Pillé a mi vecina recién divorciada muy caliente 5

Mi primer despertar junto a ellas no pudo ser más satisfactorio cuando en mi presencia, mi esposa no duda en hacer el amor a nuestra vecina…. Incluye un poco de todo, celos, erotismo, lésbico, trio.

8

Aunque esa noche entre María y Paloma me habían llevado al límite, fui el primero de los tres en despertarme y por ello pude contemplar sus cuerpos desnudos sin que se percataran del examen. He de decir que me quedé extasiado al observarlas. Siendo totalmente diferentes, eran dos pedazos de hembra por las que cualquier hombre daría la vida.

«¡Qué buenas están!», murmuré para mí mientras trataba de decidir cuál era más atractiva.

Para mi corazón la elección era clara: ¡mi esposa ganaba de calle! Que prefiriera a María, no era óbice para reconocer que Paloma conjuntaba la perfección de su cuerpo con una poderosa personalidad que la hacía irresistible y por ello seguía sin comprender como el imbécil de su marido la había dejado por otra.

Pensando en su sustituta, me dije:

«Será más joven pero difícilmente la juventud de una chavala puede competir con el pecho, la cintura de avispa y las piernas de Paloma. Con proponérselo, tendría media docena de pretendientes ante su puerta».

Aceptando ese precepto, miré a María. Mi compañera desde la infancia no le iba a la zaga, delgada, pero con unas ubres que te invitan a besarlas, me había hecho feliz muchos años y por nada pensaba en cambiarla.

Mirándolas me di cuenta de que, aunque había disfrutado toda la noche de sus cuerpos, seguía tan caliente como el día anterior. Por ello comprendí que de buen grado aceptaría que ese trío se convirtiera en algo permanente y sin darme cuenta, comencé a acariciarlas.

―Hola cariño― todavía somnolienta susurró mi esposa al ver que estaba despierto.

Cerrándole la boca con un beso le dije:

―Quiero verte haciéndole el amor a nuestra invitada.

María sonrió al escucharme y dándose la vuelta, se concentró en la mujer que tenía a su lado. Sus dedos comenzaron a recorrer el cuerpo desnudo y aun dormido de Paloma mientras desde un rincón del colchón observaba

―Es preciosa― me dijo cogiendo un pecho con sus manos.

Los pezones de la morena se erizaron al sentir la lengua de mi esposa recorriéndolos y sé que en su sueño se imaginó que era yo el que lo hacía al escuchar que gimiendo decía mi nombre mientras inconscientemente separaba sus piernas.

Mi señora al ver que le facilitaba su labor usó sus dedos para separarle los labios y acercando la boca se apoderó de su clítoris. Paloma recibió las nuevas caricias con un gemido y ya despierta abrió los ojos.

― ¿Me vas a despertar así siempre? ― susurró al ver que era María la que estaba penetrándola con un par de dedos mientras mordisqueaba el botón del placer que escondía entre los pliegues de su sexo.

―Calla y disfruta― dije pasando mi mano por uno de sus pechos: ―Me gusta ver cómo goza de ti.

Mas excitada de lo que le gustaría reconocer, se concentró en sus sensaciones al ser acariciada. Sabía que le gustaba se nuestra amante, pero alucinada se dio cuenta que le estaba entusiasmando la forma en que mi mujer le estaba haciendo el sexo oral.

―Nadie me lo ha comido nunca así― exclamó al notar que María añadía un tercer dedo a los dos que ya la estaban follando y dando un jadeo, presionó su cabeza para forzar ese contacto mientras le exigía que la hiciera culminar.

Es más, en voz baja, me pidió que me acercara. Al obedecer, cogió mi miembro ya totalmente erecto y, empezó a acariciarlo con su lengua. Ni que decir tiene que una descarga eléctrica surgió de mi entrepierna.

―Quiero que sepas que para mí eres mi hombre y María, mi mujer― comentó mientras con una lentitud exasperante, sus labios recorrían la piel de mi sexo.

