Planeta Prohibido. Capítulo 11
11. Odio las causas justas
11. Odio las causas justas
Pocas veces acierto con mis intuiciones, pero en este caso no me equivocaba para nada. Por fin Ariadna me dirigía la palabra y era para decirme que Kallias me necesitaba.
Dentro de nuestro acuerdo para cederme temporalmente a Ariadna había una cláusula en la que el coronel podía reclamar mi ayuda si la necesitaba y parecía ser que tenía un trabajillo para nosotros. El caso es que es a lo que me dedico y no me molestaría echarle una mano si no fuese porque hacer un favor a ese hombre significaba mucho riesgo y poca recompensa. Eso es, volvería a ser un jodido héroe. Después de la batalla de Ellgas se me habían acabado las ganas de recibir medallas, y si hubiese tenido una oportunidad me hubiese escaqueado, pero sabía que si lo hacía, perdería a Ariadna para siempre, así que hice de tripas corazón y le pregunté que quería de nosotros nuestro amigo el coronel.
Ariadna no se anduvo con rodeos, el tiempo apremiaba. La resistencia contra el imperio Kuan, que llevaba varios meses desangrándose en peleas intestinas, por fin se había dado cuenta de que lo primero era acabar con el imperio opresor antes de dilucidar quién sería el siguiente sátrapa. Y todo aquello lo había conseguido una turania llamada Urglur, después de pasearse toda la galaxia, prometiendo, conquistando, explicando y amenazando. Finalmente había conseguido que los principales representantes de las distintas facciones se reuniesen en un lugar secreto, pero el espionaje Kuan se había enterado de su existencia y necesitaba llegar a su destino de una forma discreta... y eso era mi especialidad. Daba igual que fuese especia o un ejército de calamares espaciales, no dejaba de ser contrabando.
Urglur nos esperaba en una estación fronteriza donde la recogeríamos y la llevaríamos antes de que los conferenciantes se partiesen la cara unos a otros.
Federación-7 era otra de las estaciones fronterizas Kuan. Como todas las que había visto hasta ese momento, eran una especie de zocos donde con la escusa de anclar las naves en el espaciopuerto para reabastecerse, se comerciaba con todo tipo de mercancías, legales o no. En aquella estación, relativamente alejada de los focos más calientes del conflicto, los Kuan solo estaban allí para hacer la vista gorda a cambio de un porcentaje y apenas hacían controles para mercancías y personas.
Aquella estación, al contrario que Federación-13, era totalmente artificial y orbitaba entorno a un gigante gaseoso del que se aprovisionaba de energía y materias primas e iba creciendo según las necesidades, añadiendo módulos de forma más bien anárquica dándole al conjunto la forma de una especie de zurullo anular e irregular que destellaba irregularmente a la luz de una vetusta enana roja que debía estar allí casi desde el principio de la creación.
En cuanto llegamos, atracamos sin problemas. Nadie preguntó de dónde veníamos, a dónde íbamos y qué demonios llevábamos. Esta vez no me olvidé de las armas y cogiendo la Dp 12 y mi sable láser salí con Ariadna y dejamos a Eudora en la nave ya que no estaba aun preparada para encontrarse entre aquella multitud.
La estación estaba formada por módulos unidas por pasadizos de fibroplástico transparente que mantenían una atmosfera respirable. Nos deslizamos por los estrechos pasadizos, abarrotados de gente de todas las razas de la zona. Toda aquella gente estaba reunida en pequeños corros y hablaba nerviosamente, mirando a su alrededor en tono conspirativo. No me sorprendió demasiado. Aquellos lugares eran nidos de ladrones contrabandistas y espías. Y eso era lo que más me gustaba de aquellos lugares, se podía oler la tensión y eso era lo que más me ponía, eso y la multitud de mujeres de todas las razas posibles de la galaxia. No podía evitarlo, mis ojos se iban a todas partes buscando curvas, miradas, actitudes... Y al parecer nosotros también estábamos generando el mismo interés. Tanto Ariadna como yo estábamos acostumbrados a ser objeto de miradas de mal disimulada curiosidad. Los humanos no eran frecuentes en el imperio Kuan y siempre levantábamos recelos al saberse que la mayoría éramos mercenarios. De todas maneras no bajaba la guardia y mantenía la mano cerca de la escopeta por si la cosa se complicaba. No sabía con qué podríamos encontrarnos.
—Esto me huele mal. —dijo Ariadna acariciando la culata de su pistola láser con nerviosismo— Es como si estuviese a punto de pasar algo. ¿Habrá llegado alguna mala noticia?
Yo, entretenido en imaginar lo que había debajo de aquellos trajes variados y multicolores, aquellos pelajes tupidos y aquellas plumas iridiscentes, no había notado nada, pero había aprendido a tener en cuenta las intuiciones de mi compañera y no pude evitar sentir como se me erizaban los pelos de la nuca.
