Pink Stallion 2

Erni comienza su experiencia de puto en el local y allí conoce a Jake, un hombre maduro, que le invita a vivir con él en San Francisco. El chico acepta.

PINK STALLION

2

Acabé de acicalarme. Me había puesto un poco de rimmel y un poco de sombra en mis párpados. Mis carnosos labios oscuros no necesitaban color alguno, pero un poco de brillo no les venía mal. Me puse el tanga bordado y las medias negras hasta medio muslo. Me calcé las sandalias de pedrería y fui a su encuentro.

Jake me esperaba sentado en el gran sofá de piel blanca. Me paré en el quicio de la puerta del salón y me quedé quieto esperando su visto bueno. Vi como me miraba y como el deseo se apoderaba de sus ojos. Eso no lo podía evitar. Se removió en el asiento, se abrió la camisa y con un gesto me indicó que me sentara a su lado. Le obedecí. Pasó su brazo por mis hombros, acercó su boca a la mía y me lamió y me comió los labios con auténtica pasión.

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El tiempo que pasé en el Pink Stallion fue de lo mejor que me ha pasado en mi vida. La vida de camaradería en la "casita" era fantástico. Vivíamos siete de los doce chicos que participábamos en el espectáculo y en el negocio. Marco se había convertido en mi mejor amigo, pero los cinco restantes eran geniales y nos ayudábamos en todo. Uno era blanco como la cera con el pelo rubio claro y unos ojos azules espectaculares y unos pezones rosas preciosos, otro tenía aspecto asiático (al principio creí que era "japo", pero luego me enteré de que era hawaiiano), otro era de piel oscura y con una verga considerable, otro era el proto-yankee rubiasco, con aspecto saludable algo musculado pero con una cara aniñada que pedía ternura a gritos, el chicano tenía un morbo especial con esa piel canela y el pelo liso y negro cuervo. A este último casi no había que depilarle porque no desarrollaba vello en casi ninguna parte de su cuerpo. Teníamos entre 18 y 20 años. El mayor era Marco, con 22 años, y el más experto.

Por las mañanas ensayábamos coreografías a las órdenes de Chema/Reina. Bailábamos en grupo contoneándonos y cimbreando nuestros cuerpos con gestos eróticos. Chema nos corregía o nos animaba a continuar. Luego venían los "solos". Ahí era más severo puesto que la mirada de los clientes estaría pendiente sólo de ti. Nos enseñaba a movernos provocativamente hasta el momento final en el que debíamos librarnos del tanga de un tirón y quedar desnudos para luego continuar bamboleando nuestros atributos y llamar la atención del supuesto cliente. Chino se situaba en la penumbra del fondo de la barra y no nos quitaba ojo.

Al acabar las danzas, nos vestíamos con una camisa blanca de lino de manga corta y unos sorts negros, también de lino, sujetados por un lazo rojo. Ese era el uniforme de sala.

En "la casita", se desarrollaba una relación de camaradería. Nos ayudábamos a limpiarnos a depilarnos, hablábamos de nuestras vidas, de nuestros clientes y de nuestras ilusiones futuras. Nos acariciábamos mientras veíamos la TV, a veces dormíamos juntos la siesta o cuando llegábamos cansados por la noche. Yo dormí con todos ellos pero al que tenía auténtico aprecio era a Marcos. No hacíamos el amor porque debíamos reservarnos para los clientes, pero nos acariciábamos o nos besábamos hasta caer en un profundo sueño. Había veces que nos excitábamos en el baño o cuando nos afeitábamos el cuerpo, pero no pasaba de ahí. Sabíamos y teníamos claro que si fallábamos con los clientes podíamos acabar en la puta calle y eso no lo queríamos ninguno.

La experiencia sexual con Chino había puesto el listón bien alto. No volví a tener relación con él. Nadie se atrevía porque era la pareja de La Señora y eso no se cuestionaba a no ser que diera su permiso, como así pasó la vez que ya he narrado.

