Placer en femenino
Mi primera vez con mi mejor amiga
Lo que voy a contar ocurrió realmente hace unos pocos años y fue cuando descubrí que no sólo me atraían los hombres sino también las personas de mi mismo sexo. Laura era mi mejor amiga y una chica bajita, de pelo negro, piel clarita, una cara muy guapa de esas que casi parecen de muñequita de anuncio, rematada con unos preciosos ojos verdes, y un llamativo 90 de pecho. Alegre y lanzada, es capaz de arrancarle un sonrisa y más de una mirada lasciva a cualquiera, por lo que suele hacer las delicias de todo el que se encuentre en su compañía, sea del sexo que sea. Como sucedió aquella noche, sin ir más lejos.
Era un viernes y mis padres habían decidido pasar el fin de semana en la playa, huyendo de los últimos coletazos del invierno. Sin tener que preocuparme por horarios ni rendirle cuentas a nadie, aquella noche la pasé encantadísima de fiesta con Laura, bebiendo y bailando hasta las tantas. Yo soy también bajita y de piel clara, con el pelo castaño, ojos marrones, poco pecho pero bien puesto, y culito respingón. Aquella noche llevaba tacones altos para destacar, unos leggins negros que realzan mis nalgas, camisa blanca y chaqueta. Por supuesto, Laura iba mucho más llamativa, con un vestido negro muy corto y ajustado que quitaba el hipo y robaba miradas por donde pasaba. No sólo las de los chicos, ya que a mí también me parecía que iba espectacular y me sorprendí a mí misma admirándola varias veces a lo largo de la noche; aunque siempre procuraba que fuera con discreción. No me atrevía a que me pillara mirándola con deseo; me habría muerto de vergüenza yo solita.
A altas horas de la noche y ya bastante perjudicadas, volvimos a casa de mis padres. Dando tumbos y riendo como una tonta, no acertaba a meter la llave en la cerradura. Intenté pegarme más a la puerta y concentrarme en la faena, pero mientras estaba en ello sentí un peso en mi espalda. Laura se apoyaba contra mí. Sentí el calor de su cuerpo y me puse aún más nerviosa. Ella se reía divertida, con su barbilla apoyada en mi hombro. Podía notar perfectamente el olor de su colonia, y el de su champú que siempre me había encantado. Sin saber muy bien por qué y casi sin quererlo, me excité. No sé si sería el alcohol o el hecho de sentirla tan cerca, pero no pude evitar sentirme incómoda.
“Abre ya, ¿no, nena? O me voy a tener que frotar contigo para no quedarme helada”. Como queriendo dar énfasis a sus palabras, comenzó a frotar su cuerpo contra el mío arriba y abajo, colocando sus manos bajo mis pechos como apoyo. Me quedé sin respiración y debía estar roja como un tomate porque Laura no paraba de reírse a mi costa. Con tanto nervio, no sé cómo pero terminé atinando con la puerta y, sin mediar palabra, entré rápidamente casi arrastrando a Laura, que seguía sujeta a mí. Una vez dentro, finalmente me soltó pero yo no paraba de sudar. Podía notar aún la sensación de su respiración en mi cuello, y ahora me miraba con esa sonrisa suya, tan apetecible, entre cálida y pícara…
Antes de seguir pensando cosas raras le dije que me siguiera a mi cuarto. Cuando entré para empezar a cambiarme, Laura me preguntó si el baño era la habitación de enfrente. Le dije que sí y seguí a lo mío. La persiana de mi cuarto estaba medio subida, así que entraba la suficiente claridad de la calle como para ver sin encender luces y empecé a quitarme cosas frente al espejo del armario. Cuando estaba poniéndome la parte de arriba del pijama, noté dos manos agarrándome bajo los codos, impidiendo que la prenda se deslizara hacia abajo. La risita de Laura volvió a sonar en mis oídos.
“¡Déjame, pava!”, le espeté molesta.
“¿Por qué? Quiero mirarte las tetitas, jijijiji”.
“Jajajaja, ¡déjame, ya, petarda borracha!”
“Ah, es que tú no estás borracha” -dijo mientras empezaba a hacerme cosquillas bajo las axilas.
