Pillé a mi vecina recién divorciada muy caliente 8

Paloma, la vecina, no dejó de quejarse al saber que la pareja de su ex se nos haya escapado viva por muy poco. Recordando su comportamiento, mi esposa decide darle un escarmiento y la ata contra el cabecero.

Al llegar al apartamento, Paloma tardó en tranquilizarse. Aunque había disfrutado y mucho esa mañana en la pequeña cala, no podía dejar a un lado que la novia de su ex se había escapado viva.

«Faltó muy poco para que claudicara», pensó al recordar a María mamando de sus pechos.

Aunque en un principio su intención era escandalizar a la joven para que se marchara, una vez metida en faena se había excitado y realmente pensó en que nos la terminaríamos follando entre los tres.

―Me hubiese encantado tener una foto de esa niñata comiéndome el potorro― en plan vulgar se había quejado a María.

Mi media naranja no se lo pensó dos veces y a carcajada limpia, le replicó que tal y como se habían desarrollado las cosas, tenía suerte que esa criatura no hubiese aceptado la oferta:

―Estabas tan excitada que no dudo que te hubieses lanzado tú antes que ella y la foto que tendríamos sería la tuya devorando su coño.

Nuestra vecina y amante supo que mi esposa tenía razón y por eso en vez de insistir, nos sacó la promesa de que si al día siguiente la embarazada se dejaba caer por esa playa le daríamos la oportunidad de ser ella la primera en atacarla.

―Pensad en el morbo que me provoca que esa putilla esté embarazada de Juan.

Al escucharla, me quedé pensando en que nunca me había tirado a una preñada y menos a una que estuviera de seis meses. Al imaginar la postura que tendría que adoptar para que su panza me permitiera tirármela, me puso a cien.

«Mas vale que no digas nada», dije para mí al saber que ni a María ni a Paloma les haría ninguna gracia que saber que esa jovencita me ponía también cachondo.

Se que hice bien al quedarme callado cuando mi esposa comentó que a ella lo que realmente le excitaba de ella era la leche de sus tetas.

―Nos estas tomando el pelo. Es imposible que sin haber dado a luz ya la produzca― comenté seguro de lo que decía.

Desternillada de risa, replicó:

―Te equivocas, Raúl. Es muy normal que a partir del segundo trimestre de embarazo las embarazadas segreguen calostro. Y te puedo asegurar que al menos el de esa putilla está delicioso.

Juro que hasta ese momento siempre había supuesto que el calostro comenzaba a segregarse a partir del parto y al saber que María ya lo había probado, elevó mi calentura hasta límites nada razonables.

Preso de una lujuria sin par, contesté:

―No sé si se me hará probar las de esa incauta, pero lo que tengo claro es que, cuando os preñe a cualquiera de las dos, pienso ponerme las botas ordeñando vuestras tetas.

Mi salvajada lejos de molestarlas las azuzó y mientras Paloma se arrodillaba en la cama con la intención de provocarme, mi esposa susurró en mi oído:

―Te ayudo a preñarla si luego me permites a mí mamar de ella.

Que le diese o no permiso daba igual, si nuestra vecina se embarazaba de mí, su producción láctea sería para ambos. Por ello, muerto de risa, respondí que si me ayudaba solo me podía comprometer a que ella también se quedara en cinta.

Mi respuesta incentivó mas si cabe su natural lujuria y mientras me desnudaba, no sé cómo convenció a Paloma de que se dejara atar al cabecero.

― ¿Queréis jugar duro? ― comenté.

Para entonces nuestra amante yacía inmovilizada y por eso nada pudo hacer cuando acercándome a ella me entretuve acariciando su sexo.

―Por favor, no me violes― dijo haciéndose la damisela en peligro.

Sonreí al escucharla y dando una sonora nalgada en sus ancas, la contesté:

―Solo vamos a tomar lo que es nuestro, ¿verdad cariño?

María estuvo de acuerdo y por eso en cuanto le hice una seña, separó las piernas de la morena y comenzó a besarla sin importarle los gritos que empezó a dar su víctima. Descojonado y mientras María cumplía mis deseos, me dediqué a torturar los pezones de Paloma.

―Pienso denunciaros― la escuché decir, pero no la creí porque era evidente su calentura.

En plan capullo, decidí morderlos suavemente con mis dientes.

―De hoy no pasa que te quedes preñada.

