Placeres veraniegos.

Fuimos de camping y descubrí los placeres que puede dar una buena madre...

Nunca olvidaré aquel mes de julio. Era el día uno y desde las ocho de la mañana mi madre y yo preparábamos el equipaje para salir de vacaciones. Este año mis padres no habían podido hacer coincidir sus vacaciones, así que en julio salía de viaje con mi madre para pasar todo el mes en varias playas, iríamos a varios campings. Cuando lo tuvimos todo preparado pusimos rumbo a casa de nuestros amigos.

Allí llegamos sobre las nueve. Aparcamos y nos bajamos para ayudar a nuestros amigos con sus maletas. Después de varios minutos, todo estaba cargado en el coche y los cuatro emprendíamos camino hacia la playa.

Mi madre conducía, su nombre es Marta. A su lado estaba Luisa, amiga de la infancia y con la que nunca perdió la amistad. A mi lado estaba Samuel, hijo único de Luisa. Juan, marido de Luisa tampoco pudo tomar las vacaciones con nosotros, así que las dos madres y los dos hijos viajábamos y charlábamos por el camino.

Después de más de hora y media de viaje, llegamos a un camping que estaba entre pinos, un bonito lugar. Nos registramos y entramos a buscar un lugar donde colocar la tienda. Mi madre y Luisa discutían sobre que lugar era mejor, Samuel y yo dábamos también nuestra opinión. Al final encontramos un lugar con bastante sombra y cerca del agua y los servicios.

La tienda que llevábamos era de Luisa y Samuel, así que ella hacía de capataz del montaje. Después de una hora (hay que decir que era una tienda mediana) teníamos todo montado menos las habitaciones. Tenía dos y cada madre con su respectivo hijo dormiría en cada una.

-Estos son las habitaciones. – Dijo Luisa – Pongamos cada una en un lado

Todos seguíamos sus indicaciones. Mi madre y yo cogimos una y la otra la cogió Samuel y Luisa. Las estiramos para ver como se colocaban y entonces Luisa preguntó preocupada.

-¿No había unos ganchos en la bolsa?

Todos le contestamos que no habíamos visto nada de eso. Empezamos a buscar por todas partes y nada, no aparecían los malditos ganchos.

-¡No te preocupes Luisa! – Intentó animarla mi madre. - ¡Ya encontraremos una solución!

-¡Tenían que estar aquí! Y ahora cómo las vamos a colgar. – Luisa parecía preocupada.

-Hagamos una cosa, no pondremos habitaciones y toda la tienda será una habitación que compartiremos, a fin de cuentas tenemos dos colchones y cada madre con su hijo dormirá en su colchón. – Propuso mi madre.

-¡Vale Marta! – Parecía que Luisa se animaba. - ¡Pero si tiene sus habitaciones! ¡Qué mierda que se hayan perdido las piezas!

Una vez solucionado el problema de las habitaciones, hinchamos los colchones y los colocamos en sus posiciones definitivas y colocamos el resto del equipaje. Tras tenerlo todo preparado, mi madre y Luisa iban a preparar la comida. Samuel y yo decidimos ir a darnos un baño a la piscina que tenía el camping.

Después de una hora en el agua volvimos a la tienda donde estaban nuestras madres. Como siempre habían preparado una comida muy buena. Nos sentamos y entre charla sobre el camping y lo que haríamos en ese mes acabamos con la comida. Después de que recogiéramos la mesa, mi madre decidió que tomaría una siesta, a lo que se apuntó también Luisa y Samuel, así que yo me apunté también.

-¡Vale, descansaremos todos un rato! Pero antes ir a comprar unas botellas de agua al supermercado. – Nos mandó mi madre y Luisa nos miraba y con su mirada nos ordenaba lo mismo.

Los dos nos dirigimos a comprar y en unos veinte minutos volvimos. Nuestras dos madres ya estaban acostadas. Entramos en la tienda y en el colchón más cercano a la puerta reposaba Luisa. Tenía una camiseta y debajo sólo llevaba las bragas del bikini. Parecía dormida, boca arriba, con una pierna estirada y la otra la tenía doblada y hacia un lado de forma que se le veía perfectamente su coño cubierto por la tela del bikini.

-Mira Samuel, a tu madre se le ven los pelos del coño. – Le dije en voz baja.