Los tubos de conexión desembocaron en una enorme burbuja que constituía el centro comercial de la estación. Como siempre después de las oficinas del gobernador Kuan el segundo edificio más grande del lugar era la concesión de Saget en la estación, aunque evidentemente no tenía el estilo de los edificios donde él solía actuar. La estructura tenía toda la pinta de un almacén y una enorme puerta por la que un río continuo de personas y mercancías entraban y salían. Ignoramos la cola y pasamos de largo, pero no pude evitar echar un vistazo dentro de aquella especie de supermercado chino, igual de atestado de mercancías y de la misma dudosa calidad. En ese momento, un rancor con el uniforme de las empresas de Saget, nos abordó con un gesto tan ansioso que a punto estuve de cortarle la cabeza.
—Oh, Marco Pozo, ¡Qué sorpresa! —le saludó aquel langostino— Soy Lugot, el agente de Saget en esta base. El jefe me ha hablado de ti y no ha pedido que estuviésemos alerta por si te veíamos. Quiere que le transmita sus saludos y le gustaría que charlásemos sobre cierta mercancía de la que dispones. Estaría dispuesto a doblar... no, a triplicar el precio unitario...
—Vaya, —repliqué empezando a atar cabos— supongo que esa mercancía está empezando a escasear. ¿Es esa la razón de que todo el mundo esté tan nervioso?
—Sí, bueno. Parece que hay problemas temporales con el suministro y apenas queda stock en toda la galaxia. Los granch parecen tener problemas, pero insisten en que es algo temporal. Sin embargo no nos acabamos de fiar de esos tipos. —dijo llevándome a un lugar más discreto para proseguir con la conversación.
—Es lo malo de depender de un monopolio, ¿Verdad? En fin, lo siento, pero la verdad es que la he vendido toda. —mentí consciente de las miradas de apremio de Ariadna— Ahora si me disculpas voy a echar un trago, se me acabó la priva hace dos semanas y estoy más seco que las dunas de Murhask.
—Bueno, si necesitas algo, lo que sea, no dudes en contactar conmigo. Yo soy tu rancor en este lugar. Y también aquí tenemos el mejor Whisky de nuestras destilerías.—dijo el mercachifle con la misma aptitud ladina que su jefe en aquellas pupilas multifacetadas.
Nos despedimos del agente de Saget con una sonrisa más falsa que una moneda de tres euros y nos dirigimos al lugar de la cita.
—Para variar podíamos quedar en algún lugar con estilo. Estoy harto de tugurios —dije al oído de Ariadna observando los paneles de fibroplástico chorreando grasa, los camareros muncar más grasientos aun y aquella música rayante y esquizofrénica.
Encontrar a la turania no sería demasiado difícil, sus seis pechos y su más de dos metros treinta de altura hacían destacar a las de su especie, pero tras pedir una copa y recorrer todo el garito no la encontramos por ningún sitio.
—Esto no me gusta. —dijo Ariadna con su perenne pesimismo.
—Primero preguntemos. —dije acercándome a la barra y llamando la atención de una camarera muncar que apenas lograba asomar los ojos por encima del grasiento fibroplástico de la barra.
—Dos copas de lo más fuerte que tengas.
La camarera se apartó la melena grasienta de la cara mostrando unos ojos amarillos y ligeramente bizcos y durante unos segundos pareció no entender nada. Finalmente sus neuronas parecieron hacer contacto y se alejó en dirección a las bebidas. Era evidente que de aquel trasto no iba a conseguir nada así que miré alrededor mientras echaba un trago. Al lado de la puerta un macizo zombark estaba de espaldas a la entrada vigilando con sus cuatro ojos, dos de ellos en pedúnculos que le daban una visión de trescientos sesenta grados. A ese tipo nada se le escapaba y aquella piel coriácea y aquellos puños como martillos pilones imponían suficiente respeto como para mantener en paz el local sin mover un músculo.
Apurando la copa pedí otra y mientras la muncar se lo pensaba me abrí paso entre Baaranas borrachos, muncars harapientos y kuans perdidos. Al principio el tipo no me hizo caso, pero cuando me aproximé directamente a él se puso inmediatamente en guardia. Yo levanté las manos en signo de paz y sonreí.
—Hola, Vengo en son de paz. Soy Marco...
—No me impogta quien segas, sabanguija. —me cortó el segurata apretando un poco más aquellas mazas que tenía por puños.
Antes de que se pusiese en acción saqué rápidamente una bolsa y le mostré el metálico reflejo de los créditos.
—¿Cuánto ganas por una noche? ¿Quince? ¿Veinte créditos? Aquí hay setenta y cinco y solo por un par de respuestas.
El alienígena me miró con el ceño fruncido y se lo pensó sin dejar de mover sus ojos como un faro en aquella atmósfera cargada de humo y neblina alcohólica. Cuando estaba casi convencido de que aquel alienígena tenía menos cerebro aun que la camarera muncar, los labios del tipo temblaron antes abrir por fin la boca.
—Está bien. ¿Qué quieges? —dijo con aquel acento gangoso típico de los de su especie.
—Solo un par de preguntas, ¿Has visto alguna turania pasarse por aquí estos días?
—¿Tugania? No. —respondió el tipo secamente.
—¿Estás absolutamente seguro? ¿Has estado todo el rato? ¿No te ausentaste ni un minuto? ¿Ni para mear?
