Placer en el Paraíso.
Patricia, una mujer madura decide emprender un viaje vacacional con la intención de recuperarse después de su divorcio, decidida a reencontrarse y aventurarse a cosas que jamás se imaginó que podría realizar.
CAPÍTULO 1
Un inmenso azul se asomaba por ambos lados de la carretera, de una hermosura nunca antes vista, era así imposible poder concentrarse y no ser tentado a perderse en esas playas de ensueño, era como adentrarse en un mágico y desconocido mundo; era el Litoral de la Riviera Nayarit. Patricia sonrió con un suspiro aliviado, pensando que todos los percances del viaje habían valido la pena, incluso el horrible tráfico a la salida de la ciudad y el que se topó a medio camino después de 9 horas de viaje. Divertida recordó las palabras de una de sus hijas:
-Mamá ¿si sabes que ya se inventaron los aviones verdad? Es una locura que pretendas cruzar el país en tu automóvil.
Después de haber fijado la fecha para firmar los papeles que disolvían su matrimonio de 30 años con Javier, Patricia sólo quería irse lejos, a donde no la persiguieran lo fantasmas de la soledad, de la culpa y el sentimiento de fracaso que había dejado esa separación en su vida. Ese viaje era justo y necesario, tratando de emular a Elizabeth Gilbert en “Comer, Rezar, Amar” no cruzaría dos continentes para llegar al reencuentro consigo misma, sólo serían unos cuantos estados de su propio país, no sólo quería estar consigo misma, quería comprobar que era verdad lo que su ahora ex marido le había dicho.
Mientras se deslizaba por la autopista se permitió recordar la última vez que estuvieron juntos. Su cuerpo sobre ella le pareció como una dura carga que apenas la dejaba respirar, los movimientos de ambos eran torpes y el estrés flotaba en el aire, envolviéndolos evitando a toda costa que cualquiera pudiera concentrarse.
-Paty ¿Estás segura que quieres seguir?
-¡Sí pero no te mueves!
Javier tomó ese volumen de voz como un desafío, por lo cual se incorporó de forma casi inmediata.
-¿Cuál es tu problema Patricia?
-Quiero hacer el amor y tú no quieres atenderme.
-¿Te parece que no lo hago bien?
-No quieres hacerlo bien.
Nefasteado, la hizo darse vueltas para que quedara a cuatro patas, omitiendo las protestas de su exigente esposa, hundió su miembro dentro de ella. Patricia soltó un gemido más o menos prolongado con ello hizo que su marido aumentara el ritmo de la embestida.
-¿Así está bien para ti? –le preguntó mientras se apoyaba en sus hombros.
-Mmmm ya sabes que no me gusta hacerlo de esta manera.
-¿Cómo dices? Lo siento es que estás lubricando tanto que me es imposible creer eso…ufff.
Patricia soltó una risita nerviosa, era cierto que nunca le había gustado esa posición, le desesperaba no poder ver a su hombre a la cara, constatar que en realidad lo estaba disfrutando además que consideraba que hacerlo como los animales era muy vulgar. El matrimonio Valencia Colmenares se estaba desmigajando hacía mucho tiempo, no se odiaban, pero tampoco se amaban como cuando emprendieron ese viaje que ambos pensaron sería eterno. Estaban haciendo todo lo que sus fuerzas les permitían para aferrarse a cumplir ese “Juntos por siempre” que habían jurado hace tanto, si eso incluía ser más permisivos sobre todo en la intimidad.
Ella trató de relajar su mente y disfrutar, como lo hacía antes, sentía el delgado pero firme cuerpo de su esposo chocar contra sus nalgas, como bajaban sus manos en forma de caricias en su espalda, hasta adherirse a sus voluminosas caderas.
-Por Dios Patricia ¡Aquí vooooy!
-¿Qué? ¡No aún no!
Pero ya era muy tarde, el espasmo de Javier irrumpió el goce que apenas había logrado empezar a sentir, su vagina se inundó de su jugo masculino. Cansado se dejó caer junto a ella, que molesta no le hizo esperar sus reclamos.
-¿Por qué siempre me haces lo mismo?
