Placeres.

Un hombre fantasea con hacer una mamada en el baño de un estacionamiento. Lo hará, pero será un poco diferente a lo imaginado. Desde ese momento, se vuelve la primera vez y el causante de muchos placeres.

¡Saludos! No soy muy de escribir historias "gays" -vamos, que las lesbianas también somos gays-, pero, toda apuesta tiene que ser pagada, así que debo hacer un relato que superen al menos los cinco capítulos, y como soy pefeccionista jaja, Aquí la primera parte, algo corta, lo sé, pero es casi que una introducción. Espero les guste (:

[♦♦♦]

La verdad, no sé ni para que vengo. Estoy en los baños del estacionamiento subterráneo, los baños más solitarios de todo el centro comercial. La gente prefiere asistir a los de las plantas altas, pues aquí siempre tiende a ser “peligroso” según las estadísticas… bah. Siempre he asistido aquí, siempre termino aquí un buen rato, esperando, ¿esperando qué? Siempre me ha dado un morbaso descomunal que entre algún hombre y provocarle, mamarle el pene, chupárselo… pero no se hagan ideas raras. Tengo una vida heterosexual, son treinta y cinco años de vida, casado y con una hija, sin embargo, siempre he fantaseado con hombres, y sé que no soy el único, sé que hay bastantes, muchos, demasiados hombres que, a los ojos de todos son los más machos del planeta, pero cuando se voltean, son unas putas perdidas hambrientas de pollas. Yo no creo llegar a ese nivel de marica perdida… pero imaginarme haciendo una buena mamada me puede.

Y hoy no es la excepción; como todos los días, después del trabajo, paso por aquí un rato. No trabajo lejos del centro comercial, la oficina queda a solo una cuadra, por eso prefiere guardar el auto acá, es más seguro, hay más vigilancia, hay más movimiento de gente y es más difícil que te roben la batería del auto acá que en el desolado estacionamiento del  edificio donde trabajo. Además, el tráfico pasadas las seis de la tarde es mucho más tranquilo. Así tengo la excusa perfecta de llegar siempre un poco más tarde a casa.

Suspiré mientras me veía en el espejo.  No había tenido suerte nunca, y por físico no creo que sea. Mido uno metro setenta y cinco, cabello castaño y ojos color miel. Tal vez tenga el físico algo descuidado y el abdomen de otrora ha desaparecido, pero a esta edad ya es algo normal. Me agaché para recoger mi maleta, suponiendo que hoy sería otro día más de hacerme una paja imaginando, como siempre, sin embargo, el sonido de la puerta cerrándose al mismo tiempo que colocaban el seguro me alertó. Mi corazón dio un vuelco de emoción a la vez que mi maletín volvía a posarse sobre el suelo con suavidad y yo salía de los lava manos, directo al urinario; asomé primero la cabeza para ver cómo era el hombre, enfoqué la vista, pues lo veía de espalda solamente. Era un… una… ¿qué demonios hacía una niña, sola, en el baño de hombres? Además que no debía pasar los quince años de edad. A pesar de que vestía un jean sencillo y una franela blanca, la detallé de arriba abajo, facciones delicadísimas, rostro perfilado, labios finos y ojos algo rasgados de color verde. Su complexión era delgada y su piel era blanquísima… ¿¡Es un niño!? ¡Se sacó una pequeña polla de su pantalón…! pero santa mierda… Me sorprendí, lo admito, en mi vida había visto un ser tan andrógino en persona y la verdad, esto podría resultar mejor que el pene de un cuarentón calenturiento.

Me acerqué despacio y le miré la polla sin descaro mientras sacaba yo la mía sin haber llegado siquiera al urinario, la cual, de tanto imaginar diferentes escenarios, estaba semi erecta. El niño volteó a verme y dio un respingo, pues era obvio que se sorprendería al verme acercando con la polla fuera. Me coloqué justo al lado de él, sin dejar de mirarle aquel pequeño trozo de carne sin un solo vello, por lo que se notaba.

Escuché como el chorro de orine pegaba de la cerámica del urinario y comencé a masajeármela poco a poco a la vez que volví a verle el pene. El chico estaba anonado frente a mi actitud, era obvio, tenía un poco de miedo, quizá, pero no se movía. Incluso había dejado de orinar ya, pero ahí seguía viéndome la cara y viendo el pene, bajaba y subía su mirada, y yo solo podía mirarle la polla que comenzaba a dar muestras de vida.

