Pillé a mi vecina recién divorciada muy caliente 7

Nuestra vecina no tardó en tratar de hacer realidad su sueño de follarse a mi esposa, aprovechó que dormía para convencerme de no intervenir mientras la ataba de pies y manos contra el cabecero. Incluye un poco de todo, dominación, no consentido, anal…. Y mucho morbo.

11

Sobre las nueve de la mañana, sentí que Paloma se despertaba, que sigilosamente se levantaba y abriendo el armaría, cogía unas cuantas corbatas. Supe de inmediato cual era su intención y acomodando mi cabeza en la almohada, me quedé mirando mientras con mucho cuidado para no despertarla, tomaba el brazo derecho de mi esposa y lo ataba al cabecero.

«Lo de ayer iba en serio», me dije al ver que repetía la misma operación con el izquierdo.

No contenta con limitar los movimientos de sus manos, mi vecina hizo lo mismo con los tobillos de María y solo después de comprobar que le iba resultar imposible el liberarse, se puso encima de ella y mirándome a los ojos comentó:

―Observa y disfruta, pero no intervengas.

Tras lo cual, la empezó a besar. Como resulta lógico, mi esposa no tardó en despertar y al darse cuenta de que estaba atada, sonrió:

― ¿Y esto?

Obviando la pregunta, Paloma sacó su lengua y bajando por su cuello, comenzó a lamer cada centímetro de su piel con la intención de ir derribando poco a poco sus defensas.

―Te has levantado traviesa― suspiró mi mujer al sentir que su amiga se apoderaba de sus pechos.

Nuevamente nuestra vecina se abstuvo de contestar y siguió su andadura, dejando un húmedo rastro con su lengua en su camino hacia el sexo de su inmóvil víctima.

―No seas cabrona, suéltame― le pidió María al sentir que los dedos de la morena separaban sus labios.

La ausencia de respuesta lejos de molestarla le hizo gracia y cerrando los ojos, decidió al sentir que la lengua de Paloma jugueteaba entre sus pliegues mientras buscaba su clítoris.

Mi vecina no pudo reprimir un suspiro al saborear ese sabroso coño y poseída de un fervor casi religioso, buscó con su boca el placer de mi esposa. Contraviniendo sus órdenes, acaricié los pechos de María y mientras le regalaba un pellizco en sus pezones, la besé.

Para mi sorpresa, mi amada pareja de tantos años debía de estar muy necesitada porque necesitar más prolegómenos, se corrió sobre las sabanas.  Paloma al notarlo no se sintió satisfecha y queriendo prolongar el éxtasis de su amiga, metió un par de dedos con el propósito claro de follársela mientras con la otra mano se empezaba a masturbar.

―Sigue comiéndome las tetas, cabrón― me soltó totalmente desaforada María.

Alucinado, la hice caso mientras era testigo de cómo su cuerpo convulsionaba sobre la cama al verse presa de un renovado, pero no por ello menos prodigioso orgasmo.

―Se nota que le ha gustado su despertar a la zorra de tu mujer― me comentó nuestra vecina mientras seguía atacando con firmeza y decisión el coño de mi señora.

Deseando que su amiga profundizara el contacto, mi mujer buscó moviendo sus caderas presionara la morena, pero lo único que consiguió fue elevar su calentura.

―Necesito que me folles― me rogó gritando.

Sus chillidos se convirtieron en alaridos de placer cuando cambiando de postura, Paloma entrelazó sus piernas con las de ella mientras le restregaba el coño contra su indefensa vulva.

Para entonces deseaba unirme, pero no lo hice quizás porque hasta entonces nunca había presenciado algo tan erótico. Lo único que me permití fue acariciarlas mientras ellas disfrutaban como lobas en celo al sentir la humedad de la otra mezclándose con la suya en una arcaica danza de fecundidad.

