Placer En Exclusivo

Mi primer relato. Si tiene buena crítica, tendré muy en cuenta seguir deleitandolos. Así que si te mojas, dale buena crítica. =)

Abrazado por el agobiante calor de un día de verano, desperté.

Y como hace muchos años, me encontré con una erección gigante. Realmente, no he charlado este tema con ningún hombre... ni tampoco sé sí es una ciencia cierta, pero todos los días amanezco con una poderosa erección. Esto me ha llevado a desarrollar técnicas como presionar mi pene con mi slip, mi ropa interior... para que en casa, no noten este "inconveniente". Me dirigí rápidamente al baño, como siempre, pero esta vez aún más... porque tenía visitas en casa [tías y primos] y no quería ser descubierto. Comencé a higienizar mis dientes... y algo me dijo que no me masturbara en la mañana, tal vez sería por las visitas, que podrían percatarse del olor a semen... y ese mismo día, se completaba una semana entera sin masturbarme, lo que conseguiría derrochar aun más mi leche si caía en la tentación que vivía en ese momento.

Sabría después, que por no masturbarme en la mañana... llegaría algo ambiguo.

Algo que me haría arrepentirme y a la vez... agradecer no haberlo hecho.

Pero aún no llega esa parte... creo que antes de contarles esa anécdota que jamás voy a olvidar, primero debo revelarles algo.

Deben saber que como narrador de estos relatos, me voy a permitir dejar llevar por el deseo. Por mi sexualidad. Lo que puede irrumpir en estos, y su manera políticamente correcta de ser narrados.

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Me fascina masturbarme.

Aprendí yo mismo "la técnica" [cómo si hubiese tan solo una, ¡ja!], ya que al ser (a esa edad, como a los 12) un tipo sin amigos... no tenía a esa gente de confianza que me pudiera revelar ese gran descubrimiento. Tampoco tenía acceso a material explícito. Y en aquellos días no existía en Hollywood películas como "Loco por Mary".

Recuerdo estar en el baño, y mientras me bañaba, jugaba con mi pene.

Lograba tener grandes erecciones y sentía el placer. Pero no conocía el secreto de ser consecutivo con mis caricias. No sabía explotar al máximo el deseo... sí... "explotar" es la mejor manera de decirlo.

Recuerdo estar bañándome y comenzar a "masturbarme". Comencé a pensar en otra cosa... es que el acariciarme a mi mismo se había vuelto algo como un reflejo cuando estaba solo. Hoy en día, cuando estoy muy caliente... me pasa lo mismo. Pero volvamos a aquel momento, comencé a frotar la cabeza de mi pene... pero sin darme cuenta, comencé a darle más y más intensidad. Lo que concluyó en aquel líquido transparente que se expulsó débilmente por mi glande.

Me sentí tan satisfecho y a la vez, maravillado. Porque pude deducir que eso era la "leche" que hablaban mis compañeros de clase, mientras que comentaban sus películas... y yo escuchaba atentamente.

Luego de descubrir esto, éste vicio de poder relacionarme sexualmente con cualquier mujer que quisiera, dentro de mi imaginación [la cual es muy amplia] me dio muchos orgasmos.

Me imaginaba a mi mismo con todas aquellas mujeres que a lo largo de mi vida, han podido calentarme. Y en miles de situaciones... desde hacer el amor de la manera más tierna, a coger salvaje, sexo duro y frenético. Convertir a mis mujeres de otros planos en princesas, en amas... como así también en las putas más calientes, en mis esclavas.

Debe ser porque soy virgen, que he explotado a la masturbación como pocos. Desde usar mis manos, hasta utilizar cremas Nivea y similares]. Tuve un tiempo en que lo veía como una aventura. Me masturbaba en lugares públicos... pero no como un exhibicionista, sino por alguna especie de morbo. Lugares reservados, pero públicos. Los baños de gente conocida, baños de centros comerciales, etc.

Con las amigas que despertaban mi apetito sexual, tenía un mecanismo increíble.

Iba a sus casas, y cuando tenía la oportunidad de quedarme solo... inspeccionaba en sus guardarropas para encontrar su ropa interior para respirarla, sentirla... y pajearme de la mejor manera. He respirado tantas conchitas, tantas vaginas... hasta he podido sentir esa humedad que algunas de ellas dejan olvidadas en un cajón.

Creo que soy un calentón por excelencia. De solo decirles que puedo oler el liquido seminal que ya comienza a lubricar mi glande, con solo pensar en estas cosas.

Sabiendo esto, puedo proseguir con mi relato.

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Almorcé junto a mi familia y apronté mis cosas para dirigirme a la casa de un amigo por el fin de semana. Vive a las afueras de la ciudad, por lo tanto debía trasladarme en una línea de transporte Inter. departamental. Son autobuses o colectivos de mayor dimensión que hacen sus viajes hasta el interior del país.