“¡NO, para, PARA! Jajajajaja”.
“Ummm, no puedo. ¡Estás muy buena! Ñam, ñam”. Laura empezó a morderme en los hombros y a rugir en plan leona y yo me meaba de la risa y empecé a recular. No sé cómo, acabé cayéndome en la cama y sobre ella; las dos sin parar de reírnos. Entre risas y jugueteo, ella lanzó mi pijama por los aires.
“¡Eh, ya te vale, guarra!” –intenté incorporarme para vengarme, pero ella se las había arreglado para estar encima de mí y con su peso me lo impidió.
“Jajajaja. ¿Quieres saber lo que es ser guarra?” –y se abalanzó sobre mí. Con mi espalda contra la cama, empezó a morderme el cuello; al principio raspando con sus dientes y haciendo ruiditos, pero llegó un momento en que el juego cambió. Los mordiscos se convirtieron en suaves besos que acariciaban mi piel desnuda.
“Eso no… mmmmm“ –empecé a gemir ante el avance de su boca. Inconscientemente, le pasé las manos por el pelo y el olor a champú volvió a inundar mi nariz. Las ganas de resistirme aflojaron un poco. Empecé a susurrar incoherencias mientras sus besos subían por mis carrillos y hasta mis labios, a los que rozaron de forma muy suave, casi casta. Nos dejamos llevar por el momento, y sus labios bebieron de los míos, esta vez con más fuerza y decisión. Esta vez yo también respondí. Me excitaba sentirla sobre mí, imponiéndome mi fantasía más secreta; ser obligada y dominada por mi amiga Laura.
Tras lo que me pareció un momento eterno, el beso se rompió y nos empezamos a reír como histéricas. Con su frente apoyada sobre la mía, Laura me dice “eso sí que ha sido guarro, ¿eh?”. Nos abrazamos riendo, su lengua cosquilleando en mi oreja derecha, mi mano buscando la cremallera de su vestido. Acabamos desnudas, con nuestras piernas entrelazadas, nuestras manos acariciando por primera vez territorios prohibidos.
“Bésame otra vez, por favor”, le susurro mientras la atraigo hacia mí y aprieto sus labios húmedos contra mí. Rodeo sus hombros con mis brazos y acaricio suavemente la parte posterior de su cuello mientras los labios de Laura sorben lentamente los míos; su lengua deslizándose más allá de mis labios entreabiertos, explorando con ansia el interior de mi boca.
Notaba su cuerpo firme pero suave presionar más contra mí y sentía que esto se nos iba de las manos. Intenté recuperar el control de mí misma, pero me resultaba muy difícil resistir el impulso de seguir probando a Laura, aunque de momento fuera poco más que un tonteo de colegialas. Finalmente rodé y aparté a Laura a un lado. Me quedé tendida en la cama y ella recostada de lado, con su mano en mi pecho exaltado y su boca justo debajo de mi oreja.
Respirando agitadamente, no salían palabras de mi boca. Sentí su mano subiendo hasta mi pelo, sus dedos jugando con él mientras yo seguía quieta con la mirada perdida en el techo. Laura rompió el incómodo silencio:
“Tienes las mejillas ardiendo, guapa” –me dijo, presionando su boca contra mi cuello. Traté de decir algo, pero seguían sin salirme las palabras y me temblaban los labios. Laura pasó su pulgar por mi mejilla izquierda y luego lo bajó casi distraídamente hacia mi boca, sobándome los labios. “No te pongas nerviosa. Sólo quiero probarte. Déjame hacer.” -me dijo mientras tomaba mi cara entre sus manos para mirarme a los ojos.
Asentí con la cabeza y pronto Laura estuvo entre mis piernas, con su boca sobre mi monte de Venus. Recuerdo haber gemido en voz alta, mientras ella me colmaba de besos ahí y en la cara interior de mis muslos. Abrí más las piernas, flexionando las rodillas para permitirle un mejor acceso a mi intimidad; momento que Laura aprovechó para atrapar mis labios mayores en una pinza con sus dedos y trazar su contorno una y otra vez, arriba y abajo. Así iba construyendo mi excitación con lentitud desesperante, lo que me ponía aún más caliente.