La Señora... Reina... Chema... Ese era otro tema a destacar. Era un hombre guapo a rabiar, con un cuerpo espectácular, sin un ápice de grasa, una media melena castaña clara que le caía en ondas sobre los hombros, se maquillaba con un gusto exquisito, se vestía de maravilla, sin ser una dragona para nada, era elegante como yo no había visto a nadie y tenía un don de gentes especial. Se llevaba a los hombres de calle, pero para Chema sólo existía uno: Chino. Y no hubo otro nunca jamás (que yo sepa).

A nosotros nos trababa con un cariño especial, nunca tuvo una mala palabra ni un mal gesto. Su educación era impecable y no puedo decir nada en su contra sino todo lo contrario. Me enseñó todo lo que soy.

El trabajo consistía en que mientras unos de nosotros servíamos las mesas, los restantes bailábamos en el escenario una coreografía de grupo moviendo los cuerpos cubiertos por tangas, o mínimos suspensorios, al son de una música cadenciosa y sugerente iluminados por una luz tenue y rodeados de inmensos falos rosas. Luego venía el turno de los "solos", o de "pares, y ahí era donde debíamos lucirnos para llamar la atención. A veces te quedabas solo balanceando tu polla y tus huevos con gestos obscenos, otra veces debías hacer un número como si hicieras el amor con tu pareja con una serie de gestos explícitos.

La verdad es que el espectáculo tenía mucho éxito y la sala siempre estaba a reventar de hombres e incluso, en alguna ocasión venían mujeres para vernos evolucionar.

He de decir que yo tenía bastante éxito y no me faltaban clientes. Tanto Reina como Chino estaban encantados conmigo, según me dijeron en varias ocasiones. La verdad es que cobraban un buen dinero por nosotros, pero vivíamos como reyes y teníamos una cuenta personal bastante engrosada. No puedo decir nada en contra de ellos, entre otras cosas porque allí estábamos de forma voluntaria.

Un día, mientras estábamos bailando en grupo, me fijé en un hombre que no me quitaba la vista de encima. Me crecí y comencé a bailar para él mirándole con toda la intención del mundo.

Era un hombre mayor, con aspecto norteamericano, con una buena cantidad de pelo canoso al igual que su espesa barba y el vello de su pecho que se asomaba entre su camisa medio abierta. No se porqué pero me gustó a primera vista. Cuando me tocó el turno del "solo", se lo dediqué enteramente a él y noté que no apartaba su vista ni un instante, me analizó entero desde la cabeza a los pies deteniéndose en mi entrepierna y en mi culo mientras me balanceaba. Cuando tiré de tanga y le miré con intención, sentí su excitación en su mirada y una breve lamida de su lengua a lo largo de sus labios me demostró lo que quería.

Después de mi actuación, me lavé y me vestí con el uniforme de sala. Fui directo a su mesa y la encontré vacía. Me quedé de una pieza. Al darme la vuelta para ir a la barra, lo encontré hablando con Reina en su mesa.

Chino me dijo en la barra que le parecía que me había entrado un cliente y en ese momento Reina me miró y me indicó que me acercara. Con una mirada me preguntó si era de mi gusto y con imperceptible gesto le dije que sí.

Jake.

Jake era un hombre sesentón alto, fornido, más fuerte que gordo, pero los años no perdonan, debió ser un hombre cañón en su juventud (luego supe que no me equivocaba), ojos azules, labios rosados y una sonrisa perfecta. En un principio me recordó a Ernest Hemmingway y tenía algo especial que inspiraba confianza.

Pasó su enorme brazo sobre mis hombros y nos encaminamos a la habitación. Al llegar, me miró, me sonrió, me acarició los labios con su dedo pulgar y luego me dijo que me desnudara y me tumbara en la cama porque quería acariciar "esa maravillosa piel canela". Le obedecí y se tumbó a mi lado aún vestido y comenzó a acariciarme tiernamente todo el cuerpo se detuvo en los genitales y me gustó tanto que ronrroneé como un gato porque nadie me había acariciado de esa manera en mi vida, me di la vuelta para que continuara y lo hizo por toda la espalda, los muslos y dejó para el final las caricias anales, cosa que me excitó en extremo. Lo hizo con tanta ternura, con tal delicadeza... Luego me dio la vuelta y puso su mano en mi polla oscura, ya algo altiva.

