Pillados por Ruth

Tercera entrega de mis aventuras con mi mujer en la que somos pillados por la protagonista de otros de mis relatos.

Carmela iba muy pasada de rosca. Quedábamos pocos en la fiesta y le patinaba tanto la lengua que casi no se podía entender lo que farfullaba. Le pregunté a Ruth, la anfitriona, si podíamos quedarnos a dormir y me indicó que fuéramos a la habitación de arriba de su casa.

Mientras me llevaba a Carmela cómo podía, Ruth me dijo algo que no entendí. Previo paso por el baño, intenté desnudarla para meterla en cama, pero ella quería seguir la juerga y me desnudó a mí también y, antes de poder frenarla, se puso de rodillas y empezó a hacerme una mamada.

Borracha como estaba, salió su versión más desinhibida, y me la chupaba de forma muy lasciva lo que encendió mi deseo a pesar de mis copas de más. No llevabamos ni dos minutos cuando Ruth entró en la habitación con unas sábanas en la mano. Ni siquiera nos había dado tiempo a destapar la cama y ver que no estaba hecha. Ruth se quedó paralizada por la sorpresa. Le dije a Carmela que parase que estaba Ruth, pero ella no hizo caso y siguió.

Yo miré a Ruth disculpándome y ella me sonrió, me dijo que me apartase y se puso a hacer la cama. Noté que miraba con discreción. Si a ninguna de las dos les importaba, mucho menos me importaba a mí. Puse una mano en la cabeza de Carmela y le marqué el ritmo que me gusta y ella se dejó llevar. Estaba tan borracha y tan salida que gemía más que yo. Que estuviera allí Ruth que cada vez miraba con menos disimulo, me ponía a mil. Dije en voz alta que me iba a correr. Sabía que Carmela, a la que le gusta que me corra en su boca, en ese estado lo estaría deseando. Volví a decirlo. Ruth ya había hecho la cama, pero creo que sentía curiosidad por ver qué hacía su amiga ante mi anuncio y no se iba. Me daba morbo que se enterase en primera persona de los gustos de su amiga. Retiré mi mano de su cabeza para que no quedase duda alguna que era Carmela quien elegía ese final. Miré a Ruth. Ella a mí. Estaba colorada. Me senté en la cama a su lado. Carmela la cogió con la mano y volvió a metérsela en la boca. Creo que no era realmente consciente que estaba Ruth. Llegó mi orgasmo. Sin darme cuenta, puse una mano en la pierna de Ruth. Ella agarró mi mano mientras mi semen llenaba la boca de Carmela que lo tragaba. La miré de nuevo. Su cara reflejaba la sorpresa de lo inesperado de la situación y, seguramente, de que nunca habría imaginado a su amiga haciendo algo así. Cuando salió de la habitación, miró por última vez y vio a su amiga lamiéndome la polla y las últimas gotas. Al cerrar la puerta tumbé a Carmela en la cama y me comí su coño. Se quedó dormida nada más correrse. Al día siguiente, no recordaba nada.