Pintando a mi hija 2

Cuando podía haber arreglado las cosas voy yo y las lío mucho más...

Que semanas tan duras! Sin duda las más duras de mi vida, incluso peores que las posteriores a la muerte de mi esposa. No sabía que pensaba mi hija, que sentía, no habíamos hablado desde la tarde que la desnudé y con el pretexto de pintar sobre ella, sobé su cuerpo hasta correrme en sus nalgas como un toro. Nos habíamos cruzado por la casa en varias ocasiones, pero éramos dos extraños, cuando yo habría la boca para hablarle ella miraba al suelo y seguía su camino. Esperaba algún tipo de reacción por su parte, la que fuese, que me hubiese denunciado era sin duda la que más temía y más esperaba, no fue así.

Laura llegó a la cocina aquella mañana de sábado, justo tres semanas después del incidente:

  • ¡Buenos días papá!

  • ¡Buenos días, cariño! _ le contesté sorprendido. Apoyé mi cuerpo en la encimera de la cocina descargando mi nerviosismo, mientras Laura se sentaba en una de las sillas.

  • Me gustaría hablar contigo, aclarar lo que sucedió la otra tarde.

  • Por supuesto _ le contesté tragando saliva. _ Quería que...

  • Prefiero comenzar yo la conversación _ me cortó mi hija de manera tajante cuando yo me disponía a disculparme _ he pensado mucho en todo aquello, en cómo te aprovechaste de mi buena fe para, bueno, tú ya sabes _ yo me dispuse a hablar, pero ella no me dejó decir nada, siguió con su discurso que se veía que tenía bien preparado _. Te vi cuando me mirabas el día que me probaba el conjunto de ropa interior, incluso me pareció verte al lado de mi cama algunos días que estaba medio dormida. Jamás pensé que lo hacías porque sintieses algún tipo de atracción sexual hacia mí, por eso me creí lo de la pintura _. Estaba de piedra a la vez que asustado por lo que estaba oyendo, aun así, intentaba aparentar calma _. Cuando tus manos comenzaron a sobar mis tetas me pareció raro, luego cuando me quitaste el tanga ya supe que aquello era lo que acabó siendo, un padre que se aprovecha de su hija.

  • No sé lo que me pasó, perdí la cabeza _ intenté disculparme yo con voz temblorosa. Ella seguía mirándome impertérrita.

  • Entiendo que llevas mucho tiempo sin estar con una mujer, sé que lo has hecho por la promesa que le hiciste a mamá, que todo esto ha tenido que ser muy duro para ti. Para los hombres la abstinencia sexual es complicada y puedo entender que yo fui la opción más a “mano” que tenías en ese momento, pero soy tu hija, joder.

  • En mi defensa quiero decirte que todo lo que has dicho es cierto, además eres una mujer muy atractiva, verte en ropa interior despertó un monstruo que llevaba escondido mucho tiempo dentro de mí. Aun así, sé que, no tengo disculpa, perdí la cabeza y eso es una irresponsabilidad por mí parte.

Laura se quedó en silencio, me miraba con aquellos ojos inquisidores que me penetraban hasta el fondo de mi alma. Yo esperaba el veredicto sabedor de que todo aquello había sido sólo la exposición de los hechos:

Papá, quiero que me prometas que no volverá a pasar, que controlarás tus impulsos y que sabrás comportarte_ casi me rogó perdiendo aquel modo de extrema dureza.

Te lo prometo _ le solté de manera atropellada.

Ambos actuaremos como si nada hubiese pasado, tu eres mi padre y te quiero mucho, no soy capaz de estar enfadada contigo. Entiendo que ha sido un error, un cúmulo de circunstancias que te han llevado a ello, te pasó a ti como puede pasarle a cualquiera, por eso lo dejaré pasar, por mi parte está olvidado _ por primera vez en dos semanas sonrió de manera tímida mientras me miraba.

Lo dejaremos pasar como tu dices. Muchas gracias por ser tan comprensiva.

Me dejé caer sobre mi cama aliviado, era la primera vez en esas tres semanas que volvía a llenar los pulmones de aire. Era como si me hubiese quitado de encima mil kilos.

La vida con Laura volvió a ser la misma que era antes del “incidente”, al menos por su parte.

