Pinceladas veraniegas
En una acampada con mi mamá, mi tía y mi prima tengo un bonito despertar
Mi mamá y tia Loles son gemelas. Tía Loles se casó con un sueco, Gunnar, y tienen una hija, mi prima Berthe. Viven en Estocolmo pero acostumbran a pasar los veranos con nosotros en España. O al menos acostumbraban, porque llevaban tres años sin venir.
Este año han vuelto. Berthe es de mi misma edad, tenemos 16 años. Tío Gunnar solo va a poder estar en el pueblo cinco días, porque luego ha de marchar de nuevo a Estocolmo por cuestiones de trabajo en su editorial. Es una editorial pequeña, no creáis. Mis tíos no tienen mucho más dinero que nosotros, que dependemos del sueldo de mi madre como secretaria en una gestoría.
En estos tres años sin vernos, mi prima Berthe se ha convertido en un bombón rubio espectacular. Es muy alta, aunque yo también lo soy y también lo son nuestras madres y tío Gunnar. Somos una familia en la que no nos podemos quejar de ser todos bien parecidos. Quizás yo sea el mas normalito, creo, pero ya he dicho que mi prima es un bombón, y mi madre está tan buena que cuando voy con ella por la calle no paro de ver como todos se giran para echarle un vistazo de refilón. Algunas veces algo más que de refilón. Si alguno se sobrepasa le suelta un “¡capullo!”, y se queda tan pancha. Y con mi tía Loles más de lo mismo. El mismo físico espectacular y el mismo desparpajo. Desde que era pequeño me acostumbré a su forma de tratar a los mirones impertinentes, porque no les importaba en absoluto que yo estuviera presente. Supongo que creían que esto formaba parte de mi educación sexual. Así aprendía como se comportaban los hombres con mujeres como ellas, y como cortaban ellas por lo sano cuando no les interesaba que la situación se prolongara. Aunque también aprendí que a veces sí que permitían una “prolongación” más o menos larga. Lo que no llegué a aprender es de qué depende que a un moscón se le permita o no seguir importunando, y como que no lo aprendí para ligar más bien soy un desastre.
Por lo que hace a mi primita ya os he dicho que es un bombón. Cuando éramos pequeños y jugábamos a los médicos ella tenía un pecho tan plano como el mío. Ver las dos tetas maravillosas que le han surgido de repente -¡blop!- no debería sorprenderme tanto. Es absolutamente normal, claro. Pero confieso que estos dos bollos recién cocidos me han dejado patidifuso, anonadado.
Aquella misma noche, el día que llegaron, reanudamos nuestros jueguecitos en su cama. Era la misma cama del desván donde tantas veces le había recetado unos masajitos en el coñito para curarse la comezón. Pero ahora los dos habíamos aprendido nuevos juegos más interesantes y los estuvimos practicando. Tuve claro que en su Instituto no solo habia estudiado Lengua o Matemáticas, porque seguro que en otras materias podía sacar las mismas notas altísimas que según mís tíos sacaba en las del programa oficial.
Supongo que nuestras madres sabían perfectamente que yo había dormido en la habitación de Berthe aquella noche, pero mientras deayunábamos, a la mañana siguiente, nadie hizo ningún comentario, de modo que las noches siguientes repetimos. En mi casa éramos muy liberales. Recuerdo que cuando éramos pequeños una vez nos pillaron en pleno juego de la visita al médico. Sé que otras madres en estos casos arman el gran escándalo, se ponen a chillar, amenazan con consecuencias terribles, castigan al cuarto oscuro hasta el fin del día, pero mi madre y tía Loles no solo no nos castigaron sino que se unieron a nuestro juego. Por lo visto también habían jugado mucho a médicos cuando eran pequeñas y nos enseñaron como lo hacían ellas. Aprendimos cosas nuevas que explicaría en otro relato como éste si algún lector estuviera interesado y me lo pidiera escribiendo un comentario.
Esta liberalidad, y no solo por lo que se refiere al sexo, era habitual en nuestra casa. No hace falta que diga que con el calor agobiante que estaba haciendo aquellos días íbamos todos por la casa prácticamente en porretas. Ni cuidaba nadie de cerrar la puerta del baño cuando se estaba duchando ni se ponía una camiseta antes de sentarse a la mesa si no le apetecía hacerlo. No había nada de erótico en aquella continua exhibición de tetas, de coños y de pollas. Tampoco el sexo era el tema de nuestras conversaciones más frecuentes.