-Perdón Paty es que no me pude controlar, tú sabes lo que me encanta hacerlo así.
Ella se recogió para sentarse al borde de la cama, se llevó las manos al rostro y contuvo su ira, mezclada con tristeza ¿Cómo gozar de un encuentro donde ni siquiera había juego previo? O un beso que no pareciera un restriego de labios entre dos desconocidos, es que hasta la fantasía de hacerlo con un desconocido de verdad desde hace mucho tiempo le venía calentado, pero ahora estaba claro: esa relación había llegado a su fin. Javier apenado, colocó su mano sobre la canela espalda de su compañera, en forma condescendiente.
-Paty, ya no podemos hacer más. Hay que aceptar que lo nuestro ha cambiado y…
-Sólo dilo.
-Quiero el divorcio.
-Quieres terminar con 30 años de nuestras vidas.
-Ya no queda nada de eso, linda, no lo hemos querido aceptar.
-¿Qué quieres que acepte?
Paty se levantó de la cama para colocarse un albornoz, estaba decidida a discutir, pero las razones que le daba su marido eran ciertas.
-No podemos seguir postergando lo inevitable Paty. Las chicas ya son grandes, viven sus propias vidas, ya no nos necesitan.
-Entonces tu decisión es definitiva e irrevocable.
-Paty, se trata de decidir esto juntos. ¿Por qué no lo aceptas?
-Porque no sé qué se supone que haga después.
-¡Lo que quieras! Ser libre, hacer todo lo que no has podido hacer, viajar, comprar ese horrible sofá, gastar dinero en arte naif que tanto te encanta y yo detesto, conocer a alguien más.
-¿Conocer a alguien más?
-Alguien que no te insista tanto en hacértelo en cuatro y que te ame como hombre.
Patricia contuvo sus lágrimas, había llegado al filo de la cornisa, no le dolían tanto las palabras de Javier como descubrir que ella también sentía lo mismo, era el final, suspiró aliviada y sintió como si un peso se le cayera de encima.
Cruzó el enorme letrero que daba la bienvenida a los visitantes a la inigualablemente hermosa Riviera Nayarit. Y el recuerdo se fue desvaneciendo poco a poco al mismo tiempo en que ella se adentraba a su destino, guiada por la tecnología del GPS sabía perfectamente a donde tenía que llegar. Esas vacaciones las iba a aprovechar de principio a fin, iba a ignorar los comentarios de propios y extraños, porque no tenían razón, no estaba huyendo de sus problemas, no buscaba llenar un vacío, buscaba relajarse y reencontrarse, nada de malo tenía hacer eso en la playa y no en una enorme urbe como lo era Monterrey.
Moría de ganas por ir al club de playa, pero antes debía acudir al Bungalow que había reservado para su estancia, llevaba horas manejando y creyó que cuando llegara iba a descansar, pero el azul inmenso de esas aguas la inundaron de energía, sólo quería arrojarse al mar y ver si era capaz de llegar a algún lugar donde su cuerpo, mente y espíritu pudieran encontrar la paz y la respuesta a tantas preguntas sobre su porvenir.
El Bungalow era un lugar bello y acogedor, con vista al mar, pero sin acceso a él. Un enorme techo de guano, garantizaba frescura, Patricia estaba fascinada con la experiencia que estaba a punto de vivir. Aparcó el coche y al bajar su anfitrión ya la esperaba, era un hombre algo mayor, con una larga cabellera y barba abundante y blanca. Estrecharon las manos amistosamente.
-Señora Colmenares, un placer, Braulio Herrera, servidor,
-Mucho gusto Señor Herrera.
-Se usted bienvenida ¿Qué tal su viaje?
-Todo bien, gracias, algunos imprevistos, pero por fin hemos llegado.
Ambos sonrieron, el individuo le ayudó a bajar su equipaje, indicándole por donde subir. Cuando patricia entró al inmueble, quedó maravillada con la enorme estancia de pisos de madera y acabados rusticos, Braulio le fue mostrando todo el lugar, ella apenas lo escuchaba, ya que estaba absorta en la decoración y en la vista que había desde el balcón, cuando estuvo ante la belleza del paisaje, saboreó un triunfo que hacía mucho no tenía lugar en su vida.