-Miremos a la tuya. – Los dos nos pusimos frente al colchón donde mi madre reposaba.

Mi madre estaba bocabajo y al igual que su amiga llevaba una camiseta y las bragas del bikini. También tenía una pierna estirada y la otra flexionada, de forma que el filo de la camiseta le quedaba por medio culo y se le podía ver su redondo y respingón culo, además del bulto que los labios de su coño formaban en las bragas.

-¡Ahora mismo me tiraba a tu madre! – Me dijo Samuel. - ¡Mira que culo más bueno para montarse y empujar! – Se tocaba la polla medio masturbándose a la vez que me hablaba y no apartaba los ojos de ella.

-¿Qué estáis haciendo? – Sonó la voz de Luisa y los dos dejamos de mirar a mi madre. – ¡Echarse si vais a dormir y si no irse a donde queráis!

Entonces cada uno nos echamos al lado de nuestra respectiva madre. Serían las seis cuando mi madre me despertó. Samuel y yo aún no nos habíamos levantado. En unos diez minutos las dos se marcharían a la playa. Nos levantamos y fuimos a los servicios para asearnos y despejarnos un poco.

Cuando acabamos nos encontramos con ellas en la tienda, ya estaban preparadas para ir a la playa. Cogimos todo lo que necesitábamos para pasar un rato allí y los cuatro caminamos. Ella dos iban detrás de nosotros y se las veía risueñas y divertidas.

Llegamos a la orilla y buscamos un lugar donde poner las cosas. Ya eran casi las siete de la tarde y Samuel y yo corrimos para darnos un baño. Nuestras madres se quedaron en las toallas. De camino al agua veíamos como algunas de las mujeres que allí estaban hacían topless y disfrutábamos de la visión de aquellos pechos al aire, algunos bonitos y otros no tantos, y los perfectos, que eran uno o dos.

-¡Mira las que tiene esa! – Me decía Samuel que estaba muy salido. - ¡Yo chupaba hasta las de esa vieja! – Me comentó de broma mostrando lo salido que se encontraba.

Aquel verano yo tenía diecisiete años y Samuel ya era mayor de edad, tenía dieciocho. Los habíamos tenido nuestras primeras relaciones sexuales, cada uno por su lado. Yo sabía que él estaba bastante salido e intentaba follar cada vez que podía, pero que lo hacía muchas menos veces de lo que a él le gustaría. Yo, cuando me ponía caliente era capaz de follar a la más fea del baile, pero no era tan lanzado como mi amigo. Entramos en el agua, poco a poco, estaba algo fría y los dos entrábamos despacio.

-¡Qué me gustaría que tu madre se bañara con nosotros! – Me decía invocando en su mente el recuerdo de la imagen de su culo. - ¡Qué culo más bueno!

-¡Eh, salido! ¡Un poco de respeto que es mi madre!

-¡Vamos, qué a ti no te ha gustado ver los pelos del coño de la mía!

-No ha estado mal, pero no voy diciendo que me la quiera follar.

-¡Yo no he dicho eso de tu madre!

-Ya, pero en el tono que lo dices es porque te gustaría.

-Hombre bien pensado… - y puso cara de estar maquinando algo – si quieres esta noche nos cambiamos de cama y duerme con la mía, mientras yo duermo con la tuya, ¿hace?

-¡Eres un pervertido! – Le dije - ¡Pero no estaría mal intercambiar a nuestras madres!

-¡Eh, tú también eres un pervertido! – Y se giró para mirar a nuestras madres. - ¡No te lo vas a creer! ¡Están las dos con las tetas al aire!

Miré atrás y allí estaban, de cara al sol, brillantes por la crema solar y con sus hermosos pechos a la vista de cualquiera. Entonces Samuel se tiró de golpe al agua.

-¡Aquí mismo me voy a hacer una mirando las tetas de nuestras madre!

Y así lo hizo. Se pegó una paja mirando a los cuerpos de nuestras maduras madres. Antes de que acabara me marché, ni siquiera entré en el agua. Me di media vuelta y me dirigí hacia donde estaban las dos. Me iba acercando y podía ver como las dos hablaban. Mi madre intentó coger una toalla para taparse ante mi presencia, pero Luisa no la dejó. Me iba acercando y ya podía ver con todo detalle las tetas de las dos. Las de mi madre eran más pequeñas, pero más firmes y con unos pezones grandes de aureola oscura y pequeña. Luisa tenía dos enormes tetas. Debía de tener por lo menos una talla ciento diez, era todo abundancia, de tetas, de culo, de todo.