—No me godas, alfeñique. Este es mi tgabajo y puedo aguantag tgeinta y seis hogas sin movegme, a pie figme, en medio de una boggasca del planeta Wigem. —respondió el tipo picado— ¿Cgees que no habgía visto una de esas? ¿O piengsas que soy ciego? —preguntó señalándose los pedúnculos y dilatando las pupilas de sus ojos.
—Está bien. Está bien. —le dije entregándole la bolsa de créditos para apaciguarle— Muchas gracias, amigo.
En cuanto recibió los créditos, dejé de ser es centro de su atención y yo volví a la barra, donde Ariadna me interrogó con los ojos.
—Según el tipo nuestra diplomática no ha aparecido por aquí. Tranquila, puede que nos hayamos adelantado o que simplemente esté descansando. ¿Por qué no pedimos otra? Este aguafuerte no está tan mal. Esperemos un poco.
—Las instrucciones eran muy claras, estaría todos los días a la misma hora en este lugar. Y según el mensaje debería llevar tres días ya en la estación espacial. —me interrumpió ella mientras yo pegaba un trago e intentaba inventar alguna excusa para quedar un rato más. Después de la tercera copa, la música empezaba a parecer pasable y aunque no hubiese ninguna turania había baaranas, cirganas y dos anútalas con esos cuerpos regordetes y tan sexys...
—No, algo va mal. Vámonos. —dijo dándome un empujón en dirección a la puerta del tugurio.
—Está bien. Esto es lo que haremos. —grité a Ariadna al oído— Puede que se haya sentido indispuesta o no haya podido venir por cualquier otra razón...
—¿Qué razón?
—Y yo que sé... ¿Quieres dejarme terminar? —respondí empezando a cabrearme por la impaciencia de aquella mujer que lo quería todo y ya— Tranquila, la encontraremos. No fallaremos a tu amado coronel. Lo que vamos a hacer es volver mañana si no la encontramos tomaré medidas. No te preocupes, una turania no se desvanece en el aire. —insistí pensando en que arrastrar un bicho semejante contra su voluntad fuera de aquel pedrusco sin que nadie se enterase era un trabajo imposible.
En cuanto entramos en la nave, Eudora se dio cuenta de que algo iba mal. Realmente sorprendido por los avances que hacía en su empatía vi como a pesar de que se moría de curiosidad por saber lo que había ido mal, vio la cara de Ariadna y cuánticamente adivinó que no era el momento de hacer preguntas. Esperó a que Ariadna se retirase a descansar para abordarme.
—¿Una copa de Whisky? —dijo tendiéndome un vaso con tres piedras de hielo.
—Justo como me gusta. ¿Cómo...?
—Recuerda que he estado dentro de tu cabeza. Sé exactamente lo que te gusta. —respondió ella rozándome la bragueta con un movimiento que no sabía si era casual o deliberado.
Yo me acerqué e intenté asirla por la cintura, pero ella se escurrió dejándome solo en el centro de una nube de perfume. Aspiré profundamente, las reminiscencias alpinas junto con un ligero aroma a aceite de máquina que me devolvió a la noche anterior y no pude evitar que un placentero cosquilleo recorriese mis testículos. Me aproximé de nuevo a ella y volvió a rechazarme.
—Te lo he dicho. —insistió ella dándome un golpe suave en una mano que se acercaba demasiado a su cuerpo— He estado dentro de tu cabeza y sé que no es bueno cumplir todos los deseos de un hombre o dará por hecho que puede hacer lo que le dé la gana.
—Eres mi computadora. ¿Me estás diciendo que no cumplirás mis órdenes? —le pregunté más curioso que picado por la situación.
—Mí deber es hacer todo lo que esté en mis manos para protegerte y hacerte la vida más fácil. Y el sexo no contribuye ni a lo uno ni a lo otro. —dijo ella arqueando sus delicadas cejas.
Yo me sumergí en aquellos ojos que parecían destellar como una galaxia en rotación y vi determinación en ellos, aun así no pude evitar insistir:
—¿Y el desahogo no contribuye a hacerme la vida más fácil? —me acerqué y su aroma me envolvió de nuevo haciendo aun más intenso mi deseo.
—También puede contribuir a distraerte de tus misiones. ¿Qué tal si me cuentas lo que ha pasado? Quizás pueda ayudarte.
Eudora se acercó de nuevo, su cuerpo estaba tan cerca que hubiese podido tocarlo, pero sabía que no debía. Y opté por responder a su pregunta. Puse a mi computadora al corriente de todo, intentando que no trasluciese mi intenso deseo en el tono de mi voz. Como esperaba, no me dijo nada que contribuyese a solucionar mis problemas. pero ayudó a que la viese como algo más que una máquina. ¿Sería esa su intención? ¿Quería algo más de mí o solo estaba jugando? Lo que me faltaba, por si no tuviese suficiente con Ariadna, ahora la computadora se me subía a las barbas.
Este relato consta de 27 capítulos publicaré uno más o menos cada cinco días. Si no queréis esperar podéis encontrar el relato completo en amazon.