Pintando a mi hija.
Sigo recogiendo relatos de incesto y aquí les dejo otro sobre el deseo de un padre por su hija..
Hace unas semanas recibí un correo de un lector de esta página donde me decía. “Es un exorcismo y una liberación poder contarle a alguien todo esto que lleva años arañándome el alma”. Después de varias conversaciones obtuve el permiso para poder compartirlo con todos ustedes, espero que les guste.
Cuarenta años tenía yo cuando mi esposa falleció. Después de luchar varios años con una dura enfermedad, perdió la batalla. En su lecho de muerte me hizo prometerle que jamás le daría una madrastra a nuestra única hija, Laura, que por aquel entonces tenía diez años. Ella temía que otra mujer maltratase a nuestra hija y lo cierto es que yo también. Cuando mi esposa nos dejó Laura y yo quedamos destrozados, de pronto nos transformamos en dos espectros que deambulaban por la vida. Un año después nos cambiamos de Ciudad, de casa y de trabajo, queríamos empezar una nueva vida lejos de todos los recuerdos que nos atormentaban. Poco a poco cada uno de los dos fue encontrando su válvula de escape, su forma de lidiar con la pena y los recuerdos. Yo me volqué en mi trabajo como profesor de arte, Laura en la pintura, el cine y su colección de perfumes.
Los años fueron pasando y casi sin darme cuenta mi hija se iba transformando en una mujercita mientras yo perdía el pelo de la cabeza. Habían pasado más de seis años y yo seguía cumpliendo la promesa que le había hecho a mi esposa moribunda, aunque algunas veces no había sido fácil ya que a mis ansias por trabajar me habían hecho aceptar trabajos muy raros, obras muy raras a particulares y desnudos de algunas mujeres muy bellas. Laura que se acercaba a la mayoría de edad seguía encerrada en aquel mundo que se había creado para lidiar con la ausencia de su madre. No tenía amigas, no de las quedar para dormir en su casa, o irse de fin de semana, ella seguía siendo la niña tímida, reservada y muy pudorosa que había sido siempre. Nunca había mirado a mi hija con los ojos de deseo que un hombre puede ver a una mujer, nunca hasta el día de mi cuarenta y siete cumpleaños.
Fuimos de compras como hacíamos cada sábado, Laura caminaba unos metros detrás de mí ojeando una revista, cuando salíamos del supermercado unos jóvenes que estaban en la puerta le silbaron varias veces mientras le decían:
¡Vaya tetazas tienes rubia!
¡Ojalá me pudiera ahogar en ellas! – le soltó otro.
Retrocedí unos metros hasta su altura y los improperios cesaron. Laura miraba al suelo muy colorada mientras se tocaba el pelo de manera muy nerviosa:
¿Estás bien, cariño?
Sí papá, estoy bien.
Aquella noche celebramos mi cumpleaños viendo una película clásica como hacíamos siempre, luego nos gustaba debatir un poco antes de irnos a la cama. Laura me dio un beso en la mejilla como siempre y se fue a su cuarto mientras yo me quedaba preparando un par de cosillas de mi trabajo. Subí las escaleras que llevaban a nuestras respectivas habitaciones, arrastrando los pies por el cansancio. Cuando pasaba por delante de la habitación de mi hija observé que la puerta estaba entreabierta y había luz. Giré la cabeza inocentemente y allí estaba Laura delante del espejo con un tanga negro y un sujetador del mismo color. Laura era muy guapa eso lo había visto siempre, su carita de ángel estaba adornada por unos preciosos ojos azules, la melena rubia que le llegaba un poco por debajo de los hombros era un precioso contraste con su piel cobriza. Ahora veía que tenía un cuerpo de escándalo. La curva perfecta de sus caderas, reafirmaban un culo muy lindo que quitaba el cetro a su abdomen plano y definido. Pero sin duda lo que más destacaban eran sus tetas, ahora que la veía con sujetador me daba cuenta que eran exageradamente grandes. El sujetador luchaba con cada movimiento de su cuerpo para que ninguna de las dos, se escaparan de la tela que las tapaba. Observé atónito desde la clandestinidad de aquella puerta como mi hija se ponía de puntillas frente al espejo, mientras contoneaba su cuerpo a un lado y al otro, disfrutaba de su silueta animada sin duda por los piropos de aquellos jovenes. No pude ni quise dejar de maravillarme con lo que veía, el hilo del tanga negro se perdía entre aquellas dos nalgas y cuando volvía a aparecer en el medio de sus piernas daba escondijo a una raja que se marcaba con absoluta precisión en la tela. Sus tetas bailaban al compás de sus movimientos mientras los pezones abultaban y marcaban el sujetador. Fueron unos minutos maravillosos hasta que temeroso de que me viera seguí el camino a mi cuarto.