-¡Ya vuelves de bañarte! – Me preguntó mi madre.

-Sí, aunque no he entrado en el agua.

-¿Está fría? – Habló Luisa.

-Un poco, pero seguro que después no se notará, preguntarle a Samuel, él se está bañando.

-Marta, ¿nos bañamos?

-¡Vale! Ven con nosotras cariño.

No me pude resistir a acompañarlas. Con rápidas miradas veía como las tetas de mis maduras acompañantes se bamboleaban al ritmo de sus pasos. Cuando llegamos al agua yo entré más bien rápido y me paré a mirarlas entrar en el agua. Samuel se acercó a mí.

-¿Ya te has hecho la maldita paja? – Le pregunté.

-¡Claro que no! Ahora cuando entren en el agua me pondré delante de tu madre y me la haré mirando de cerca sus tetas. – Me decía como un auténtico pervertido. - ¡Mira los pezones de sus tetas! ¡Los tienen de punta por el frío del agua!

Sería un pervertido, pero tenía razón. Luisa tenía sus dos pezones totalmente erectos, al igual que mi madre. Entonces me fijé en sus cuerpos. Mi madre era algo más delgada que su amiga. Las dos tenían unas anchas caderas y sus culos eran generosos, pero el de mi madre era más respingón. En cuanto a tetas, Luisa ganaba en tamaño, pero mi madre ganaba en belleza. Mi madre las tenía más pequeñas pero mejor colocadas y con unas aureolas pequeñas y oscuras, mientras que su amiga tenía más pequeños los pezones pero su aureolas eran más claras y grandes, la verdad es que las dos estaban bastante bien y el salido de Samuel disfrutaba de la vista del cuerpo de mi madre… y del de la suya también.

Poco a poco fueron entrando en el agua hasta que se acercaban a nosotros. Tanto mi amigo como yo éramos altos, el tenía un metro setenta y ocho y yo superaba el metro ochenta, pero nuestras madres no. Luisa estaría en el metro sesenta y mi madre poco más. De esta forma cuando llegaron a donde estábamos y después de un rato de aguantar nadando para no hundirse, mi madre nadó hasta donde estaba yo.

-¡Hijo, deja que me agarre a ti! – Pasó los brazos por mis hombros y sentí como sus tetas se pegaban a mi espalda, podía sentir sus pezones. - ¡Menos mal que tenemos hijos altos y grandes!

-¡Sí, y fuertes! – Le respondió su amiga agarrándose a su hijo.

-¡Mira Enrique! Tenemos a nuestras madres a nuestra merced. – Me dijo mi amigo que se volvió y agarró a su madre por detrás. - ¡Te envío a la mía y después envíame a la tuya!

Luisa llegó con el empujón que su hijo le había dado, alargó sus brazos y se agarró a mí. Se puso al lado de mi madre y ésta se puso delante para que yo la empujara. Se puso bocabajo y le coloque una mano en la barriga y otra en el culo para empujarla y que llegara hasta Samuel.

-¡Buen lanzamiento Enrique! – Me dijo cuando mi madre lo agarró por el cuello y se colocó tras de él.

Luisa me agarró por el cuello y pegó su cuerpo al mío de forma que pude sentir sus pezones pegados a mi espalda.

-¡Hagamos una batalla! Nuestros hijos serán los caballos, tú y yo pelearemos para tirar a la otra. ¿Queréis?

-¡Por mí vale! – Dijo mi madre.

-¡Por mí también! – Contesté yo.

Samuel se hundió en el agua y sin que mi madre se lo esperara, metió su cabeza entre las piernas y la levantó. Yo me agaché y Luisa se subió a mis hombros. Nos pusimos unos enfrente a los otros. Yo veía a mi madre sobre mi amigo que no paraba de botar y moverse, haciendo que las tetas de ella se menearan y le golpearan en la cabeza. Yo veía como ella se reía y disfrutaba sin ser muy conciente de que él lo que deseaba era sobarla y si le dejaba, follarla.

Cada vez que caían al agua los dos aprovechábamos para tocarlas un poco y ellas se divertían. Empecé a pensar que ellas en realidad nos estaban buscando, pero era imposible, eran nuestras madres y no iban a pensar en eso. Después de un buen rato de jugar en el agua, nos salimos y volvimos a la tienda.

