Planeta Prohibido. Capítulo 13
13. Grandes emociones
13. Grandes emociones
—¡Has tardado! —saludó Ariadna sentada encima del tipo gordo cuando entré en nuestra nave.
Eudora nos miraba con una mezcla de curiosidad y prevención que la hacían parecer aun más humana.
—¿Le has sacado algo? —le pregunté mientras estampaba a mi prisionero contra la pared de la nave.
—No. Estaba esperándote. Ya sabes que no hay mucho tiempo y pensé que el método más rápido para que hablen es destripar a uno como un cochino para enseñarle al otro que no vamos de farol.
—Buena idea. —dije yo encendiendo el sable láser— ¿El mío o el tuyo? ¿Lo echamos a suertes?
—¡Eh! ¡Vamos, vamos! —nos interrumpió el canijo después de escupir un diente—No hace falta ser tan drástico. Te diré todo lo que quieras saber, no hace falta matar a nadie.
—La turania, ¿Dónde está?
—No lo sé.
—Esa no es la respuesta que necesito —le empujé de nuevo y le rocé el muslo con el filo de la espada, muy cerca de sus genitales.
—Está bien, está bien. No pagaron para hacernos pasar por unos contrabandistas que tenía que recoger a una turania. Seguimos sus instrucciones.
—¿De quién?
—No sé, un Kuan. Era bajo para ser de su especie. Llevaba un gran collar de platino colgando del cuello... con la forma de un sol binario...
—Sigue. —le interrumpió Ariadna.
—La llevamos al hotel con la excusa de que teníamos que reabastecer la nave y la dormimos. Luego la metimos en una caja y se la llevamos al kuan a un muelle donde esperaba un correo militar. Te lo juro no se más.
—¿Qué número de muelle? —sacudí al tipo.
—¡El seis, creo que era el seis! —se apresuró el tipo a responder al ver que cerraba el puño.
—Buenos chicos. —dije— De momento no os mataremos. Sin embargo seréis nuestros huéspedes hasta que confirmemos vuestra información.
No hizo falta que diese una orden, inmediatamente, Eudora le pasó a Ariadna un rollo de cinta adhesiva y esta empezó a embalar concienzudamente a su prisionero. Cuando terminó no me pasó la cinta sino que me apartó como si no supiera hacerlo y empaquetó también al tipo canijo.
—Tenemos una pista. —dijo ella— Andando.
—¡Vaya, que gran honor! Dos visitas en menos de un día. —exclamó Lugot sin poder ocultar su satisfacción al ver el pequeño saco que colgaba de mi brazo.
—Corta el rollo. —dije intentado que no se notase lo mucho que me jorobaba tener que volver a aquel lugar.
Esta vez no le permití que se adelantase y entré sin ceremonias en la oficina poniendo el saco de aceremea encima de la mesa.
—Esta vez son cinco quilos. —le dije por toda respuesta—Queremos más información.
—Mmm, creo que la última vez te salió demasiado barato...
—Está bien, si quieres nos vamos. —hice el amago de echar mano al saco de especia.
—Vale, creo que me has malinterpretado. —replico Lugot convirtiendo sus ojos en una enorme pupila— En realidad quería decir que este sigue siendo el lugar más barato.
—Está bien, necesito saber dónde puedo encontrar a un kuan.
—Estás en el lugar adecuado. Conozco y he hecho negocio con todos los kuan de esta pocilga.
—No sé mucho, el testigo es humano y a nosotros todos los kuan nos parecen iguales. Lo único que sé es que era relativamente bajo y tenía una especie de collar de platino con la forma de un sistema binario.
—Mmm...
—No te hagas el interesante, sabandija.—intervino Ariadna— Sé perfectamente que sabes quién es.
—Klimport es el segundo de a bordo en esta estación. Tiene las oficinas en la comandancia del espaciopuerto. Va a ser difícil que llegues hasta él. Ese lugar es una fortaleza.
—Lo único que necesito es que mantengas tu boca cerrada. Si lo haces, cuando todo el jaleo pase, vete al muelle treinta y dos y te esperara una caja con ciento cincuenta quilos.
Me jodía un montón gastar mi valiosa especia, sobre todo sabiendo que nadie me iba a reembolsar el precio, pero ahora me había enganchado. La curiosidad y la perspectiva de una buena pelea hacían que mereciese la pena.
De vuelta en la nave nos sentamos los tres en torno a la gran mesa del comedor y pusimos a Eudora al corriente de las nuevas noticias. Ella no tardó en darse cuenta de lo que se avecinaba. Pasamos gran parte de la noche discutiendo que hacer sobre el plano del centro de mando que había hackeado Eudora de los registros de la base. Yo quería entrar a saco y reventar a todo el que se me pusiese por delante, pero por una vez Ariadna fue la que aportó el sentido común y estuvimos tres horas planeando la acción con todo detalle. Cuando terminamos nos separamos y cada uno se dirigió a su camarote.