La mañana siguiente fue distinta para mí. Cuando Laura bajaba para desayunar yo ya la vi con otros ojos, no podía olvidar la espectacular mujer que se escondía debajo de aquel pijama holgado.
Llevaba más de seis años sin estar con una mujer, lo deseaba mucho, pero les mentiría si les dijese que a quien quería en aquel momento no era a mi hija. Pasaron un par de días, yo me quedé viendo futbol hasta bastante tarde intentando sacar a Laura de mi cabeza. Después del partido y bastante agotado me subía hacia mi habitación cuando vi la puerta de la habitación de mi hija entreabierta, asomé la cabeza y pude vislumbrar en la oscuridad la silueta de Laura sobre la cama. Me acerqué con sigilo a ella, después de debatirme unos minutos si hacerlo o no. Ya a su lado la claridad de la luna que traspasaba los ventanales me dejaron ver como dormía plácidamente, mientras su rostro hacía muecas de sonrisas en sueños. Fui bajando mi mirada hasta que llegué a sus pechos, la camiseta que los tapaba era demasiado fina lo que dejaba ver la piel de aquellos enormes pechos, sus aureolas oscuras y unos pezones apuntados que parecían luchar por liberarse de la prisión de la tela. Casi sin darme cuenta fui acercando mi mano izquierda a la fina tela mientras la derecha comenzó a sobar mi polla, quería sentir el tacto de aquellas tetas y presionar los pezones hasta poder descargar mi leche sobre ellos. Un atisbo de cordura pasó por mi cabeza y retiré la mano que se acercaba al cuerpo de Laura justo antes de posarse sobre su pecho. Después de unos segundos de indecisión me arrodillé a su lado, acerqué mi nariz a su cuello e inspiré con fuerza, el olor suave y embriagador de su perfumé entró por mis fosas nasales. A aquel intenso olor floral se le añadía un olor igual de intenso a hembra joven que me volvió a trastornar la cabeza. Tiré con suavidad de la parte inferior de la tela de su camiseta mientras acercaba mi boca a su maravilloso pezón izquierdo. Primero quería que la tela me dejase ver aquellas dos tetas voluminosas y perfectas, luego quería lamerlas como un loco, lamer sus pezones, mordisquearlos, meter mi cabeza en medio de ellas, meter mi polla para luego descargar mi leche sobre ellas y sobre su precioso rostro. La tela fue subiendo hasta dejar ver la parte inferior de su pecho, mi boca ya estaba sobre el pezón esperando que la tela se apartara para caer sobre él cuando mi hija balbuceó algo ininteligible y se movió. Aquello me despertó del embrujo y me quedé de piedra esperando ser descubierto, mi cuerpo aterrorizado no se movió ni un pelo mientras Laura se deslizaba hacia la izquierda en la cama. Pasaron unos largos segundos y su respiración volvió a ser suave y acompasada, solo se había movido en sueños.
Salí de su habitación lo más rápido que pude mientras me golpeaba la cabeza con la mano castigando a mi cerebro por la locura que acababa de cometer. Aun, así la paja de aquella noche tubo nombre, Laura.
Me estrujé el cerebro, me lo exprimí hasta casi echarme humo buscando la manera de poder tocar y saborear aquel delicioso cuerpo que se alojaba a unos metros de mi cuarto. Todo lo que se me ocurría era descabellado y eso me estaba volviendo loco.
