Placer forzado
Mi amante ocasional me obligó a hacer cosas que no quería hacer en un salón de clases.
Después de haberle hecho el amor aquella tarde en el baño de la escuela, no volví a verlo hasta tres días después. Ardía en un profundo y cegador deseo de tocarlo, besarlo, lamerlo y poseerlo. Esa mañana, para mi asombro, no levantó la vista cuando entró. Se veía igual de bello, como siempre. Sólo nos habíamos amado dos veces. Lo que sentía por él era pura pasión. Sin embargo, había algo en su comportamiento que me turbaba: era solitario y antisocial, pero al mismo tiempo, inteligente y fogoso. Una extraña mezcla en un joven como él.
Mis ojos perseguían su silueta con cada movimiento que hacía. Su pelo negro, su piel clara y sus ojos azules. Al terminar la clase, lo esperé en el pasillo para hablar con él, para ver su rostro, mirarlo a los ojos, oler su perfume... Se tardaba en salir del aula y yo me desesperaba. Me asomé por la puerta en un acto de impaciencia y lo vi hablando íntimamente con el profesor, el mismo que nos había sorprendido en el baño días atrás. Sonreían como si hablaran de algo secreto, cómplices de una aventura que sólo ellos conocían. El profesor puso su mano en el hombro de mi amado. Unos celos me inundaron por completo.
Ese bastardo tocando a mi novio. ¿Novio? ¿Acaso me estaba enamorando de este chico tan diferente a mí? Ese cuerpo tan sensual y maduro, mezcla de energía orgiástica y pasión lujuriosa. No, para nada. Apenas conocía a ese hombre. Besaba muy bien y su cuerpo se movía como el de los dioses, pero era sólo sexo, nada de amor. Eso no es de hombres. Los hombres no nos amamos entre nosotros mismos. Lo único que hay es confabulación y una amistad a secas, de esas que son para ir a beber y hablar de chicas. Y por supuesto, de vez en cuando, cuando existe la necesidad, masturbarnos un poco. Pero ahí estaba él recibiendo un pequeño papel de manos del profesor. Debía ser una dirección o un número telefónico. Me estaba cambiando por un hombre maduro, uno que debía tener más experiencia que yo.
Él salió y me vio sorprendido.
-Hola. ¿cómo estás?-pregunté con la voz temblorosa y mis manos sudando.
-Muy bien. Hacía días que no te veía. ¿Le trajiste el cesto de frutas al profesor?
-Me he olvidado, pero tú pareces que estás arreglando las cosas-le dije irónicamente.
-Sí, ya están arregladas. Él no dirá una palabra.
-Eso es bueno.
La conversación caía directamente hacia el abismo. ¿De qué podían hablar dos seres que se atraían por el físico pero no se entendían intelectualmente? Para entonces ya temblaba.
-¿Tienes clases?-pregunté buscándole salida al silencio.
-Sí. Me puedes acompañar. Si no tienes compromisos.
-Por supuesto.
Caminamos juntos por el pasillo. Recorrimos el patio y entramos al otro edificio. No nos dijimos una palabra. Para entonces la idea de algo serio entre él y yo se tornaba gris. Nunca nos entenderíamos si no buscábamos algo en común entre nosotros. Sus palabras pasadas aún retumbaban en mis oídos: "Ya lo tienes... Tienes mucho más que eso..." A su corazón, se refería. Era imposible que si él tuviera mi corazón-lo cual era absurdo porque yo no sentía nada por él- y yo el suyo, se desapareciera por días sin dejarme saber donde estaba.
Ya llegando al salón para su clase, me dijo que entrara con él. ¿Para qué? ¿Para aguantar tenerlo una hora a mi lado y no poder tocarlo? ¿Para oler ese perfume tan seductor y marearme ante el recuerdo del pasado? Pero el aula estaba vacía y él cerró la puerta tras de mí. Cuando me volteé, había dejado caer su bulto y sus libros al piso; se tocaba tentadoramente el cuerpo bajando sus manos hacia dentro del pantalón y acariciándose la verga bajo la tela gruesa, obligando a mi mente imaginarse como reaccionaba su pene ante la fuerte y sublime caricia. Miré su rostro: los ojos entrecerrados, la boca medio abierta y la cabeza ligeramente echada hacia atrás le daban un toque de vulnerabilidad que me decía: "acércate y termina de acariciarme antes de que explote". Pues bien, no dude mucho en adelantarme.
Se sacó las manos del pantalón y me miró con una leve malicia. Se acercó a mí y me empujó contra el escritorio, haciendo que me golpeara contra el borde. Me agarró las nalgas, me trepó sobre la mesa y abrió mi pantalón liberando mi sexo asustado, al igual que yo. ¿Qué demonio poseyó a este hombre?
-Llevo días deseando hacerte esto.- dijo mientras me sacaba el pantalón y abría mis piernas, metiéndose entre ellas. Subió hasta mi pecho lamiendo la piel y chupando de vez en cuando mis tetillas.
La sorpresa por su acometida me había dejado atónito, pero luego alucinaba. Le dejaba hacer lo que quisiera: morder mis labios y besarlos, ahogarme cruelmente con la lengua, jalarme la cabeza hacia atrás mientras me agarraba por el pelo, chupar la piel de mi cuello hasta dejarla roja, tirar fuertemente del paquete y masajearlo a su gusto... Yo jadeaba preso de todo esto. Me sentía algo incómodo estando abajo, pero era una lástima echar esa fogosidad hacia atrás; él estaba realmente inspirado. De pronto, de forma sorpresiva y momentánea, levantó la mano y me pegó en la cara. Mi desconcierto llegó a tal punto que lo empuje de encima de mí y lo hice caer al piso.
