Planeta Prohibido. Capítulo 1

1. Suerte

Prólogo

Todo había ido como la seda. Con el conflicto entre los glee y los kuan en uno de sus momentos más calientes, les resultó mucho más fácil colarse en la zona vedada, más allá del Estado Kronn y llegar al sistema Alyut. Los yuba eran una especie inferior. A pesar de ser inteligentes, en dos millones de años apenas habían llegado a formar una primitiva civilización y su planeta carecía de recursos, pero había algo que los hacía especialmente valiosos. Las hembras guardaban en su interior un tesoro de incalculable valor. El manjar más raro y apreciado de la galaxia.

En cuestión de pocas semanas habían capturado unos cuantos cientos de hembras, las habían desposeído de su más preciada posesión y las habían devuelto a la superficie del planeta. Afortunadamente, pocos sabían de dónde procedía la aceremea, la especia más apreciada de la galaxia, pero mientras llegase a todas las mesas, a nadie le importaba.

Estaban terminando de extraer el producto y justo cuando iban a procesar el último lote empezaron a ir mal las cosas.

—Blurpp, aquí el capitán Morpp. Quiero un informe detallado...

—Lo siento, señor. Esto es un desastre. No sé cómo han llegado hasta aquí, ni que hacían en esta mierda de planeta, pero tenemos al menos dos dentro, o eso es lo que le entendí a Merpp justo antes de que dejase de emitir.

—¿Cómo ha podido pasar? —preguntó sintiendo como el nerviosismo se apoderaba se él.

—Al parecer se colaron en la lanzadera dentro de un par de hembras yuba y en cuanto  esta se acopló a la nave mataron a Merpp y a Diskopp y se introdujeron en el sistema de ventilación...

—¡Imposible! —exclamó Blurpp incrédulo— ¿Quién puede aguantar esas condiciones de ochenta por ciento de humedad y cien por cien de oxígeno?

—Me temo que ya sabe la respuesta; solo hay una especie en toda la galaxia capaz de algo así.

—¡Mierda! ¡Estamos jodidos! —las cerdas del lomo de Morpp se erizaron de miedo y un sudor oscuro y apestoso comenzó a supurar de la glándula que todos los granch tenían en su espalda— Intentad contenerlos. Os mando ayuda ahora mismo.

Si solo eran dos, aun tenían una posibilidad. Si conseguían aislarlos antes de que abandonaran el sistema de ventilación, quizás pudieran acabar con ellos. Con una sensación de desasosiego creciente llamó a Klirp, su lugarteniente y le ordenó que reuniese a todos los tripulantes que pudiese y fuese a la zona de carga. Mientras tanto, él se preparó para lo peor. Por lo menos, si todo fallaba, le darían tiempo para huir.

Aquel cabrón de Morpp siempre le colgaba a él todos los marrones. Cogiendo una rifle láser, Klirp  llamó a Blompp y a Staxx y a los otros dos ingenieros y les dijo que le siguiesen en dirección a la bodega de carga. En ese momento se oyó una alarma y unos segundos después las luces se apagaron. Aquello no le gustó nada. Los granch son criaturas diurnas y detestan la oscuridad. Las luces de emergencia, con su resplandor verdoso, no eran suficientes para poder escudriñar las sombras y solo conseguían ponerle más nervioso. Apretando con fuerza su rifle, se internó por el pasillo y abrió con cuidado la escotilla de la sala de máquinas. Asomó el hocico con precaución. Solo oscuridad y silencio.

Con las cerdas de punta y el arma preparada avanzó en silencio seguido por los cuatro granch y se internó entre el laberinto de tuberías y generadores que movían y protegían la nave. Todo parecía normal y eso le ponía aun más nervioso. Avanzó por la sección de estribor con los dos ingenieros mientras hacía señas a Blomp y a Staxx para que se deslizasen por el otro lateral y así poder flanquear a los intrusos. Con el dedo temblando en el gatillo del rifle avanzó con cautela. Los minutos pasaban. Las luces de emergencia con su parpadeo creaban sombras oscilantes y destellos en el mohoso metal de las tuberías y en los cristales de los diales, poniéndole al borde de un ataque de nervios.

Un ruido a su izquierda les sobresaltó. Automáticamente los tres se giraron y apretaron el gatillo simultáneamente. Una figura vaciló y cayó de bruces. Tras unos segundos Klirp se acercó con el sudor corriendo por su espalda y el rifle preparado, para descubrir que se había cargado a Staxx. El pobre hijoputa se habría perdido en el dédalo de tuberías y había acabado justo delante de las bocas de sus armas.