Generalmente nuestra conversación giraba en torno a las noticias de la prensa del día, o en torno a la música, porque Gunnar y tia Loles eran unos magníficos pianistas y porque mi prima Berthe iba a entrar en el Conservatorio de Estocolmo al año siguiente.
Sí que oí de todos modos una conversación sobre sexo bastante larga, muy completa, pero en la que yo no participé. Eso fue el segundo día. Habíamos ido a la piscina municipal y mientras Gunnar y Berthe estaban en el agua, mi madre y mi tía charlaban tomando el sol en las tumbonas. Yo estaba algo separado, porque las tumbonas de mi tío y Berthe habían quedado vacías entre ellas y yo. No hablaban en voz muy alta, pero yo oía perfectamente a mi tía explicando sus nuevas experiencias en un club de intercambio de parejas. Llevaban más de seis meses apuntados, ella y Gunnar, y ya habían convertido en una costumbre habitual asistir a las reuniones de cada martes. Le recomendaba a mi madre que encontrara algo parecido. La parecía una experiencia altamente gratificante: sexo muy variado, sin complicaciones, todo comodísimo... Sí, sí, había de encontrar algo similar en la comarca, posiblemente en la capital, y darse un gusto con regularidad. ¿Qué digo un gusto? ¡Los gustazos impresionantes que se habían pegado ella y Gunnar en los últimos meses!
A mi madre, con la cara vuelta hacia tia Loles no la podía oir tan bien. Entendía que hablaba de sus amigos y me pareció oir “Luisillo” o “Juanma”, a los que yo conocía perfectamente. Aunque a mi no me hubiera contado sus relaciones con ellos con el detalle con que lo hacía ahora, y que tampoco pillaba bien del todo, me pareció que eran las que siempre había imaginado, y que ella no cuidaba de disimular para que yo no las supiera. Como detalles interesantes: no le acababa de gustar que Juanma solo quisiera que darle por el culo, o esto me pareció entender, y sobre lo del club de intercambios de pareja que quizá sí que fuera una buena idea y que lo buscaría por internet.
El día que tio Gunnar había de ir al aeropuerto decidimos ir todos a despedirlo. Él decía que no era necesario que madrugáramos, que el avión salía a las 9 y media y habría de salir de casa antes de las 7, y que podía perfectamente ir al aeropuerto en taxi. Pero nosotros no le hicimos caso y diseñamos nuestro plan. Nos levantaríamos a las 6, lo acompañaríamos al aeropuerto en el coche de mamá y luego saldríamos de excursión como en los viejos tiempos. Con la tienda de campaña que habíamos utilizado cuando éramos pequeños para recorrer todos los pueblos de la provincia. Era una tienda bastante grande, con avancé y ventanas enrollables. Quizá para cuatro nos fuera un poco justa, pero más justa era cuando la habíamos usado incluyendo al tío Gunnar, aunque entonces Berthe y yo ocupábamos poco espacio.
... ... ...
–¿Vais bien aquí detrás? –pregunta mi madre cuando ya enfilamos la autopista.
–Muy bien, perfectamente –la contesta mi tía.
–¿No vais muy apretados?
–Sí que vamos muy apretados, pero Diego está encantado de ir bien apretado entre tanta pierna desnuda por todas partes.
Mi madre conduce, Gunnar va de copiloto, y yo voy detrás entre mi prima y tia Loles. Se supone que hoy va ha hacer el mismo calor de los últimos días y todos vamos en calzón corto. Las tres mujeres con unos shorts minúsculos y, las dos que están comigo en el asiento de atrás, con sus larguísimas piernas encogidas porque no hay espacio para más. Mi muslo de la derecha pegado al de la izquierda de tia Loles y el de la izquierda al derecho de mi prima. Los noto calentitos y no puedo dejar de tener una sensación placentera porque el sol recién se ha levantado y aún corre un aire fresquito.
–Diego–, dice mi madre al oir el comentario de tía Loles. –Si tu tia se propasa avísame, que en la próxima área de servicio la hacemos bajar y que se largue a pie hasta casa.
–¿Cómo que si me propaso? Aquí el que se propasa es Diego, que no para de mirarnos las cachas con los ojos fuera de sus órbitas. Me temo que acabará metiéndome mano y entonces sí que lo tendremos de sacar del coche.
