Planeta Prohibido. Capítulo 14
14. Quemando motores y destruyendo estaciones
14. Quemando motores y destruyendo estaciones
Me desperté de nuevo con todo el cuerpo agarrotado por el intenso ejercicio. Eudora se había comportado como lo que era... una máquina y prácticamente no había descansado nada. Hasta estuve tentado de usar la potente droga que había sacado de la hembra yuba, pero preferí guardarme ese as en la manga para un ocasión mejor. Fuera, en aquella noche perpetua, nada parecía haber cambiado. Al final Eudora había entrado en razón y nos vigilaba atentamente en los monitores de la nave, preparada para salir en cuanto diesen la orden.
—Pareces cansado. —dijo Ariadna irónica en cuanto nos alejamos unos metros del amarre— ¿Quieres que te lleve la caja de Whisky?
—Me las arreglaré. —contesté lacónico.
Avanzamos por los muelles con aire despistado. El edificio de la comandancia era una nave de hormigón de tres pisos coronada por una torre de comunicaciones con una plataforma acristalada cerca de su ápice. Desde aquella distancia apenas pude distinguir unas oscuras siluetas que se movían en su interior. Le eché un nuevo vistazo rápido aparentando más hastío que curiosidad. Los arkeliones de la entrada del complejo nos miraron, probablemente preguntándose qué les llevaba a dos humanos a pasearse por sus muelles, pero no dieron muestras de alarmarse.
Encontramos a Flurnikk en el mismo lugar que el día anterior. El trabajo había avanzado y el casco de la vieja corbeta presentaba un aspecto mucho menos ruinoso. Aquel tipo era un artista.
—Hola, amigo. Te he traído otro regalito.
—¿Más licor? —preguntó el muncar un poco picado— No soy un borracho. Lo utilizo para cambiarlo por cosas que necesito.
—Pues más Whisky para intercambiar. —repliqué yo—Necesito otro favor.
—No sé. Esto no me huele bien...
Parecía mentira, un puto muncar adivinando mis intenciones. ¿Qué sería ahora? ¿Un chim-gam bailando una sardana?
—Solo necesito que sueltes un amarre. Puedes aparentar un avería. Te he visto Eres suficientemente hábil como para hacerlo. No te comprometerá. Podrás seguir trabajando y tendrás otra caja para trapichear con ella todo lo que quieras.
—Es muy arriesgado...
—Muy bien. Trescientos créditos, ahora. Pero no quiero más excusas. Quiero la nave libre dentro de cuarenta minutos.—dije yo con la vista puesta en la pulida superficie de la nave.
—Podéis confiar en mí. —el muncar cogió el dinero y esta vez no puso más inconvenientes.
Salimos del amarre sin mirar atrás. No sabía si confiar en un muncar listo, pero no le había dicho nada y si era necesario saldría cortando los brazos que unían la nave a la estación, pero me llevaría tiempo y no sabría de cuanto dispondríamos.
Hubiese preferido entrar inmediatamente en el complejo, pero tenía que darle tiempo a Flurnikk para que los guardias que pululaban por el complejo no sospechasen. Nos paramos en uno de los muelles adyacentes y charlamos con el capitán de una pequeña nave que tenían amarrada mientras mentalmente repasábamos el plan.
Como todos los planes que hacíamos Ariadna y yo, su virtud se basada en su sencillez, nada de complicaciones. Mientras más factores intervenían, más cosas podían fallar. Así que rápido y directo a la yugular. Veinte minutos después, Ariadna y yo nos separamos. Con una botella del licor de Saget en la mano avancé tambaleándome directo a los dos arkeliones que hacían guardia a la puerta de la comandancia.
—¡Eh! ¿A dónde te crees que vas?
—Solo quiero ver a Hembog. Íbamos a tomar unas copitss. —dije soltando un eructo alcohólico que obligó a uno de los arkeliones a apartar la mirada.
Ese era el momento que esperaba. Cogí la botella por el cuello y le sacudí con todas mis fuerzas. La botella se desintegró en la cabeza del vigilante. Los arkeliones son bastante fuertes pero su mejor cualidad no es la velocidad así que antes de que el otro vigilante se hubiese girado totalmente ya le había cogido por el brazo que sostenía el pesado rifle láser y le di un rodillazo a la altura de la cintura. El Arkelión se doblo en dos y soltó un suspiro ahogado. Yo aproveché y arrebatándole el rifle le arreé un culatazo que lo dejó sin sentido.