-Espero que el lugar sea de su agrado.
-¡Pero claro! ¡Es precioso! Disculpe la indiscreción, pero ¿Usted es el dueño?
-Así es.
-Wow, pues déjeme decirle que es una excelente inversión.
-Le agradezco. –respondió el hombre con una sonrisa. - el desayuno viene incluido, en el restaurante que está aquí a lado, para lo demás, me encuentro en los condominios Magnolia, que quedan a 2km de aquí, ya tiene mi numero por lo que se le pueda ofrecer.
-Muchas gracias Señor Herrera, aquí tiene lo que acordamos.
-Gracias a usted, que disfrute su estancia.
Cuando el anfitrión se hubo ido, Patricia se arrojó a la enorme cama, era tan suave que casi le provocó cancelar sus planes de ir al club de playa y quedarse a dormir ahí para siempre. De ninguna manera podía ser así, había recorrido más de 1000km para llegar al mar así que iría al mar. Entró al baño a refrescarse la cara y los brazos, se puso su bañador y se montó en el coche con rumbo al club.
El Club Brisas Riviera era un hermoso complejo turístico, pequeño, pero con todas las comodidades para pasar un día de playa tranquilo y acogedor. Paty al llegar dio de alta su reservación y la condujeron al área de camas que estaba justo en la playa. El sol del medio día estaba a todo su esplendor, ella dejó sus cosas quitarse el pareo dejando sus gruesas piernas desnudas a la vista de unas pocas personas que se encontraban a su alrededor, era la primera vez en muchos años que usaba un bañador, los años habían pasado y ya no era aquella morena escultural que fue en su juventud, fue imposible no compararse con las otras turistas rebosantes de juventud, no quiso pensárselo tanto y se lanzó al agua de forma intempestiva.
Tendida boca arriba, pasó muchas horas, quizá días, escasas horas o pocos segundos flotando, sintiendo el movimiento de las olas, la frescura del agua, pensando que cada día de arduo trabajo invertido para ensanchar su cuenta de ahorros había tenido por fin su recompensa, las vacaciones de sus sueños, en un lugar paradisiaco, sola, sin tener que preocuparse por nada, nunca imaginó que había vida después de su esposo, vida después de sus hijas, era su nueva vida, un nuevo ciclo.
Después de un buen rato de disfrutar el sol, el agua y haber fracasado en su intento de hacer castillos de arena, el hambre empezó a apremiar, decidida a buscar algo de comer en el pequeño restaurante del lugar se sorprendió al ver que estaba vacío, no había ni un alma. Llamó varias veces, pero nadie acudió a su encuentro, consultó su reloj, eran las 4, se suponía que el complejo cerraba a las 7, contrariada se dio a la tarea de buscar a la empleada que la había atendido cuando llegó, pero no estaba por ningún lado, se fue caminando por el área de los jardines, al final de los cuales avistó una pequeña casita que fungía como oficina administrativa, tal vez alguien de ahí podría ayudarla.
Llamó a la puerta, trató de asomarse por las ventanas, pero parecía no haber nadie dentro, ya estaba a punto de darse por vencida y retirarse cuando unos ruidos extraños la pusieron en alerta. Era gemidos ahogados, Patricia se preocupó, creyó que habría alguien herido o peor, afinó el oído y los sonidos la guiaron a la parte de atrás de la oficina, asomó su rostro para poder ver de qué se trataba y la escena que vio la dejó perpleja.
Una pareja en pleno acto íntimo, pero de una forma que ella no había visto jamás, la mujer, una chica joven, inclinada con sus manos recargadas en la pared, levantando las nalgas, mientras su compañero las aprisionaba lamiendo su vagina con fiereza. Ella gemía mordiéndose los labios, él parecía succionar su intimidad con el deseo de arrancarle hasta la última gota. Patricia no podía creer lo que estaba presenciando, el destello de las lentejuelas de la tanga de la chica le hizo darse cuenta que era una de las turistas que había visto en la playa, al chico no lo reconoció, solo reparó en un enorme tatuaje de Quetzalcoatl que este tenía en la parte de arriba del brazo.
