Pinzas

Como el Amo deja que yo misma me las coloque y disfrute con ello

Considero que me estás mal criando. Las folladas que me pegas me producen solo placer. Sabes, porque lo he confesado, que el peor castigo sería la ignorancia y hago lo posible para evitarlo, me comporto. He decidido no contar los orgasmos que me produces, cuento solo tus corridas, es más fácil. Estoy agotada, hoy te has comportado como un caballero, según el punto de vista en que se vea.

Estamos los dos estirados en la cama mirando el techo. Me estás dando tranquilidad y por la cabeza me pasa que estoy en el ojo del huracán, que durará poco. Empiezas a acariciarme, la respiración se me acelera. ¡Ya te has recuperado! Noto que el coño se me empieza a humedecer, sonrío.

Te levantas, me has dejado sola y caliente, en estos momentos te odio. Veo como buscas en la bolsa ¿Qué juego piensas? Observo como sacas unas pinzas de madera y te aproximas sonriendo. Mi cara se alegra, algo nuevo. He jugado con pinzas, pero no bajo tu supervisión. Recuerdo una foto que me pasaste hace tiempo, las pinzas en el pecho de tu sumisa estaban de forma caótica, se perdía mucho espacio y no quiero que me suceda.

—Por favor Amo, ¿le dejaría a esta perra que se pinzara el primer pecho? —Sonríes, significa que he realizado la pregunta de forma correcta.

Estoy acostumbrada a jugar con pinzas de plástico, no creo que haya tanta diferencia. Me acercas la mano para que me siente en la cama, dejando los pies en el suelo.

Tomo la primera pinza, tengo miedo, el dolor no me gusta. Me la coloco en la base del pecho izquierdo, mi excitación está aumentando. Es un daño soportable, excitante y tu sonrisa me motiva para tomar otra. La pongo encima de la que ya está, lo disfruto. Cojo otra y la aproximo más al pezón, dejando espacio para que quepa otra entre el pezón y la fila. Tomo la cuarta, repito. Estoy muy excitada, al estar enfrente de mí debes ver el coño chorrear. Bajo la mano derecha para acariciarme el clítoris e introducirme dos dedos.

—Peque no tienes permiso y recuerda que no lo has pedido —me comentas de forma tranquila.

Casi cometo un error, me alegro de que me hayas parado a tiempo.

Tomo cuatro pinzas más y las coloco del lado exterior al centro del pecho. Te ries, me parece que te estás burlando.

—¿Amo puedo ir al espejo para colocar las ocho que me faltan? —Afirmas con la cabeza.

Un simple movimiento tuyo, sin palabras hace que mi coño chorree más. Tengo ganas de terminar y que seas tú el que lleve todo. No quiero pedir más permisos, no quiero pensar en cómo colocarlas.

Me sitúo delante del espejo, observando que las primeras no realizan una línea recta, se parece más a una curva. Muevo el segundo grupo, que todas queden curvas.

Que estés de pie al lado me excita, me cuesta concertrarme. Deseo que me toques, odio mi propia demanda. Tomo una pinza y me la pongo en el pezón derecho. Solo pienso en arrodillarme a tus pies.

Empiezo a colocar la tirada de pinzas, esta vez del pezón al final del pecho. Me miras, observo que la polla se te empieza a recuperar producciéndome mayor excitación y satisfacción. ¡Quiero masturbarme! Solo me faltan cuatro, pero te colocas en la espalda y recorres mi abdomen con las manos. Desplazas una hasta el coño, impregnado los dedos con los jugos y los mueves a la boca para que los chupe.

¡Quiero que me folles! Tomo las últimas pinzas y me las coloco. Noto daño, has desaparecido de detrás y buscas algo en la bolsa.

Te colocas entre yo y el espejo. Mi respiración se acelera. Sacas la pinza del pezón. Me colocas unas con un pequeño peso, produciendo que me duela.

Con una mano me aguantas, con la otra me masturbas. Introduces dos dedos en el coño buscando el punto G. Lo has encontrado y tardo poco en correrme.