Había conseguido lidiar con mi deseo y seguir con mi vida todos aquellos años, ahora el deseo era más fuerte que la cordura. Estábamos dando en clase el arte efímero de pintar sobre la piel en las distintas culturas, por lo que habíamos pensado que un par de voluntarios crearan algo en clase. Llevaba varios días rompiéndome la cabeza en casa con distintos bocetos, pero nada me gustaba así que el salón se había convertido en un basurero de papeles arrugados y tirados por todos lados:
¿Por qué están todos estos papeles por el suelo? – me preguntó Laura al entrar en la casa.
Tengo unas clases de Body Painting y no me sale nada.
Laura se puso a mi lado mirando lo que dibujaba y el suave olor de su perfume quebró el frágil engranaje de mi maltrecho cerebro. Mi boca y mi cuerpo comenzaron a moverse por libre sin posibilidad de control por mi parte:
¿Tú no querrías hacerme de modelo? Sé que te encanta este arte – le rogué - es que estoy muy desesperado – Laura me miró y sus mejillas se sonrojaron al momento.
¿Quieres pintar sobre mi cuerpo?
Estoy desesperado cariño – y era cierto, pero no por las clases precisamente. En este momento iba a aprovecharme de su inocencia y me importaba una mierda – sería de gran ayuda para mí y para los alumnos.
Vale – dijo casi susurrando.
Casi de improvisto iba a tenerla en mis manos, no podía creérmelo. Le di instrucciones de que ponerse, para ser más suave y no decirle que tenía que estar desnuda a lo que no iba a acceder así de golpe, le pedí que se pusiese unas bragas y un sujetador blancos y bajase:
Sólo tengo un conjunto blanco y es de hace tiempo, no sé si me valdrá.
Mejor, así no pasará nada si se estropean con la pintura.
Cuando llegó al salón mi polla dio un salto dentro de mi bóxer, a duras penas lograba contenerla dentro del pantalón. El sujetador le era pequeño hasta el punto de que sus tetas se escapaban por todos lados, el tanga blanco se metía en su raja dejando parte de los labios a la vista y el agujero de su culo. Era algo maravilloso. Laura tiraba de la tela de ambas prendas intentando tapar sin éxito sus tetas y su coño mientras se acercaba a mí:
Yo voy a ponerme cómodo también y empezamos.
Me quité la camiseta, los zapatos y calcetines, la única prenda de ropa que me tapaba era el pantalón corto de chándal. Inspiré y expiré varias veces para mantener la calma antes de explicarle como sería el proceso:
Esto es algo creativo, voy poniendo pintura sobre tu piel y luego la extiendo según me parezca.
Laura estaba claramente nerviosa, aun así, asintió con la cabeza y yo comencé. Puse varios colores sobre cada uno de sus hombros con un pincel, los mezclé con suavidad sobre aquella piel virgen y comencé a extenderlos. Me importaba muy poco cual fuese el resultado final, lo único que deseaba era sentir el tacto del cuerpo de mi hija en la yema de mis dedos. Se estremeció un poco cuando mis dedos comenzaron a extender la pintura sobre su cuello, hombros y espalda. Mis manos se movían despacio, con suavidad hasta que llegaron a la tela del sujetador:
Cariño – comencé a decirle mientras abría el cierre – esta tela no acepta la pintura, si no lo quitas no me valdrá de mucho tu ayuda – el cierre se soltó, Laura sujetó con sus manos la fina tela antes de que sus tetas quedaran ante mis ojos.
Papá, me da vergüenza – me dijo muy colorada.
Esto es arte cariño, no pasa nada.
