Pillé a mi vecina recién divorciada muy caliente10

PENULTIMO CAPÍTULO DE LA SERIE. Nuestra vecina no puede ocultar la atracción que siente al ver entrar en el restaurante a Bea, la joven embarazada y es que el conjunto de lino blanco totalmente pegado que había elegido para esa noche magnificaba tanto sus pechos como su germinado vientre.

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«Ya debe ser la hora», pensé al oír que Paloma y   María salían del baño. Asumiendo que habían terminado de acicalarse, cogí mi chaqueta y salí del cuarto. Al cruzar la puerta me encontré con que me esperaban embutidas en unos vestidos de noche francamente provocativos. Con grandes escotes y escasez de falda, dejaban al descubierto la mayor parte de sus cuerpos.

Durante unos momentos, babeando su belleza, disfruté mirándolas. Ellas, lejos de sentirse incómodas por mi repaso, se sintieron halagadas y con desparpajo, se pusieron a lucir los modelitos.

― ¿Estamos guapas? ― preguntó mi mujer.

―Estáis preciosas― reconocí admirando los muslámenes de ambas.

―Fíjate en María― comentó Paloma: ― Si no fuera porque tenemos prisa, ahora mismo me podría a lamer esos preciosos pechos.

― ¡Coño con la que estaba triste! ― respondió la aludida.

―Siento decirte que tiene toda la razón. Ese vestido te hace un culo formidable― intervine rozando con mi mano su trasero.

Mi señora, sonriendo, nos recordó que teníamos una cita y llamando al ascensor, dio por terminada la conversación. Lo que no se esperaba era que, al entrar en el cubículo, Paloma, mirándola, dijera:

― ¿Te has fijado que se le han puesto duros?

― ¿El qué? ― contesté haciéndome el despistado.

―Los pezones― y antes que María pudiera decir algo, acercando la mano a su pecho, le pellizcó el derecho.

―Menudo despiste tengo, no me había dado cuenta― respondí e imitando a nuestra vecina, cogí el izquierdo entre mis dedos y expliqué: ―La pena es que nos están esperando porque si no me encantaría mordisquearlos aquí mismo.

María, ejerciendo de víctima, se quejó de esas rudas caricias y nos dijo que como broma ya tenía suficiente. Paloma no quiso soltar a su presa y acercándose a ella, susurró en su oído:

―Si quieres, que tu marido se vaya adelantando mientras tú y yo volvemos al cuarto.

Cuando iba a contestar, se abrió el ascensor y dos turistas entraron en el estrecho habitáculo y eso hizo que nos tuviéramos que pegar unos a otros, dejando a mi señora entre los dos.

―Os conozco― poniéndose sería María nos avisó.

Obviando la amenaza implícita de sus palabras, sin pensárselo dos veces, dejando caer su mano por el trasero de mi esposa, Paloma se puso a magrearla.

―Me voy a cabrear― murmuró nuevamente.

Fijándome en ella, me percaté que se estaba viendo afectada por los continuos magreos de nuestra amante y que para evitar que los dos desconocidos notaran su excitación, miraba al techo mordiéndose los labios.

―Eres una hija de puta― cuando llegamos a la planta baja, dijo al salir.

Y demostrando que no le había molestado ese ataque, nos abrazó mientras íbamos caminando al restaurante donde habíamos quedado con la embarazada. Los cinco minutos que tardamos en llegar nos sirvieron para terminar de pulir los detalles de la velada y el modo en que intentaríamos seducir a esa monada.

En la puerta nos enteramos de que éramos los primeros y dando una generosa propina al maître, pedí que nos pusiera en una mesa tranquila. Ese tipo de petición debía ser algo habitual porque llevándonos a una, un poco alejada y oscura, me guiñó un ojo diciendo:

―Aquí nadie les molestará.

Comprendí al instante a que se refería. Aunque desde esa mesa teníamos una perfecta visión de todo el restaurante y debido al juego de luces, nuestra mesa se mantenía en penumbra, dificultando la percepción de lo que ocurriera allí. Satisfecho, puse a María y a Paloma cada una a un lado, de manera que cuando Bea llegara no le quedaría más remedio que sentarse frente a mí y llamando al camarero, le pedí que nos abriera una botella de vino.

―Ahí viene― nos avisó mi esposa.

Al darme la vuelta, reconozco me quedé sin habla. La jovencísima embarazada estaba preciosa con el conjunto de lino blanco totalmente pegado que había elegido para esa noche ya que entre otras cosas magnificaba tanto sus pechos como su vientre.

Por ello, tardé en reaccionar y tuvo que ser Paloma quien la saludara diciendo:

―Pareces una diosa.

La chavala se puso roja al escuchar el piropo de la madura y acercándose hasta ella, le dio un beso en la mejilla firmando el armisticio de una guerra que ninguna de las dos contendientes quería. Al saludarme, su boca quedó a pocos centímetros de la mía, pero recordando que según nuestros planes yo no era quien debía dar el primer paso, me abstuve de darle un pico e imitando a Paloma, la besé en plan casto.