Mi misión no era llegar hasta nuestro objetivo, sino crear todo el jaleo posible que atrajera a los defensores mientras Ariadna se colaba en las estancias del subcomandante y en eso de crear el caos hay que reconocer que yo soy el mejor. Tiré el rifle del arkelión inconsciente al suelo y saqué mi DP12 dispuesto a entrar a saco en el edificio.
Como objetivo secundario, tenía la sala de comunicaciones que estaba en el segundo sótano. Siguiendo el plano que nos había proporcionado Eudora, entré y me dirigí a la derecha. En seguida me encontré con un funcionario que llevaba un montón de discos de memoria. Levanté el cañón de la escopeta y disparé al techo. Solo el estruendo que produjo hizo que aquel chupatintas se desmayara. Le di una patada en la cabeza por si acaso y seguí avanzando. Cinco segundos después, unas luces rojas y un odioso pitido me aviso de que los kuan se habían dado por enterados de mi visita.
—Buen trabajo. —susurró Ariadna a mi intercomunicador— No sé qué coños has hecho, pero hay un montón de chim-gams y arkeliones bajando las escaleras a toda velocidad. Ten cuidado.
—¿Ahora te preocupas por mí? —dije recargando los dos cartuchos que había gastado antes de coger la siguiente esquina a la izquierda y avanzando hasta el hueco de la escalera al final del pasillo.
El ruido de pasos subiendo por los peldaños metálicos me alertó y no me lo pensé asomé la DP 12 por el hueco y disparé dos veces. Oí gritos y un cuerpo que caía. Aproveché la confusión y me asomé para poder apuntar con más precisión. Tres arkeliones intentaban impedir que el enorme chim-gam rodase por las escaleras un par de tramos más abajo. Antes de lanzarme mi lodo creó un motón de pinchos que rodearon mi cuerpo así que supongo que ver a una especie de erizo aullante bajando a enormes saltos por las escalera fue lo que les paralizó los instantes suficientes para que yo crease unos enormes agujeros en sus cuerpos.
El aire apestaba a vísceras y a cordita. Salté por el hueco y bajé los dos pisos restantes de golpe. Ahora que había pasado el efecto sorpresa, un montón de guardias me dispararon todo lo que tenían en cuanto empujé la puerta. Astillas de plástico y metal volaron por todas partes, algunas ensartándose en mis pinchos. Esperé un momento a que la tormenta pasase y asomé la cabeza un instante En el fondo del pasillo había al menos cinco guardias que dispararon sus láseres al asomar el hocico.
No tenía muchas opciones . Podía oír los gritos del resto de guardias que se acercaban por las escaleras, si no hacía algo rápido me encontraría entre dos fuegos. Con un nuevo vistazo pude ver una puerta en frente a unos cinco metros de distancia.
Apunté y disparé contra la cerradura y antes de que pudieran reaccionar me lancé hacia la puerta destruida resbalando por el suelo mientras disparaba la escopeta. Los disparos resonaron en el pasillo y los dos guardias más grandes, dos chim-gams cayeron al suelo en medio de sendos geiseres de sangre. De nuevo los restantes guardias dispararon intentando repeler el ataque sin éxito.
Ahora ya estaba los suficientemente cerca como para no necesitar ser tan preciso con la escopeta. Asomé el cañón por la puerta y disparé hasta que se me acabaron los cartuchos. Esperé una reacción mientras recargaba el arma. Ni una sola réplica. Asomé la cabeza un instante, lo suficiente para ver que sin un lugar dónde cubrirse habían recibido los diez cartuchos de lleno convirtiéndose en una especie de papilla sangrienta azulverdosa.
Saltando por encima de los cuerpos di una patada a la puerta de la entrada de la sala de comunicaciones.
Un último guardia me disparó arrancándome una espina y haciendo un surco en el lodo que cubría mi hombro derecho con su pistola laser. Mi reacción fue instintiva y me lancé sobre él tirándolo al suelo. Cuando me separé dispuesto a arrearle un par de puñetazos sangraba por una docena de agujeros que le habían causado mis púas.
—He llegado a sus despachos. No está dentro. —dijo Ariadna.
—Vale, déjame pensar un momento. —dije mientras descargaba mi escopeta sobre los monitores del la sala de comunicaciones.