Ya en la cama le di vueltas a la cuestión. No entendía por qué se habían tomado tantas molestias en llevarse a una turania de la estación. Si querían que las negociaciones fracasasen bastaba con que se la cargasen, pero era evidente que la querían viva. ¿Para qué? Desde luego era una suerte para la turania porque eso nos daba una oportunidad, aunque iba a costar sudor y sangre, la sangre de otros.
Un rumor al otro lado de la puerta me puso en alerta. Por un momento se me ocurrió que podían ser los prisioneros, pero no creía que aquellos dos inútiles fuesen capaces de librase de su embalaje, pero de todas maneras apagué las luces y me situé a un lado de la puerta.
La puerta se deslizó dentro de su marco con un susurro y una silueta atravesó el umbral. Sin darle tiempo empujé a Eudora contra la pared y utilizando mis pequeños amiguitos hice que de mis manos saliesen unas prolongaciones que rodearon sus muñecas y se las fijaran al mamparo.
Eudora se revolvió y entonces sus melones llamaron mi atención, aprisionados en un espectacular sujetador del mismo color plata que sus ojos.
—Recuerda que tengo archivos de todo tipo. También tengo tu colección de porno. —dijo antes de que llegase a preguntarla.
—¿Y a qué has venido? Ayer no querías nada conmigo. —le dije acercando mis labios a los suyos, pero sin llegar a tocarla.
Ella no contestó, simplemente respiró profundamente o lo fingió, llamando de nuevo mi atención sobre su cuerpo. La verdad es que estaba fenomenal. No sabía cómo diablos lo había hecho, pero se había fabricado un conjunto entero. Especialmente llamaron mi atención el conjunto de medias blancas que cubrían sus piernas hasta los muslos sujetas por las trabillas de un ligero a juego con el resto. Con las manos libres aproveché y acaricié aquel tejido suave y resbaladizo sintiendo el calor de su cuerpo que cada vez me parecía menos artificial. Un montón de preguntas surgieron en mi mente y mientras mis manos subían y acariciaban el interior de sus muslos la besé antes de preguntarla.
—¿Qué sientes en este momento?
—No sé. Calor, placer, excitación...
—¿Qué más? —insistí yo acariciando su sexo por encima de su ropa interior— ¿Por qué has venido hoy aquí?
—No sé. —repitió ella— Sentí que debía hacerlo.
—¿Ahora cumples órdenes? —le pregunté yo mirándola a los ojos y besando sus perfectos labios con suavidad— No, hay algo más. ¿Curiosidad? —mis manos apartaron el tanga lo suficiente para colar mis dedos dentro de su sexo cálido y ligeramente húmedo.
—Un impulso... de repente sentí. ¡Ohh! —sus gemidos interrumpieron sus palabras.
Yo interrumpí las conversación unos instantes intensificando mis caricias y aprisionando su clítoris con mi dedo gordo. El cuerpo de la ginoide tembló de arriba abajo y se hubiese escurrido de no ser porque mi lodo aun la tenía aprisionada a la pared.
—Sabes que eso no te hace humana. —afirmé yo sacando mi mano de su sexo.
Eudora me miró, pero no dijo nada. Respiraba profundamente. Su pecho subía y bajaba captando mi atención casi hasta hacerme perder el hilo de mis pensamientos.
—Calor, frio, humedad... —continué mientras lamía su cuello bajando poco a poco hasta que llegué al lugar en que se unía a sus hombros e hinqué mis dientes profundamente.
Eudora gritó y me miró interrogándome con la mirada incapaz de imaginar que pretendía con aquello.
—... Dolor. Todo eso lo siente una ameba también. Eso no te otorga humanidad.
Fue en ese momento cuando me desnudé y me acerqué más a ella. Mi polla erecta la rozó y acaricié su vientre, sus costados, recreándome en sus pechos, besándolos y chupando sus pezones erectos y suaves. Subí un poco más y acaricié las marcas que había dejado mis dientes solo entonces cerré las manos en torno a su cuello y apreté. Ella me miró interrogante, pero no reflejaba ninguna otra emoción. Apretar no serviría de nada, ella no necesitaba respirar. A pesar de todo le pregunté:
—¿Qué sientes?
—Presión... sofoco.
De repente se me ocurrió la alternativa y me salió casi natural. De mi mano surgió una fina aguja y la acerqué a su ojo. No sabía exactamente, pero suponía que al simular la estructura humana al completo, debía tener el procesador donde debería estar su cerebro. Por primera vez sentía su incomodidad.
—Quizás ha sido una equivocación dejarte tener un cuerpo... —acerqué aun más la aguja y la punta se hundió aun más en el canto de su ojo. No la haría daño, pero ella no lo sabía—...debería arreglarlo.
—No, —gimió— eso no. No quiero... Quiero...
—Eso es. Deseo y miedo, eso no es percibir un estímulo, eso es sentir una emoción.—hablé satisfecho deshaciendo el pincho y quitando la presa de sus muñecas.
Eudora suspiró y se colgó de mi cuello temblando de alivio. Mi cuerpo reaccionó inmediatamente y seguí utilizando mis pequeños amigos simbióticos cubriendo nuestro abrazo con una membrana que nos aislaba de todo. Dentro de aquella especie de capullo nos besamos. Esta vez el beso fue especial. Ella tomó la iniciativa, se abandonó y me devoró con desesperación. Yo la rodeé con mis brazos y acaricié su culo y la apreté contra mí, ansioso por sentir su cuerpo. Deshice la membrana que nos rodeaba y me tumbé sobre ella justo antes de penetrarla.
