Planeta Prohibido. Capítulo 12
12. Un muncar listo, lo nunca visto
12. Un muncar listo, lo nunca visto
Durante toda la noche barajé acercarme a Eudora y ordenarle que me acompañase al camarote, solo por saber hasta qué punto la computadora estaba dispuesta a desobedecerme, pero ya tenía suficientes problemas como para ahora poner a prueba o generar un conflicto de intereses que acabasen atascando sus conexiones lógicas. Así que opté por no volver a pensar en ello y dormir como un tronco.
El descanso me sentó bien y aquella mañana... o tarde... o noche, me levanté fresco como una lechuga. Cuando llegué al puente, Ariadna ya me estaba esperando con evidente nerviosismo. Aun no era hora de la cita, pero sabía que no podía mantenerla en casa por más tiempo, además aun tenía que hacer algo antes de pasarnos por aquel asqueroso tabernucho.
—Vamos, se nos hace tarde.
Ariadna no preguntó y ansiosa por hacer cualquier cosa menos quedarse parada se apresuró a acompañarme.
—¡Oh, qué grata sorpresa! Se acercó el rancor antes incluso de que pasásemos al interior de sus dominios.
No sabía que un rancor también pudiese parecer servil, pero aquel tipo era un artista. Casi me convencía con su actitud. Entendía por qué Saget le tenía al cargo de sus operaciones allí.
—La verdad es que he estado pensando en tu oferta y puede que sí que puedas ayudarme con un problemilla.
—Por supuesto. Sígueme por favor. Supongo que no querrás hablar en presencia de extraños.
La oficina era un pequeño cubículo de cristal y fibroplástico negro, con una pequeña mesa de metal, una silla para los clientes, un ordenador y una estantería llena de paquetes de memoria cuidadosamente colocados por orden cronológico. Nada más; ni una maceta, ni una pecera con los típicos grooks que tenía todo el mundo en la galaxia. Todo lo que había estaba dedicado al trabajo, Lugot ni siquiera tenía un asiento adaptado a su anatomía. Los Rancor podían encajar las articulaciones de manera que podía sostenerse sobre sus seis patas sin gastar energía y por tanto no la necesitaba.
Le lancé una mirada desinteresada y me senté en la silla despreocupadamente dejando a Ariadna de pie tras de mí.
—Y bien, ¿Qué puedo hacer por ti, Marco? —preguntó el rancor colocándose tras la mesa.
—Verás, había quedado aquí con una turania, ya sabes. —dije dibujando con mis manos la silueta de la alienígena sin olvidar el perfil de los tres pares de pechos— Nunca he follado con una y me gustaría añadir ese cromo a mi colección.
—Ya, ya. —replicó el rancor mirando a Ariadna que probablemente estaría poniendo los ojos en blanco justo detrás de mí
—En fin, el caso es que no logro dar con ella. Nadie en ese tabernucho que hay al fondo del barrio de las aduanas, donde habíamos quedado, parece haberla visto y temo que le haya pasado algo. —dije ignorando a mi lugarteniente.
Sabía perfectamente que la veracidad de mis declaraciones le traía al mercachifle sin cuidado, solo pensaba en el beneficio. Así que cuando se tomo tiempo para contestar le sostuve la mirada con el mismo tono relajado y una sonrisa complaciente en la cara.
—Yo estoy muy ocupado aquí, pero conozco a cierta persona a la que no se le escapa nada. Trabaja en uno de los muelles de amarre y ve a todo el que entra y sale de este lugar, pero es un tipo difícil... —dijo el rancor con ocelos calculadores.
—Vamos, déjate de coñas y dime un precio.
—No sé. —un rancor siempre sabe hacerse de rogar.
Yo no tenía demasiada prisa, pero por el rabillo del ojo pude ver el ligero temblor de los dedos de Ariadna justo al lado de la empuñadura de la pistola láser, así que me dejé de tonterías y puse un saquito de tela encima de la mesa. No hacía falta abrirlo, el intenso olor de la aceremea inundó el pequeño cubículo haciendo que las pupilas del rancor se volviesen dos finos alfileres.
—¿Bastará esto para convencerle?
—Creía que la habías vendido toda. —dijo el rancor sopesando la bolsita con sus pinzas—¿Cuánto hay ahí dentro? ¿Dos kilos?
