Piso Catorce, encuentro carnal en el ascensor
A veces las palabras sobran y las miradas hablan por sí solas. sexo salvaje con una desconocida en el ascensor, la fantasía que todos han tenido.
Seis y treinta y cinco de la tarde. Ya casi es de noche y recién voy saliendo de la oficina. A esa hora la mayoría del personal ha salido ya del edificio, una torre de oficinas de cuarenta y tantos pisos. Con la mente un tanto cuadrada de tanto estar frente al monitor me despido de mis compañeros que aún tienen que trabajar horas extras y cierro la puerta tras de mi, atravieso el pasillo, presiono el botón del ascensor, espero, bostezo, espero, son cuarenta pisos, espero, al fin llega.
Se abre la puerta del ascensor, no sale ninguna persona, no hay quien salga, el edificio debe estar casi solo. Entro, media vuelta, presiono PB , me coloco con la espalda recostada a la pared izquierda. Volteo a mi derecha y me veo al espejo. Se me nota un poco el exceso de trabajo. Debería descansar. Tal vez pida el día de mañana, los diseños que me han asignado no tienen fecha de entrega sino hasta dentro de dos semanas.
Sumido en mis cavilaciones apenas noté que se detuvo el ascensor. Por el espejo observé las puertas hacerse a los lados, y entonces la vi entrar. Mediana estatura, piel blanca, cabello castaño claro con mechas negras y rojas, largo pero enroscado sobre su cabeza con la ayuda de un palito chino, lentes finos con montura de pasta vinotinto, la chaqueta marrón cubría a medias un vestido escotado, moderno y atrevido, con tonos rojos oscuros y claros que se abrían graciosamente a mitad de los muslos, unos muy bien formados muslos, de la rodilla hacia abajo todo estaba cubierto por unas botas de cuero negro. Sin duda alguna una diseñadora, una ejecutiva creativa, moderna, de unos veinticinco años.
Como habrán notado, la había mirado de arriba abajo, toda, por el espejo sí, pero sin disimulos, y ella también lo notó. Se volteó y presionó el botón de cerrar puertas, por lo que pude verla por atrás, lástima que el vestido, un tanto holgado, no permitía escapar mayores detalles.
Las puertas se cerraron. La creativa se paró frente a mí, al otro lado del ascensor, recostada a la pared derecha. Compuse mi cuerpo y abandoné el espejo, ahora tenía cosas más importantes que ver que mi ya conocido rostro. Noté rápidamente que el examen visual que le había hecho, ella me lo estaba haciendo a mí. Me observó detenidamente de los pies a la cabeza. Sonrió. Me encantaba ver bailar entre sus senos el teléfono nokia que le colgaba desde el cuello, un modelo pequeño y costoso, muy chic. Jugaba distraídamente con el cierre de la pequeña cartera que llevaba guindada bajo su brazo izquierdo, sin dejar de mirarme.
Yo tampoco podía quitarle la vista de encima. No era primera vez que la veía. Para que mentir, nos encontrábamos con cierta frecuencia en la cola del ascensor, en la planta baja del edificio, en el pasillo del piso treinta y nueve donde hay servicio de fotocopiadoras, en los cafetines cercanos... Era una de mis fantasías recurrentes. Esa ropa que tanto me encantaba como le quedaba comenzaba a estorbarle a mi imaginación. La estaba desnudando mentalmente cuando la puerta se abrió.
Piso dieciséis. Una mujer de más de cuarenta, recepcionista a juzgar por el uniforme. "buenas tardes" dice. No contesto. Estoy ocupado en otros asuntos. La creativa tampoco responde. La mala educación nunca es bien vista, la recepcionista no es la excepción, frunce el ceño y se recuesta espaldas al espejo. estiro el brazo y presiono el botón Cerrar. El ascensor desciende apenas un piso.