―Siéntate a mi lado― dijo María tras saludarla.

Bea sonriendo se sentó en la silla que le habíamos asignado sin caer en la cuenta de que en ese sitio nada podría hacer ante un ataque coordinado de mis dos mujeres. Aunque lo cierto es que debió imaginárselo cuando nada mas sentarse, mi señora aprovechó para disimuladamente dejar caer la mano sobre su muslo.

―Siento el malentendido, te juro que pensé que sabías quien era y por eso no creí necesario explicártelo― entrando a saco Paloma le soltó.

Agradeciendo en cierta forma su sinceridad la novia de su ex respondió:

―No tenías porqué saber que no te conocía y menos que Juan te definió como un marimacho sin gracia a la que se le había olvidado hasta follar.

Soltando una carcajada, intervine diciendo:

― ¡Con esa descripción es lógico que no te reconociera!

Cabreada con la imagen que su antiguo marido había dado de ella, pero también conmigo por mis risas, Paloma no pudo más que preguntar a Beatriz que opinaba de ella:

―Eres la encarnación de una WHIP― respondió.

Al ver que la morena no la había entendido el acrónimo, se lo aclaró diciendo:

―W o man who is hot, intelligent and in her prime.

―Me has dejado igual― respondió Paloma debido a su total desconocimiento del inglés.

Muerta de risa, Bea le hizo una carantoña en la mejilla mientras la contestaba:

―S ignifica mujer ardiente, inteligente y en su mejor momento”.**

―En resumen: ¡qué estás muy buena! ― María concluyó.

Radiante tras escuchar el piropo de labios de la que se suponía su rival, devolviendo la lisonja, respondió:

―En cambio tú, eres el morbo hecho mujer. Desde que te vi en la playa sueño con besarte.

― ¿Y a qué esperas?

No había terminado de decirlo cuando Paloma ya estaba cerrando su boca con un beso.  Al ver que sin cortarse le atacaba, recordé que habíamos quedado en que fuera mi señora la que empezara y realmente creí que había metido la pata, pero para mi sorpresa la joven respondió al beso con pasión.

―Se te han adelantado― comenté muerto de risa a María.

Riendo, María y con toda intención se puso a acariciar la pierna de Beatriz mientras esta seguía morreándose con nuestra vecina. Fijándome en la embarazada, descubrí que sus pezones se habían erizado por las caricias de mi mujer.  Su ausencia de reacción espoleó a mi esposa e incrementando la apuesta, subió por su muslo y descaradamente empezó a acariciar su pubis mientras me decía:

―Cariño, ¿sabías que esta zorrita no tiene ni un pelo en su coño?

―No― respondí haciéndome el impactado: ―En serio, ¿lo tiene afeitado?

―Completamente― replicó para a continuación empezar a alabar sus pechos diciendo que además de grandes y llenos de leche, los tenía en su sitio.

Interviniendo, Paloma preguntó su los tenía tan bonitos como ella mientras se ahuecaba el escote para que mi esposa y yo disfrutáramos de su visión.

Beatriz, incapaz de contenerse, gimió de deseo y bajando su mano, acarició la mano que le estaba masturbando mientras separaba aún más sus piernas:

―Sois malos.

Decidido a no comprobar personalmente la calidad de esas ubres, levantándome del asiento, metí mi mano por su escote para acariciarlas y tras masajearlas unos segundos, contesté:

―Diferentes, tus tetitas son un vicio, pero los suyos piden ser mordisqueados.

Mi esposa al ver que con las yemas de mis dedos me dedicaba a pellizcar los pezones de Bea, aceleró las caricias mientras posaba su otra mano en mi entrepierna.

―No seas cabrona, concéntrate en nuestra invitada― le pedí.

Poniendo cara de no haber roto un plato, obedeció retirando su mano y con toda la mala leche del mundo, incrementó la velocidad con la que pajeaba a la joven mientras le preguntaba porque estaba tan callada.

Beatriz no pudo contestar ya que en ese preciso instante se estaba corriendo y Paloma viendo las dificultades de su teórica rival, contestó:

―La pobre está todavía cortada, pero verás que en unos minutos entra en confianza.

― ¡No es eso! ― protestó la cría: ―Estoy pensando en cómo vengarme de vosotras dos. ¡Pedazos de putas!

Nuestras risas incrementaron su cabreo y completamente derrotada, me dijo que necesitaba irse al baño. Momento que aproveché para picar su amor propio diciéndole al oído que cuando saliera del mismo, quería que me diera sus bragas.

No me respondió, pero me dio lo mismo porque sabía que iba a obedecerme. Mi señora al verla huir se rio y pegándose a mí, me dio un beso mientras me decía:

― ¿Te habrás dado cuenta de que he cumplido?