—Dos y medio. ¿Bastarán para convencer a ese tipo? —insistí.
—Mmm, me temo que no es el tipo de producto que el aceptaría. —contestó el rancor husmeando el saco con evidente deleite.
—Pues que la cambie por lo que quiera, ¿No es esto un zoco? Que encuentre lo que quiere y lo cambie. No creo que resulte un problema.
—También puedes darme la especia y yo te daré exactamente lo que quiere. Créeme, si él no sabe de la turania, nadie en esta estación tendrá ni idea.
Salimos del almacén de Lugot con una caja del Whisky de Saget, el mejor, según él, aunque no pasaba de ser un poco mejor que el meado de gato. Esperaba que Aquella sabandija no me hubiese timado o le arrancaría todas sus extremidades como a un langostino.
Los muelles hervían de actividad a aquella hora. Tipos de todas las razas y colores se afanaban en torno a las naves atracadas en ellos, cargando y descargando mercancías, reparando amarres e inspeccionando naves de mercancías.
Me acerqué a un arkelión que parecía darse aires y mirar a su alrededor como si todo aquello fuese suyo. El tipo me miró durante unos instantes antes de volver a fijar su mirada en la actividad que desarrollaba a su alrededor y no volví a ser su centro de atención hasta que lo interpelé:
—¿Sabes dónde está Flurnikk?
—¿Eh? ¿Y para qué quieres verle?
—Necesito hacerle un par de preguntas. Tranquilo no le haré perder mucho tiempo. —respondí dejando un puñado de créditos en la mano del arkelión.
—Muelle trece, por la derecha. —dijo antes de olvidarse de nosotros.
Siguiendo a Ariadna casi a la carrera, avancé por un corto pasillo de hormigón, sorteando charcos aceitosos con la caja a cuestas. En el muelle había amarrada una pequeña corbeta, evidentemente dedicada a la piratería. Nos deslizamos por el lateral de la nave, observando con mirada crítica las cicatrices de aquel trasto y buscando a nuestro confidente. Unos martillazos y las chispas procedentes de la popa nos indicaron a dónde dirigirnos.
— ¿Flurnikk? —pregunté a la figura menuda que ocultaba casi toda su cara bajo una máscara de soldador.
—Sí, soy yo. —contestó el aludido quitándose la máscara.
—¡Ah, vamos! ¡Un muncar! —exclamó Ariadna con desesperación.
—¿Tienes algún problema? —se apresuró el alienígena a preguntar a su vez.
Ariadna iba a decir algo, pero me apresuré a taparle la boca con la mano. Aquel muncar había contestado inusualmente rápido para los de su especie. Aquel tipo no era un muncar normal.
—Perdona a mi asistente, No suele tener prejuicios, pero una vez uno de los tuyos le hizo proposiciones... —dije negando con la cabeza— Fue horrible.
—Ya, ya. ¿Ahora es cuándo vas a decirme para que has venido y si tiene algo que ver con esa caja? —preguntó Flurnikk con ojos avariciosos.
—Ya sé que es una indiscreción, pero antes que nada, ¿Puedo preguntar cómo un muncar es capaz de adivinar lo que hay dentro de esta caja? Es la primera vez que veo a uno de los de tu especie haciendo algo más que fregar el suelo de un bar para después beberse el contenido del cubo.
—Sí, bueno. También entre los de mi especie hay anomalías genéticas. —contestó el encogiéndose de hombros.
—Así que eres la desgracia de la familia. —comenté con ironía antes de ir directamente al grano.
A pesar de ser especialmente listo para ser un muncar, no dejaba de tener los mismo instintos y el tintineo de las botellas de licor dentro de la caja era como un imán para él.
—Dicen que nada de lo que pasa por aquí se te escapa. Y si me respondes a una pregunta esa caja y unas cuantas más que te esperan en el almacén de Lugot serán tuyas.
—Adelante, dispara.
—Una turania. Debió de llegar hacer tres o cuatro días. ¿La has visto?
—Sí. ¿Cómo olvidar esos tres pares de tetas? —respondió el muncar relamiéndose— Llegó en un pequeño mercante y la vinieron a recibir al muelle un par de los tuyos...
—¿De los míos?
—Dos humanos.
—¿Los conoces? —intervino Ariadna.
—No, pero sé dónde fueron. Están en el Gravitón. Chanchik me dijo que se hospedan allí.