Mi señora sonrió al ser tomada en cuenta y con mayor énfasis, siguió devorando el coño de la morena mientras con un gesto me pedía que la ayudara. Separando sus piernas puse la cabeza de mi pene en la entrada de cueva, pero, aunque todo mi ser me pedía el poseerla, no lo hice y usando mi glande, preferí dedicarme a minar su resistencia, jugando con su clítoris.

Mi mujer y mi amante, mientras tanto, se besaban excitadas, y buscando su propio placer se masturbaban una a la otra. Los gemidos y jadeos mutuos las retroalimentaba y con el olor a hembra impregnando por completo la habitación, fueron cayendo en el placer.

― ¿Estáis cachondas? ― pregunté al contemplar que sus cuerpos se retorcían entre sí, en un baile sensual de fertilidad.

―Haz el amor a nuestra putita― me exigió María.

Sin medir las consecuencias, le di la vuelta y de un solo empujón le clavé mi estoque.

―Así amor mío, fóllame― rugió la morena.

Por un breve instante temí que mi esposa reaccionara en plan celosa y me la quitase de encima, pero en vez de ello decidió castigarla con una serie de rápidos azotes.

― ¡Qué haces! ― protestó nuestra vecina ya que nunca nadie le había tratado así.

La carcajada de María le hizo saber que debía de someterse o nos perdería para siempre. Consciente de ello, lloró al verse humillada, pero con cada azote en su mente se iba fortaleciendo la certeza de que deseaba entregarse y eso provocó que se empezara a excitar.

Sus lloros se convirtieron en sollozos callados antes de mirándonos a los ojos, pedirnos que no la dejáramos así:

― ¡Necesito tanto la polla de tu marido como tus golpes!

Acto seguido, ya totalmente sometida, se puso a cuatro patas en la cama y mirando a mi esposa, comentó:

―Castígame, pero deja que os ame a los dos.

Esa confesión junto con la hermosura de su cuerpo entregado afectó a mi esposa y dándole un beso, le dijo que siempre que supiera que ella era la primera, tendría un lugar en nuestra cama.

―Tú eres su mujer yo solo la otra― respondió arrepentida.

María al escucharla y sin cambiar de posición me repitió:

― Haz el amor a nuestra putita. Necesita ser tomada mientras la termino de domar.

Tras lo cual, reanudando sus azotes, me marcó el ritmo con el que quería que la tomara. Sin preguntar, recogí parte del flujo que manaba del interior de Paloma y le fui embadurnando su esfínter. María al percatarse de ello, sonrió aceptando que sodomizase a nuestra amante. Paloma al que le ponía mi pene en su entrada, echándose para atrás, se fue introduciendo mi sexo en el trasero.

― ¿Te duele? ― preguntó mi señora al advertir que había conseguido metérselo completamente.

―Si, pero me gusta― la contestó y como muestra de que no mentía, empezó a mover sus caderas mientras pedía que la volviera a azotar.

En un principio, María la dejé acostumbrarse al marcar un compás lento al saber que tanto el esfínter como la voluntad de Paloma se desgarraban con cada embestida y solo al ver que se relajaba, fue incrementando la velocidad con la que golpeaba sus nalgas.

― ¡Dios! ¡Cómo me gusta ser vuestra puta! – chilló descontrolada y ya sin control, me rogó que derramara mi simiente en su interior.

Esta vez no me contuve y penetrándola brutalmente, empecé a galopar con un único destino, el explotar en su trasero. Paloma sollozó al verse empalada nuevamente y cayendo sobre el colchón, me pidió que me corriese.

Al sentir que mi orgasmo era inminente, le dije al oído:

―Hagámoslo juntos― y desparramándome, eyaculé en su interior.

Ella se vio empujada al orgasmo al experimentar que mi semen la llenaba y pegando un berrido, gritó que nos amaba. María al oírla, nos abrazó y besándola dulcemente, la informó que ambos la queríamos.

― ¿Eso es cierto? ― me preguntó Paloma.

Las lágrimas de sus ojos me enternecieron y con una caricia en la mejilla, contesté:

―Tu ex se equivocó cuando te pronosticó una vida de soledad. Con nosotros has encontrado una familia que te desea y que te quiere.