Comprendí lo cachonda que se había puesto mi mujer al observar que, dominada por un frenesí asombroso, al percibir los síntomas de un nuevo placer, forzó aún más su postura y viendo que no podía usar sus manos, se metió los dedos del pie de Paloma en la boca mientras la oía explotar dando puñetazos contra el colchón.

―Joder, cariño. ¡Qué forma de correrte! ― comenté descojonado.

Su entrega provocó que nuestra vecina decidiera dar un paso más y desprendiéndose de sus piernas, se alzó sobre ella para acto seguido, acercar su coño a la boca de María.

―Trabaja puta, ¡lame mi sexo! ― exigió con tono seco.

Mi mujer no quiso o no pudo negarle ese capricho y sacando su lengua comenzó a devorar ese mas que encharcado chumino. Incapaz de seguir al margen, me puse detrás de nuestra vecina y mientras María daba buena cuenta de su flujo, posé la cabeza de mi glande entre sus nalgas.

Paloma al sentir el contacto, me rogó que la tomara. No pude desoír su pedido y de un solo empujón, rellené su conducto. El grito que pegó al ser sodomizada de ese modo azuzó todavía más a mi mujer e imprimiendo mayor velocidad a su lengua, recogió hambrienta el maná que brotaba del coño de la morena.

―Hijo de puta― gimiendo en arameo, mi vecina se corrió al sentir ese doble y certero ataque.

Y es que mientras María se hacía fuerte en su sexo con la boca, mis embestidas se volvieron salvajes y con mis huevos rebotando en su sexo, la besé.

Paloma recibió mis labios con alegría y moviendo su trasero, me imploró que acelerara aún más.

―Te voy a destrozar― comenté preocupado.

―Me da igual― insistió chillando.

Complaciendo su petición, incrementé mi velocidad. No me extrañó escuchar sus aullidos, pero no por ello me compadecí de Paloma y usando mis manos como garras, me aferré a sus tetas decidido a terminar de romper el carnoso y duro trasero que la naturaleza le dio.

Al poco tiempo, noté su flujo recorriendo mis muslos y preso de una lujuria sin par al comprender que se acercaba mi propio orgasmo, mordí su cuello. Ese brutal sobre su piel fue la gota que le faltaba para rendirse y desplomándose sobre el rostro de María, explotó dejándose llevar por el placer.

―Baña mi culo con tu semen― rugió todavía insatisfecha.

Aceptando su sugerencia, me cogí de sus caderas y forzando cada una de mis embestidas, no paré hasta derramar mi simiente en el interior de trasero. Tras lo cual, exhausto pero contento me tumbé en la cama junto a mi esposa que seguía atada al cabecero.

―Libérame― susurró esta.

Con voz tan seca como autoritaria, Paloma contestó:

―Te equivocas si piensas que esto se ha acabado― y poniendo cara de viciosa, continuó: ―Me ha encantado que tu marido me encule en tu presencia, pero ahora necesito sentir que siento al follarme a una puta como tú.

María, que no entendía todavía las intenciones de su amiga, tardó en reaccionar y Paloma aprovechó el momento para darle una sonora bofetada.

―Me has hecho daño, zorra― se quejó tocándose la adolorida mejilla.

Nuestra vecina soltó una carcajada:

― ¿No te gustó? Pues eso no es nada en comparación con el que te voy a hacer si no me obedeces.

He de confesar que me excitó ver la indefensión de mi pareja y por eso mantuve un silencio cómplice, mientras la morena se levantaba de la cama y sin esconder sus intenciones, se ajustaba un arnés a la cintura.

― ¿No pensaras meterme esa cosa? ― preocupada chilló mi mujer al ver el tamaño del pene que llevaba adosado.

Sonriendo, Paloma se permitió el lujo de pasar uno de sus dedos por los pliegues del sexo de su víctima antes de contestarla:

―No te quejes tanto. Las dos sabemos que te pone cachonda saber que voy a follarte.