Ya eran las nueve de la noche y Samuel y yo no fuimos a duchar mientras nuestras madres hacían la comida. Ellas se ducharían después de comer. Y así lo hicimos, después de media hora de ducharnos, nos pusimos a comer los cuatro. Cuando acabamos, ellas cogieron sus cosas y se marcharon a duchar, mientras Samuel y yo nos dedicamos a recoger y fregar las cosas de la cena y después guardar las cosas para irnos a dormir.

Serían las once cuando mi amigo y yo acabamos de preparar las cosas. Nuestras madres todavía no habían llegado y los dos nos fuimos a nuestros colchones. Estábamos tumbados y hablábamos mientras esperábamos.

-¡Jo Enrique! ¡Qué gusto esta tarde con tu madre!

-Te pondrías caliente pensando en el chocho de mi madre en tu nuca

-Sí, y el golpeteo de sus tetas en mi cabeza… ¡Qué bueno! – Estaba cada vez más salido y empezaba a tocarse la polla por dentro del pijama. – Cada vez que se caía al agua, aprovechaba para tocarla todo lo posible, su culo, sus muslos, sus tetas… ¿Tú no te has aprovechado con mi madre?

-La he tocado por algún lado, pero dentro del mismo juego, no la he tocado adrede como tú, que eres un salido

-Yo le hubiera hecho todo lo que me hubiese pedido… ¡Qué sensual es tu madre! ¡Y qué buena está!

En ese momento se abrió la puerta de la tienda con el típico ruido de la cremallera. Entraron las dos. Traían una luz encendida. Cada una se sentó a los pies de su colchón donde la esperaba su propio hijo.

-Marta, apaga la linterna que con la luz que entra de fuera se ve suficiente. – Le indicó Samuel a mi madre que la apagó.

En pocos minutos se acostaron. Mi madre se colocó a mi lado, podía sentir su cuerpo cálido junto a mí. Luisa hizo lo mismo con su hijo.

-Oye Samuel, ¿Os ha molestado que hiciéramos topless esta tarde? – Le preguntaba Luisa a su hijo cuchicheando para intentar que no se oyera la conversación fuera de la tienda.

-Para nada mamá, todo lo contrario, a mí me ha gustado mucho y a Enrique también. Las dos tenéis unas tetas bonitas.

-No es para tanto… - Decía con una falsa modestia. - ¿Tú también piensas lo mismo Enrique?

-Sí, aunque seáis nuestras madres hemos de reconocer que tenéis buenos pechos

-¡Tetas, Enrique, tetas! – Me dijo Samuel.

-Sean tetas o pechos, ¿no os ha molestado? – Insistió mi madre.

-Desde ahora, en casa puedes estar con la tetas al aire si quieres… - le dijo Samuel a su madre – y si tú estás allí también las puedes tener fuera, Marta

-¡Eh, que dices picarón! – Le dijo mi madre.

-Niño, ¿qué haces tirándole los tejos a mi amiga? – le dijo Luisa. – Además, nosotras os hemos enseñado los pechos esta tarde, pero ustedes no nos habéis enseñado nada

No lo podía creer, madre e hijo eran igual de lanzados y ella pedía ver algo, y ese algo solamente podía ser una cosa.

-¡Venga, a ver quién la tiene mejor! – Me miraba mi madre mientras hablaba.

Entonces surgió Luisa de nuevo para dirigir el cotarro como hizo antes con el montaje de la tienda. Hizo que nos pusiéramos de pie y de lado junto a la ventana. Desde fuera, que era de donde venía la luz no se nos podía ver, pero si oír, con lo cual podíamos hacer lo que quisiéramos, pero sin hacer ruido o hablar fuerte.

-¡Vamos Enrique, bájate el pantalón! – Y así lo hice. - ¡Vaya Marta, tu hijo va bien preparado! ¡Pero ahora verás! ¡Ahora tú Samuel!

Cuando se bajó los pantalones salió una polla de no menos de veinticinco centímetros y gorda, bastante gorda. Mi madre lanzó una exclamación al ver lo que aquel joven de dieciocho años tenía escondido.