Los tres Kuan con rimbombantes uniformes que manejaban el sistema de comunicaciones, miraban desde una esquina como corderitos y se estremecían con cada disparo. Con un gesto les obligué a meterse en un pequeño armario y me agazapé detrás de dos pesadas mesas esperando a los guardias que me seguían por detrás.
—Tiene que estar en el edificio... —dije pensando en voz alta— Ya sé, la torre de control, puede que le hayamos pillado allí.
—Mierda, demasiado fácil de defender. Necesitaré tu ayuda. ¡Rápido! ¡Se nos acaba el tiempo!
En ese momento Tres arkeliones entraron disparando. No tardé mucho en despacharlos y salir corriendo. Dos minutos y tres guardias muertos después estaba a su lado, justo a la entrada de la torre de control.
—Estupendo, más escaleras. —resoplé.
—¿Qué hacemos? —preguntó Ariadna— Seguro que nos están esperando ahí arriba.
—No hay problema. Está vez te toca a ti entretenerlos. —dije disparando a un ventanal y saltando fuera.
—¿Es que no me vas a decir cuál es el plan? —Oí gritar a mi lugarteniente desde dentro.
Eso de la baja gravedad era una pasada. Agarrándome al mango de la ventana aproveché el impulso del salto para elevarme. Con un salto mortal de tres metros aterricé en el techo del edificio.
La torre era un enorme cilindro de unos veinte o veinticinco metros que se ensanchaba con una estructura en forma de disco a unos diez metros del ápice donde estaban ancladas toda una serie de antenas y receptores. La superficie era de hormigón pulido, aparentemente sin grietas. Afortunadamente mis microorganismos salieron en mi ayuda. Aquello empezaba a parecerme demasiado fácil. Era como hacer trampas. Acercándome al otro extremo del techo cogí carrerilla y salté. Aterricé casi a ocho metros de altura y cientos pequeños ganchos se hincaron en el hormigón impidiendo que resbalase.
A continuación puse las piernas bajo el cuerpo y cogí de nuevo impulso una, dos veces más hasta que llegué justo debajo de la estructura de la sala de control. Dentro, Ariadna estaba cumpliendo con su parte y los estallidos y las explosiones retumbaban dentro del edificio.
Con todos los presentes mirando hacia las escaleras mi llegada atravesando el ventanal de la sala de control les pilló totalmente por sorpresa. Los guardas no tuvieron ninguna posibilidad y cayeron como bolos. El resto de los presentes, incluido nuestro amigo el subcomandante, se quedaron quietos, con sus brazos separados del cuerpo en señal de rendición.
—Puedes subir, Ariadna. Todo bajo control.
No esperé a que ella llegase y me abalancé sobre el Kuan, lo cogí por el medallón y lo retorcí hasta que la cadena se hincó en su cuello cortándole la respiración. Cuando Ariadna llegó arriba la cabeza del subcomandante de la estación era de un bonito color púrpura.
—Necesito una información y la necesito ya. —dije.
—No pienso...
Antes de que pudiese decir nada más la cabeza de uno de los controladores voló en pedazos.
—¿Te había dicho que tengo prisa? —insistí— Hace dos días enviaste a una turania en una nave fuera de la estación. ¿Adónde la llevaste?
El labio del kuan tembló, yo encendí el sable láser y se lo acerqué a la cabeza. El calor derritió la suave pelusa que la cubría llenando la estancia con un olor a pollo quemado.
—Y no me mientas porque lo sabré. —añadí.
—No os servirá de nada, está en la base de la sexta flota kuan. —respondió con tono triunfante— En el sistema Olindor. Nadie en su sano juicio intentaría entrar en ese avispero.
—Eso es cosa nuestra. —dije mientras desde la calle se oían el estruendo de los transportes militares que se acercaban.
—Rendíos. Estáis rodeados. —nos ordenó con una sonrisa afectada.
—Lo siento pero tengo muchas cosas que hacer. Ya nos veremos. —repliqué cogiendo a Ariadna por la cintura y saltando por la ventana.
No sé por qué no lo hago más a menudo. La verdad es que me encanta volar. Con Ariadna a cuestas no era tan divertido, pero lo importante fue que pasamos en total silencio por encima de un centenar de Soldados que se abrían paso a todo prisa reventando puertas y creando mayor confusión aun. No teníamos mucho tiempo, antes de que se diesen cuenta de que no quedaba nadie en la comandancia, así que aterricé unos cien metros más allá y echamos a correr en dirección a la nave.