María buscó mi apoyo con su mirada, pero al ver mi sonrisa, comprendió que no iba a defenderla y por primera vez se empezó a preocupar. Nuestra vecina al darse cuenta cogió los pechos de mi mujer y me los enseñó diciendo:

―Menudo par de pitones tiene tu perra― y aumentando la vergüenza de María, le pellizcó los pezones mientras le susurraba que era una guarra.

Mi señora gimió de deseo al notar la acción de los dedos de la morena sobre sus areolas y sin dejarme de mirar, nuevamente me pidió ayuda. Si pensaba que iba a ir en su auxilio, se equivocaba porque haciendo caso omiso de sus ruegos, me senté en una silla para contemplar su rendición.

―Separa tus rodillas, puta. Quiero que el cerdo de tu marido disfrute de la visión de tu coño mientras te follo―, ordenó mientras con las manos, le abría las piernas.

Desde mi posición, pude observar que María se estaba excitando por momentos. No solo tenía los pezones erectos, sino que se notaba que la humedad estaba haciendo aparición en su sexo.

La morena al notarlo metió dos dedos en el interior del coño de mi amada mientras torturaba sus pezones con los dedos. María, luchando contra el deseo y con la cara desencajada, comenzó a llorar implorando que la dejara. Sin apiadarse de sus lágrimas, nuestra vecina murmuró en su oído:

― ¿Qué sientes al saberte en mis manos? Estás cachonda, ¿verdad? ¡Guarra!

Tras lo cual y viendo que mi señora había dejado de combatir su dominio y que aceptaba que la estuviese masturbando con dos dedos, le preguntó si estaba lista para ser follada por ella.

―Nunca― respondió mientras intentaba soltarse.

Paloma, al oír su respuesta, sonrió y acercando a la boca de mi esposa el enorme glande de plástico que tenía entre sus piernas, le soltó:

―Harías bien en embadurnarlo con saliva, si no quieres que te lo incruste totalmente seco.

Con resignación en su mirada y temiendo que nuestra vecina cumpliera su amenaza, María separó los labios y se lo metió en la boca con la intención de lubricarlo. Lo que no previó fue que Paloma viera en ello su oportunidad y dando un pequeño empujón, se lo clavara en la garganta.

Sorprendida, chilló de dolor, pero no intentó huir y sacándoselo de la boca, lo comenzó a lamer como si de mi pene se tratara. Mas excitado de lo que me gustaría reconocer, observé la cara de lujuria que nuestra vecina al contemplar la entrega de su amiga al cambiar la boca por el interior del coño de mi amada. Tras varios intentos fallidos, por fin, completó su objetivo y una vez conseguido ni siquiera esperó a que su víctima se acostumbrara y comenzó a machacar su vagina con sadismo.

― ¡Te lo ruego, déjame! ― chilló en busca de su compasión.

―Todavía no te enteras de lo mucho que me pone el follarte― respondió y recalcando su dominio, le mordió en los labios.

Esa dura caricia espoleó la faceta sumisa de mi mujer y ante mi pasmo contemplé que, cambiando de expresión, pedía a su captora que siguiera castigándola porque había sido muy puta.

―Suéltala― me pidió sin dejar de machacar su interior con ese trabuco de plástico.

Por alguna razón no pude negarme y tras liberarla, fui testigo de que, cambiando de postura, la ponía a cuatro patas sobre la cama y sin decir ni agua va, volvía a empalarla mientras dándole una serie de azotes le castigaba sus nalgas.

― ¡Sigue! – gritó al sentir ese sádico correctivo sobre su trasero.

Incapaz de hacer nada por defenderla, admiré como nuestra vecina azotaba una y otra vez a mi mujer mientras le perforaba el coño sin compasión. Ya con el culo de su víctima casi en carne viva, paró y mirándome, me preguntó si me apetecía darle por culo mientras ella seguía follándosela.

Temiendo que fuese demasiado el castigo, me me negué, pero entonces escuché que mi señora me decía:

―Mi trasero te espera.