―Ni se te ocurra, te he dicho que no quiero― contestó con la respiración entrecortada.

Mi mujer estaba besuqueando el interior de sus muslos cuando pellizcando sus pechos, pasé mi mano por su trasero, comentando que me gustaba su culo.

Nuestra vecina asumió lo que la iba a hacer incluso antes de sentir que uno de mis dedos se hacía fuerte en su ojete y por ello nos rogó que la dejásemos.

―Ni de coña― contestó María mientras aprovechaba para meter la lengua en su vagina.

―Dejadme, no estoy de broma― gritó descompuesta al sentir que iba a ser incapaz de resistir mucho tiempo sin correrse.

Durante un minuto, dejé que mi señora comiese de su coño hasta que pegando un grito no pudo evitar sufrir un largo e intenso orgasmo mientras derramaba su flujo sobre el colchón.

―Ves lo pronto que cambias de opinión― comenté al oír su gozo y sin dejarla descansar, le informé que iba a cumplir mi promesa: ―Aunque me apetece romperte el culo, creo que ha llegado la hora de hacerte madre.

Curiosamente fue María la que más se excitó con mis palabras y dando un sonoro azote a una de las nalgas de Paloma le comentó que no se quejara por haber sido elegida la primera en ser inseminada.

―Si quieres me pongo a bailar de alegría― respondió ésta todavía actuando.

―Bailar no sé, pero mover el trasero seguro― dije interviniendo. Tras lo cual, le levanté las piernas posándolas sobre mis hombros y antes de que pudiera reponerse de la sorpresa, la penetré.

La morena pegó un largo gemido al ir absorbiendo mi verga en su interior:

―Por favor, desatadme.

Mi esposa que hasta ese momento había permanecido al margen, comprendió, dado que nuestra amante estaba entrando en calor, que podía aprovechar que seguía atada. Por eso y mientras yo comenzaba a machacar su cuerpo con mi pene, ella le puso el coño al alcance de su boca y sin cortarse un pelo la ordenó que se lo empezara a comer.

― ¿Y si me niego? ― se atrevió a decir.

Supo de su error al ver que María no solo se sentaba sobre su cara, sino que a la vez que le regalaba sendos pellizcos sobre las tetas.

―Hija de perra― chilló por primera vez enfadada.

Arrepentida de haberse dejado maniatar, se quejó de la actitud de mi mujer, pero en cambio a mí la escena me excitó e incrementando el ritmo de mis caderas continué a lo mío.

―Cabrones― chilló al sentir que entraba en calor y que contra su voluntad estaba empezando a gozar.

― ¿Qué coño esperas para usar tu boca? ― reclamó María colocándole nuevamente su sexo en la boca, pero esta vez sin forzarla.

Sin ser consciente de que eso significaba su entrega, Paloma sacó su lengua y la introdujo lentamente en la vulva de mi esposa, la cual gritando su victoria a los cuatro vientos buscó con ardor que la penetrara por completo.

Su rendición no por esperada resultó menos total y tirando de sus brazos forcé su entrada una y otra vez cada vez más rápido mientras María gozaba presionando la cabeza de nuestra vecina contra su sexo. Ese fue el instante en que todo se desencadenó y Paloma, olvidando su papel de víctima, hizo que su lengua se apoderara del clítoris mientras yo seguía erre que erre barriendo sus últimas defensas con mi miembro.

Nuestra estimada y calentorra vecina no tardó en correrse, y con ella, mi esposa. Los jadeos y gemidos de ambas mujeres fueron la señal que esperaba para lanzarme como un loco en busca de mi propio placer y agarrándome firmemente de los hombros de Paloma, reinicié la cabalgada.

Mi pene apuñaló su cuerpo impunemente mientras ella se retorcía gritando de placer mientras María se masturbaba como una loca usando dedos de las dos manos.

El cúmulo de sensaciones nos lanzó hacía un orgasmo compartido y explotando derramé mi simiente en su interior mientras mis dos mujeres berreaban su gozo. Víctima de una sobredosis de sexo caí desplomado sobre el colchón.

La profundidad e intensidad de mi clímax provocó que tardara un buen rato en recuperarme y cuando lo hice, vi que mi esposa estaba desatando a Paloma, la cual todavía permanecía con la mirada perdida.

― ¿Qué ha pasado? ―, pregunté viendo su estado.

