Pimpollo

Mari Pepa narra en el Ejercicio la relación intensa de una mujer de mediana edad con un joven muchacho amigo de su hijo.

Caminaba distraída por el gigantesco centro comercial cuando, mirando embelesada un escaparate de una elegante tienda, veo el reflejo de tu juvenil figura, pimpollo mío, fruto prohibido, pero deseado.

— ¡Hola tía Clara!

Me aguanto las ganas de recriminarte el que me trates de vieja, aunque lo sea al lado tuyo, y te respondo:

— ¡Hola Martín!, mi…amor (me retengo de decirte pimpollo para no dejar tan en evidencia mi incontrolable atracción por ti).

—Qué guapa estás…Clara. —adivinas que me molestó que me dijeses tía.

Te invito un café y me siento muy junto a ti, previo desabrochamiento de dos botones de mi blusa semitransparente. Te coqueteo descaradamente y meto mi mano lúbrica debajo del largo mantel con intención de acosar tu entrepierna. Tu reacción inicial cuando mi mano lasciva toca tu bragadura es de intenso sonrojo. No sabes qué hacer, soy la madre de tu amigo. Te debates entre el rechazo y el dejarte llevar. La bravura de tu joven miembro responde por ti, yerguéndose orgulloso.

Me apresuro en pedir la cuenta, pagarla y salir pitando contigo en dirección al aparcadero de coches. Conduzco rauda, contigo a mi lado, con destino al "apartamento del deseo" como llamo al piso que poseo en un sector discreto de la ciudad para concretar mis aventurillas clandestinas.

En el trayecto, tú, envalentonado con las ansias que horadan mi piel y aumentan mi permisividad para con tus caricias, recorres con tus manos mis carnes íntimas, me sacas las braguitas y conviertes mi chocho en una cisterna de fluidos lujuriosos.

Entramos velozmente al apartamento y, nada más cerrar la puerta, te desnudo completamente. Tú haces lo mismo conmigo. Te gozo, me gozas, nos gozamos alocadamente hasta el crepúsculo de ese día. Al día siguiente, y al siguiente y por una semana entera copulamos, nos deleitamos mutuamente desde el amanecer hasta el atardecer con ímpetus renovados, sin tapujos, tabúes ni censuras. Solo con el compromiso tácito del disfrute recíproco.

Te enseño lo que sé del arte de amar y tú me obsequias los bríos de tu mocedad. Escalas rápido hasta transformarte en uno de mis amantes predilectos. Una llamada perdida, un e-mail sin asunto y en blanco es nuestra clave para una fogosa cita en nuestro nidito de desfogue vedado para una parte de la sociedad vetusta y envidiosa del goce por el goce, sin más barreras que el deseo ardiente.