Sin llegar a creer lo que había oído, la miré y al observar que sonreía, pedí a Paloma que me dejara encima. Nuestra vecina no se lo pensó dos veces y tumbándose en la cama, exigió a María que se volviera a meter el pene artificial.

Sin esperar a que esa puta sádica repitiera su orden, mi esposa se empaló y acto seguido separó sus nalgas con sus dos manos, dándome a entender que estaba lista.

Habituado a sus gustos, supe que debía lubricarla y por ello, estaba recogiendo parte de su flujo para untarle el ojete cuando Paloma me gritó que parara porque no se merecía ser tomada con muchos miramientos.

―Obedece a esa zorra― gritó mi mujer.

Su autorización junto con las risas con las que Paloma recibió el insulto aguijoneó mi calentura y forcé la entrada trasera de mi esposa con mi pene. Gracias a su ano estaba acostumbrado a ser usado sexualmente, no la desgarré porque si no, a buen seguro, la violencia que usé hubiese tenido consecuencias.

― ¡Dios! ― aulló al sentir su ojete mancillado.

La morena se rio al comprobar la cara de sufrimiento de María, producto del salvaje modo en que la estábamos cabalgando:

― ¿Te ha dicho tu marido que eres una buena yegua? ―  disfrutando de su entrega, preguntó.

―Me encanta― sin contestar estrictamente la pregunta mi mujer confesó para acto seguido decirle que estaba a punto de correrse.

Creyó que había cometido un error al decírselo porque al oírla, Paloma tiró de su melena y mordiendo con saña sus labios, le prohibió correrse.

―Por favor, no aguanto más― respondió llorando.

Supo que la había malinterpretado porque saliendo de su coño, nuestra vecina me pidió que la sustituyera en el sexo de María, diciendo:

―No podemos desperdiciar tu simiente, es hora de que preñes a tu parienta.

No hizo falta que me lo repitiera, y tras ensartarla con una certera cuchillada, la cogí de sus pechos y reinicié la cabalgada. Contagiada por la lujuria, mi señora me rogó que la tomara sin compasión y disfrutando de la cadencia con la que la cabeza de mi glande chocaba con la pared de su vagina, berreó como una loca pidiendo más.

Que exteriorizara así su rendición fue la gota que le faltaba a mi pene para reventar y esta vez, fui yo quien rugió de placer sentir que regaba con mi semilla su fértil útero mientras se desplomaba sobre la cama.

Cuando ya satisfecho saqué mi verga de su interior, Paloma se tumbó a nuestro lado y besándonos a ambos, comentó:

―Dile a la puta de tu señora que en cuanto descanse, se ponga el arnés porque quiero recibir el mismo tratamiento.

La respuesta de mi amada María no pudo ser más genuina por que pegando un grito de alegría contestó:

―Estaré encantada de hacerlo.

Tras lo cual hundió su lengua en el rosado esfínter de Paloma, nuestra fiel amiga, nuestra despechada vecina, pero ante todo nuestra ardiente y calentorra amante…

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Después de años escribiendo en Todorelatos y haber recibido casi 25.000.000 de visitas, HE PUBLICADO OTRA  NOVELA. SE LLAMA:

DEFENDIENDO EL BUEN NOMBRE FAMILIAR DE UN EXTRAÑO

Sinopsis:

Unos disturbios en el barrio de Tottenham cambiaron su vida, aunque Jaime Ortega no se entró hasta diez años después cuando a raíz de un desdichado accidente le informaron de la muerte de Elizabeth Ellis, la madre de un hijo cuya existencia desconocía.

Tras el impacto inicial de saber que era padre decide reclamar la patria potestad, dando inicio a una encarnizada guerra con Lady Mary y Lady Margaret Ellis, abuela y tía del chaval.

Desde el principio, su enemistad con la menor de las dos fue tan evidente que Jaime buscó la amistad de la madre y más cuando descubre que esa cincuentona posee una sexualidad desaforada.