-¡Ya te lo dije! – dijo Luisa. – Muchas veces lo he espiado en el servicio y he tenido que masturbarme después de ver eso

Ya todos se habían desinhibido, nadie sentía pudor de hablar de temas sexuales, ni mucho menos de mostrar sus sexos. Entonces mi madre se puso de pie en la cama, se quitó la camiseta que llevaba y las bragas para quedarse desnuda.

-¡Qué buena estás Marta! – Le dijo mi amigo a mi madre y se encaminó hacia ella quitándose la poca ropa que llevaba y tumbándose los dos desnudos en la cama.

-¡Tú ven conmigo! – Me agarró Luisa por la mano y me llevó a su cama.

Luisa se desnudó por completo delante de mí. Miré a mi madre que estaba haciendo un sesenta y nueve con el hijo de su amiga, podía ver perfectamente como se comía todo lo que podía de aquella enorme polla y escuchaba los chasquidos de sus mamadas. Él tenía metida su cabeza entre las piernas de mi madre y supuse que su lengua le estaría dando placer a ella.

Entonces sentí que mi polla era envuelta por el calor de la boca de Luisa, la miré y ella estaba en cuclillas delante de mí mamando mi polla. Se la metía entera en su boca, no dejaba un poco fuera y después me daba una fuerte mamada que hacía que mis piernas temblaran de placer. Me la chupó un buen rato. Escuché como mi madre empezaba a dar gemidos apagados, intentado no chillar por el placer que le daba Samuel con su lengua.

Luisa tiró de mi polla para que me tumbara junto a ella. Empecé a besarla y acariciar sus tetas. Entonces bajé mi boca para mamar sus pezones y mi mano buscó entre sus pierna que ella mantenía abiertas para que pudiera tocarla a placer. No tenía un solo pelo en su coño, lo tenía totalmente depilado. Introduje un dedo y comencé a masturbarla mientras mamaba sus tetas y ella acariciaba mi polla dura y erecta.

Miré para los otros amantes. Ahora Samuel estaba de pie y tenía a mi madre de rodillas. Le agarraba la cabeza y le metía la polla con violencia en la boca haciendo que tuviera arcadas. Era muy cabrón y estaba haciendo daño a mi madre. Aguanté un poco hasta que vi como mi madre quería para pero la forzaba a seguir con aquella dura mamada. Me levanté rápidamente y lo empujé para que dejara de hacer daño a mi madre.

-¡Déjala ya cabrón! ¡No ves que no quiere eso! – Me agaché para ve como estaba mi madre.

-¡Tranquilo hijo! ¡Estoy bien!

-¡Pues que poco aguanta tu puta madre! – Se comportaba como el chulo putas que era y se fue para su cama donde estaba su madre desnuda. - ¡Mira esto! – Se colocó delante de Luisa. - ¡Chupa so puta!

Su madre se puso de rodillas y le daba grandes y profundas mamadas como si quisiera sacar toda la leche que contenían sus huevos. Yo me tumbé junto a mi madre y ambos veíamos el espectáculo incestuoso que nos ofrecían nuestros amigos. Puse una mano en la cadera de ella y volvió su cara para mirarme. La acaricié. Se acercó a mí e intenté besar su boca.

-¡No debemos hacerlo! ¡Cualquiera sabe las consecuencias si lo hiciéramos! – Y rozó levemente mis labios al separarse.

Mi polla se puso dura con el espectáculo en vivo que teníamos y la proximidad del hermoso y redondo culo de mi madre. Me acerqué a ella y se la puse en su culo, me moví como si la follara. Volvió la cara de nuevo y ahora con una mano me agarró por el cuello y nuestras bocas se unieron. No pudo evitarlo, con los otros dos teniendo sexo allí y sentir mi polla que se deslizaba por la raja de su culo, la superó y se rindió a sus deseos.

Ya se había corrido antes en la boca de Samuel, así que su coño estaba húmedo y caliente, preparado para ser penetrado. Buscó en una bolsa que tenía allí al lado y sacó un preservativo. Me hizo tumbar en medio de la cama y me dio varias mamadas para que estuviera bastante dura. ¡Qué bueno sentir la boca de mi propia madre! Sacó el preservativo y me lo colocó. Yo estaba medio temblando por la excitación al ver a mi madre desnuda que abría las piernas y se colocaba sobre mí, cogía mi polla con una mano y la dirigía a la raja de su chocho. La pasó por toda la raja hasta que le buscó acomodo en la entrada de su vagina, poco a poco dejó caer su peso para que mi polla fuera separando las paredes de su vagina y se llenara con la polla de su hijo.

