin vacilar. No lo esperaba, pero regateó sus condiciones y consiguió que lo pagase el sueldo en créditos y no en licor.
Con todo arreglado nos tomamos la pastilla con un vaso de Whisky y dejamos a Eudora al mando de la nave. Al despertar todo el mundo estaba en el puente de mando y parecían bastante nerviosos.
—Está bien. ¿Qué pasa? —pregunté acercándome a la consola central.
—Esto pasa —dijo Ariadna mostrando el espacio local a rebosar de naves espaciales— Esto no es una flota, es bastante más. Una docena de acorazados, tres portanaves y tantas fragatas y corbetas que prefiero no contarlas.
—No sé cómo coños vamos a colarnos en ese avispero. —dijo el muncar mostrando las pequeñas y rápidas patrulleras que evolucionaban a toda velocidad alrededor de aquella masa de de naves.
—Por el puñetero medio. —dije yo— Pero antes necesitamos un plan.
—Lo primero que tenemos que averiguar es dónde la tienen. Puede estar en cualquier parte. —dijo Ariadna abarcando aquella inmensa flota.
—Eso no es lo importante. Lo importante es qué diablos quieren de ella. Si lo que quieren es que no asista a las conversaciones de paz rebeldes, bastaba con matarla. —pensé en voz alta.
—Está claro. No quieren matarla. Quieren sacarle información. —dijo el muncar— ¿O creéis que toda esta flota está reunida para jugar al polo?
—¡Joder! ¡Lo que quieren es saber el lugar de la asamblea para descabezar al movimiento rebelde de un solo golpe! Eres un genio Flurnikk. —dije yo adelantándome a los demás.
—Si eso es lo cierto, estarán apretándole las tuercas. Hay que apresurarse. —dijo Ariadna— Y eso está muy bien, pero no nos acerca más a saber dónde diablos la tienen. Puedes estar en cualquiera de esas naves, probablemente en uno de los acorazados.
—Aunque supiéramos en cuál está, entrar en uno de esos no es una buena opción. —apuntó Eudora.
—Lo importante no es donde está, sino a donde la van a llevar cuando se vean obligados a trasladarla. —dije yo sonriendo como un lobo.
—Tienes un plan. —afirmó más que preguntó Ariadna.
—Si no podemos acceder a ella en las naves les obligaremos a evacuarla.
—¿Cómo? —preguntó Flurnikk.
—Según mis datos, los turanios son especialmente sensibles a concentraciones relativamente bajas de CO2. Basta un uno y medio por ciento para que pierdan la consciencia. Si todas las naves principales tuviesen problemas para mantener los niveles del gas, la única opción viable sería enviarla a uno de las bases de tierra, la más probable, donde está la sede de gobierno y el mayor contingente militar.
—Así que si no entiendo mal quieres que la lleven de un lugar superprotegido a uno hiperprotegido. —dijo Ariadna con los ojos en blanco.
—No, de un lugar inaccesible y desconocido a uno conocido y accesible.
—¿Accesible cómo? —preguntó Eudora intrigada.
—Somos contrabandistas, actuemos como tales. —dije con una sonrisa— Ahora, Eudora, ¿Qué necesitas para alterar la ventilación en las naves?
—No mucho. insertar un sencillo programa en la computadora de uno de los acorazados. —respondió la ginoide— Pero hay un problemilla.
—Tienes que hacer todo eso desde dentro. —apuntó Ariadna— Estamos jodidos.
—No necesariamente. —dije yo pensativo— No necesariamente.
Podría adornar la historia un poco y contaros que nos agazapamos tras un gigante gaseoso mientras ideábamos un astuto y retorcido plan que acabaría con la embajadora en nuestras manos y la flota kuan convertida en una nube de escombros, pero si me conocéis sabréis que mi fuerte es improvisar. Así que en cuestión de minutos me organicé.
—¿Cómo que me quedo en la nave? —me preguntó Ariadna airada.
—Alguien tiene que quedarse con el muncar. Aun no me fio de él al cien por cien. Y Eudora tiene que venir conmigo así que solo quedas tú.
Ariadna cerró los puños como si estuviese a punto de pegarme, pero no era una persona que no se guiase por la lógica. Solo había que dejarla que se convenciese sola. Aun así, no pude evitar darle algún argumento más.
—Vamos, Ariadna. Sabes que si tu músculo fuese necesario no dudaría y te traería conmigo, pero ahí dentro, —dije señalando uno de los acorazados— no me servirías de nada.