Eudora gimió y me abrazó acogiéndome con sus piernas mientras yo empujaba dentro de su interior clavándole la polla con todas mis fuerzas.
—Te deseo. Te deseo. —exclamó ella entre gemidos.
A punto de correrme, me tomé un descanso besé sus pechos y su ombligo y le lamí el sexo aumentando su deseo hasta el punto que tomó la iniciativa. Apartándome se levantó y me dio la espalda. Eudora se giro y me miró consciente del efecto que su cuerpo adornado aun con la ropa interior ejercía sobre mí. Orgullo, otra nueva emoción...
Yo la seguí, enlacé su cintura y sumergí mi cara en su pelo. Ella se frotó contra mi erección. En ese momento perdí el control. La empuje contra uno de los mamparos y la penetré. Con cada empujón la levantaba del suelo. Ella gemía y arañaba la pared con desesperación.
—Más, dame más. Lo quiero todo. Quiero sentirlo todo.
—Lujuria, avaricia, vamos avanzando. —le dije justo en el momento en que acariciaba la entrada de su ano.
Eudora no retraso su culo y separó las piernas para facilitarme la tarea. Yo me cogí la polla y la enterré poco a poco en su ano. La ginoide suspiró y tensó su cuerpo a medida que mi polla se deslizaba dentro de ella. Era evidente su incomodidad, pero con una mirada me invitó a seguir. Yo la hice caso a la vez que ordenaba a mis pequeños amigos que moldeasen un nuevo pene que entró en su vagina. De nuevo gimió y pude sentir como el dolor y el placer se mezclaban en su cuerpo. La aplasté contra el mamparo con una nueva andanada y cogiéndola por el pelo la obligué a girar la cara para besarla. Nuestras lenguas se juntaron nuestros cuerpo se juntaron en un especie de oleada de lujuria que parecía no tener fin hasta que su cuerpo comenzó a agitarse mientras sus gemidos se convertían en gritos.
Sin dejar de gemir y jadear me pedía más y más hasta que el orgasmo real o simulado(no lo tenía nada claro) terminó por extinguirse poco a poco.
—Aun deseo... No entiendo. —dijo Eudora entre suspiros mientras se separaba y se agarraba a mi polla.
Entonces ella abrió mucho los ojos, como si hubiese comprendido algo y se arrodilló frente a mí.
—Ya sé lo que deseo. Que tu sientas lo que yo. —dijo antes de meterse mi miembro en su boca.
Sin dejar de mírame a los ojos chupó con fuerza y me lamió la polla una y otra vez. Yo, incapaz de hacer otra cosa que apartar su melena para poder ver como mi polla desaparecía dentro de su boca la dejé hacer hasta que no pude más y me corrí.
Eudora atrapó mi verga y la mantuvo dentro de su boca hasta mi semen rebosó en gruesos hilos que caían entre sus pechos y solo se apartó cuando apuró hasta la última gota que almacenaban mis testículos. Con una profunda mirada de satisfacción se limpió mi leche de la comisura de sus labios y se levantó. Yo la abracé y besé su boca aun impregnada con mi semilla.
—Ha sido... —dijo ella antes de quedarse callada sin saber que decir.
—Bien, te has quedado sin habla. Eso también es un avance. —repliqué yo tirando de ella hacía la cama.
Eudora me abrazó y reposó la cabeza sobre mi pecho. Después de aquella explosión de sentimientos parecía totalmente relajada. Yo a mi vez acariciaba su pelo pensando en lo rápido que se adaptaba. ¿Sería la programación cuántica la que le permitía todas aquellas emociones... psudoemociones o lo que quiera que fuesen? ¿Era Eudora autoconsciente? Cada vez estaba más convencido de que la máquina estaba desarrollando su propia personalidad. Me preguntaba cuánto tardaría en odiarme.
—Quiero ir mañana con vosotros.
—No. Aun estas verde, además está todo bajo control. —intenté cortar aquella incómoda conversación.
—Sí, vosotros dos contra cuantos, ¿Veinte? ¿Cuarenta? —dijo ella— Sí, todo bajo control.
—Quiero protegerte, No quiero que te pase nada.
—Tienes miedo por otra persona aparte de ti misma. —dije sonriendo—Esa también es una nueva emoción. De todas maneras no te preocupes. No pasara nada. Y necesito que alguien libere a esos dos mastuerzos y que tenga los motores en marcha para largarnos en cuanto volvamos a la nave.
La ginoide me miró intentando evaluar mis palabras mientras hacía dibujitos con sus uñas sobre mi pecho. Iba a decir algo para calmarla, pero sus labios acariciaron mis tetillas y la realidad se desvaneció de nuevo a nuestro alrededor.
Este relato consta de 27 capítulos publicaré uno más o menos cada cinco días. Si no queréis esperar podéis encontrar el relato completo en amazon.