Se levantó de la cama me tendió la mano para que me levantara y me dijo que ahora le desnudara yo.

Le acaricié la nuca y le besé el cuello mientras le iba desabrochando la camisa, dejando su velludo pecho al descubierto, me levantó el mentón y me besó en los labios suavemente. Me di cuenta de que Jake necesitaba hacer las cosas lentamente, disfrutando de ese placer y le dejé hacer y me uní a su juego erótico. Le dejé que me besara y lentamente fui abriendo la boca para dejar paso a su lengua que, mientras le quitaba la camisa, iba entrando hasta encontrar la mía y luego lamer mis labios con dulzura.

Bajé mis manos hasta el lazo que sujetaba su pantalón y lo deshice, le acaricié la entrepierna y me encontré con un buen rabo en estado de buena esperanza y con una buena y abultada bolsa bajo la tela de su pantalón. Lo desabroché y lo dejé caer. Metí la mano por su calzón de tela azul y acaricié sus atributos lentamente, un imperceptible gemido me hizo sentir que le estaba gustando lo que le hacía así que, mientras nos besábamos y nos acariciábamos, yo continuaba con mi suave masaje notando como aquel toro maduro, se iba excitando poco a poco. Sus manos llegaron a mis glúteos y me los apretó para luego irse adentrando entre ellos para llegar a la entrada de mi placer.

  • Vamos a la cama - me dijo.

Me cogió en volandas y me depositó sobre las sábanas, se quitó el bóxer y se tumbó a mi lado. - Ahora quiero probarte... lamerte...quiero saborearte...

Levanté mis brazos como gesto de sumisión y le dejé hacer. Me acarició, me besó y me lamió cada centímetro de mi cuerpo, desde la boca, las orejas y el cuello hasta los dedos de los pies pasando por los genitales, comiéndose mi polla que ya estaba a mil, me giró e hizo lo mismo con mi espalda, mi culo y mi ano. Allí se entretuvo más tiempo mientras jugaba con su lengua. El masaje de su barba entre mis nalgas me pareció un auténtico placer erótico, sentir ese vello suave mientras jugaba con su lengua en mi esfínter me provocó tal excitación que mi culo se abría para que su lengua entrara dentro de mi y me provocaba escalofríos y convulsiones acompañados de gemidos de placer.

Se tumbó boca arriba dejando su pollón, ahora en erección total mirando al cielo y me dijo que le cabalgara. Me senté sobre él, le miré, le sonreí porque era un hombre maravilloso, le besé los labios y mientras le besaba jugué con su polla en mi ojete para ir dándole entrada. Me lubriqué y le enfundé su tronco. Ya dispuesto, puse su capullo en el centro de mi placer, me fui abriendo y me lo fui comiendo poco a poco. Era un gran rabo, pero me los habían metido mucho mayores por lo que no me preocupó lo más mínimo, me fui abriendo y fue entrando mientras yo me balanceaba hacia adelante y atrás con gestos lascivos y marcando mis músculos para que aquel hombre viera la belleza de mi cuerpo y se deleitara con la mirada.

En esa postura estuvimos un buen rato, luego me tumbó boca arriba y levantándome las piernas me la volvió a hincar y así vi como la sangre le enrojecía el cuello y la frente, como las venas se iban hinchando anunciando su pronta corrida.

Gimió como un toro herido mientras se corría dentro de mi. Fue un espectáculo ver a ese macho maduro como disfrutaba de una corrida tan intensa, como se derramaba en mi hasta secarse y mientras mugía hizo que yo me corriera de placer.

Jake me gustaba. Me gustaba mucho. Vino a verme durante un mes seguido. No pensaba que un hombre de su edad pudiera tener tal capacidad de aguante. - Por que me gustas mucho - me dijo - Me gustas más de lo que hubiera pensado. Me vuelves loco.

Al cabo de un mes me dijo que tenía que volver a San Francisco. A mi se me saltaron las lágrimas al pensar que no lo iba a volver a ver. No sabía hasta que punto el pensar en su ausencia me iba a causar ese dolor. Era un cliente, pensaba, pero no era cierto. Lo quería, no podía pensar en perderle. Un dolor insoportable en el pecho hizo que estallara en llanto.