Estábamos a punto de llegar a nuestro muelle cuando un nuevo pelotón apareció en las instalaciones. El instinto de Ariadna nos jugó una mala pasada. En cuanto vio aparecer soldados en vez de parecer otra persona más atareada en los muelles e ir a lo suyo, levantó su rifle láser y abrió fuego derribando a seis soldados. El resto se tiró al suelo un instante, pero enseguida comenzó a abrir fuego.
Afortunadamente ya estábamos cerca de la nave y corrimos a refugiarnos tras su silueta mientras nos dirigíamos a la entrada. A apenas diez metros de nuestro objetivo nos cruzamos con una silueta baja y maciza que a punto estuvimos de tirar.
—¿Qué coños? —preguntó el muncar— Justo antes de ver aparecer por el pasaje a los soldados disparando— ¡Joder!
—Vamos, mueve el culo Flurnikk, si no quieres acabar frito. —grité yo sin parar de correr.
—Pero, y ¿Qué coños?... —repitió— Mi trabajo... Mis cosas...
—Vamos, te contrato como ingeniero de la nave. Y en cuanto a tus cosas tengo whisky de sobra para varias semanas.
—¡Joder! ¡Que ya te he dicho que no soy un alcohólico! —gritaba ásperamente a nuestras espaldas.
En cuanto llegué a la escotilla de entrada me giré y cubrí al muncar mientras este apuraba los metros que lo separaban de la nave con una carrera tambaleante. En cuanto estuvo a mi alcance lo cogí por la el mono y tiré de él. justo en el momento en que se cerraba la puerta de la nave.
—Ha ido por poco. Maldita sea, Ariadna, procura mantener la mano apartada del gatillo.
—Lo siento, me pillaron desprevenida. Yo...
—Bueno, está bien. No pasa nada. —como me gustaba sentirme magnánimo. Para una vez que no era yo el que metía la pata, tenía que aprovecharlo.
Cuando llegamos al puente de mando Eudora ya estaba preparada con los motores en marcha y las armas a punto. El último en entrar fue Flurnikk que no pudo dejar de emitir un silbido.
—Vaya, no está mal este trasto. Igual hasta me gusta el cambio de aires.
—Eudora, ocúpate de los mandos.
—Hola, chata... —dijo el muncar al ver a Eudora con el mono de trabajo ajustándose como un guante a su explosiva figura.
—Flurnikk, deja de hacer el payaso y sígueme. —le dije mientras iba al módulo de armas.
—Vaya, ¿Qué es ese tambor tan extraño en el láser? —preguntó el muncar.
—Siéntate y calla. —le dije mientras ajustaba las miras.
En cuestión de segundos la nave despegó. Los impactos de las armas ligeras apenas se podían oír amortiguados por el grosor del casco. Sabía que no había nada en la estación que pudiera hacernos daño. Con la escasez de armas causada por la guerra, aquel lugar relativamente tranquilo apenas poseía defensas, pero sí podía comunicarse, por lo que aquella era mi prioridad. En cuanto nos separamos ciento cincuenta metros del muelle Ariadna y yo descargamos las armas contra las antenas y la torre de mando.
—¡Joder! ¿Cómo? —exclamó el muncar al ver la cadencia de fuego de los cañones e intuir inmediatamente cómo funcionaban— ¡Qué sencillo! ¿Cómo coños no se le ha ocurrido a nadie antes?
—Ya ves. —repliqué yo— Ahora, ¿Cómo puedo hacer para inutilizar todos esos amarres y evitar que ninguna nave pueda atracar en unos cuantos días?
Antes de que el muncar contestara Ariadna ya estaba disparando a las naves atracadas. La lluvia de chispas y explosiones de aquellas naves indefensas me recordó a Pearl Harbour. Esperaba que no hubiese mucha gente dentro.
—Destruir las naves está bien, pero es fácil despejar los amarres y hay muchos vacíos. Sin embargo, si disparas a esas cajas amarillas que hay a la cabecera de todos los muelles, paralizarás la estación. Sin esos motores las naves no quedan ancladas y es imposible que amarren sin causarse serios daños.
—Perfecto. —dije mientras gritaba a Ariadna y apuntaba a las cajas con una sonrisa.
En cuestión de segundos todos los motores estaban inutilizados y nosotros de camino a un lío aun peor del que habíamos escapado.
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