Los ingenieros que llevaba con él no eran soldados. Sabía que no le convenía que supiesen la verdad, así que les dijo que solo era un glurm, uno de esos bichos que crecía y se multiplicaba en el ambiente caluroso y grasiento de una sala de máquinas. Los dos granch no parecían muy convencidos, pero se dejaron llevar a empujones, lejos del lugar donde su colega yacía más muerto que su abuela. Apenas tuvo tiempo para lamentarse porque instantes después, al final de la sala de máquinas se oyó una detonación y el agudo berrido de dolor de un granch. Ahora estaban solos.

Casi a tientas avanzaron en dirección a la sección de carga y entonces descubrieron a Blompp... o lo que quedaba de él. El granch tenía un enorme boquete en el pecho y todos los órganos internos estaban hechos puré. A pesar de todo, el granch, demostrando la legendaria resistencia de su especie, aun no estaba muerto y con un gesto le indicó la dirección del peligro justo a tiempo.

Si no hubiese sido por el pobre desgraciado, no se hubiese agachado y hubiese recibido el disparo de aquel humano de lleno. Nunca había visto un arma parecida, pero no se paró a inspeccionar la herida y se escurrió por la puerta de la bodega mientras por el rabillo del ojo veía como las cabezas de sus dos camaradas se desintegraban casi a un tiempo. Parapetándose en la escotilla asomó el rifle y apretó el gatillo sin molestarse en apuntar.

Una serie de estampidos sordos  hicieron que Morpp diese un salto en su asiento en el puente de mando. El tablero de emergencias se había iluminado como un árbol de navidad. Había un incendio en el sector cinco de la bodega de carga y las compuertas selladas que separaban los compartimentos de carga de la sala de maquinas habían sido forzadas. Aquellos jodidos humanos eran la especie más peligrosa de la galaxia. Habían cortado el suministro de energía impidiendo que pudiese maniobrar con la nave y solo les quedaba un veinte por ciento de las baterías de emergencia.

Los humanos eran lo peor. Recordaba perfectamente su anterior y único enfrentamiento con ellos. Recordaba su piel blanquecina y carente de pelo, sus ojos grandes y su boca grande, con aquellos dientes pequeños e irregulares haciendo siempre asquerosas muecas. En aquella ocasión había logrado salir  del aprieto, pero solo era un humano y le había costado la mitad de la tripulación.

Con mano temblorosa apretó el botón del intercomunicador:

—Klirpp. ¿Qué ocurre? Responde. —preguntó casi chillando.

—Han llegado a la sala de máquinas  y han matado a Blurpp y a los otros dos tripulantes que nos quedaban.

—Joder, ¿Cómo ha podido pasar? —le espetó el capitán a través del transmisor al borde de la histeria— Se van a hacer con el control de la nave y no lo voy a permitir.

—¿Vas a evacuar la nave? ¡Espérame cabrón! ¡No me dejes aquí! Estoy herido y bloqueado en la bodega, no puedo pasar. Ven a ayudarme...

—Lo siento tío, tienes tres minutos. Voy a activar el protocolo de autodestrucción de la nave y me largo en una de las cápsulas de salvamento.

—¡Hijo puta, no me dejes aquí tirado! ¿Así me pagas que te salvase el culo en el sistema Tarock, basura galáctica?

Morpp cortó la comunicación y comenzó a teclear la contraseña para inicial el protocolo de autodestrucción de la nave, consciente de que Klirpp intentaría llegar a la proa de la nave por todos los medios y eso retrasaría a los atacantes el tiempo justo para que el pudiese llegar a las cápsulas de salvamento.

En cuanto terminó de activar el protocolo, las luces de emergencia cambiaron del verde al rojo. Morpp salió de la sala de mando y después de sellar la escotilla y destruir el sistema de apertura con la pistola láser se dirigió al módulo de evacuación de emergencia.

Klirpp sabía que no le quedaba tiempo. Tenía que intentarlo. Lo mismo daba esperar allí escondido el fin de la nave que intentar atravesar la sala de máquinas para llegar a una cápsula de evacuación. No se lo pensó e imitando a los seres primitivos de los que descendía su especie se puso a cuatro patas y cerrando los ojos atravesó la sala de máquinas a toda mecha.