-¿Cuál es tu problema?-pregunté gritándole mientras me ponía de pie.
Le devolví el golpe, y justo cuando lo recibió, se levantó y me empujó contra el escritorio. Me echó de espalada sobre él, dejando mis piernas en el suelo y aguantando mis muñecas con sus manos con tal fuerza que dolía. Me mordió el cuello y yo grité. El maldito tenía fuerza, incluso más que yo.
-Estate quieto, capullo, o te vuelvo a pegar-me dijo.
Me recorrió el rostro con su lengua y la metió contra mi voluntad en mi boca, aprovechando el momento en que gemí de sorpresa o de dolor- por sus palabras. Me besó como tanto me gustaba, con pasión y desenfreno, jalando mi labio y maltratándolo con torpeza, como cuando un niño juega con un animalito y lo lesiona sin querer. Así mismo me trataba en esos momentos.
Volvió a subirme completamente al escritorio mientras me rozaba los brazos y bajaba sus manos fuertes hasta mis partes íntimas. Me acarició divinamente y yo gemí de placer. Su boca rodeó mi miembro y lo saboreó con salvajismo, luego con dulzura, después con ferocidad y más tarde con ternura. Yo iba y venía entre un mundo de dolor, sorpresa y excitación. Ardía por dentro. Me agarré del borde del escritorio y subí mi pelvis hacia su boca. Inmediatamente sentí su lengua entrar en mi ano.
-¡No!-exclamé tratando de sacar su cabeza de ahí, pero introdujo más su lengua y con su mano me volvió a echar contra el escritorio. En lo personal, encuentro que el área de mi recto es tan íntima como las necesidades naturales no-sexuales que hago en el baño. Pero él parecía disfrutar de eso, y yo no tenía otra opción más que dejarme humillar divinamente por un ser que lo creí subordinado a mi poder y resultó ser todo lo contrario. No tardó mucho en desnudarse y echarse sobre mí. Me miró a los ojos mientras abría mis piernas y las subía sobre sus caderas. Posó sus labios sobre los míos y pude sentir ese sabor extraño de su boca. Nadie me había penetrado y nunca planeé ser penetrado. Puse resistencia en sus brazos tratando de alejarlo de mí. Me estaba humillando asquerosamente. Subió mi cuerpo un poco y lo pegó contra la mesa provocándome dolor, lo suficiente como para mantenerme quieto en lo que posaba su pene en la entrada de mi ano. Aguantó mis manos y volteó mi cabeza con su cara hacia un lado, besándome las orejas y el cuello.
Introdujo levemente su miembro en mi cuerpo al tiempo que sentía un fuerte dolor, pero tapó mi boca con la suya y volvió a meter más. Liberó mi muñeca y cubrió con su mano mis labios. Pasé mi brazo por su cuello y me sostuve de él, mientras me cargaba sobre su pene y mi cuerpo bajaba por éste. Nos movimos lo suficiente hasta haber cubierto toda su verga. Me volvió a dejar caer con suavidad sobre el escritorio para comenzar el mete y saca que yo mismo realicé dentro de su cuerpo días atrás. Cerraba mis ojos con fuerza soportando el dolor. En unos minutos se corrió dentro de mí con un fuerte gemido. Yo esperé ahí, viendo su rostro, convulsionando bajo su venida, estremecido por el dolor y el placer. Me miró con esos ojos brillantes y azules. Mi cabeza estaba sobre brazo, sosteniéndome. Vio mi pobre pene estrujado entre nuestros cuerpos. Lo tomó con la mano y lo acarició hasta que eyaculé encima de él. Colocó su brazo al lado de mi cabeza y se quedó estático, observándome. Yo estaba sonrojado y sentía mucho dolor en mi cuerpo. Había forcejeado con él y la sorpresa de su comportamiento fue una ventaja que tuvo sobre mí.
-Me gustas mucho. Demasiado para mi gusto-me confesó.
Yo no supe qué contestar.
Nos observamos unos minutos hasta que él se levantó de encima de mí y se empezó a vestir. Yo me puse de pie como pude y logré alcanzar mi ropa en un extremo del piso con mucho dolor. Así mismo me vestí y él, que ya había terminado, me veía con un gesto que no pude descifrar, como si me estudiara para poder entender algo que lo perturbaba. Lo miré con timidez, preguntándole silenciosamente con sumisión qué ocurriría luego.
-Tengo clase. Nos vemos luego-me dijo con seriedad. Tomó su bulto, sus libros del piso y salió con lentitud del salón, no sin antes volver a verme.
Permanecí ahí por unos minutos en lo que el asombro se desvanecía. Fui por mis cosas y salí del aula, pero no lo pude ver.
Pasé lo que restaba del día en mi propio mundo de ensoñación. Me sentía medio enamorado de él. Esa misma mañana había decidido que era sólo una aventura sexual y hacia el medio día descubrí que las cosas eran más profundas de lo que yo imaginaba. Ese hombre me hizo todo lo que yo jamás pensé que un ser me podría hacer, y no me refiero a lo físico, sino a lo emocional. Pero en el fondo yo sabía que entre nosotros había más, mucho más. Y no me equivocaba...
FIN
PD. "Sorprendidos en el baño" es la primera parte de este amoroso y sexual relato.