―Nuestra zorrita no ha aguantado tanto placer ― contestó María y sonriendo, me preguntó si estaba listo para hacer uso de la que siempre sería mi favorita.

―No creo poder― contesté muerto de risa.

Confiada en sus dotes “mamatorias” y abriendo su boca, no hizo caso de mis palabras y se puso a reanimar mi alicaído miembro…

14

Dando por sentado que iba a ser la protagonista de esa jornada, la novia del ex de Paloma llegó puntual a la cala y suspiró aliviada cuando nos vio tirados en nuestras toallas. Mientras bajaba por las escaleras hasta la arena, no pudo dejar de sentir un escalofrío al recordar lo bruta que se había puesto el día anterior. Todavía no se lo podía creer que hubiese permitido que una mujer hubiese mamado de sus pechos y lo que incluso era peor, que le había encantado sentir como se apoderaba de sus pezones con los labios y succionaba de ellos.

Siempre había sabido que bajo la fachada de dulce y tierna jovencita escondía una sexualidad desacerbada, pero aun así nunca había sentido inclinaciones lésbicas y menos había participado en una orgía.

«Todo eso va a cambiar hoy», pensó recordando las veces que esa noche se había tenido que masturbar imaginando el momento en que se entregara a esos tres maduros que había conocido en la playa y mientras se acercaba a nuestro campamento no dejaba de darle vueltas a porque no se había negado de plano cuando le pedí que cogiera la cámara de fotos e inmortalizara el momento en que sodomizaba a Paloma.

―Desde niña mi mayor fantasía siempre ha sido que alguien me rompiera el culito― confesó sin turbarse en absoluto.

Pero volviendo la historia, he de decir que ni siquiera me había dado cuenta de su llegada cuando a mi derecha escuché decir:

― ¿Puedo tumbarme con vosotros?

―Claro― respondió mi señora: ―Te estábamos esperando.

Abriendo los ojos, sonreí al ver que se presentaba a mis dos acompañantes de beso y al comprobar que no me levantaba, se agachó hacía mi diciendo:

―Me llamo Bea.

Al oír su nombre caí en la cuenta de que no nos habíamos preocupado por saber cómo se llamaba. Por eso hasta entonces y para los tres, esa rubita era la nueva putita de Juan, la zorrita del ex de Paloma o la vaquita lechera que íbamos a ordeñar.

―Soy Raúl― dije mirándola a los ojos: ―No estábamos seguros de que vinieras.

Sin levantar su mirada, la joven me admitió que ella tampoco y que solo después de desayunar había tomado la decisión de acudir a la cita. Teniéndola tan cerca me percaté de que, aunque no lo quisiera reconocer la idea de pasar la mañana con nosotros la traía sobreexcitada.

«Tiene los pezones duros como piedras», me dije al contemplar los dos montecillos que se formaban bajo su traje de baño.

Paloma, ejerciendo de anfitriona, la ayudó a colocar su toalla sobre la arena y mientras lo hacían pude recrear mi mirada en el profundo canalillo que formaban sus tetas llenas de leche.

«Me está entrando hambre», pensé anticipando el sabor que tendría su calostro. La prueba de que ese líquido blanquecino estaría delicioso la tenía al lado y es que, desde su sitio, María, que ya lo había probado, no paraba de lamerse los labios pensando en repetir.

El interés que nuestra vecina estaba poniendo para que la recién llegada se sintiera bien acogida me dio que pensar porque no en vano esa mujercita no solo la había sustituido en el corazón de su marido, sino que por su culpa el tal Juan la había abandonado.

«Esta cabrona quiere algo», sentencié.

Al comprobar que se ponía a charlar con ella como si fueran buenas amigas, supe que la joven desconocía completamente que Paloma era la ex de su pareja. De no ser así, la tal Bea sería una geta o una hipócrita de lujo.

«Ninguna de las dos sabe como actuar ni cuando dar el primer paso», sentencié al observar que los minutos pasaban y que nadie se atrevía a perder las formas.

Por ello, decidí ser yo quien lo hiciera y quejándome del calor, me quité el traje de baño mientras preguntaba si alguien me acompañaba a darme un baño.

―Yo voy― dijo María y sin que yo se lo tuviera que decir se despojó del bikini para acompañarme.

