Planchando
La contratamos para limpiar y planchar en nuestro piso de alquiler compartido. No pensaba al principio que aquella mujer madura pudiera interesarme...
Planchando
Compartíamos un piso de alquiler un amigo y yo, teníamos trabajos muy diferentes. Yo iba al trabajo por la mañana, y por las tardes me llevaba el portátil a casa. Pasaba muchas tardes trabajando solo en casa, pues me concentraba mejor allí. Teníamos poco tiempo para las labores caseras, y decidimos contratar a una mujer para que una vez por semana hiciera la limpieza y planchara. Se llamaba Maribel. Una mujer madura, simpática y charlatana.
Cuando venía Maribel, yo estaba solo en casa trabajando con el ordenador. Ella hablaba mucho, y me desconcentraba. Al principio me enojaba, no paraba de hablar, y por si fuera poco me daba algún cachete cada vez que pasaba detras de mí. Yo me hacía el distraído, y entonces hacía comentarios para llamar mi atención "Mírale que apañao, ahí trabajando", "Él se lo guisa y él se lo come", "Una no tiene ya ni con quien hablar", y cosas por el estilo. Después, ponía la tabla de planchar en el salón, para poder hablar conmigo mientras tanto. Las primeras semanas no podía soportarla.
Pero su simpatía me fue conquistando, y lo cierto es que empecé a pasar buenos ratos con ella, me olvidaba de mi portátil y me entretenía con las tonterías que me contaba. Cuando yo me distraía y ella hacía algún comentario, yo respondía. A ella le gustaba picarme, y yo entraba al trapo: -Mírale que apañao con su ordenador, el señorito, -Pues anda que tú, molestando siempre, -Aaanda, se creerá muy listo. Me daba un cachete en el hombro, yo se lo devolvía muy suavemente, -Oooye niño, me vas tú a contestar, -Pues claro, -No tienes vergüenza- ella se mordía los labios, y me daba un azote cariñoso. Este tipo de juegos se repetía a menudo.
Un día soleado de primavera, Maribel vino como de costumbre, y se puso a trabajar. Vestía una camisa floreada de hermosos colores, remangada, unos vaqueros, se había cortado el pelo, y tenía la tez bronceada por el sol. Me sorprendí a mí mismo observándola, el caso es que me pareció bastante atractiva, me gustaba contemplarla, y fue un grato descubrimiento. Ella se dio cuenta -¿Qué estás mirando, niño?, -Eeeeh, nada, a tí- me atraganté, -¡Andaaa!- respondió irónicamente.
Ella me había dicho una vez que tenía 46 años, yo tenía 29, me di cuenta de que me estaba planteando nuestras edades. Nadie hubiera pensado al principio que esta mujer pudiera interesarme. Se conservaba muy bien, decía ella que por el trabajo físico. Desde luego se la veía muy linda, corta de estatura, con lindos pechos, guapa, con un trasero redondito.
Aquella tarde, decía, Maribel me pareció muy atractiva, y me sentí algo nervioso. Sin mala intención, no pude evitar decirle -Maribel, es que estás muy guapa con esa camisa, -Oh gracias, me la regaló mi cuñada, te gusta? -Sí, mucho. Ella se sintió muy halagada, sonrió de sartisfacción, y después de un silencio algo tenso, preguntó, con un cierto tono misterioso -Oye Luis, y Paco?, -Pues Paco ya sabes que trabaja por las tardes, no llegará hasta la noche, -Así que estamos tú y yo solos, -Sí, Maribel, -Mmm, qué bien, así nadie nos puede molestar...- su voz tenía un claro tono irónico, casi de seducción, pero ella no podía, o sí podía ser que, empecé a pensar que a lo mejor...
Maribel entonces siguió con su parloteo de costumbre. Procuré no despistarme con sus comentarios y me concentré en mi trabajo, pero al rato empezó a picarme -Mírale que distraído está con su ordenador, mucho qué guapa estoy, pero luego nada de nada, -¿Será caradura esta mujer, no va y me interrumpe?, -Ya lleva mucho rato el señorito trabajando, pudiendo aprovechar que estamos los dos solos...- y me dio un cachete en el hombro. Me levanté y le dí un suave toque en el suyo, a lo que respondió -Abusón, vas a ver lo que es bueno- y me propinó un buen azote en el culo.
Yo no me quedé quieto, y fui a darle otro azote, pero corrió tras la mesa -A que no me pillas, -Cómo que no, ya verás- la perseguí y la alcancé, intentando agarrarla por las muñecas. pero era sumamente ágil, y tenía bastante fuerza, se revolvía y no podía agarrarla. -No puedes conmigo, eeeh?, -Bruja!- me sentía muy excitado, sus pechos se bamboleaban arriba y abajo con el forcejeo, sus manos rápidas no se dejaban agarrar, y sin embargo ella conseguía darme cachetes una y otra vez. Incluso cuando conseguía agarrarla, era más ágil que yo, se retorcía y se soltaba.