Sujeté sus manos con delicadeza y las separé de su pecho, la tela resbaló muy despacio hasta el suelo y aquellas enormes tetas que yo deseaba tanto quedaron ante mis ojos. Mi imaginación no le había hecho justicia para nada, eran grandes, proporcionadas, un pelín caídas por el peso, pero en su sitio, una gran aureola oscura adornada por dos gruesos pezones del mismo color, coronaban aquel manantial de lujuria. Mis manos rebosantes de suave pintura comenzaron a acariciar con suavidad su cuello, las fui bajando suavemente por su pecho hasta que cada una de ellas se posó sobre cada una de aquellas maravillosas tetas. Las toqué con calma, con delicadeza disfrutando de cada centímetro, mis manos las rodearon hasta ser yo quien las sostuviese, las levantaron y bajaron varias veces haciéndolas bailar al son que yo deseaba. Mis dedos comenzaron a rodear aquellas aureolas, la pintura hacía que resbalasen sobre la piel sin control presionando y soltando la rugosa textura, así estuve un buen rato hasta que comencé con sus pezones. Acerqué mi rostro lo más cerca que pude a aquellos pechos de infarto, el aire caliente de mi expiración rebotó en los pezones y estos crecieron y se enduraron como reacción a mi aliento. Me recreé cuanto pude en las tetas, mientras mi polla pedía a gritos ser liberada, podría correrme sin problema mientras sobaba las tetas de mi hija para evitarlo seguí bajando. Su vientre y el resto de su espalda me sirvieron para recuperar un poco la cordura y tranquilizarme. Ya volvía a estar todo lo calmado que se podía estar en tal situación cuando mis manos acariciaron sus nalgas. Sin hablar le hice separar un poco las piernas mientras me agachaba dejando mi cara a la altura de su culo, el olor a hembra inundó mis fosas nasales y mi polla volvió a responder. Deslicé mis dedos por sus muslos hasta las rodillas, e hice el camino inverso hasta que mis manos tocaron la tela que tapaba su raja. Se estremeció, por vez primera el cuerpo de mi hija se movió en un espasmo involuntario cuando mis dedos rozaron su coño. Volví a hacer el mismo recorrido desde las nalgas a las rodillas y vuelta hasta su coño varias veces, su cuerpo se movía con más fuerza cada vez que mis dedos llegaban a su coño y rozaban con calma los labios que la tela no podía tapar. Le di la vuelta y la miré a los ojos mientras mis manos se paseaban por sus muslos, así varias veces mientras ella se mordía los labios inconscientemente. Mis manos tiraron de la tela que tapaba aquella fuente de placer:
¡Papá no! – me imploró mientras la tela se deslizaba hacia abajo.
No dije nada. Mis ojos seguían en contacto con los suyos mientras la tela sorteaba sus rodillas, sus tobillos y se depositaba junto a sus pies. De pronto tenía aquel maravilloso coño ante mí. Depilado casi en su totalidad, sólo una fina línea de pelo apuntaba a su ombligo, dos gruesos labios apretados anunciaban que ese lugar no se había explorado. Acerqué mi rostro a él mientras mis manos comenzaban el descenso desde su vientre. El olor a hembra era más fuerte, el olor a hembra joven y ardiente impregnaba mi cerebro y mi poca cordura se fue al traste. Mis dedos llegaron a su raja, separaron aquellos labios virginales y se deslizaron suavemente hasta alojarse entre ellos. Comencé a moverlos, los deslicé despacio con deliberada calma recreándome cuando pasaban por la entrada de su vagina y su culo. Dejé que entrasen un poco en cada uno de sus agujeros, la cara de duda de mi hija me ponía más cachondo si cabe, en aquel momento ya no podía aguantar el deseo de sacar mi polla y follármela allí. Rodeé con mis brazos su trasero y pegué mi cara a su coño, Laura estaba petrificada mientras yo paseaba mi lengua por el delicioso lugar, lo mordí, lo succioné y lamí hasta que me dolió la boca. Mi cordura se había ido a la mierda hacía mucho y no me importaba, de un salto me puse de pie, le di la vuelta y liberé mi polla. Con mis manos sobaba y apretaba con fuerza las tetas de mi hija mientras mi polla se deslizaba entre sus nalgas, desde su culo a su coño mi polla se movía con fuerza y rapidez, fueron pocos segundos los que aguanté hasta que me corrí. Mi cuerpo se movía de manera inconsciente mientras los chorros de semen salían al exterior. Su culo y coño quedaron completamente bañados por tan inmensa corrida mientras mis manos quedaban marcadas en sus tetas. Me separé de ella con mucho esfuerzo unos segundos después, Laura comenzó a caminar lentamente hacia el baño sin mirarme. Debería estar preocupado y enfadado conmigo mismo por lo que había hecho, no era así, mi hija me había dado la mejor corrida de mi vida…