Estuvo casi a punto de lograrlo, pero en el último instante uno de los humanos con aquella asquerosa mueca a la que llamaban sonrisa destacando en su rostro apuntó hacia él y le disparó con lo que parecía un rifle láser, pero de aspecto más tosco y pesado y con dos cañones que le parecieron enormes. Al estruendoso estampido, le siguió el impacto de un proyectil sólido. Sintió como si un enorme puño le golpeara, le elevara por el aire y arrancara limpiamente una de sus piernas y parte de la cadera.

Sabía que estaba muerto, pero aun le quedaban fuerzas suficientes. Levantó la pistola láser y apuntó a aquella sonrisa, pero no le dio tiempo a apretar el gatillo. El segundo humano se le había acercado por detrás y apoyando el arma contra su nuca le invitó a soltar la pistola.

Los miró y esta vez fue él granch el que rio.

—¿De qué te ríes, cerdo?. —dijo uno de ellos, el que parecía un macho.

—Todos vamos a morir. —dijo entre toses y gemidos de dolor. Aquella herida abrasaba— Hemos activado el protocolo de destrucción de la nave. Pronto estaréis en el infierno...

—Tú primero. —dijo el humano apretando finalmente el gatillo.

1. Suerte

La verdad es que yo siempre he sido un hombre con suerte. ¿Cuáles eran las posibilidades de que jugando unos pocos pavos al mes me tocase el premio más alto de la lotería hasta ese momento? El caso es que esa no fue la única vez que tuve una suerte del carajo.

Al final, la guerra entre los Kuan y los Glee había estallado. Al principio parecía que los Kuan lo llevaban claro con la rebelión ganando sistemas, pero llegó un punto en que, cuando los rebeldes se sintieron lo suficientemente fuertes, en vez de acabar con lo que habían empezado, comenzaron a pelearse entre ellos por el poder y los Kuan aprovecharon para aislarlos en unos pocos sistemas mientras llamaba a la cruzada contra los odiados Glee en el resto de la Federación.

En esa situación yo, bueno nosotros, estábamos en nuestra salsa; rompiendo bloqueos, comprando y vendiendo armas y de vez en cuando escoltando ciertos transportes mercenarios... ya sabéis a lo que me refiero.

El caso es que volvíamos de una segunda misión de transporte de un sistema bloqueado, Blitz o algo así se llamaba el planeta, ya no recuerdo muy bien, cuando tuve un nuevo golpe de suerte.

Salíamos de la órbita del planeta y justo cuando estábamos deslizándonos entre a la Flota Kuan en alerta, tuvo que estallar la jodida supernova.

¿Sabéis cuál es la probabilidad de que explote una supernova en un determinado cuadrante del universo y lo suficientemente cerca para iluminar un sector significativo del espacio? Eudora hizo el cálculo y se hartó de poner ceros detrás de la coma.

El caso es que estábamos a punto de atravesar los últimos anillos defensivos de la flota enemiga cuando nuestra nave quedó perfectamente perfilada por el mencionado acontecimiento cósmico.

—Las buenas noticias son que la supernova ha estallado demasiado lejos como para afectar a ninguno de los sistemas de la nave. —apuntó Eudora tras el brillante fogonazo— Pero la flota Kuan nos ha descubierto y están apuntándonos con todo lo que tienen.

—¡Pues a que esperas! —exclamé yo— Activa el protocolo de emergencia.

—¿Qué protocolo de emergencia? —preguntó Ariadna agarrándose a los brazos del sillón del copiloto— ¿Por qué yo no estoy enterada de...?

El primer impacto interrumpió lo que parecía tener los visos de ser una nueva pelea. A pesar de que habían pasado ya dos años, Ariadna seguía guardándome rencor por haberla apartado de sus amigos y camaradas y no perdía la ocasión de ponerme a parir cada vez que la cagaba. Le hubiese gustado empezar de nuevo, pero nuestra vida pendía de un hilo. Siguiendo mis órdenes, desvió el ochenta por ciento de la energía al escudo de popa y accionamos los aceleradores al máximo.

La aceleración nos pegó a los asientos y el escudo nos mantuvo intactos durante unos segundos, pero tantos cañones apuntando a un solo objetivo eran demasiado y en menos de quince segundos los primeros disparos empezaron a hacer impacto en el casco de Eudora. Intenté contarlos, pero enseguida perdí la cuenta. Las alarmas empezaron a iluminar el panel de control pasando del ámbar al rojo inexorablemente. Afortunadamente sabía que ese momento tarde o temprano llegaría y tenía un plan.