Al escuchar mis palabras, la vecina, nuestra putita y fiel amante, se echó a reír como una histérica…

9

Después de desayunar una ración de sexo que nos dejó satisfechos a los tres y dada la hora, nos vestimos con la intención de mostrarle a Paloma nuestro chiringuito preferido antes de ir a la playa.

― ¡No te imaginas qué raciones preparan! ― comentó María con mas hambre que el perro de un ciego.

―Ahora me comería un pollo entero― respondió la morena.

Sé que pude comentarla que esa mañana ya se había comido una polla, pero decidí dejarlo para mas tarde, no fuera a ser que le apeteciera repetir.

«Es capaz de quererme hacer otra mamada», medité acojonado por la mas que plausible posibilidad de dar un gatillazo.

La fortuna quiso que Paloma o bien estuviera suficientemente saciada o lo que es más posible, su apetito físico fuera mayor que el carnal y por ello, se puso un traje de baño y un pareo sin más dilación.

Ya en la calle, mientras caminábamos hacia el chiringuito, en las miradas de los hombres que nos cruzábamos descubrí envidia y eso en vez de cabrearme, me hinchó el orgullo al saber que todos ellos hubiesen intercambiado mi puesto.

«Tengo que reconocer que en bikini todavía están mas buenas», me dije valorando el par de hembras que me acompañaban.

No era para menos, tanto mi esposa como mi recién estrenada amante llevaban con gallardía los años y sus cuerpos no tenía nada que envidiar a los de las veinteañeras.

«Soy un suertudo», pensé mientras caminaba junto a ellas.

Ajenas a todo, las dos se estaban riendo y lucían radiantes cuando entramos en el local, pero ello cambió cuando descubrieron al marido de Paloma pidiendo en la barra.

― ¿Quieres que nos vayamos? ― pregunté.

No pudo contestar porque justo en ese momento, su ex levantó la mirada y la vio. La expresión de estupefacción que vi en su rostro nos informó de que él estaba mas molesto que nosotros por ese encuentro y quizás por ello, la morena no quiso que nos fuéramos a otro lado.

― ¿Con quién narices habrá venido este cretino? ― se preguntó en voz alta mientras echaba una ojeada alrededor.

Su cabreo fue in crescendo al reconocer en una mesa a su secretaria y sin cortarse un pelo, la señaló diciendo:

―Ha venido con su zorrita.

Aunque no pude decirlo, la chavala en cuestión era una monada y estaba para hacerla un favor.

―No sé qué le ha visto― comentó cabreada sin dejar de observarla.

«Yo, sí», rumié muerto de risa, «tiene unos melones dignos de meter la cabeza y perderse entre ellos».

Lo quisiera ver o no y aunque personalmente yo no la cambiaba por ella, esa joven era preciosa. Con unos ojos verdes inmensos, parecía no haber roto en su vida un plato.

«Demasiado dulce para mi gusto», sentencié al ver el modo en que sonreía a su pareja.

En cambio, Paloma vio en esa sonrisa un ataque a su persona. Estaba a punto de lanzarse sobre ella del cabreo que tenía, pero afortunadamente mi esposa se dio cuenta fuera y cogiéndola de la mano, le susurró:

― ¿Tanto echas de menos a tu marido?

Girándose hacia ella, la miró sorprendida:

―Para nada. Aunque me lo pidiera no volvería con él.

―Entonces, tranquilízate― le pidió molesta: ―. Pareces una perra celosa que sueña con una caricia de su amo.

Bajando su mano por debajo del mantel, Paloma contestó:

―Las únicas caricias que necesito son las vuestras. ¿Quieres que te lo demuestre?

Supo a lo que se refería en cuanto notó que los dedos de la morena subían por sus muslos. Por eso, su respuesta no fue verbal y separando sus rodillas, María la retó diciendo:

― ¡No tienes valor para hacerlo!

Entornando los ojos, nuestra vecina reinició su ascenso por las piernas de mi mujer mientras por mi parte no sabía donde meterme.

―Os van a ver― comenté temiendo que si Juan, el marido de Paloma, descubría que su ex estaba masturbando a María, al volver a Madrid todo el mundo lo supiera.