―Tú sí, pero Paloma no― respondí y mirando a nuestra vecina le exigí: ―Quiero que te metas debajo de la mesa y que cuando vuelva, le comas el coño.

Haciéndose la inocente, intentó protestar arguyendo que era un local público, pero fui inflexible y no tuvo más remedio que disimuladamente introducirse bajo el mantel.

Beatriz al volver solo me preguntó que donde estaba.

―Le han llamado al móvil―contesté y mirándola a los ojos, le dije si no me traía algo.

Al oírme, me dio sus bragas mientras se ponía en plan gallito diciendo que fuera la última vez que mandaba a mi esposa a masturbarla.

Esperé a que terminara de hablar y en vez de disculparme, le pregunté por lo que había sentido. Sus mejillas se sonrojaron y bajando la mirada, me contestó:

―Me ha puesto brutísima. Pero eso no es justo porque no he podido ni defenderme.

―Ahora me toca jugar a mí― respondí:  ― Quiero que te subas el vestido y abras tus piernas.

La joven viéndome al otro lado de la mesa se creyó a salvo y soltando una carcajada, me llamó pervertido.

―Hazlo― insistí.

Haciendo caso a mi petición, se levantó la falda y abrió sus piernas:

―No sé qué buscas― dijo.

Paloma supo que había llegado su momento y poniendo sus manos en las rodillas de la desprevenida joven, llevó la lengua hasta su entrepierna. Asustada por la sorpresa Beatriz gritó, pero al mirar hacia abajo y ver quien acababa de darle ese lametazo, se relajó.

― ¿Te lo han comido alguna vez en público? – bebiendo de mi copa, pregunté sabiendo que en ese momento la lengua de la morena estaba dando buena cuenta del inflamado clítoris de la embarazada.

―Nunca― replicó sin mencionar lo que estaba ocurriendo bajo el mantel: ― pero siempre hay una primera vez.

Consciente que debía hacerla hablar de lo que estaba experimentando porque cuanto más largara, más cachonda se pondría, le pedí que me dijera desde cuando sabía que iba a convertirse en nuestra amante.

―Desde que vi como tratabas a tus dos zorras― respondió sin importarle la presencia de María ni la de Paloma.

Viendo que apretaba el mantel entre sus manos, presa del deseo, insistí:

― ¿Y qué pensaste cuando supiste que una de ellas era la ex de tu pareja?

―Al principio, me sentí engañada pero luego al pensarlo, me dio mucho morbo― respondió, tras lo cual, ya sin ningún pudor, gimió de placer y posando sus manos en la cabeza de Paloma, disfrutó de las caricias de la morena y por segunda vez, se corrió sobre su silla.

Disimuladamente, miré bajo el mantel y no me extrañó descubrir que mi vecina se estaba masturbando mientras hacía lo propio con su rival. Satisfecho al comprobar que todo iba según lo planeado, dejé que saliera de su encierro y retornara a su silla.

Al salir de debajo del mantel, los ojos de la morena delataban su excitación y por eso le pregunté que le había parecido, refiriéndome al coño de la joven. Pero entendiendo mal mi pregunta, contestó:

― Nunca creí que fuera capaz de hacer algo tan pervertido y menos disfrutar como una perra haciéndolo―contestó.

Despelotada de risa, Beatriz intervino diciendo:

―Serás puta. No sabes el corte que me dio sentir tu lengua en mi coño. Creí que todo el mundo se estaba dando cuenta.

― ¿Y eso te puso cachonda? ― dejé caer interesado.

―Jamás nada me ha afectado tanto― contestó.

―Entonces, ¿te ha gustado? ― susurró mi esposa en su oído.

―Sí. Estoy deseando que me llevéis a vuestra casa para perderme entre vuestros brazos.

―Todo a su tiempo― interrumpí: ― Antes de entregarte nuestros cuerpos, quiero cenar.

― ¿Me lo prometes? ― poniendo un puchero contestó.

Muerta de risa, Paloma contestó:

―Si este no quiere, no te preocupes... ni María ni yo te dejaremos tirada.

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DEFENDIENDO EL BUEN NOMBRE FAMILIAR DE UN EXTRAÑO

Sinopsis:

Unos disturbios en el barrio de Tottenham cambiaron su vida, aunque Jaime Ortega no se entró hasta diez años después cuando a raíz de un desdichado accidente le informaron de la muerte de Elizabeth Ellis, la madre de un hijo cuya existencia desconocía.

Tras el impacto inicial de saber que era padre decide reclamar la patria potestad, dando inicio a una encarnizada guerra con Lady Mary y Lady Margaret Ellis, abuela y tía del chaval.

Desde el principio, su enemistad con la menor de las dos fue tan evidente que Jaime buscó la amistad de la madre y más cuando descubre que esa cincuentona posee una sexualidad desaforada.

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