Entran tres ejecutivos con una estúpida conversación de negocios que no me molesté en escuchar. Se movían poco y asumían postura de autosuficiencia. En otro momento me hubiese molestado su presencia, pero justo ahora eran transparentes, casi no podía verlos, eran delgadas sombras que se movían entre mi persona y ella, la joven ejecutiva del nokia entre los senos. Nuestras miradas no cesaban de cruzarse. Las voces eran un insignificante fondo musical. Su ojos hermosos, enmarcados por una pintura oscura brillaban tras los cristales. Fue entonces cuando reparé en que estaba erecto. Su sonrisa pícara me indicó que lo había notado. La recepcionista también lo notó, pero no sonrió. Con estúpido disimulo moví mi mano derecha y cubrí el bulto con la maleta de la portátil.
PB. Las puertas se abrieron. Los ejecutivos salieron sin detener su interminable conversación. Por un momento estuvimos inmóviles, no dejábamos de mirarnos, de estudiarnos. Ambos volteamos a ver a la recepcionista, al parecer esperaba que alguno saliera, pero no, tuvo que salir ella. Escuchamos como se alejaba el taconeo y un "buenas tardes", supongo que le dio al agente de seguridad, éste tampoco respondió. Ella no hizo ningún ademán de salir, solo estaba allí, sonriente, con esa mirada tan sensual detrás de los lentes. Por un momento dudé. ¿quién no? ¿un segundo? ¿diez? ¿un minuto? No puedo decirlo, no lo sé. Pero al final decidí presionar el botón Cuarenta.
Puertas cerradas, movimiento de ascenso. Relajé mi brazo derecho. El bulto al descubierto nuevamente. Ni una sola palabra. El tiempo se congeló entre los dos. Embotado por miles de ideas que me venían a la mente quedé inmovilizado. Una gota de sudor me cruzó la frente y bajó por el costado de la nariz. ¿estúpido? Sí, pero fue lo mejor.
Soltó la cartera y se acercó hasta mí, pude oler su fragancia erótica, aunque en ese momento cualquier cosa me parecería erótica. Me miró los labios, y sin apartar la vista presionó el Stop, "que tino" pensé, mientras el ascensor se detenía bruscamente en el Catorce . Una última mirada a los ojos. En un segundo que parecía eterno... se rompió la calma.
Nos fundimos en un beso brusco y salvaje, al tiempo que nuestras manos nos recorrían desesperadas, como si quisieran conocer todo el cuerpo en menos de un minuto. Con torpeza le quité la chaqueta. Ella me aflojó la corbata. Algunos objetos cayeron al piso junto a mi ya ignorada portátil: sus lentes, mi chaqueta, su chaqueta, mi ipod, su nokia, el palito chino... nos desvestíamos y apretábamos rápida y violentamente, sin embargo, en ningún momento labios se separaron, nuestras lenguas no dejaban de enroscarse entre sí.
Mientras ella me desabotonaba el pantalón logré bajarle el vestido, aquellos senos que otras veces había imaginado salieron de su prisión. Blancos, redondos, jugosos, no escaparon a mis manos, y sin reparos procedía a pellizcarlos, apretarlos, morderlos. Mi concentración en tan delicioso manjar se vio interrumpido por el contacto de sus manos frías, estas, habían alcanzado su objetivo, con fuerza atenazaban mi muy erecta verga.
Nuestras bocas se volvieron a unir, pero brevemente. Sin pedírselo se agachó, bajó mis pantalones más allá de las rodillas, acarició mis testículos y sin ternuras, engulló mi pene de un solo bocado. Aquella visión era espectacular. El miembro desaparecía una y otra vez dentro de su boca. Sus labios recorrían mis venas, me castiga con leves mordiscos al tallo, me compensaba con besos en el glande. Estaba delirando. Sus labios se separaron y dejaron el trabajo a la lengua inquieta, que no descansaba de jugar con la cabeza del miembro, mientras me masturbaba con sus manos. Imaginé ese rostro precioso salpicado por largos ríos de semen, néctar que ya sentía venir en camino. Fue entonces cuando me volvió la lucidez, no podía acabar así no más, tenía que ser mía, toda.