Eudora, mientras tanto, había estado ejecutando el plan de emergencia y puenteando el generador de la lanzadera que aun estaba intacta. Había usado la energía para generar un agujero de gusano cuyo destino ya estaba calculado previamente. Otros quince segundos más y hubiésemos sido polvo cósmico flotando en torno a aquel asqueroso planeta, pero la nave, renqueante y dejando una brillante estela de chatarra, atravesó el agujero.

Con las prisas no nos dio tiempo a ingerir las pastillas que evitaban que perdiésemos el conocimiento al atravesar el espacio-tiempo así que cuando despertamos estábamos en otro sistema. Tal y como esperaba, las órdenes de la Flota Kuan eran bloquear el sistema y no perseguir a naves moribundas y nadie intentó seguirnos.

—¿Dónde estamos? —preguntó Ariadna intentando despejarse— ¿No estamos un poco cerca de ese planeta? —dijo señalando una esfera de color verdoso con manchas blancas esparcidas aquí y allá— Tenía entendido que si intentabas salir de un agujero tan cerca de un planeta corrías el riesgo de reaparecer en su núcleo.

—El problema de aparecer tan cerca es que los cálculos, para ser exactos, requieren horas y normalmente para ahorrar tiempo se eligen unas coordenadas despejadas, pero siempre que vamos en una misión peligrosa le ordeno a Eudora que se tome el tiempo necesario para hacer  los cálculos exactos para llegar aquí. Es parte del plan de emergencia.

—¿Y se puede saber qué sistema es este? —preguntó Ariadna de mal humor.

—Siento mucho interrumpir, —interrumpió Eudora— pero creo que no es este el momento de discutir. La integridad del casco está comprometida. La popa, la sala de maquinas y seis de las siete bodegas están totalmente destruidas. La energía que nos mantiene es la del generador de la lanzadera que está en la única bodega que aun resiste, pero no durará mucho.

—¿Podemos escapar en la lanzadera? —pregunté a la computadora olvidando la incipiente discusión.

—Me temo que no, jefe.

—Entonces solo nos queda una opción. No es mi preferida, pero no se puede tener todo.

—Así que ha fallado el protocolo... ¡Qué raro! —exclamó Ariadna indignada.

—No del todo. El plan era salir con vida y lo hemos conseguido. La otra parte, que era usar la lanzadera para aterrizar ahí, —repliqué señalando aquel planeta— no ha salido tan bien. Así que tendremos que aterrizar con lo que queda de la nave.

—Eso la destruirá totalmente. —apuntó Eudora imitando una voz compungida.

—Por eso voy a descargar todos tus datos en la memoria que he habilitado en mi cerebro. —dije apartando la oreja y mostrando a Ariadna el puerto que me había injertado hacia tiempo. Por nada del mundo estaba dispuesto a perder a Eudora y los preciosos datos que contenía.

—¿Es realmente necesario? —preguntó la máquina.

—No me extraña que dude. —intervino Ariadna con un gesto de repugnancia— Daría todo lo que tengo con tal de no estar ni un segundo dentro de ese cerebro de simio salido.

—¡Basta ya, Ariadna! Así no ayudas. Eudora sabe perfectamente que dentro del puente de mando y desviando toda la energía restante a los escudos de proa no sufriremos daños, pero la nave en cualquier caso quedará totalmente destruida.

—No estoy tan segura, creo que Eudora debería tener derecho a opinar...

—¡Aquí yo soy el capitán, cojones! —estallé— Y mientras este cacharro siga flotando en el espacio vais a hacer lo que yo diga. ¡Ahora cierra la boca y desvía la energía hacia los escudos delanteros!

El entrenamiento recibido por Ariadna se impuso y sin dejar de hacer notar su disgusto frunciendo sus bonitos labios, se dedicó a la tarea que le habían encomendado. Yo, mientras tanto, me conecté a la nave y comencé a descargar la copia de seguridad de Eudora. El proceso duró apenas cinco minutos, pero tal como esperaba el dolor de cabeza que me produjo el proceso apenas me permitía abrir los ojos. Con un hilo de voz le dije a Ariadna que tomase el mando y que aterrizase como pudiese en aquella bola verdosa.

Impotente, me agarré a los brazos de mi butaca y dejé que Eudora y Ariadna orientaran la nave en el ángulo correcto para no rebotar en la atmósfera de aquel pequeño planeta. Poco a poco la esfera iba creciendo y ocupando todo nuestro campo de visión hasta que empezó a verse sustituida por los fogonazos producidos por la fricción que se producía al entrar en su pesada atmósfera.

