Placer en la mirada
Esta vez nuestro encuentro se planteaba diferente: buscar placer mutuo sólo mirándonos...
No se lo esperaba. Acabábamos de encontrarnos, y tras besarla suavemente le dije "espero que te haya gustado el beso porque en esa cita no nos vamos a tocar, ni yo a ti ni tú a mi". Primero frunció el ceño. Me miró de forma extraña, mi declaración la había dejado fuera de juego. Pero enseguida cambió su gesto de desaprobación por una sonrisa llena de curiosidad. Sabía que yo tramaba algo y se dejó llevar.
En el ascensor me preguntó "¿nada-nada?". "Nada de nada", dije yo. "Hoy quiero mirar, y que me mires. Quiero ver como te acaricias, y que tú veas cómo me acaricio. Quiero que nos miremos, excitemos, y juguemos con nuestros cuerpos. Quiero que seamos el juguete visual del otro". Ella abrió mucho los ojos, había captado a la primera mi propuesta y le gustaba. Noté como se le ponía la piel de gallina, como se le habían dilatado las pupilas, y cómo sus hermosos pezones se notaban, duros, a través de su camisa.
Sin decir nada llegamos a la habitación y nos quedamos frente a frente. "Tú primero", dijo ella riendo.
Le pedí que se desvistiera, que se quedara sólo con su camisa. Yo me puse cómodo en la cama, y ella se fue quitando poco a poco la ropa. Me abrí el pantalón, y saqué mi miembro. Estaba duro, y empecé a acariciarlo por encima.
Ella se quedó sólo con la camisa abierta, mirándome fijamente. Estaba imponente. Su cuerpo era un conjunto de curvas sensuales que ofrecían mil detalles donde fijarse que despertaban todo tipo de deseos. Su camisa, entreabierta dejaba entrever sus pechos y apenas llegaba a tapar su sexo, lo cual la hacía aún más deliciosa y deseable.
"¿Qué piensas?", le pregunté. Ella me miró fijamente. "Pienso que gusta verte así, pienso que me pone ver como te estás tocando, cómo tu mano rodea tu polla y lo lento que lo estás haciendo... y pienso que si no me acaricio explotaré". Se apoyó en la pared, con las piernas entreabiertas. Se chupó los dedos, y empezó a masajease el clítoris por encima. Yo seguía acariciándome. Pasaba mis dedos por el glande, recorriéndolo, mojado por mi saliva. Luego me agarraba bien fuerte, subiendo y bajando de forma lenta pero fuerte. Notaba su dureza y me excitaba ver cómo mi mano la estiraba hasta el límite, ver su tensión, notar el placer que me producía... y sobre todo ver que ella disfrutaba igual, acariciándose y mirándome con la boca entreabierta, con la respiración agitada.
Ella paró, y se subió a la cama, de rodillas, encima de mis piernas. Su sexo y el mío estaban cara a cara, podía sentir su calor, su humedad... los dos aumentamos el ritmo. Introdujo sus dedos, bien adentro, mientras su cara no paraba de mirar a mi sexo. Yo alternaba la mirada, de su cara, en tensión, a sus pechos, y de ahí a sus dedos, mojados y muy adentro.
Aumentó la intensidad de su mano, moviéndola rápidamente, con los dedos introducidos hasta el fondo, mientras me miraba fijamente. De pronto, empezó a correrse. Su cara, de tensión, mezclaba dolor y placer. Apenas podía sostenerse, mientras los espasmos la paralizaban y de su sexo salía líquido como una fuente, un squirting bestial, gritando y gimiendo. Yo llegué, descargando hacia ella, moviendo mi mano de forma salvaje, como si fuera a arrancarme de mi hasta la última gota de placer. Lo hacía tan fuerte que el dolor se mezclaba con el placer, el sentir que me derretía, el éxtasis de verla, y que me viera correrme así.
Ella cayó a mi lado, agotada, riendo, con los ojos fijos en mí. "¿Seguro que no nos vamos a tocar esta noche?". Le miré fijamente y le dije "...te mentí", mientras le empezaba a quitar su camisa.
La noche no había más que comenzado.
Le quité la camisa, y la coloqué boca abajo. Ella aún jadeaba después del orgasmo anterior, y colocándome a su lado le empecé a acariciar la espalda, para relajarla. Tras 10 minutos de charla sobre lo que acabábamos de hacer noté que estaba tan relajada que se iba a dormir, y así la dejé.