Ariadna negó con la cabeza, cerró sus puños y destensó su hombros en señal de derrota. No dijo nada, pero se retiró a su camarote mascullando por lo bajo.
—Cojonudo, ahora que está todo arreglado, vamos a presentarnos a los kuan. Flurnikk, coge los mandos.
El muncar me miró petrificado con los ojos muy abiertos, como si hubiese hablado en chino mandarín. Tarde un poco en entenderlo, pero me di cuenta. Probablemente nadie le había tratado como una persona digna de confianza hasta ese momento y eso le atenazó unos instantes.
—Vamos, —le animé— Estoy seguro de que eres capaz de llevar este trasto con la misma habilidad que yo. Súbete y coge el joystick. Y no te olvides de encender las luces de navegación no queremos asustar esos mamones. —le ordené mientras observaba como el sillón del piloto se elevaba y le acercaba a los mandos, adaptándose a la pequeña estatura del muncar.
La emoción de Flurnikk era tan intensa que no podía controlar el temblor de sus manos. Sin embargo en cuanto notó la reacción de la nave a los movimientos de sus manos, se olvidó de todo y solo se encargó de llevar con suavidad la nave en dirección a la flota kuan.
En cuestión de minutos estábamos rodeados por seis patrulleras que nos impidieron seguir avanzando. Tuvimos que esperar un rato, pero finalmente uno de aquellos cabezones, cargado de charreteras se puso finalmente en contacto:
—Soy, Burnfueg el capitán del acorazado Desolación. —dijo el Kuan— Están entrando en una área reservada para las maniobras de la flota kuan. Identifíquense o les borraremos del mapa.
—Oh, perdone, capitán. No sabía. Soy el capitán... Perkins. —me presenté con el primer nombre que se me venía a la mente.
—¿Perkins? ¿Qué clase de nombre es este? —preguntó el capitán.
—Preguntádselo a mi madre, después de veintiocho horas de parto esa fue la primera de sus venganzas...
—Muy bien... capitán Perkins. —se dirigió el Kuan con un tono despectivo— ¿Qué le trae por aquí?
—Me dedico al transporte de mercancías. Y venía a este sistema para ofrecerle al gobernador cierta mercancía especialmente escasa en esta parte de la galaxia en estos tiempos. Me gustaría hablar con el almirante de esta flota en persona para negociar las condiciones de la transacción.
—¿Acaso no te parezco suficiente autoridad? —preguntó el capitán un poco picado.
—¿Acaso tienes autoridad para dejarme bajar a la superficie y hablar con el gobernador en persona?
El Kuan me miró cabreado. Podía ver en sus ojos que estaba valorando si debía borrarme del mapa, pero al final, como me imaginaba, su primera prioridad era salvar su propio culo. Aun así no se apresuró a contestar creyendo que así me haría sudar un poco, sin saber lo cerca que estaba de que convirtiese su bonita nave en un montón de escombros.
—Mantengan la posición mientras yo consulto a mis superiores. —dijo el kuan antes de cortar la comunicación sin despedirse.
—¡Qué tío más maleducado! —dije yo sonriendo.
Mientras esperaba me entretuve enseñándole al muncar el manejo de la nave. Entre él y Eudora se encargarían del rumbo e ingeniería y Ariadna y yo estaríamos libres para manejar las armas si fuese necesario, por si la cosa se ponía fea.
El siguiente en aparecer en la pantalla del comunicador fue un tipo con el doble de charreteras y de medallas en el pecho.
—Almirante. — le saludé poniendo mi mejor cara de comerciante servil y avariento.
—Capitán... Perkins. Tengo entendido que tiene una mercancía con la que desea comerciar. Lo siento mucho, pero ahora mismo todo el sistema está en modo de alerta. Es imposible que pueda bajar para ver al gobernador... —dijo el almirante.
—Sé que llego en mal momento, pero no sé si el gobernador aprobaría que le hubiese impedido hacerse con una apreciable cantidad de la sustancia más escasa y apreciada de la galaxia. —dije levantando una bolsa transparente en la que podía verse claramente el preciado polvo marrón— Si pudiésemos hablar en persona estoy seguro de que podremos llegar a un acuerdo.
El almirante miró aquella sustancia con atención. Sus parpados temblaron ligeramente. Era como ver un salmón debatiéndose en el anzuelo, solo hacía falta un buen tirón.
—¿Cómo sé que eso no es cagarruta de malgur molida? —preguntó el Kuan haciendo que las arrugas de su frente se hiciesen aun más profundas creando profundos cañones en aquella piel blanquecina.