Sin energía para modificar el rumbo o reducir la velocidad caímos como una piedra entre llamas y trepidaciones. La nave seguía desintegrándose a medida que nos acercábamos a la superficie. Afortunadamente había elegido el planeta adecuado para aquella maniobra. Tras tres minutos más de caída libre Eudora extendió los restos de las velas solares  para reducir la velocidad y nos preparamos para el impacto.

Sin ver nada por las llamas que rodeaban el escudo la primera noticia que tuvimos de nuestro aterrizaje fue un tirón secó que me clavó el arnés mal colocado en la entrepierna dolorosamente. La superficie lodosa del planeta absorbió una parte del golpe y el escudo otra antes de que la energía se agotase finalmente y la nave resbalase por el suelo de una charca lodosa haciendo un enorme surco de varios cientos de metros antes de pararse definitivamente.

—Un aterrizaje perfecto. ¡Si señor! —exclamé victorioso a pesar de mi dolor de cabeza; después de todo seguíamos todos de una pieza—Informe de daños, Eudora.

—Está todo muerto. —dijo una voz dentro de mi cerebro— La nave no tiene energía, los generadores de la nave y la lanzadera se han desintegrado en la reentrada y la energía restante la desviamos al escudo y aunque la tuviésemos daría igual porque cada uno de los circuitos y los procesadores esta aplastado o churruscado por la reentrada y el impacto contra el suelo...

Mientras Eudora y yo "charlábamos" Ariadna se había levantado del asiento y tras asegurarse de que tenía todos los miembros en su sitio se levantó del asiento y apagó un conato de incendio que se estaba produciendo en el  panel principal. Cuando se agotó el extintor se sentó y preguntó:

—¿Y ahora qué, genio?

—Ahora voy a dormir un rato hasta que se me pase este dolor de cabeza. Eudora me ha dicho que tras una siestecita de tres o cuatro horas sus datos se habrán asentado y volveré a estar en plena forma. —dije mirando por el grueso cristal del visor un paisaje brumoso.

—¿Es que no estás preocupado?

—¡Qué va! Está todo bajo control. —repuse arrellanándome en la butaca e intentando adoptar una postura que aliviase mis testículos magullados— Va todo según lo planeado.

—Por lo menos deberíamos abandonar la nave. Nuestra llegada a este sistema ha sido de todo menos discreta. La Federación tiene patrullas en la mitad de los sistemas y los Glee en la otra mitad y te recuerdo que ambos nos quieren despellejar. —replicó Ariadna airada.

—Por eso elegí este sistema. La patrulla más cercana estará a varios parsecs de aquí. Nadie se ha dado cuenta de nuestra llegada. —dije yo cerrando los ojos.

—Entonces hemos ido a parar a un planeta perdido, cojonudo. Por lo menos sabrás dónde estamos.

—¿Quieres dejar de dar la lata y permitirme dormir? —pregunté yo empezando a cabrearme— Ya te he dicho que está todo bajo control.

—Pues no lo parece. Lo que creo es que tus cálculos han fallado y no tienes ni idea de dónde estamos.

—Sé perfectamente dónde estamos y lo que tenemos que hacer para salir de esta. Por una vez me gustaría que confiases en mí la mitad de lo que confiabas en tu coronel.

—Kallias  ha demostrado ser un verdadero líder durante siglos y tu eres un tocapelotas que lleva dos años haciéndome recorrer la galaxia de un extremo a otro por pura avaricia.

—La última vez que estuviste directamente a sus órdenes creo que tu coronel te había enviado a una misión suicida de la que si mal no recuerdo yo te saqué. Deberías elegir con más cuidado a tus amigos.

Ariadna no se pudo contener más y me lanzó un puñetazo. Ahora no era lo mismo que hace dos años. La convivencia en la nave con una gravedad similar a la de la tierra la habían hecho más rápida y fuerte y su golpe consiguió que todo mis dientes me bailasen. Como no tenía ganas de seguir con la conversación cerré los ojos y simulé perder el conocimiento.

Ariadna no se lo tragó y siguió hablando, pero entre el aturdimiento y el dolor de cabeza sus palabras se fueron  apagando hasta que me  quedé totalmente dormido.

Este relato consta de 27 capítulos publicaré uno más o menos cada cinco días. Si no queréis esperar podéis encontrar el relato completo en amazon.