Cuando por fin le llegó el hastío, el amante, se levantó, tan solo para apenas colocarse un preservativo y hundir su miembro grueso en temblorosa vagina de su compañera, ella no pudo controlarse y soltó un chillido que provocó que él le tapara la boca con una de sus manos, Patricia se llevó la suya a la boca, para evitar emitir cualquier sonido que delatara su vouyerismo, al mismo tiempo que sentía una extraña humedad en su propia intimidad. Con las manos sobre la pared y el rostro completamente pegado a ella, la mujer recibía ese mete y saca intenso, desbordado, obsceno, completamente extasiado, el tipo soltó la boca de su mujer y se adhirió a ese par de nalgas grandes, firmes y redondas, el golpe de los cuerpos al chocar entre sí era imposible de ignorar.
Patricia se sobresaltó cuando la mujer abrió los ojos y parecía mirarla, pero en realidad era una mirada perdida, absorta en la nada, en ese vórtice de placer que un encuentro salvaje y furtivo es capaz de brindar. Quiso dar marcha atrás, salir de ahí pero no podía, quería ver hasta donde era capaz de llegar ese par.
-Por la cola, mi vida…-pareció suplicarle el jovencito.
-Nooo, se va a dar cue…
Pero el tipo hizo caso omiso y hundió su falo en lo que parecía ser el ano de la chica.
-Ahhhhhhh. –ese quejido por parte de ella sobresaltó aún más a Patricia, quien pensaba que era imposible que nadie hubiera escuchado eso.
-Yo sé que esto te encanta putita, no lo niegues. –le espetó el sujeto, jalándola por el cabello.
-Ahhh dejala ahí, no la metas más…mmmm
-¿Qué? ¿No la aguantas toda, perrita?
El ritmo de la embestida se incrementó, dejándolos casi sin aliento, el aferrado a las nalgas de su hembra propinándole pequeñas palmadas, la mirada perdida se hizo presente ante los ojos de Paty que observaba agazapada, deseado no ser descubierta para poder ser testigo del clímax. Era claro que la muchacha estaba emborrachada de placer, tenía los ojos desorbitados, la boca abierta de donde se escapaba una hilera de saliva, que le escurría por la barbilla, era una escena grotesca pero excitante.
-Ufff me vengo, me vengo hija de putaaaa, pon la cara
Ella se apartó y se puso de rodillas ante el semental, sosteniéndolo de las piernas, Patricia pudo ver como abría su boca para recibir el orgasmo de su pareja. El chico ahogó un gemido y su gruesa verga expulsó abundante y espeso semen que fue a dar en la cara, lengua y pecho de su amante. Sin haber tenido suficiente, ella atrapó la verga con su boca y comenzó a mamarla muy lentamente, comiéndose el sobrante de forma golosa.
Había sido suficiente, tratando de no hacer ruido, Patricia salió prácticamente huyendo de ahí. Caminó apresuradamente, sin atreverse a mirar atrás, completamente nerviosa, temerosa de que aquel par de fogosos se hubieran dado cuenta de que ella los había estado observado todo ese tiempo. Al regresar a la recepción no había nadie, la poca gente seguía en el área de camas, algunos en la alberca, pero los empleados brillaban por su ausencia. A como pudo se trabó un vestido, firmó el libro de salida y se dirigió a su auto, se sintió aliviada al estar dentro de él.
-¿Pero qué demonios acabo de ver? –se dijo para sí, mientras respiraba agitada, encendió el coche y también el aire acondicionado.
El frescor del aire no lograba apagar su calor, no sólo era el clima de afuera, eran los nervios, la sorpresa, el shock y la lujuria que le había provocado el acto salvaje de aquellos desconocidos. Sintió una humeda incomodidad en su parte intima, miró en todas direcciones para percatarse que nadie estuviera cerca y se atrevió discretamente a colar sus dedos por debajo del bañador, separando sus labios vaginales comprobando que estaban empapados a mas no poder.
-Oh por dios…creo que necesito ayuda. –declaró, con lo que parecía sonar casi a un gemido.
Continuará…
¡Gracias por leerme chicos! He regresado con una nueva historia, el siguiente capítulo para la próxima semana, espero haya sido de su agrado.