—Para demostrarte muy buena voluntad, si me lo permites iré a su nave y le dejaré esta muestra para que la pruebe. Si está conforme se pondrá en contacto con el gobernador y me dejará pasar. —le dije abriendo la bolsa y aspirando el delicado aroma de la aceremea con un gesto de satisfacción.
—Está bien. Una de las patrulleras te recogerá y te traerá a mi nave.
—Nada de juegos. —le advertí— Antes de que puedas hacer nada mi nave volará en pedazos con su preciosa mercancía dentro.
El Kuan asintió con un gruñido y cortó la comunicación. Una vez más sin despedirse. Había que ver lo maleducados que eran aquellos monos presuntuosos. En cuestión de un par de minutos una de las patrulleras dejó de apuntarme con aquellos ridículos cañones láser y comenzó a aproximarse lentamente. Flurnikk, que ya manejaba la nave con la misma habilidad que yo encendió las luces que rodeaban la escotilla para el acople. Un golpe amortiguado en el lateral de la nave fue la señal de que ya podíamos irnos de excursión.
En cuanto avancé por el pasillo, Eudora se me acercó. Había estado trasteando con la impresora y llevaba un mono gris con una banda roja y azul que le sentaba como un guante. Por un momento se me pasó por la cabeza arrinconarla contra la pared, bajar la cremallera de aquel mono y sobar aquellos dulces y jugosos melones hasta que se me desgastasen las huellas dactilares, pero los negocios eran los negocios.
La patrullera era bastante angosta y los kuan no esperaban que fuésemos dos, pero al final nos arreglamos, con Eudora subida en mi regazo en el único asiento disponible la pequeña nave patrullera se desacopló y se internó entre aquel enjambre de acorazados, corbetas y portanaves. La navecilla aceleró ligeramente y Eudora con su mono se deslizó placenteramente por mi regazo. Yo la sujeté por la cintura y ella se giró y me sonrió. ¡Dios como deseaba besar aquellos labios gruesos y jugosos, pintados de un color rojo coral! Con los pilotos concentrados en esquivar las naves de batalla, la ginoide meció sus caderas con suavidad con la consecuencia que ya imaginaréis.
—Por favor, ahora no. —le supliqué en un susurro.
—No sé. —respondió ella adelantando y retrasando sus caderas de nuevo— El caso es que con este mono siento cada uno de los pliegues de tus pantalones y... ¡Oh! ¿Qué es eso? —preguntó a la vez que se levantaba unos centímetros y se dejaba caer sobre mi incipiente erección.
—No eres un robot. Eres una bruja. —susurré a su oído mientras adelantaba mis manos rodeaba su cuerpo y estrujaba sus pechos con fuerza.
—¡Uff ! —suspiró ella— Creí que imitar a los seres humanos sería más divertido. Pero esta comezón no tiene nada de gracioso. Te necesito dentro de mí.
—Pues tendrás que esperar. —dije pellizcando los pezones de la ginoide satisfecho al ver como resoplaba y apartaba su cuerpo lo suficiente como para que lo peor de mi erección hubiese pasado cuando llegamos a la nave insignia de los Kuan.
Un par de Arkeliones uniformados y armados de rifles láser nos recibieron y nos cachearon.
—¿Qué es esto? —preguntó el arkelión señalando el sable laser que colgaba de mi cinturón.
—¡Ah! ¿Esto? —pregunté cogiendo el sable y encendiéndolo a la mínima potencia— Es una sonda láser para medir la temperatura del núcleo de fusión de la nave. Estaba haciendo unas reparaciones y se me olvidó dejarla en la caja de herramientas. —dije devolviéndola al cinturón como si no tuviese importancia.
El soldado me miró con escepticismo, pero al final pareció creérselo. Mientras tanto, el que se ocupaba de Eudora, se demoró unos segundos más revisando con atención el culo y los pechos de la mujer-robot hasta que yo le pegué un empujón. El arkelión se volvió hacia mí cabreado, pero yo le cogí por el cuello y levanté todo su cuerpo en el aire a pesar de la gravedad artificial de la nave.
—No necesito ningún arma para separarte la cabeza del cuerpo. —le dije— Así que no me cabrees.
Un segundo después solté al soldado que cayó de rodillas boqueando. El otro se limitó a observarlo consciente de que su compañero se había pasado y sus órdenes eran llevarnos ante el almirante de una pieza.
Unos segundos más tarde estábamos caminando por un largo pasillo siguiendo la estela de nuestra escolta.
—No hacía falta. Me las podía arreglar perfectamente.
—Lo sé, pero lo he hecho por placer. —repliqué guiñándole el ojo.