Sin embargo yo no conseguía volver a la “normalidad”, yo no paraba de darle vueltas a varias cosas: no podía dejar de pensar en el cuerpo desnudo de mi hija entre mis manos, me hacía una o dos pajas diarias recordando el olor y la suavidad de su piel, el tacto de sus pechos o el calor de mi polla mientras se deslizaba entre sus nalgas. Además, la veía cada día, veía la marca de sus pezones en la vieja camiseta que usaba para dormir, como sus nalgas se movían cuando subía o bajaba las escaleras, como se le marcaba todo el coño en los pantalones ajustados, oía el agua mientras se duchaba, me pegaba a la puerta del baño y me imaginaba como el agua y el jabón caían lentamente por su cuerpo mientras ella se tocaba cada rincón. Me costaba mantener la cordura, en muchas ocasiones me iba de casa hasta que volvía a tranquilizarme.

El día del aniversario de la muerte de mi esposa, Laura y yo cumplimos el ritual de todos los años. Pasamos por la floristería, después de comprar un gran ramo de orquídeas, las flores favoritas de mi mujer, las llevamos al cementerio para dejarlas en la tumba. Allí estuvimos un buen rato, ambos en silencio, cada uno recordándola a nuestra manera. Después visitamos el museo de cera, también el lugar favorito de ella para acabar el día cenando salmón en el mejor restaurante del puerto. Bebí más de la cuenta sin saber muy bien porqué, nunca lo había hecho desde antes de casarme, pero aquel día muchas cosas pululaban por mi cabeza. Cuando terminamos llamamos a un taxi, yo no podía conducir en aquel estado y aunque yo se lo pidiese Laura jamás lo haría sin el carnet. El taxista, un viejo con cara de pocos amigos, no dejaba de mirar de reojo las tetas de mi hija por el espejo retrovisor. Cuando Laura bajó del coche el descarado le dio un buen repaso de arriba hasta abajo, incluso soltó un bufido cuando sus ojos se posaron en su culo. Yo le tiré el dinero en el asiento y me fui enfadado, ¿Quién era aquel baboso para mirar así a mi hija? Algo me quemaba en el pecho, sin duda eran celos.

El alcohol que poseía mi cuerpo me había envalentonado sobre manera, así que cuando entré en mi cuarto lo único que deseaba era haberme peleado con aquel tipo. Me fui tranquilizando y mis pensamientos cambiaron poco a poco. Recordaba lo que me había dicho mi hija “yo te quiero mucho” “no puedo estar enfadada contigo”. Pensar en Laura me ponía muy cachondo, no podía evitarlo y mucho más en aquel estado de embriaguez. Di vueltas en la cama, vueltas y más vueltas sin conseguir sacarme de la cabeza a mi hija, no podía soportar tenerla tan cerca y no poder disfrutar de ella. Entonces mi lado insensato del cerebro poseído por el alcohol tomó las riendas de mi cuerpo, me desnudé del todo y dejé mi habitación. Caminé muy despacio los pocos metros que me separaban de donde estaba Laura hasta que llegué a su puerta. Estaba entreabierta como siempre, sin pensar la abrí del todo y entré. Laura que ojeaba un libro posó los ojos sobre mí nada más cruzar el umbral de su puerta, me miró con los ojos como platos sin decir nada. Su mirada se posó en mi polla casi dura y luego en mi cara. Apuré mi paso hasta que estaba al lado de su cama antes de que ella se recuperara del shock inicial y tomase la decisión de salir corriendo. Mi cuerpo se deslizó entre las sábanas hasta pegarse al de Laura, ella se movió intentando alejarse de mí, las sábanas y mi mano no la dejaron:

Espero que esta vez también puedas perdonarme _ le susurré pegado a su oreja.

No dijo nada, ni intentó moverse sólo me miró con una mirada que no supe interpretar. Con mi mano derecha comencé a acariciar su pelo, luego su rostro y su cuello. Acerqué mi nariz a su pecho e inhalé varias veces el suave olor a hembra y rosas que desprendía su piel, mis dedos ya jugaban en su boca cuando le besé el cuello por primera vez. Mis dientes mordisquearon los lóbulos de sus orejas mientras una de mis manos ya tocaba sus tetas sobre la camiseta. Acerqué mi boca a la suya, mis labios rozaron los suyos de manera muy suave, la punta de mi lengua repasó cada centímetro de su boca antes de poder rozar la lengua de mi hija. Su boca se había entreabierto para dejar pasar mi lengua, no sé si por la inercia o porqué comenzaba a rendirse, fuese porqué fuese yo lo aproveché. Mis manos ya apretaban sus suaves tetas, mis dedos jugaban con sus pezones cuando mi boca comenzó a mordisquear con fuerza su cuello, suspiró ¿de placer quizás? No lo sabía, pero con cada mordisco un suave suspiro salía de su boca. Mis manos desbocadas tiraron de la tela que cubría su pecho y esta se rompió dejando libres las mejores tetas del mundo. Le junté las dos hasta que aquellos pezones gordos y rosados quedaron a merced de mi osada lengua. Los chupé, mordí y acaricié mientras mis manos apretujaban con fuerza la suave piel de su pecho y vientre. Sabía que mis dedos quedarían marcados en aquella virginal piel, eso me sacaba de quicio. No sé el tiempo que jugué con sus tetas, no paré hasta ver lo rojas que estaban de apretarlas, morderlas y chuparlas. Dos latigazos de mi polla me indicaron que tenía que seguir bajando. La suave tela de su pantalón de pijama y de su tanga comenzaron a deslizarse por sus caderas con el empuje de mis manos:

¡Papá eso no, por favor! _ me rogó Laura casi sin voz.

Aunque quisiese no podría parar, y el problema era que no quería. Mi boca besó su vientre, su ombligo, así estuve un buen rato hasta que se deslizó para llegar a aquella raja celestial. Inspiré de nuevo con fuerza y el olor a hembra que desprendía su coño, esta vez mucho más intenso volvió a inundar mis fosas nasales. Mi cerebro vibró varias veces ante la llegada de aquel olor e hizo que mi polla estuviese a punto de explotar. Me concentré en saborear tan dulce manjar mientras intentaba no correrme. Mi lengua acarició su clítoris con suavidad, primero se lo mordí y chupé mientras uno de mis dedos comenzaba a explorar su vagina. Me sorprendió ver que su coño comenzaba a estar lubricado y que la posterior penetración de mis dos dedos fuese fácil. Pasé mi lengua por toda su raja hasta llegar a su ano, se lo lamí y luego hice el camino a la inversa varias veces. Levanté la mirada para ver el rostro de mi hija, tenía los ojos cerrados y se mordía el labio inferior con suavidad, lo quisiese reconocer o no aquello le estaba gustando. Me puse sobre ella, con mis rodillas abrí más sus piernas hasta que mi polla estaba resbalando en su raja. Acerqué mi boca a la suya y la besé, mi polla estaba en la entrada de su vagina y empujé un poco hasta que la punta se abrió camino por aquella entrada virginal. Abrió la boca del todo ante mi embestida y aproveche para morder su lengua mientras mi polla seguía entrando, dos golpes más y toda estaba dentro. Laura soltó dos quejidos seguidos:

_ ¿Sácala que me duele! _ Balbuceó cuando mi polla se alojó dentro de su cuerpo.

Me quedé quieto unos segundos, luego comencé el mete saca de forma suave, mi hija se seguía quejando con cada embestida mía, pero yo no paraba. Aumenté el ritmo y aumentaron los quejidos, el placer era tanto que yo temía quedarme inconsciente en cualquier momento. Doblé sus rodillas y su coño quedó más expuesto para mí, las embestidas eran más profundas en esa posición, mis huevos rebotaban en su culo aumentando el placer. Dejé caer el peso de mi cuerpo con fuerza cada vez que mi polla la perforaba, el cuerpo de mi hija se aplastaba contra el colchón ofreciéndome la resistencia que deseaba. Sentí como la punta de mi polla engordaba dentro del coño de mi hija, en los huevos tenía calambres de placer anunciando que la leche estaba a punto de salir. Tenía que correrme fuera, lo intenté, pero los primeros chorros de leche se alojaron en el útero de mi hija, luego empujé para adentro y la interminable corrida quedó al completo dentro del cuerpo de Laura. Los espasmos de placer me dejaron sin fuerzas y todo mi cuerpo cayó sobre el de mi hija, no podía moverme, aunque sabía que la estaba aplastando con mi peso. Me deslicé a un lado como pude y Laura quedó libre respirando con fuerza. Laura permanecía a mi lado inmóvil mientras yo recuperaba las fuerzas, pasaron unos minutos y yo pude levantar mi cuerpo hasta quedarme sentado en la cama. Miré con detenimiento el cuerpo de mi hija, tenía marcas rojizas y negruzcas de mis dedos y de mis dientes por todas partes, miré como mi leche salía del interior de su coño deslizándose por su culo hasta las sábanas, le miré el rostro, estaba desencajado. Esta vez síque estaba metido en un gran lío....