-¡Dios qué bueno! – Decía mientras mi polla la penetraba poco a poco. - ¡Qué me gusta follar con mi niño!

La agarré por las caderas y aceleramos las penetraciones. En poco los dos gemíamos levemente sintiendo el dulce placer y el calor de la lujuriosa relación incestuosa que estábamos manteniendo.

Samuel tenía a su madre boca arriba y abierta de piernas lo máximo que daba su cuerpo. Su polla la penetraba con violencia, como a él le gustaba todo lo relativo al sexo, con violencia, como tenía una polla grande, tenía que abusar de ella. Luisa tenía descompuesta la cara mezcla de placer y dolor que le infería el ariete de su hijo. No lo podíamos entender pero él le decía cosas al oído, cosas sucias seguramente para excitarla y excitarse él a la vez.

Agarré las tetas de mi madre y las empecé a mamar a la vez que ella se clavaba mi polla frenéticamente y hasta lo más profundo que podía. Con una mano agarraba la teta que mamaba y la otra la llevé a su redondo culo, sobre la raja que separaba sus dos hermosos cachetes. Recorrí esa raja y busqué su ano. Lo encontré y empecé a recorrer con la yema de mi dedo su contorno mientras mi polla entraba y salía de su húmeda y caliente vagina.

-¡Eso me gusta! ¡No pares! ¡Fóllame y tócame me ano! – Me animaba y me excitaba a la vez.

Aceleré mis penetraciones mientras con el dedo empecé a empujar su esfínter para entrar dentro de su ano. Ahora podía sentir la presión de su esfínter en la punta de mi dedo. Moví mi dedo como si follara su culo al mismo ritmo que mi polla le entraba y salía del coño. Ella se echó adelante y dejó su cuerpo descansar sobre mí, mientras yo me movía para no dejar de penetrar su cuerpo por los dos lados. Se abrazó fuerte a mí y puso su boca en mi oído.

-¡Ah, cariño! ¡Me estas volviendo loca! ¡Me voy a correr como una perra en celo! – Me decía con la respiración entrecortada y sudando por el esfuerzo que estábamos haciendo para darnos placer en aquella calurosa noche de verano. – ¡Folla fuerte a la puta de madre! ¡Descarga dentro de mí! ¡Ah, ah, no puedo más me corro!

Sentí como sus uñas se clavaban en mi piel y dejó de hablar, aceleré mis penetraciones y ella, teniendo un tremendo orgasmo, sólo podía lanzar aspavientos y movimientos convulsivos por el orgasmos que sentía y que no podía desahogar con gemidos.

Entonces escuchamos un gruñido y miramos a la otra pareja, Samuel tenía a su madre a cuatro patas y la follaba, siempre con violentas embestidas. Estaba sintiendo un tremendo orgasmo y al momento sacó la polla de ella, la volvió y se empezó a correr en la abierta boca de su madre que esperaba todo el semen que contenía los huevos de su bravo semental.

Ver la corrida de mi amigo me calentó aún más. Coloqué a mi madre bocabajo y me subí sobre ella. Puso su culo un poco en pompa y mi polla entro sin dificultad en su húmedo coño. Empecé a empujarla para penetrarla a la vez que le apartaba el pelo de su cuello y mordisqueaba su nuca y cuello.

-¡Córrete ya cariño! – Me pedía y yo aceleraba las embestidas sobre su culo. - ¡Me voy a correr de nuevo!

-¡Hazlo cariño! ¡Regálame otro orgasmo! ¡Córrete puta mía! – Le pedía.

Al momento lanzó un gran chillido de placer y tuve que ponerle una mano en la boca para ahogar los tremendos gemidos que daba. Yo no paraba, aceleraba todo lo posible mis penetraciones y llegó mi momento. Pude sentir como mi semen recorría toda mi polla y era lanzado para ser frenado por el preservativo.

Quedé encima de mi madre para descansar, los dos estábamos sudorosos por el sexo que habíamos tenido. Era la segunda mujer que me follaba y la verdad es que esta vez fue la más excitante y placentera de mi vida. Follar a mi madre era siempre un placer, pero nunca como la primera vez