–Tranquilo, Dieguito. Tu mamá te apoya. No hagas caso de tu tía que es una deslenguada– replica mi madre, en el mismo tono de guasa.
Así, entre bromas, y sin dejar de darnos algunas palmetadas en los muslos en una pelea completamente ficticia, llegamos al aeropuerto donde damos una efusiva despedida a tío Gunnar. Besos y abrazos, recuerdos a Farmor Annette, etc. etc.
Luego nos llegamos hasta el Monasterio de Santa Leocadia. No podemos visitar los claustros por libre, como hacíamos antes, porque ahora tienen organizados unos turnos de visita. Hacemos la visita guiada y luego nos quedamos a comer en el mesón del convento. A continuación seguimos por la carretera de Manzaneda, por Borgallón, Nobailés, Escorcia... Allí nos tomamos los últimos emparedados que llevábamos de reserva y nos tomamos unos refrescos en la terraza de un bar de la Plaza Mayor. Por fin, mientras se ocultaba el sol, plantamos la tienda en un prado junto a la ermita de San Poncio de los Baños.
Éste es un sitio que ya conocíamos. Habíamos hecho camping en el mismo prado unos años antes y sabíamos que era un lugar deshabitado donde no había ninguna prohibición de acampar. Además había agua en una fuente cercana. En menos de un cuarto de hora la tienda ya estaba lista. Era fácil de armar y nos acordábamos todos muy bien de como debía hacerse. A la hora de acercarnos a la fuente para lavarnos un poco antes de ir a dormir, no nos preocupó quedar desnudos. Allí no había nadie y era casi noche oscura. Parecía que la noche seguiría siendo tan bochornosa como lo había sido toda la jornada, por lo que apetecía enjuagarse en agua fresca y poder quedar bien limpios después de haber pasado el día sudorosos. Ya he comentado antes que entre nosotros no le hacíamos remilgos a estar desnudos por exigencias del guión.
Cuando volvía de hacer un pipí, las tres mujeres ya estaban echadas en batería sobre una colchoneta cuádruple. Todavía había algo de luz crepuscular, o quizá fuera la luz de la luna, y vi que mi madre y mi tía se habían situado a un lado, muy juntas, y Berthe estaba al otro lado, echada de costado mirando en dirección contraria. Se suponia que el espacio central, bastante angosto, me lo habían reservado para mi. Mi madre y Berthe seguían del todo desnudas. Tía Loles se había puesto una bragas blancas que en la penumbra relucían como si fueran fosforescentes. Yo había entrado en la tienda con la intención de ponerme un bóxer, pero visto el panorama decidí apuntarme al equipo de desnudo integral: era la mejor opción ante la noche de calor que se esperaba.
Primero me incliné sobre mi madre y le di un beso en la mejilla.
–Buenas noches, mami.
–Buenas noches, cariño.
Luego me giré hacia el otro lado y pasé el brazo sobre el cuerpo de Berthe. No tenía claro si tenía de limitarme a darle igualmente las buenas noches, con un besito tras la oreja, o si podría permitirme algún arrumaco más.
–Buenas noches... –empecé.
Pero entonces fue tía Loles la que refunfuñó con voz quejumbrosa:
–¿Y para aquí no hay ningún besito de buenas noches?
–Perdona, tía. Pensaba que ya dormías.
Hube de volverme a girar, pasar un codo por encima de mi madre, e inclinarme sobre tía Loles para darle un fuerte beso en la mejilla.
–¡Muá! Buenas noches. Que pases muy buenas noches, tia Loles.
–Buenas noches, Dieguito –me dice, cogiéndome el morro con una mano y devolviéndome el beso en plena boca.
Cuando vuelvo a girarme y a abrazarme a Berthe, y mientras vuelvo a plantearme que es lo que me va a estar permitido hacer, la tía Loles parece haber captado mis pensamientos flotando en la penumbra y vuelve a farfullar a media voz:
–Y cuidadito con estar dándole al chaca-chaca toda la noche, que yo quiero dormir.
–Cállate ya, Loles. Déjales que hagan lo que quieran mientras no molesten –dice mi madre, hablando también con voz suave, como si estuviera ya medio dormida.
–Mañana me toca conducir a mi y quiero descansar. Si esos se ponen aquí a hacer gimnasia no habrá quien clave un ojo –insiste tia Loles
–¡Shhhhhhht! ¿Cómo quieres que hagan nada aquí, con nosotras dispuestas a sacarlos fuera a la más mínima? Venga, calla ya. Todos a dormir. ¡Silencio!