Tras varios minutos de pelea, nos cansamos, y Maribel se apoyó en mí, jadeando. -Uf, chico, no sé si estoy yo para estos trotes -Claro que sí, Maribel, te mantienes muy en forma- su cabeza descansaba en mi hombro, sus pechos generosos se aplastaban contra el mío, su fuerte respiración subiendo y bajando, el contacto de su vientre y sus caderas... Con ese contacto cálido me invadió un hormigueo insólito, y no pude evitar una fuerte erección. Maribel notó la presión de mi erección contra su pelvis, y exclamó -¡Uy, niño!- pero ella no se retiraba, me miraba fijamente a los ojos, sonriendo. Lo cierto es que tenía muchas ganas de besarla, de tocarla, de muchas cosas que me sorprendieron. Esa mujer me atraía muchísimo. Ella me excitó aún más con una frase de recato -¿En qué estás pensando, sinvergüenza? ¿Te gusta jugar, eeeh?, -Muchísimo, -Anda, que ya casi es la hora y tengo que irme- me propinó un cachete en el pecho y se apartó.
Me quedé conmocionado. Sus insinuaciones parecían evidentes, pero luego con el jugueteo parecía que se echaba atrás. ¿Estaba jugando conmigo? En fin, ella acabó un par de cosas que le quedaban, y yo decidí seguir con el portátil. Al poco se despidió. -Bueno niño, yo me voy, -Pues nada, Maribel, hasta la semana que viene, -Mira, se me olvidaba esa bolsa- volvió a por la bolsa, y cuando se iba ya para la puerta, pasó detrás de mí. Muy suavemente, me pasó una mano por el hombro, me acarició el cuello casi imperceptiblemente, acompañando la caricia con un leve apretón. Mientras me susurró al oído, como acariciándome con la voz -A ver si jugamos a eso más veces- y retiró su mano. El corazón me latió con violencia, esa caricia apenas perceptible, ese susurro al oído, como contando un secreto, revolucionaron de nuevo mis instintos.
Ya en la puerta, se detuvo, volviéndose, y guiñándome un ojo se despidió -Hasta la semana que viene, niño, -Adios, Maribel- a pesar de mis nervios pude guiñar un ojo yo también. Según se cerraba la puerta, me faltó tiempo para ir al baño y masturbarme, pensando en ella. Su susurro al oído, sus caricias, el jugueteo, el abrazo, la erección, la interrupción...
Estuve toda la semana pensando en ella, los días pasaban. La noche anterior al día que le tocaba venir, sonó el teléfono, lo cogí, y era Maribel. Mi compañero aún no había vuelto. El corazón se me aceleró. -Hola Maribel, -Hola niño. Preguntó algunas cosas sobre su trabajo del día siguiente, a las que yo respondí, me embriagaba su voz en el auricular. Y después preguntó -Oye, quería preguntarte algo especial, -¿El qué?, -Pues... que si vas a estar solo en casa mañana, como siempre, -Pues sí, -Hijo, es que ya sabes, si estamos a solas podemos jugar a lo que tú ya sabes, -Me muero de ganas, -Y... quieres que me ponga la camisa de flores?, -Maribel, con esa camisa me vuelves loco, póntela por favor, -¡Ay hijo, qué calores me están subiendo! -¡Ay Maribel, a mí también!, -Pues hasta mañana, -Hasta mañana- colgué el auricular y corrí al baño, nervioso.
Al día siguiente no conseguía concentrarme. En el trabajo miraba el reloj una y otra vez. Por fin llegó la hora de volver a casa. El camino se hizo larguísimo. Al llegar al portal, vi desde abajo las ventanas abiertas, señal inequívoca de que Maribel estaba en casa, trabajando. No atinaba a meter la llave en la cerradura. Abrí la puerta al fin, y saludé en voz alta -¿Hola?- la voz de maribel sonó fuerte en el salón -Ay hijo, cuánto has tardado, ya creía que no venías- vino corriendo hacia la puerta, casi no me dio tiempo a cerrarla. Maribel estaba exuberante, con su camisa floreada, su tez tostada, sus caderas bamboleándose al correr.
Nos fundimos en un abrazo ardiente, empezamos a besarnos con ardor, besos pequeños y rápidos, sólo con los labios, sólo pequeños roces, mi excitación era tremenda. Nos acariciábamos con frenesí, su olor me invadía, sus manos se paseaban por mi cuerpo, encendiéndome, mis manos recorrían el suyo, deslizándose bajo su camisa floreada. Nuestras bocas se fundieron en un beso salvaje, esta vez las lenguas desbocadas.