Aquella nave, a pesar de ser enorme, parecía repleta. Las cajas de material se acumulaban por todas partes y a cada intersección debíamos dejar paso a escuadrones de Arqueliones, chim-gams y haúres uniformados. Con Eudora siguiendo el movimientos de los copetes emplumados de lo haúres, seguimos hasta la proa donde estaba la sala de mando.
El almirante ni siquiera se dignó a volverse cuando entramos en la sala. Yo tampoco me apresuré a presentarme y me planté pacientemente en el centro de la estancia esperando que el olor de la especia atrajese su atención.
—¿Impresionante, verdad? —empezó el almirante sin girarse y abarcando con sus brazos las más de doscientas naves de todos los tamaños que abarcaban todo el espacio que abarcaba el visor panorámico del acorazado— Cualquiera de ellas capaz de desintegrar ese trozo de chatarra que tienes aparcado ahí fuera.
"Sigue soñando" pensé mientras paseaba la mirada por aquella estancia e imaginando la cara que aquel gilipollas pomposo con su bonita sala de mando llena de cristales y con todas las alarmas de colores activadas.
—En fin. —dijo volviéndose finalmente y deslumbrándome con toda la chatarra que tenía prendida en el pecho— Creo que tienes algo para mí.
—Hola, almirante. —dije adelantándome y alcanzándole la bolsa con unos trescientos gramos de especia.
El tipo intentó que no se le notase demasiado, pero el temblor de sus manos y sobre todo, la profunda bocanada de aire que aspiró al abrir la bolsa de aceremea delataron su interés.
—Sí, es especia... y de la buena. —dijo el kuan intentando reponerse— ¿De cuánta dispones?
—Eso solo le incumbe al gobernador y a mí.—respondí.
—¿Y si decido asaltar tu nave y comprobarlo yo mismo?
—Volará en pedazos y parte de tu bonito acorazado con ella. —repliqué yo— No es la primera vez que trato con uno de vosotros. No vayas a creer que soy tonto.
—Está bien.
—Perdonad, ¿Vais a tardar mucho? Es que tengo una urgencia. —nos interrumpió Eudora poniendo cara de tonta.
—Unklon. —dijo el almirante— Llévatela a ver si deja de dar el coñazo.
Yo me quedé con el almirante que aun porfiaba por conseguir un poco más de la preciada especia, mientras yo me hacía de rogar como una quinceañera caliente.
Los baños de aquella nave eran lo único que no relucía en aquel acorazado. El aroma de la mierda de seis especies galácticas diferentes se mezclaba dando lugar a una atmosfera nauseabunda. Eudora hubiese vomitado si no hubiese carecido de la capacidad para hacerlo. El arkelión entró tras ella y se colocó a un lado de la puerta con las seis manos cruzadas delante de su cuerpo.
En aquellos lugares no había intimidad. Solo había una docena de agujeros oscuros y malolientes pegados a la pared. Eudora se bajó la cremallera del mono y se volvió hacia el arkelión dejando a la vista un tajo de su cuerpo desde el cuello hasta el inicio del pubis.
—¿Te puedes volver? —le ordenó—
—Lo siento, pero tengo órdenes de no quitarte el ojo. —respondió el soldado con una mueca indefinible.
—Muy bien. Pero procura mantener las manos alejadas de donde quiera que tengas la polla. —dijo volviéndose y terminando de bajarse el mono hasta las rodillas.
Evidentemente la ginoide esperaba el movimiento del Arkelión, pero cuando este la agarró por detrás con su media docena de brazos no se resistió. Las manos del alienígena recorrieron su cuerpo, rasposas y frías, pero aun así sus pezones se erizaron y un escalofrió recorrió su columna vertebral.
—¿Te gusta putita? —preguntó el arkelión bajando sus manos por vientre y espalda— Ahora vas a saber lo que es sexo de verdad. No un polvo con esas mierdas de criaturas de dos manos.
Antes de que Eudora pudiese decir nada sintió como los dedos se introdujeron a la vez en su coño su ano y su boca. Eudora sintió como todo su cuerpo se encendía y solo las órdenes que tenía en su memoria la obligaron actuar.
Con el arkelión totalmente distraído, Eudora se agarró el puño y le asestó al soldado un codazo con todas sus fuerzas. De no ser por su esqueleto reforzado, la violencia del golpe le hubiese roto el brazo, pero lo que crujió fue la armadura cornea que protegía el torso del soldado. El arkelión boqueando observó inerme como la ginoide se ponía el mono con parsimonia, se ajustaba la cremallera y le daba una patada en la cabeza que le hacía perder el sentido.