Pasé en un segundo de pasivo al rol activo. La tomé por los antebrazos y la puse en pie. Antes de que reaccionara la planté un beso que la recorrió desde la boca hasta el resto de su cara. Ella, con los ojos cerrados, no dejaba de buscar mis labios con su lengua. Introduje en su boca los dedos de mi mano derecha. Los ensalivó y mordió.
Nuestras bocas volvieron a unirse en un choque de flujos y pasión descontrolada. Introduje la mano llena de saliva por debajo de la falda. Sin ningún cuidado hice a un lado la pantaleta e introduje los dedos en aquella cueva tan deseada. Le estaba lamiendo la oreja cuando la escuché gemir por primera vez. La masturbé por breves instantes.
La pasividad no era parte de su personalidad. Con brusquedad se soltó de mis manos y se agachó nuevamente. Su lengua se encargó de dejar mi pene bien lubricado. Antes de yo reaccionar se puso en pie, se aferró con sus manos a mi nuca y se encaramó. De no ser porque estaba apoyada mi espalda a la pared nos vamos al piso. De un tirón le subí la falda hasta el ombligo, por fin pude atenazarle los glúteos mientras ella me rodeaba la cintura con las piernas... los sexos se encontraron después de tanta búsqueda.
El sólo roce con su vulva envió un nuevo golpe de sangre a mi pene, la erección me prensaba todo el ser. Una de sus manos descendió arañándome el pecho, abriéndose paso entre la desabotonada camisa y la corbata desarreglada, abrazó el miembro con sus dedos y con precisión lo colocó en la entrada del placer.
Con malicia aflojé los brazos. El peso de su cuerpo cayó todo sobre el mástil, enterrándose por completo de un solo golpe. Gritó. Cerré los ojos, respiré profundo... comencé los tan esperados movimientos de avance y retroceso. Como dos animales nos retorcíamos, acoplados, unidos por nuestros sexos y bocas. Sus nalgas dibujaban surcos rojizos hechos por mis dedos que apretaban cada vez con más fuerza. Un mordisco en el cuello, otro detrás de la oreja, era una fiera hambrienta, y me estaba devorando, literalmente.
Impasible, no detenía la penetración, me concentré en atravesarla de lado a lado, con rudeza, con violencia, llegarle hasta al fondo, hacerla sufrir y gozar simultáneamente. Sus pezones bailaban a mi ritmo, tensos. El cabello suelto rebotaba de sus hombros, de mi rostro. Saboreaba el sudor de su rostro con mi lengua. Sus uñas hirieron mi espalda y nuca, y una mordida profunda atrapó mi hombro al tiempo que un líquido abundante corría furioso por mi miembro. Había alcanzado el orgasmo.
Respiramos agitados, inmóviles, serenos. Un leve y largo gemido salió de su garganta y acarició mi oído. Su sudor era mi sudor. Estaba disfrutando el éxtasis. La luz roja del Stop me recordó que no podía perder tiempo.
La alcé y con pasos cortos pero rápidos atravesé el ascensor hasta el otro lado. Choqué su espalda contra la pared, sin salirme de su cuerpo. Gritó otra vez. Apreté con fuerza. Era mi turno. Rápido, duro, salvaje, apuñalaba su cuerpo una y otra vez. Sus piernas me abrazaron como serpientes. Amante experta, arqueó su cuerpo de manera que la penetración era total. Los embates brutales se repetían incesantes. Pensé que la atravesaba. Sus nalgas se desmoronaban entre mis garras. Un explosión nos envolvió. Hincado en lo más profundo de su ser, expulsé el semen que tanto ella había esperado.
Inundada, se mantuvo firme, sus labios vaginales parecían succionar todo el miembro. Los fluidos mezclados se asomaban y goteaban. Abrazados, atados, éramos unos solo. Nos besamos.
Las puertas del ascensor se abrieron. Salí, desubicado, como despertando de un sueño, la camisa y el ipod en una mano, la portátil y la corbata en la otra, con dificultad reconocí el pasillo, piso cuarenta. Di media vuelta, apenas puede verla antes de que se cerraran las puertas, vestida, perfecta, sonriendo con los lentes sobre la cabeza, el palito chino atrapando su cabello, y el nokia entre los senos.