A estas alturas yo ya la tengo del todo tiesa, clavada contra una de las nalgas de Berthe.
–Abre un poco las piernas, Berthe, que te la meto por detrás –le susurro apretando los labios casi dentro de la oreja.
–No, esta noche mejor que no, Diego.
–Pues te la meto por el culo, si lo prefieres –le sigo susurrando, al tiempo que situo el glande sobre el esfínter y empiezo a penetrarla.
–Que no, Diego. Hoy no. Dejémoslo para... ¡Que no, porfa! –Y se echa hacia delante con el esfinter cerrado con todas sus fuerzas.
–Berthe, estoy del todo empalmado y aquí no cabe. En algun lugar la tengo de meter.
–¡Que no! ¡Ponte pa' arriba!
–Mira, te la meto donde quieras y la dejo quieta. Te lo prometo. Es solo para ponerla en alguna parte y poder dormir.
–Como no dejeis de murmurar aquí se va a armar una de gorda–. Esta vez tía Loles ha levantado más la voz. Su frase ha parecido un ultimátum y no me queda más remedio que callar.
Berthe y mi madre tampoco añaden nada más. Unos minutos después estamos todos dormidos. La jornada ha sido extenuante e incluso yo me he quedado dormido por completo.
... ... ...
A la mañana siguiente me despiertan unas risas y murmullos que al principio no sé de donde provienen. No me acordaba de que no estaba solo, en casa, sino en una tienda de campaña durmiendo con mis tres parientas. Aún no he abierto los ojos que ya percibo la claridad de un día completamente soleado. Oigo la voz de Berthe:
–Por favor, mamá. Se la has visto cientos de veces.
–Pero nunca se la había visto así empinada. ¡Es magnífica!
–No te hagas la sorprendida –ahora es la voz de mi madre la que oigo, aún con los ojos cerrados mientras trato de recomponer mi recuerdo de la situación. –Se la has visto desde pequeño, y ahora que ya es mayor lo has visto empalmado muchas veces. ¡Si se empalma a cada momento! Solo ver cualquier cosa que huela a sexo femenino ya se empalma.
–¡Que no, Mary, que no! Es verdad que enseguida se le pone morcillona, eso sí. Conmigo, con Berthe, hasta contigo... enseguida se le empina. Pero así de esplendorosa en plena erección matinal no se la había visto nunca.
Mientras tanto yo ya he abierto del todo los ojos, pero ellas siguen con sus comentarios como si yo no tuviera nada que ver con la cuestión. Berthe se ha sentado con la piernas cruzadas frente a mi pene y, mirándolo fijamente, parece un santón hindú en plena meditación contemplativa.
–¿Pero tú sabías esto, Berthe? ¿Porqué no me lo habías contado? –le pregunta tía Loles, que está detrás de mi madre y a la que veo asomarse apoyada sobre ella.
–¡Por favor, mamá! Es muy chula, sí, pero tampoco es una monstruosidad que se haya de ir explicando.
–¿Cómo que no? ¡Hay pocas pollas como esta! No es chula, no, ¡es chulísima!
–En xvideos hay una página de pollas y las hay muchísimo más grandes.
–Porque son aberraciones de la naturaleza, eso no cuenta. ¡Esta es la rehostia! ¡Esto es el polĺón del papa de Roma!
–Y tú ¿cómo sabes cómo es el del papa de Roma? –interviene ahora mi madre que pone cara de sentirse muy orgullosa del equipamiento que luce su hijo.
–¡Ya me entiendes, capulla! Quiero decir que esto es un sacrosanto pollón de la máxima categoría.
Ahora, aprovechando que ve que yo ya me he despertado, me lo tiene agarrado por la base y lo contempla con la misma veneración que Berthe. Yo, claro, me siento halagado. Siento los ojos de la tres mujeres clavados en mi polla y ésta se me pone a tope. El corazón me bate con fuerza, la polla también. Aparece una perlita trasparente en la cúspide.
–Venga, Mary. Te toca a ti, que eres la mamá, que le des el lametazo.
–No, yo no, no seas guarra. Déjala donde está la gotita preseminal. Hace bonito.
–¡Uf, que resabida! ¡La “gotita preseminal”! Pues tú, Berthe, dale una chupadita y dinos si está buena.