Pagué mi boleto, y me dirigí a los asientos del fondo, ya que en las primeras filas se podía visualizar asientos ocupados. Dejé mi bolso en la parte superior, y me dispuse a observar a través de mi ventana el paisaje, mientras escuchaba música, acompañado por mi reproductor.

El ver a través de la ventana, luego de media hora... comenzó a volverse tedioso.

Me venía salvando la música... y cuando menos lo esperaba, en una de esas paradas en las que uno no espera encontrar absolutamente nada... fue cuando la vi a ella.

Me acomodé de manera brusca cuando la vi estirar su brazo, logrando con eso la advertencia al conductor del transporte que iba a subir. Comencé a observarla antes que ella comenzara a hacerlo.

Siempre me ayudó mi vista de lince. Y desde la ventana ya podía admirar su cabellera larga, roja furia. Ojos claros. Una boca muy sugestiva... una boca de las que desatan la imaginación. Pero lo era aún más su figura. No muy alta, pero delgada y voluptuosa. Gracias al que sea, por permitir que ese día ocurrió en verano. Creo que nada, de todo lo que estaba por venir, hubiese sucedido si todo hubiese ocurrido en otra estación.

Era gracias al verano que ella llevaba aquella musculosa blanca, que dejaba ver aquellos senos... no exageradamente grandes, pero sí lo suficientemente perfectos. Aún sigo pensando que ella es dueña de los mejores pechos.

Su ombligo, al descubierto. ¡Como me calientan los ombligos, por favor!

Más aún cuando uno lo encuentra virgen, sin piercings ni adornos contemporáneos que arruinan ese exótico punto de erotismo. ¡Y que cintura! Ya podía adivinar caderas anchas... y lo mejor de todo, aquella pollera de tela. Cortita, fresca, suave... y celeste.

Dejaban al descubierto unas piernas torneadas, no muy largas... pero con mucha carne.

Y como adorno final para aquel hermoso presente que me otorgó la vida, el moñito de ternura. Zapatitos de vestir y medias blancas, dobladas en el borde.

Pagó su boleto. Aproveché los asientos de adelante como camuflaje improvisado, para poder contemplarla sin ser descubierto.

Y ahí llegó lo impensable, se dirigía hacia los asientos del fondo.

Se dirigía hacia mí.

Se percató de mi presencia, dándome un fugaz vistazo. Cuando se dispuso a sentarse, el vuelto de su dinero del pasaje cayó al suelo. Creo que fue el único día de mi vida que agradecí que existieran las monedas.

Cayeron de un modo que no me permitían ser agarradas, solo ella podía hacerlo. Sino, mi gesto de caballero gentil (que me caracteriza) hubiese sido desenvuelto. Pero no. Fue ella quién se agachó para poder recuperar su dinero. Y fue ahí que todo se desató.

Aquél culo hermoso se dejó visualizar. Se veía firme, duro... redondo y paradito.

No exageradamente grande, pero sí lo suficientemente perfecto. Nalgas hermosas, nalgas que pedían a gritos ser acariciadas y mordidas. Tanta piel se me fue permitida porque llevaba una blanca tanga puesta. El moñito de aquel impactante regalo. La frutilla del postre.

Y lo curioso es que puedo seguir describiendo por horas un espectáculo que tan solo duró diez segundos, o tal vez menos.

Se reincorporó y giró rápidamente hacia su asiento, notando mis ojos en ella.

Se sentó y cambió la expresión de su rostro. Se molestó.

Enseguida quise disimular mirando una vez más a la ventana, notando que se puso colorada.

Valga la redundancia, yo también lo estaba. Había sido pillado en algo no apropiado... y me puso incómodo la situación.

Antes de terminar mi canción... [o de cumplirse cinco minutos]... la escuché reír.

Fue una pequeña carcajada. Y ahí, súbitamente, comprendí.

Sería por la emoción, el impacto o por la excitación... vaya a saber uno porque... pero olvidé lo que percaté, en segundos. Llevaba una gran erección. En el momento, pensé; -¿¡porqué carajo no traje mis jeans puestos!? – ya que esos deportivos pedían a gritos su atención.

Intenté hacer un movimiento rápido para esconder la prueba del delito... pero solo conseguí que ella riera aún más. Siempre fue una risa baja, pienso que no quería llamar la atención de los demás pasajeros.

No sabría decirles porqué... pero la cara molesta la llevaba yo ahora.

Tenía pensado levantarme y bajar, para tomar otro ómnibus... pero me quedé.

Pasaron diez minutos. La miré sin querer... y fue cuando ella sonrió y me habló por primera vez... susurrándome...

