Placeres de la bisexualidad
Soy un chico chico joven, tan sólo con 18 años. Me considero, y en verdad lo soy, un hombre. Todo ocurrió por la tarde cuando, tras haber comprado unos regalos en unos grandes almacenes, fui a un gran local que está al lado, viéndolo todo, novedades, chorradillas, etc... cuando descubrí por casualidad a un hombre. ...
Placeres de la bisexualidad
Soy un chico chico bastante joven, pues cuento tan sólo con 18 años.
Mido 1.76 y peso 60 Kg. Antes de comenzar mi aventura quisiera dejarte claro, amigo lector, que me considero, y en verdad lo soy, un hombre en todos los sentidos. Todo ocurrió un miércoles por la tarde cuando, tras haber comprado unos regalos de Reyes en unos grandes almacenes, fui a un gran local que está al lado de éstos, y que aglutina varias tiendas y boutiques. Estuve largo tiempo viéndolo todo, novedades, chorradillas, etc... cuando descubrí por casualidad al alzar la vista del escaparate a un hombre que produjo que me fijara en él. Me daba la espalda pues caminaba en dirección contraria a la mía. Creo que lo debí hacer con demasiado descaro, pues la postura de aquella persona cambió de un giro y de perfil se puso de frente. En ese momento y por primera vez, como sospechando que podía haberle molestado, dirigí mi mirada hacia arriba hasta llegar a los 1.82 que medía. Cuando nuestros ojos se encontraron
me sobrecogí con un extraño temblor y quedé maravillado de sus profundos ojos marrones claros con un aro de verde. Su pelo era castaño claro. Su graciosa nariz era ligeramente aguileña. Una leve sonrisa se dibujó en su boca y yo la imité, entonces él respondió sonriendo con ímpetu provocando mi carcajada. A los pocos instantes me preguntó con aire irónico mientras seguía sonriendo:
- ¿Tanto te gusto?
Por supuesto el corte que me invadía en aquellos momentos era indescriptible e intenté explicarle que no pensara mal, que lo que ocurría era una cosa sencilla, pero los nervios me lo impidieron, produciéndole emotivas carcajadas. Me dijo que me tranquilizara y me invitó a que se lo contara más despacio tomando algo en una cafetería.
Yo acepté y poniéndome su mano derecha sobre mi hombro me condujo allí.
Aquel personaje de 26 años prometía ser un excelente amigo pues su simpatía y amabilidad llegaron pronto hasta lo más profundo de mi ser.
Estuvimos largo rato conversando en la cafetería. Yo me encontraba muy a gusto y no tenía ninguna prisa. Estuvimos en no sé cuantas cafeterías y pubs, el caso es que yo, al final, estaba un poco mareadillo por la cantidad de bebidas que había revuelto en mi estómago y la cabeza me daba vueltas. Por supuesto que no estaba borracho, aunque tampoco puedo decir que estuviera en plena lucidez mental. Mi amigo me invitó a su apartamento para darme un "invento" que, según él, era estupendo para estas ocasiones. Tardamos bastante en el taxi pues había un tráfico muy denso. Eso produjo que mi malestar aumentara y cuando nos hallábamos subiendo las escaleras de un lujoso portal, perdí las fuerzas y no pude por menos que sentarme allí mismo.
Cuando, momentáneamente, me hube recuperado, me levanté con su ayuda y nos introdujimos en el ascensor. Ya estaba mejor y él me apostó que no era capaz de pulsar el quinto botón. Le contesté, riéndome, que no estaba tan mal y, aunque reconozco que no me fué fácil, pulsé dicho botón. Aquel ambiente de alegría e inmensa felicidad me dio valor para, a título de disculpa, decirle que sentía el ser tan débil con la bebida y le pedí que perdonara mi torpeza. El, como queriéndome dar un sentimiento de confianza, puso sus manos en mis hombros y su rostro adquirió una imagen
distinta a las que yo conocía en él. Sus ojos brillaron y su sonrisa se evadió. En aquella postura, se acercó más a mí, entonces yo, un poco temeroso, aunque no imaginaba lo que iba a suceder, le comuniqué que ya habíamos llegado, que el ascensor estaba parado. Sus oídos permanecieron sordos, entonces me apretó contra su cuerpo y me besó levemente, tan superficialmente que sus labios apenas rozaron los míos, pero esto fue suficiente para sellar mis hablares. A los pocos instantes volvió a besarme, esta vez con un beso profundo y ardiente mientras me estrechaba entre sus brazos. Yo permanecía rígido e impasible, luchaba por comprender si estaba soñando o no, pero él no permitió que yo lo
averiguara pues distrajo mi atención mientras abría el ascensor.
Daniel, este es su nombre, me habló de sus inclinaciones con toda franqueza, las mismas que yo había odiado por culpa de una serie de superficiales personas que abundan bastante, y por desgracia, en esta sociedad. Pero puestas en sus labios, esas tendencias de una persona que las sentía cambiaron completamente y me resultaron hermosas.
Entonces, a partir de aquel momento, comencé a amar a aquella persona puesto que me atraía su manera de pensar. Sus principios eran realmente bellos. Al final me pidió perdón y dijo que su casa estaba abierta para cuando yo necesitara de ella. Luego me rogó que no me marchase pero que si ese era mi deseo, que lo hiciera sin hacerle sufrir más. Yo, llorando de felicidad le cogí la mano y se la besé, luego le abracé y le confesé que le amaba. ¡ Y era verdad !
Instantes después, éramos más amigos que al principio y fui yo quien le condujo a la habitación. Nos desnudamos mutuamente con una delicadeza infinita, en medio de besos y caricias. Cuando nos hallamos como la madre naturaleza nos trajo al mundo me di cuenta que a su gran corazón le acompañaba un cuerpo hermosísimo. Me eché atrás pero él me transmitió un sentimiento de confianza haciéndome superar cualquier prejuicio.
Nuestros cuerpos se fundieron en una ardiente pasión y un gran deseo. Nos acariciamos, hablamos e hicimos el amor de mil maneras. Mi boca besó cada parte de su cuerpo mientras él, con su lengua, hacía lo mismo conmigo. Nos dábamos las gracias mutuamente al tiempo que soltábamos salvajes alaridos de placer. Yo, como él, gocé muchísimo pues a lo carnal se unió el amor. Acabamos exhaustos pero nos quedaron fuerzas para salir de nuevo a la calle, rebosantes de alegría y satisfacción. Y en cada sitio que estuvimos no disimulamos nuestro amor, al contrario, lo
gritamos a los cuatro vientos. Como suele pasar, enseguida surgió alguna mirada hipócrita y tal vez envidiosa de nuestra felicidad, que nos daba pena.
Tuvimos la suerte de hacer amistad con un matrimonio joven en un pub y en otro, con un grupo de jóvenes. Esto demuestra que la mentalidad de la gente esta cambiando. Yo soy el primero que, de no haberme ocurrido esto, sería una de esas personas que ahora me dan pena por su ignorancia.
Por último, os diré que alterno mis relaciones sexuales con ambos sexos gozando igualmente. Lo que importa es que exista amor.