Está masajeándome un poco el pene. Muy poco. Solo levantando y bajando la mano algo así como un centimetro, pero ofreciéndolo esplendoroso a la contemplación de la concurrencia.
–Berthe, nena, ¿estás dormida o qué? ¿No oyes que te dejamos que chupes la gotita? –insiste tia Loles
–¡Porfa, mamá!¿Que no veis que os estáis pasando quince pueblos?
–Pues esto no se puede desperdiciar, vosotras os lo perdéis–. Y entonces se inclina más sobre el cuerpo de mi madre y se pone a chuparme el glande.
–¡Ay, ay, cuida, que me haces daño! ¡Que me estás clavando el codo! –chilla mi madre.
La otra cambia el codo de posición pero aún sigue chupando un poco más, al tiempo que acelera el masaje. Pero después se aparta para contemplar de nuevo mi polla, ahora reluciente de saliva.
–¿Y ahora, qué hacemos con esto? –pregunta sin dejar de menearla.
–Nosotras nos vamos a la fuente a arreglarnos y los dejamos a ellos que se las apañen como les parezca –le responde mi madre.
–Vale, Mary, dejemos que los chicos se apañen solos –es, pues, evidente que saben perfectamente lo que hemos estado haciendo todas las noches desde que llegaron–, pero me vais a dejar que le dé una chupadita de despedida.
Entonces, en lugar de una chupadita, lo que empieza a hacerme es una mamada en toda regla.
–¡Ay, el codo, porfa, ten cuidado –vuelve a protestar mi madre agobiada por el peso de tía Loles que se ha abocado sobre mi entrepierna.
–¡Cállate ya, pesada! –le masculla la otra sin sacarse mi polla de la boca y acelerando todavía más el masajeo.
Ahora todos callamos. Como siga dándole con tanto ahinco yo no voy a tardar en explotar. Así lo entienden mi madre y Berthe, pero no saben si han de hacer alguna observación o deben callar y permitirle que se dé el gusto. Yo tampoco sé lo que quiero. Un par de minutos más y me correré, seguro, aunque este no era el plan provisto, el plan de un polvo con Berthe en toda regla. Quizá debería reternerme, pensando en otra cosa. Pero no quiero pensar en otra cosa. Me gusta demasiado la mamada que me está haciendo tía Loles. Me gusta la situación: mi madre pegada a mi derecha y mi prima Berthe al otro lado. Las dos mirando sin pestañear. Preguntándose si tía Loles piensa llegar hasta el final.
¿Hasta el final?¿hasta el final?... Nadie dice nada. Y como nadie dice nada tia Loles sigue morreando, para arriba y para abajo, sin parar. Está ya del todo salida. Le veo el rostro enrojecido entre el torbellino de cabellos desmelenados. Berthe y mi madre también lo deben ver. Está absolutamente salida.
–¡Bufffffffffff, tía, tia, que ya..... bufffffffffffffffffffffff! –le doy un preaviso.
Pero ya todos sabemos que ella va a seguir.
–¡Que me vengo, tía...! ¡Que... yaaaaa, aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaagh!
Y me viene la corrida más gloriosa que os podáis imaginar.
A ella le debe haber ido mi leche directa al estómago, porque tenía la polla en el fondo de la garganta y no la ha retirado de allí en ningún momento. En ningún momento de mi corrida, porque después sí que ha ido retirando los labios muy despacio, como quien quiere apreciar todo el sabor de la piruleta. Finalmente, levanta la cara hacia Berthe y le dice:
–Lo siento.
Berthe se encoje de hombros:
–Estáis las dos tan locas que no entiendo qué hago yo en esta familia.
–Tiene razón la nena –dice mi madre levantándose penosamente de debajo de tia Loles, que aún no me ha soltado la polla–. Estamos locas de remate. Pero bueno, qué le vamos a hacer... Nos parieron en una noche de luna llena.
–Tampoco hay para tanto, ¿verdad, Diego? ¿tú que crees? –pregunta mi tía.
–Que ahora os toca a vosotras.
–Eso sí que no –exclama mi madre ya del todo puesta en pie–. Venga, todos p'arriba.
Tía Loles la secunda pizpireta, como si no hubiera pasado nada.
–Eso, eso. Tengo un hambre que me muero. Y después de desayunar, hemos de desmontar la tienda y salir pitando si queremos llegar a Garzuña antes de que cierren el museo al mediodía.
–¡Vaya quien habla! ¡Tú que eres la única que ya ha desayunado!