Maribel, jadeando, me dijo: -Anda, hijo, vamos a la cama, -Vamos- contesté, en medio de la excitación. Fuimos a mi cama, y Maribel se acostó despacito, deliciosamente, con gestos muy femeninos, aposentando bien sus redondas nalgas. Se atusó el pelo corto, se desabrochó un botón de su camisa floreada, y suspiró, como preparándose para el ejercicio. -Ven aquí, niño, -Voy- dije, con mi verga tiesa como un asta.
Continuamos besándonos y acariciándonos durante media hora, con regodeo. Esa mujer madura sabía cómo prolongar los preludios, excitándome gradualmente cada vez más, si eso era posible. Nos desvestíamos poco a poco, sin prisa, sin pausa. Fui desabrochando los botones de su camisa floreada poco a poco, sintiendo su talle bajo el tejido, sus pechos esponjosos, su vientre en movimiento, su piel suave. Maribel hacía lo mismo conmigo. Sus maduras y fuertes manos encendían mi cuerpo, tocando secretos botones que ella parecía conocer a la perfección.
Después de un buen rato, quedamos completamente desnudos, y me di cuenta de que Maribel hacía conmigo lo que se le antojaba, porque si por mí fuera la habría penetrado hacía tiempo. Se separó de mí un momento. Tumbada boca arriba, extendió los brazos y abriendo las piernas, levantó una rodilla, para acogerme. Estaba espléndida, se la veía muy linda a aquella mujer madura, sus piernas suaves, sus pechos no tan firmes como una muchacha joven, pero lindos, sus pezones erectos, rosados, su vientre permanecía bastante plano.
Me tumbé encima de ella, ansioso ya por penetrarla, sosteniéndome con los brazos, dejé caer mi pelvis. La punta de mi verga se aposentó en la entrada de su cueva húmeda y cálida. Ooohhh qué gustito. Ella levantó una rodilla hasta la altura mi pecho, y con el interior de su muslo y su pantorrila comenzaba una caricia en mi costado, siguiendo hacia abajo, el lateral del vientre, mi cadera, mi muslo. Según terminaba el recorrido de esa caricia, su otra rodilla ya se levantaba hasta el otro lateral de mi pecho, y comenzaba otra caricia lateral con el interior de su pierna. Y así comenzó una danza rítmica enloquecedora, con cada par de caricias, mis caderas se iban aposentando entre sus muslos, y mi pelvis se iba acomodando entre sus caderas. Mientras, me acariciaba el cuello y el pecho con sus manos, sonreía lascivamente, suspiraba, y meneaba ligeramente su pelvis, permitiendo que mi verga sintiera el calorcito de su cueva, pero sin dejarme entrar aún. ¡Dios!, sus piernas, su danza y sus delicias me estaban poniendo a mil, mi verga latía de desesperación, hinchada, ansiosa, caliente. Esa mujer sabía muy bien cómo encender los instintos de un hombre. Creo que yo no era el primero con el que pasaba un rato en la cama.
Entonces Maribel me agarró por las caderas y me acercó más a su pelvis, para penetrarla. Haciendo que la penetrara despacito, muy despacito, gemía levemente con el placer. Estaba muy húmeda, y mi hinchada verga entraba sin dificultad. Sin soltar mis caderas, movía las suyas lentamente, controlando la penetración. Mi verga entró hasta el final, notando su caricia interna, su deliciosa fricción. -Ay hijo, qué bien, -Ay, Maribel, esto es divino. Sus piernas fuertes envolvieron mi cintura, y con los pies me acariciaba el trasero, las piernas, las pantorrillas. Me excitaba notar sus manos sujetando mis caderas, mi cintura. Me excitaba cómo Maribel manejaba mi cuerpo, me estaba haciendo conocer sensaciones nuevas y deliciosas. Me hacía penetrarla despacito una y otra vez, así no sé cuántas, mi verga latiendo brutalmente.
Empezó a acelerar su ritmo, y a friccionar mi verga, como ordeñándola. No cabía en mí tanta estimulación. -Ay qué gusto, niño, vente si quieres- me dijo, y con su interior me acariciaba cálidamente, con vigor. No hacía falta más, yo ya estaba a puntito, esa fricción fue demasiado para mí, mi verga estalló como una bomba, eyaculé como un potro salvaje, temblando todo mi cuerpo. Maribel agitaba sus caderas, ordeñándome bien, -Vaaamos chiquillo, veeente, dámelo todo, -Oh, Maribel, todo, sí, sí- el ramalazo eléctrico recorría mi espalda, mis brazos, mis piernas. Aquella mujer madura manejaba mi cuerpo deliciosamente, y yo me entregaba sin oposición.
Como despertando de un sueño, me encontré encima de ella, totalmente relajado y exhausto, abrazados los dos. Maribel me acariciaba el pelo cariñosamente -Ay, hijo, casi te desmayas, -Mmm, -Te voy a enseñar muchas cosas ricas- y agarrando mi verga, empezó a acariciarla. Maribel rió, notando mi fuerte erección.