― ¿Nunca has visto a alguien haciéndose una paja, niño? ― le pregunté con voz neutral. El negó con vehemencia con la cabeza. ― Hacen lo mismo que haces tú cuando te la haces.

― Mis padres dicen que masturbarse es pecado…

No sé si fue la respuesta o la voz tan ridículamente suave y dulce que salió de su boca, ¿en serio era un niño y no una niña con polla? No lo sé, por el demonio que no, pero oír esas palabras salir de su boquita me pusieron a mil, y el mocoso se percató al ver a mi verga alzarse varios centímetros más hasta que la cabeza miraba fija al techo. Dejé de masajearme y me acerqué a él, sin más. Si el mocoso no se movía, tenía curiosidad, y yo, tenía todas las armas a mi disposición de cómo persuadirlo.

― ¿Quieres probar?

― Pero mis papás…

― No se enterarán, y te enseñaré cuanto de rico se siente el placer.

No respondió, pues mis manos ya sujetaban su pequeña polla. Podía cubrirla toda con mi derecha, lo cual me provocó un poco de risa. Podía sentir como se iba levantando y hacía presión en mi palma, así que le dije que caminara hasta uno de los cubículos. Bajé la tapa del escusado y me senté, quedando al nivel de su pequeño aparato. Comencé a masajearle levemente, de arriba abajo, sin prisa, haciendo que la respiración del niño se entrecortara poco a poco. Tomé el prepucio y lo jalé suavemente hacia atrás, haciendo que su pequeña cabecita rosada y brillosa viera la luz, ahora, arrancándole un gemido que me sonó a gloria. Con la yema de mi pulgar comencé a acariciar de forma circular la zona donde el prepucio se unía con el glande, notando como las piernas temblorosas del niño se unían a su respiración entre cortada. Al instante, una pequeña gota brillante me saludó, bajando con lentitud desesperante hasta mojar mi pulgar.

Es el momento.

Llevé mis labios hasta su pequeña arma y rodeé todo el glande, succionando con un poco de presión. El sonoro gemido fue perfecto, único. Volví a introducirme el pequeño pene a la boca, esta vez haciendo el sube y baja correspondiente. Era tan fácil tragármela toda y la vez jugar con mi lengua en su glande y sentir el sabor salado de su orine y líquido pre seminal.  Cada gemido era un aliento a seguir, que lo estaba haciendo bien y que este niño estaba recibiendo el placer más grande su vida. Abría los ojos para verlo, y solo podía encenderme más al notarlo con los ojos apretados con fuerza y la boca medio abierta mientras seguía gimiendo al ritmo de mis mamadas.

Este niño debía ser mío.

Sentí como sus bolas se tensaban, a la vez que su pequeño pene y como la cabeza se hinchaba. Solo podía significar una cosa y los gemidos constantes me lo confinaban.  Así que me concentré en su glande, a salivarlo, chuparlo y acariciarlo con mi lengua, sintiendo a los pocos segundos como un par de choros potentes y cálidos llenaban mi boca, para luego sentir como el líquido salía a una presión normal. Sin duda, era su primera corrida, estaba bastante cargado.

Dejé su pene y me levanté de golpe, abrí mi boca y, estoy seguro, que si no lo hubiera besado, el semen se me hubiera escapado, pues la cantidad era enorme. Menos mal la recibió él en su cavidad bucal, pues al encontrarlo con la boca entre abierta, me facilito la labor. Le besé un buen rato, haciéndolo sentir el sabor de su propia leche, compartiendo su semen, el cual terminamos tragando. Aunque él en una cantidad mayor que yo.

Volví a bajar, estaba vez para limpiar los restos viscosos en su mimbrecito, robándole un último gemido antes de separarme.

El chico quedó extasiado, sus piernas temblaban y su respiración era agitadísima. Me reí por lo bajito al verlo así. Creo que fue una experiencia muy grande para su “primera paja”, pero valió la pena.

― Vamos, chico, límpiate la boca y sal que tus papás deben estar locos esperándote ― el chico espabiló y se guardó el pene con rapidez y corrió al lava manos a lavarse.

Me miró, estaba completamente rojo y con una cara tan llena de vergüenza que me hizo replantearme si en realidad no se trataba de una niña con pene.

― ¡Hey! ― le llamé antes que saliera, él volteó veloz. ― Si quieres volver a sentir algo así, ven a la misma hora.