—¿Chanchik? —pregunté yo.
—¿Te has dado cuenta de que para la mayoría de vosotros somos invisibles? Y no todo son inconvenientes. No hay nada que pase en este agujero del que yo no me entere. Esos dos tipos se llevaron a la Turania a esa pensión y Chanchik no ha vuelto a verla desde que entró en su habitación.
—¿Y los dos acompañantes?
—Llevan dos días bebiendo y follando como si no hubiese un mañana. Recorriendo todos los garitos y mostrando a todo el que duda sus bolsas llenas de créditos.
—Está bien. Coge la caja. Te la has ganado. —dije acercándole la caja con el pie antes de despedirme.
Cuando las tripulaciones pertenecían a una nave incómoda o querían llevarse a una amiguita a un lugar barato y no demasiado sucio elegían el Gravitón. Comida decente, camas cómodas y baños no demasiado sucios, eran el mejor reclamo para tener una abundante clientela.
—¿Una turania? —dijo el rurcano que se afilaba las garras detrás de la mesa de recepción— ¿Como no me voy acordar? No me extraña que fuesen necesarios dos de los vuestros para satisfacerla. Esas turanias son demasiado, he oído que pueden aguantar horas follando. —añadió relamiéndose el labio superior.
—La verdad es que sus amigos nos han mandado para que les relevemos. ¿Puedes darnos el número de habitación?
—Vera, somos un establecimiento discreto...
—Y no lo dudo, pero somos personas de confianza, ella nos está esperando. —dije dejando un puñado de créditos en el mostrador.
—Habitación treinta y seis, al subir las escaleras, el pasillo de la derecha, última puerta a la derecha. —dijo el recepcionista recogiendo el dinero apresuradamente.
Sin despedirnos, nos alejamos en dirección a las escaleras. En el pasillo nos cruzamos con una muncar que barría el suelo con tal concentración que no se daba cuenta que había cogido la escoba al revés. Sin tiempo para poner los ojos en blanco, Ariadna se adelantó y llamó a la puerta varias veces.
Nadie contestó.
—Quizás esté atada y no pueda contestar. —dije yo.
—Tienes razón. —dijo Ariadna apartándose lo justo para dar una patada que sacó la puerta de sus goznes.
—Veo que la gravedad artificial de la nave hace milagros. —dije observando la puerta de plástico barato partida prácticamente por la mitad.
Ariadna no me contestó y entró en la habitación. No tardamos mucho tiempo en registrarla. Una turania de un cuarto de tonelada no podía esconderse debajo de la cama, ni en aquellos armarios esqueléticos. Allí no había nadie.
—¡Mierda! ¿Y ahora qué? —dijo Ariadna mientras salíamos de la habitación.
—No sé... Desde luego no ha podido salir por ese ventanuco. —comenté señalando la pequeña ventana que dejaba pasar un mortecino haz de luz.
Deshicimos nuestros pasos justo en el momento en que vi a la muncar, que seguía frotando el suelo aparentemente ignorante de los destrozos que habíamos provocado.
Ariadna iba a decir algo, pero la acallé con un gesto y me arrodillé junto a la muncar.
—Hola, ¿Eres tu Chanchik? —le pregunté.
La alienígena se lo pensó un instante, bueno más bien un par de minutos, antes de asentir lacónicamente.
—Soy amigo de Flurnikk, ¿Sabes de quién te hablo?
Otros dos minutos...
— Flurnikk, sí. —contestó y escupió al suelo con rabia sin dejar de arar el suelo con el mango de la escoba— No amigo. Cerdo.
—Vaya, esto sí que es bueno. Una muncar con sentimientos. —dijo Ariadna antes de que levantase la mano para interrumpirla.
—La turania. La de esa habitación. —dije señalando la puerta rota— ¿La has visto salir?
—No, no la vi. —contestó la muncar.
—¿Cómo es posible? —pregunté más para mí mismo que a la muncar.
—No verla porque ir dentro de caja. —respondió cuando ya estaba a punto de volverme a Ariadna par encogerme de hombros.
—Dentro de una caja. Los dos... como vosotros. —dijo tras pensarlo otros treinta segundos—Se la llevaron.
—¡Mierda! —exclamó Ariadna de nuevo. Ahora sí que la hemos jodido.