-¿No se te baja más, eh?

Quedé helado.

-Pobrecito... yo te ayudo.

Esbozó sus perlas, dejando ver una sonrisa impecable.

En desesperación, y en un gesto un tanto súbito, atiné a besarla... pero me empujo hacia mi asiento con delicadeza, chistando de manera continua y negativa. No quería ser besada.

Se dirigió hacia mi pene. Bajó mi deportivo y se lanzó hacia atrás... sonriendo. No esperaba algo tan grande creo.

-Uuhmm... –... dejó escapar.

Y allí estaba mi pija. Resplandeciente y caliente, literalmente. Por el calor y por lo vivido, que mi glande estaba hinchado, caliente y mojado.

Dirigió su cabeza hacia mi pene... y yo me recline hacia atrás, pensando que iba a vivir mi primera experiencia de sexo oral. Pero no.

Depositó sus labios en mi glande, besándolo con ternura. Lo hizo una vez... y volvió hacia atrás. Se dirigió a mi oído una vez más...

-Que rico... te estás muriendo, ¿verdad? Te morís de ganas, ¿cierto? Quiero verte explotar...

Fue ahí cuando llevó su mano hacia mi pija y comenzó a pajearme. Lo hizo de manera intensa, rápida. Y yo... en el cielo, yo en el cielo.

Quise llevar mi mano a su entrepierna, retribuirle el favor mientras que ella subía y bajaba su mano con intrepidez. Pude acariciar su conchita por encima de su húmeda tanga.

¡Estaba tan caliente como yo! ¡Lo sabía! Sin embargo, con su mano libre alejó mi mano amistosa... dos veces. A la tercera, la sacó y susurró...

-No, no, no. Esta vez, solo para vos.

Y me conformé con que así fuera. Me dejó perplejo su intuición... porque cada vez que estaba por explotar, bajaba sus revoluciones y me acariciaba de manera menos frenética.

Mi voz, censurada. No quería ser visto en esa situación por los pocos pasajeros que viajaban asientos más adelante. Y a ella parecía no importarle. A pesar que habló tan poco que casi no recuerdo su voz, ella no tenía problemas. Lo presentía.

-Me tengo que bajar prontito... así que vamos terminando, mi amor...

No podía hablar. Solo supe que esos últimos segundos iban a ser irrepetibles... y que tenía que aprovecharlos hasta el final.

Su mano se deslizaba aún con más velocidad... podía oler su sudor.

Me pajeaba, arriba y abajo, abajo y arriba rápido, rápido... y ya podía sentir mi demorada leche salir. Su respiración se había agitado tanto como la mía, es como si ambos estuviésemos cogiendo... y ella, ni siquiera se estaba pajeando. Era todo para mí, era como mi homenaje carnal. Estaba pagando mi tributo. Y ella, como yo, lo disfrutaba a cada momento. Sus pupilas dilatadas, ese olorcito a mujer mojadita... y sus pezones duros que se dejaban ver a través de su musculosa blanca. Toque brevemente sus tetas y pude sentir la dureza de sus pezones.

Bajé mis manos rápidamente, antes que ella lo hiciera por mí. No entendía porque no quería ser tocada. No entendía porque el placer tenía que ser exclusivamente para mí.

No sé si muchos estuvieron en mi situación... pero imagínensela por unos segundos.

Los planteos no caben, cuando estás a segundos de eyacular.

Y ella se había obstinado con ese fin.

Y sus manos... delicadas y suaves sobre mi pija en erupción, lo habían conseguido.

Sentí como nunca la leche calentita que salía despedida de mi glande.

Fueron cerca de cinco disparos fuertes. Ella había alejado su cara... y terminé manchando parte de mi ropa y a los asientos de aquel ómnibus. Sus manos estaban empapadas en mi placer liquido.

-Ahh... ¡que rico! –... suspiró, la colorada, chupando sus dedos.

Y yo, inmovilizado. Pensando en mil y un técnicas para saltarle encima. Pensé demasiado.

Se levantó rápidamente, e hizo sonar el botón para advertir que la próxima parada, sería la suya. En la próxima parada se iría, tal vez para siempre, la proyección de mi lujuria... pero en carne y hueso... en carne y hueso.

La noté inquieta... supongo que estaría pensando sí lo que había hecho estaba bien.

Me dio su ultima mirada y susurró bajo;

-Ay... espero no arrepentirme de esto... –... y lanzó a buscar a su mano, la que no había sido partícipe de nuestro encuentro íntimo, dentro de su bolso. Sacó lo que parecía una tarjeta de presentación y la lanzó hacia mi asiento.

Me lanzó un beso, juntando sus labios y partió. Y su última sonrisa fue porqué pudo leer mis labios diciendo –gracias...