“Sí que estás caliente, tía. Con razón me mirabas así en la disco”-me dijo mientras succionaba mis labios menores con suavidad- “Aquí estás empapada; y está riquísimo”. Su comentario sobre mis miradas me dio mucha vergüenza, así que le levanté ligeramente mis caderas y puse la mano sobre su cabeza para evitar que hablara enterrando su boca en mi sexo, y de paso poder incorporarme un poquito y verla trabajar entre mis piernas sin sentir su mirada ni sus palabras, que sabía me harían parecer otra vez una niña pequeña pudorosa en sus manos. Con mis ojitos llenos de deseo, devoré por primera vez su cuerpo desnudo a la par que ella devoraba mi vulva, trazando con su lengua círculos perezosos alrededor de mi clítoris. Pude ver y sentir sus manos subiendo por mi barriguita hasta mis pechos, siguiendo su contorno mientras los acariciaba. Todo sin dejar de hacerme arder ahí abajo.
Laura me comía ahora mi clítoris lenta y amorosamente, mientras mi cuerpo temblaba y se tensaba bajo la palma de sus manos, que me tocaban por todas partes; la espalda, los pechos, el estómago, las nalgas, las piernas. Al sentirme tan tensa, a las puertas de ese lento orgasmo, Laura paró durante un instante y levantó la mirada. Nuestros ojos se encontraron. Los suyos buscando la prueba de su buen hacer, los míos suplicando sordamente que no parara. Me mordí el labio con fuerza para no dejar escapar al señor de los gemidos que nacía en mi boca cuando ella empezó a alternar entre lamerme y sorberme el clítoris. Hundí los dedos en la cama y cerré los ojos con fuerza, recreándome en la sensación de succión. Los ruidos guarros se mezclaron con el ronroneo en el que se habían convertido mis gemidos autocensurados.
“Oh, joder, sí” –susurré al notar cómo su dedo índice se deslizaba en mi interior tan fácilmente como por mantequilla derretida, explorando mi húmedo coñito, presionando y moviéndose suavemente hasta encontrar mi punto más sensible. Notando lo que mucho que me estaba poniendo, Laura introdujo un segundo dedo, haciéndome retorcer de placer e inclinar la cabeza hacia atrás en nueva sumisión a su tratamiento. Con la cabeza enterrada en la almohada, noté como mi sexo se acomodaba a sus dedos, envolviéndolos como una funda, y ya no pude evitar gemir con fuerza. Mi mejor amiga me estaba haciendo suya, masajeando por dentro y por fuera; algo que nunca antes había experimentado y que no podía aguantar por más tiempo.
“Me voy. Me voy, Laura...” –susurré sin apenas fuerza, más para mí que para ella. Estremecida y agarrando con fuerza los bordes de la cama con mis dos manos, sentí mis piernas temblando como si fueran de gelatina y abriéndose aún más para ella. Entre mis jadeos, una húmeda calidez comenzó a inundar mi coñito. Sentí oleadas de placer que me llenaban y que iban disolviéndose poquito a poco. Los deditos de Laura seguían dentro, muy quietos, estremeciéndose a la par que mi cuerpo. Su roce excitante dentro mí me acompañó hasta que todo el placer se desvaneció.
Me relajé con un profundo suspiro, agotada y con los ojos cerrados. Podía sentir mi propia humedad mezclada con el sudor corriendo por mis piernas y me recreé en la sensación. Mi mente estaba completamente en blanco; así que cuando sus dedos llegaron a mi boca, partiendo en dos mis labios y obligándome a catar el sabor de mi propio orgasmo, los chupé instintivamente sin pensármelo dos veces. Cuando creyó conveniente, Laura sacó los dos dedos y los paseó mojados bajo mi barbilla para obligarme a levantarla y sellar mi boca con sus labios, regalándome un largo y húmedo beso con mucho cariño. Quise decirle algo como “Ha sido la ostia, Laura” pero seguía flotando en una nube y de nuevo volvía a sentirme como una niña pequeña en sus brazos ahora que sus ojos me miraban y su nariz se rozaba con la mía. Continuamos un buen rato así, abrazadas entre besos y caricias, hasta que caímos dormidas.