—No del todo. Los armarios aun tienen ropa. Si no me equivoco, los humanos despacharon a nuestra amiga y luego se quedaron a fundir los créditos tan duramente ganados. —repliqué yo arrastrando a mi amiga a un rincón oscuro al otro lado de las escaleras y dejando que la muncar siguiese con su labor.
—¿Y ahora qué? —preguntó a Ariadna.
—A esperar. —contesté sentándome en el suelo.
La espera se me hizo especialmente larga sobre todo teniendo el cuerpo de Ariadna a mi lado. Al aspirar su aroma mezcla de jabón y algo parecido al jazmín no pude evitar recordar los pocos días en los que nuestra relación fue amistosa, por no decir ardiente. Aun recordaba la forma tan intensa que tenía de follar. Me senté y disimulé como pude mi erección mientras dejaba pasar el tiempo.
Increíblemente, la muncar pareció darse por satisfecha con su tarea y se alejó escaleras abajo. Dejando el suelo de plástico lleno de marcas y la puerta rota en el medio del pasillo.
El hotel no parecía estar muy lleno ya que nadie apareció en toda la noche. Estábamos a punto de abandonar aquella espera cuando oímos unas voces provenientes de la escalera. Antes de que yo reaccionase, Ariadna ya estaba de pie, esperando como un depredador en las sombras.
Yo, sin apresurarme me levanté y me sacudí los pantalones antes de que los tipos apareciesen. Para estar cocidos estaban sorprendentemente alertas. En cuanto vieron la puerta rota de la habitación salieron corriendo cada uno en una dirección. Ariadna siguió a un tipo alto y gordo escaleras abajo mientras yo me lanzaba tras el canijo que se escurría en dirección a su habitación.
—¡No me hagas correr o te juro que te...! —dije mientras salía disparado tras él.
El tipo era rápido, pero yo tenía la ventaja de la fuerza y en pocos segundos estaba tras su estela. En cuestión de segundos saltó por encima de los restos de la puerta y se dirigió hacia la ventana. Antes de que pudiera hacer nada la abrió y saltó al exterior.
Yo ni lo intenté. Aquel tipo era un jodido contorsionista. Yo no cabría por allí ni tras un mes de dieta estricta. Dándome la vuelta salí al pasillo. Al llegar había visto que en el medio de la fachada había unos pequeños balcones. Tiré la puerta de la habitación de al lado, abajo y suspirando abrí las puertas del balcón justo para ver cómo el tipo desaparecía en la siguiente esquina. Resoplé y salté a la calle.
La baja gravedad y las membranas de mi lodo que se extendieron entre mis brazos y mi tronco, me permitieron echar a correr prácticamente al tocar el suelo. Afortunadamente, a aquellas horas no había casi gente por la calle y no me costó nada encontrar al tipo al doblar la esquina, corriendo como alma que llevaba el diablo. Me hubiese gustado derribarlo de un tiro, pero lo necesitaba vivo, así que comencé a correr a grandes zancadas ayudado por la baja gravedad de la estación. No tardé en acercarme poco a poco hasta que a punto de agarrarlo, de nuevo se escurrió dentro de un garito.
Al contrario que la calle, este estaba abarrotado. Miré a todas partes hasta que le vi hablando con un Chim-gam enorme que probablemente hacía de segurata. No hacía falta oír lo que le había dicho. La reacción del tipo echando mano a su pistola laser fue inequívoca.
No tenía tiempo de dar explicaciones cogiendo el sable laser di un salto, tire a dos baaranas que charlaban como cotorras contra el Chim-gam que se desequilibro justo cuando apretaba el gatillo. Su primer disparo se fue al cielo y no tuvo tiempo de hacer un segundo porque ya le había cortado limpiamente uno de sus brazos. El segurata se agarró lo que le quedaba del muñón intentando restañar aquella sangre verdosa que chorreaba a raudales y tras apartarlo de mi camino, me lancé sobre el mequetrefe. Desesperado, me miró y luego miró a su alrededor buscando una salida que no existía. Solo tenía una oportunidad, pero esta vez yo fui igual de rápido. Antes de que se pudiese colar en el baño lo cogí por el cuello y lo estampé contra el suelo.
—Ahora vas a venir conmigo. ¿Entendido?
Este relato consta de 27 capítulos publicaré uno más o menos cada cinco días.