—¡Jódete tú! —le espetó al cuerpo inerte antes de salir en busca de la caja de comunicaciones más cercana.
La encontró en un pasillo a apenas unos metros de distancia y después de asegurarse de que no era el centro de atención la abrió y se conectó a la computadora del acorazado. Cargar el programa le llevó menos de un minuto. El virus se expandiría por la flota con cualquier comunicación que se estableciese entre las naves y en cuestión de cuatro horas estaría toda la flota infectada.
En el puente seguimos discutiendo sobre el protocolo para bajar al palacio del gobernador. El almirante quería que bajásemos con una lanzadera, pero estaba loco si creía que iba a dejarle mi flamante nave nueva al alcance de sus manos. No me resultó difícil convencerle de que con la nave ahorraría viajes y además que con una nave tan pequeña como la mía, nada podría hacer contra aquel enjambre de naves de guerra.
Tras un poco más de persuasión, el almirante enseguida pasó por el aro y lo único que pidió es que uno de sus oficiales estuviese presente en nuestro puente de mando. Parecía que no se fiaba de nuestro pilotaje y temía que le abollásemos una de sus preciosas naves. Me estaba riendo solo de ver la cara que pondría al ver un muncar al mando de la nave, cuando Eudora volvió al puente con el mono manchado con unas cuantas gotas de sangre verdosa. No hacía falta que le preguntase. Al volver sola sabía que lo había logrado. El almirante también lo notó.
—¿Y su escolta?
—Intentó asaltarme en el baño. Debería atenderlo alguien. Esos arkeliones son un poco blandos. —no podía estar más orgulloso de mi obra. La sonrisa sardónica con la que había acompañado el comentario era casi perfecta.
El almirante la miró e hizo una señal a uno de sus esbirros que desapareció por la escotilla para investigar lo ocurrido mientras murmuraba algo así como "putos arkeliones salidos".
En cuanto el almirante se calmó, el ambiente se distendió y pudimos seguir negociando con tranquilidad. Otra bolsa extra de doscientos cincuenta gramos, bastó para agilizar los trámites y en un rato estábamos entrando de nuevo en la nave. El oficial que nos acompañaba era un Kuan con el rango de capitán. El tono ligeramente verdoso de su cara delataban que era tan joven como orgulloso. En cuanto entró en la nave miró a todos lados con un gesto de desdén haciendo hincapié en lo superflua que era la decoración y los acabados redondeados que tapaban los remaches y suavizaban las soldaduras de las distintas estructuras de la nave. En cuanto llegamos al puesto de mando y vio a Flurnikk casi le dio un pasmo. Sus ojos se abrieron aun más si era posible y no pudo evitar hacer un comentario al ver al muncar sentado ante los mandos de la nave.
—Será una broma. ¿Un muncar pilotando una nave?
—Teniente Flurnikk, por favor. Desatraca la nave y dirígete al planeta Unlengburg. —le dije a muncar como si llevase toda la vida en el puesto— Despacio, no queremos asustar a nuestros amigos. —añadí guiñado un ojo al capitán que resoplo irritado.
Poco después llegó Ariadna que no pudo evitar acariciar las cachas de la pistola mientras lanzaba una mirada torva al kuan que no se dio por aludido.
Flurnikk sonrió y siguió mis instrucciones manejando la nave con suavidad y seguridad a pesar de que no era fácil ya que seguían confluyendo naves Kuan de todos los confines del sistema. Siguiendo mis indicaciones esquivó un acorazado que se aproximaba por babor y se coló con elegancia entre dos corbetas.
—Parece que no paran de llegar refuerzos. Estáis formando una flota impresionante—comenté dorándole la píldora.
—Sí —respondió el capitán orgulloso—La novena y la mitad de la décima se nos unirán pronto. Aplastaremos a esas chinches y podremos concentrar nuestros esfuerzos con los Glee. La victoria está cada vez más cerca.
Ariadna no pudo evitar una mueca de desprecio. Aquel mamón estaba aireando los planes de la confederación ante unos desconocidos. Hasta ese punto llegaba la prepotencia de aquella gente. Cada vez tenía más ganas de aplastar aquellos cabeza de bombilla hasta que no quedase nada.
Unos pocos minutos después entró Eudora con un mono nuevo, más discreto y de color oscuro. Ariadna esta vez se mostró bastante tolerante y la felicitó a espaldas del oficial kuan. Por el rabillo del ojo vi como susurraban y se reían. En aquel momento no sabía si era bueno o malo. No tardaría en averiguarlo.
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