Me abrazó y me besó, me acurrucó entre su enorme pecho y me dijo: - Vente conmigo... ven a vivir conmigo a San Francisco. Vivo solo en una gran casa... ven conmigo.

SAN FRANCISCO

Vivíamos en una preciosa casa de estilo colonial a las afueras de la ciudad junto a la playa. Yo era feliz junto a Jake. No sólo hacíamos el amor, nos contamos nuestras vidas, nuestros gustos, nuestras decepciones. Le conté mi ilusión por vestirme con lencería femenina en la intimidad. En fin...

Un día me enseñó fotos de su vida. Había tenido tres mujeres, un hijo, una hija y tres divorcios, pero me confesó que desde el instituto siempre le habían gustado los chicos. Su aspecto varonil y deportista le había ayudado a lograr sus apetencias sexuales sin despertar dudas. Aún casado, frecuentaba los tugurios y las zonas cruising de la ciudad. Su sexualidad estaba clara, pero la influencia social del momento le hizo tener que aparentar otra cosa distinta.

Una foto me llamó la atención: un Jake joven con uniforme de la US-Navy estaba sentado el suelo con la espalda apoyada en una pared, iba con el clásico gorro blanco de marinero, pero no llevaba puesta la camisola, por lo que su musculado y velludo pecho estaba al aire. A su lado estaba sentado, otro marinero, moreno, guapo a rabiar, del estilo Don Draper de Mad Man, en su època le habrían dicho que se parecía al actor William Holden. Jake le pasaba el brazo por detrás del cuello y su mano entraba por el escote de la camisa y se detenía en uno de sus pechos que, por lo que se adivinaba, también estaba surtido de vello, pero en este caso de color oscuro, el moreno descansaba su mano en el muslo de mi hombre a la altura de la ingle y por debajo del pantalón del rubio se erguía un bulto delatador. Jake miraba a la cámara sonriendo mientras que el moreno le miraba con un deseo que no podía ocultar.

  • Es Tony - :me dijo. - Fue amante mío durante el servicio militar y mucho tiempo después. ¿A que era guapísimo?.

Me dio un escalofrío de celos, pero me callé: - ¿Que fue de él?.

  • Murió de sida muchos años después. Ya no estábamos juntos, aunque siempre fuimos amigos. Fue una pena. Era tan guapo... pero esa puta enfermedad... - Noté que los ojos se le empañaban, le abracé y le besé.

  • ¿Me dejas hacer una copia?

  • Claro.

En la mesilla de noche tenía la foto enmarcada y todas las noches la miraba. Tenía una fuerza erótica bestial y yo siempre pensaba en el instante después del disparo en el que imaginaba cómo Jake se volvía hacia su novio le sonreía y le besaba en la boca.

El día de mi cumpleaños, Jake apareció cargado de bolsas: - Esto es para ti, pero antes de que abras los regalos, tengo otro que te quiero dar ahora -. Sacó de su bolsillo una bolsita de la que extrajo una fina cadena de oro de la que colgaba un pequeño corazón hecho de piedra aguamarina - Quiero que lleves puesto este corazón del color de mis ojos. Ya sabes que no me gusta ponerme adornos, pero yo me he puesto uno igual de zafiro por la pasión tengo por ti -. Y se señaló el pecho en donde se alojaba el pequeño corazón rojo entre la mata de vello.

Salté y me abracé a el con brazos y piernas y le besé mientras se humedecían mis ojos.

  • Mira las bolsas que se que te va a gustar lo que he comprado.

Me acerqué y vi que el anagrama era de una de las mejores tiendas de lencería de la ciudad en la que nos habíamos parado varias veces para mirar el escaparate y comentar las prendas que me gustaban. Se había vuelto loco. Fui abriendo las bolsas. Había de todo: medias, pantys, bragas, tangas, suspensorios, bodys, sombra de ojos... en fin toda una locura... No daba crédito a lo que veía...

Salí corriendo a mi habitación con todas las bolsas y me acicalé para mi hombre, para mi macho, para mi amante.