Yo aún estaba vestido y decidí ponerme un poco más cómodo. Ella dormía, boca abajo, agarrada a la almohada, con una de las piernas con la rodilla ligeramente arriba, lo cual dejaba entrever ligeramente los labios de su sexo, aún húmedos después de semejante orgasmo.
La visión me encendió, pero pensé que era mejor dejarla un rato más así. La observé, de arriba a abajo. De nuevo me tumbé a su lado, y muy suavemente le volví a acariciar la espalda. Ella hizo un amago de moverse pero siguió en la misma posición. Por la sonrisa de satisfacción que tenía en la cara deduje que estaba despierta, pero que disfrutaba de mis caricias y que quería seguir disfrutando así.
Mi mano siguió acariciando su espalda, su cadera. Las yemas de mis dedos hacían la suficiente presión para que apenas se notaran, pero para mí era como si estuvieran llenos de electricidad. En un momento, bajé mi mano a su culo, y lo recorrí, desde su cadera, bajando por la nalga, por toda sus redondez, hasta acabar en el interior de sus muslos. Intencionadamente, dejé que mi dedo pulgar rozara su sexo, una milésima de segundo, para ver si provocaba alguna reacción. Ella mantuvo la misma pose, pero el hecho de que tragara saliva la delató. Subí, desde su sexo hacia arriba, pasando entre las dos nalgas, suavemente, casi sin tocar. De nuevo tragó saliva.
Volví la mano a la espalda, y entonces ella me susurró, muy bajo, "vuelve a poner tu mano abajo". Suspiró, mientras subía aún más la pierna que tenía adelantada. Volví a bajar la mano, y noté que su sexo estaba de nuevo como un volcán, irradiando calor. Tras un par de pasadas por todo su culo, recorriendo especialmente arriba y abajo el interior de sus nalgas, dejé mi mano encima de sus labios. Estaban calientes, y con un pequeño movimiento de mi dedo anular, este se coló fácilmente entre sus labios. Dejé que se hundiera sólo, apenas sin aplicar movimiento. Ella lanzó un suspiro tremendo, pero no se movió.
Dejé mi dedo anular moviéndose entre sus labios, dejando a ratos que se hundiera, con curiosidad, esperando hasta cuando sería capaz ella de seguir fingiendo que dormía. La humedad era notable, y decidí que fueran dos los dedos los que jugaran en su vagina. Los hundí, buscando su interior, masajeando su punto G, circularmente, mientras hacía pequeños movimientos de entrada y salida. Los suspiros cambiaron a gemidos. Mis dedos estaban empapados, y ella ahora se agarraba con fuerza a la almohada. Noté los primeros temblores... y paré.
Saqué los dedos, y la coloqué tal como estaba, boca abajo, pero con las piernas estiradas, un poco separadas. Y me coloqué encima de ella, un poco hacia atrás. Mi miembro quedó entre sus húmedos muslos. Me moví ligeramente, y vi que mi cuerpo resbalaba sobre el suyo, mitad por el sudor, mitad por su humedad. Entonces me coloqué un poco más arriba. Mi miembro se colocó entre sus nalgas. Noté que si me movía le masajeaba el culo, hasta un punto que notaba que la punta se colocaba entre sus labios. Apreté un poco, y entró sola.
Gimió sonoramente. E hice fuerza, para entrar hondo, sintiendo su calor rodeando mi sexo. La posición era especialmente placentera. Ella seguía boca abajo, con las piernas cerradas, lo que hacía que sintiéramos muchísimo la penetración. Hasta entonces me había mantenido sobre mis brazos, pero bajé el torso, y apoyado sobre ella la agarré de los hombros para apretar con cada embate. Quería entrar dentro, muy dentro. No podía aguantar más, el placer era tan intenso que en nada me correría. Empecé a gemir, notando como mi cuerpo se encendía, contraía, empujaba furiosamente, descargando, mientras ella se unía a mí. Los dos gritando, mientras la penetraba finalmente, con un grito ahogado, paralizado por un instante, clavado en ella desde atrás...
Permanecimos así unos instantes, hasta que desaparecieron los espasmos, y me retiré de su espalda, húmeda de sudor y roja de los mordiscos que le había dado al final.
Nos dimos la vuelta, y extasiados, después de un largo beso nos dormimos, esta vez de verdad.