Beatriz no quería ser la única en quedarse en la toalla y venciendo la vergüenza de que la viésemos desnuda dado su estado, comentó a Paloma si estaría demasiado ridícula bañándose en pelota picada con esa panza. La morena comprendiendo sus motivos, les quitó importancia al contestar:

―Ridícula, no. ¡Fascinante!

Y para demostrar que hasta ella se sentía se sentía atraída por su cuerpo germinado, sacando uno de los pechos de la rubia del traje de baño, lo lamió. Bea creyó que esa húmeda caricia era un intento de darle confianza y poniendo un puchero, le soltó:

―Gracias, pero hasta mi pareja piensa que parezco una ballena.

Esa confidencia indignó a Paloma, la cual sin medir sus palabras y recordando las veces en que la había menospreciado, cargó las tintas contra él diciendo:

―Juan siempre ha sido un cretino. No le hagas ni puto caso. Lo que tiene de agradable fuera de casa, lo tiene de imbécil dentro.

Con la boca abierta, Bea preguntó cómo era que lo conocía. Cayendo en su metedura de pata, la morena respondió:

―Creí que lo sabías…

― ¿Qué sabía el qué? – insistió la joven.

Colorada como un tomate y sabiendo que en cuanto se lo dijera, esa cría saldría corriendo, contestó:

―Que soy Paloma… su ex.

Tal y como había anticipado, esa bomba era de tal calibre que nada mas reponerse de la sorpresa, la joven cogió sus cosas y desapareció rumbo a su coche, dejando a nuestra vecina jodida doblemente. Primero porque, nuevamente, Bea se le escapaba viva y en segundo, porque se sentía culpable de haberla hecho sentirse mal.

Por ello, con el ánimo por los suelos, se acercó renqueando a donde María y yo nos estábamos bañando. Al verla llegar sin levantar los pies de la arena, supe que algo había pasado

«Esa criatura no se merece que el mismo que la embarazó la rechace por gorda», se dijo cada vez de peor humor y necesitando liberar la mala baba que traía, nos explicó lo ocurrido.

―No comprendo cómo has podido vivir con ese hijo de perra tantos años― murmuró mi mujer tan cabreada como ella al escucharla.

Por mi parte y aunque estaba de acuerdo, no intervine. No fuera a ser que la internacional femenina en plena actividad me viera como un saco de boxeo al cual golpear. Por ello, esperé a que terminaran de ponerlo a parir para dejar caer como si nada:

―No lo comenté antes porque no era interesante. Pero si creéis conveniente hacer una visita a esa preciosidad, sé dónde se aloja.

Como no podía ser de otra forma, mis palabras levantaron sus suspicacias. Solo tras contarles que, al día siguiente de nuestro primer encuentro con Juan, le había visto salir de un chalecito, se tranquilizaron y me preguntaron mi opinión al respecto.

―Yo personalmente mandaría a María de avanzadilla para que la invite a cenar en el restaurant que hay en la esquina de su casa. Si sigue mínimamente interesada, el quedar en un lugar público y conocido hará que se sienta cómoda y aceptará.

Tanto mi esposa como nuestra amante aceptaron mi plan cómo el único posible y por eso al volver hacia casa, nos desviamos un poco para que María tocara en la puerta de esa joven.

― ¿Crees que aceptará? ― me preguntó Paloma mientras esperábamos.

Iba a contestar que no, cuando de pronto, vi que mi señora volvía sonriendo y cambiando sobre la marcha mi respuesta, contesté:

―Por supuesto, ¡soy irresistible!...

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Después de años escribiendo en Todorelatos y haber recibido casi 25.000.000 de visitas,

DEFENDIENDO EL BUEN NOMBRE FAMILIAR DE UN EXTRAÑO

Sinopsis:

Unos disturbios en el barrio de Tottenham cambiaron su vida, aunque Jaime Ortega no se entró hasta diez años después cuando a raíz de un desdichado accidente le informaron de la muerte de Elizabeth Ellis, la madre de un hijo cuya existencia desconocía.

Tras el impacto inicial de saber que era padre decide reclamar la patria potestad, dando inicio a una encarnizada guerra con Lady Mary y Lady Margaret Ellis, abuela y tía del chaval.

Desde el principio, su enemistad con la menor de las dos fue tan evidente que Jaime buscó la amistad de la madre y más cuando descubre que esa cincuentona posee una sexualidad desaforada.