―No me importa― replicó la morena mientras bajo la mesa se dedicaba a buscar el placer de mi señora.

―A mí tampoco― la apoyó María con la voz entrecortada.

Dándolas por imposible, decidí que la mejor forma de que la parejita en cuestión no mirara hacía nosotros era observarlos yo a ellos y por eso fui el primero que descubrí que la chavala estaba embarazada.

«Joder, ¡menuda panza!», pensé al ver que se levantaba de la mesa.

Paloma fue más gráfica porque, al verla, exclamó confirmando mis cálculos:

― ¡Será hijo de puta! ¡Está de más de seis meses!

No tuve que ser un genio para comprender las razones de su cabreo: su marido la había dejado preñada cuatro meses antes de irse de casa. María comprendió a la primera el estado de la morena y con un dulce beso en la mejilla, le brindó su apoyo.

―No se merece que le montes un escándalo― murmuró en su oído.

―Lo sé― respondió mientras desaparecía rumbo al baño.

Asumiendo que la necesitaba, mi esposa fue a consolarla. Comprendí lo afectada que estaba Paloma por la futura paternidad de su ex, cuando al cabo de diez minutos ni ella ni María habían vuelto del baño. Por ello cuando el capullo aquel desapareció por la puerta acompañado de su novia, lo agradecí.

«Así no tendrá que verlo», mascullé entre dientes mientras pedía una ración de patatas bravas y otra cerveza.

Si calculamos el tiempo en que tardaron en volver por mi bebida, he de decir que fueron tres cañas y un doble después. Pero lo cierto es que no les dije nada al observar que ambas habían llorado:

«Estás mas guapo callado», pensé para mí viendo en sus rostros una extraña determinación que no supe traducir correctamente, «han tenido bronca entre ellas y vienen cabreadas».

Tratando de calmarlas, llamé al camarero y pedí que les pusieran algo de beber.

-Un cubata, por favor- pidió Paloma.

-Y otro para mí- replicó mi esposa.

Que pidieran una copa antes de comer, confirmó mis temores y reafirmándome en la decisión de no comentar nada al respecto, cambiando de tema, les pregunté qué les apetecía hacer después de comer.

-Volver a la casa y que nos preñes- contestó María.

Como os podréis imaginar, casi me caigo de la silla al escuchar semejante desatino y mas cuando la morena acto seguido soltó sin dar tiempo a que me repusiera:

-Hemos hablado entre nosotras y queremos ser madres.

-¿Algo podré opinar?- tartamudeé totalmente desarmado.

-Sí- respondió mi mujer: -Te dejaremos elegir los nombres.

Sentí un escalofrío al saber que lo que realmente me estaba diciendo era que no iban a admitir discusión al respecto. Por ello, tomando mi vaso me bebí la cerveza de un golpe y pedí un whisky.

-Cojonudo, quince años casado y ahora queréis que sea padre por partida doble- comenté.

Demostrando lo poco que les importaba mis reticencias, las dos brujas se echaron a reír diciendo:

-Piensa que así que los hermanitos se criarán juntos y que de paso te ahorrarás un bautizo…

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Como os prometí voy a terminar las historias inconclusas que escribí.

Y NUEVAMENTE, os informo que he publicado, en AMAZON, UNA NUEVA NOVELA TOTALMENTE INÉDITA. SE LLAMA:

DEFENDIENDO EL BUEN NOMBRE FAMILIAR DE UN EXTRAÑO

Sinopsis:

Unos disturbios en el barrio de Tottenham cambiaron su vida, aunque Jaime Ortega no se entró hasta diez años después cuando a raíz de un desdichado accidente le informaron de la muerte de Elizabeth Ellis, la madre de un hijo cuya existencia desconocía.

Tras el impacto inicial de saber que era padre decide reclamar la patria potestad, dando inicio a una encarnizada guerra con Lady Mary y Lady Margaret Ellis, abuela y tía del chaval. Desde el principio, su enemistad con la menor de las dos fue tan evidente que Jaime buscó la amistad de la madre y más cuando descubre que esa cincuentona posee una sexualidad desaforada.

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