Pillada in fraganti (fragmento)

Traducción de un fragmento de "Cascada Robada" ("Stealing the Waterfall", de Forest Dyer) ofrecido gratuitamente por PF. Él quiere el control total de su placer sexual, llegando a los extremos para ejercer su voluntad. ¡Y todavía todo lo que le hace solo sirve para incrementar el deseo de ella!

Cascada robada (fragmento)


Título original: Stealing the Waterfall

Autor: Forest Dyer (c) 2004, all rights reserved. Not For Sale

Traducido por GGG, octubre de 2004

Resumen: Él quiere el control total de su placer sexual, llegando a los extremos para ejercer su voluntad. ¡Y todavía todo lo que le hace solo sirve para incrementar el deseo de ella!

"¿Qué coño crees que estás haciendo?" Frank avanzó hacia mí y me empujó violentamente de espaldas contra los cojines. Todavía tenía el vibrador en la mano donde lo había inclinado para esconderlo debajo de la cama. Ahora estaba al descubierto.

Arrancó el cable de la pared y me quitó de la mano de un tirón el rosado juguete. Se estrelló contra la pared y se rompió. Él estaba ya metiendo la mano en la humedad de mi entrepierna, sujetándome abajo con una mano enorme entre mis pechos. Metió dos dedos como salchichas dentro de mí y encontró mis jugos todavía calientes al tacto. No luché. Solo lo hubiera empeorado.

Retiró los dedos y me dejó libre, luego se levantó, el pene presionaba sus pantalones grises. Olió cada uno de los dedos que había invadido mi espacio interno y lentamente los lamió de uno en uno. Su súbita calma resultaba enervante y me acurruqué contra la pared.

Frank era tan guapo. Cuando me casé con él, dos meses antes, pensaba en hermosos días y noches de placer sin fin. Tensión y liberación, el ritmo circadiano de mi ser sexual estaba a punto de ser satisfecho por primera vez en mi joven vida. Pero había mucha complejidad en los deseos sexuales de Frank y yo tenía muchas cosas que aprender.

"Necesitas una lección, pequeña, para no malgastar las exquisitas ofrendas de tu cuerpo con un jodido chisme mecánico. Piensa en el jugo malgastado que he estado esperando saborear todo el día. Piensa en el clímax que hubieras malgastado. Voy a hacer que lo pagues. Debes ser castigada adecuadamente para que no lo olvides."

Sentí que algo fluía en mi cuerpo, una cálida ráfaga, y supe de repente que casi deseaba que hiciera como había hecho la última vez que tuve que ser castigada. Aquella vez me había tocado los pechos flotantes en el baño caliente, manoseándome los pezones morenos contra la blanca espuma jabonosa. Tenía un dedo en el botón del placer y estaba pellizcándomelo cuando abrió la puerta de forma inesperada. Debía haber estado esperando al otro lado. Me moví bruscamente y me traicioné. El castigo esa noche habían sido azotes y pellizcos sin fin. Había odiado estar atada, odiado la invasión de todos mis orificios sexuales, odiado las entradas y salidas, entradas y salidas, los roces, los apretujones y pellizcos de mis tiernas nalgas, pellizcos y apretujones hasta que en algún punto una ráfaga me recorrió y la piel y las rodillas se me quedaron frías.

Empecé a moverme con él, hacia la cascada, pero no iba a ser eso.

Se detuvo y se retiró por completo.

Estaba rabiosa. "¿Qué me estás haciendo?" Estaba furiosa, agarrándole para que volviera a mi interior.

Se apartó con frialdad y dirigiéndose al tocador, abrió un cajón y volvió con material para atar, atándome las manos alejadas del cuerpo de modo que no pudiera completar el éxtasis. Le insulté. Intenté luchar pero fue entonces cuando me azotó tan fuerte que grité.

Hablé demasiado esa noche y me costó un orgasmo diferente de cualquiera que hubiera deseado nunca. Me retorcía sobre la espalda intentando llegarme. Mis pies atados también por separado, impedían que apretara las piernas para estimular mi palpitante clítoris. Podía verle encima del triángulo. Estaba tan bien dotado como yo. Su torre de carne, tan grande, era capaz de mantenerse largas horas para mí. El desperdicio de esa noche era una tortura. Caminaba a mi alrededor y sentía su pene duro.

Me miró con una sonrisa extraña, luego extrajo el jugo de mis labios abiertos y enrojecidos, mientras pasaba una pierna sobre la cama y esparcía los jugos de sus dedos por la raja de su culo. Se penetró a sí mismo y por un momento estuvo en otro sitio. Luego volvió a mirarme y empezó a sacar y meter el dedo. Podía sentirlo en mí misma, como si hubiera deslizado su miembro dentro de mi propio ano. Pero no lo había hecho.

Apreté las piernas y me giré para poder sentir algo. Estaba vacía a excepción de la necesidad.

Ese había sido un castigo y supe que nunca acabaría follándome si me portaba mal, buscando otra vez el placer para mí misma. Lo necesitaba tanto y tan a menudo, una corriente que ardía en mi interior, que quedé desolada cuando supe que no me dejaría tener el toque de la satisfacción.

Frank sabía, siempre lo sabía, como distraerme, tocarme hasta que vibrara apreciablemente. Me llevaría hasta el punto de no retorno pero sabía que no podría ir más allá de las cascadas por mí misma sin que me tocara. Aplazaba ese toque hasta que gritara y suplicara y solo alguna vez satisfaría mi voraz necesidad.

Esta noche se quitó lentamente la camisa y se bajó la cremallera de la bragueta. Me encogí con esperanza y temor. Agarró mi brazo más cercano y cerró la esposa. Las esposas habían reemplazado a las cuerdas en nuestros pocos meses de matrimonio. Esto hizo que me pusiera sobre el vientre para poder dejar mejor al aire mi culo. Cuando cerró la otra esposa miré por encima del hombro mientras se acercaba por detrás de mí. Terminó de desvestirse y se acercó a la cama desde atrás. Llevaba la paleta en la mano. Me golpeó con fuerza al lado de la raja del culo. El aguijonazo penetró profundamente. Me golpeó una y otra vez.

"Saca el culo para fuera," ordenó. Sabía que habría muchos palmetazos, mucho dolor agudo, pero el rubor había empezado en mi piel. Ese rubor quería decir que sabría que me estaba poniendo cachonda. Volvió a golpearme. Me había tocado los labios y eso escocía, lo que despertó un deseo latente que solo afloraba cuando me golpeaba allí con cierta presión. Gemí y me excité de una forma que quería decir que esperaba que pusiera su pene dentro de mí... y embestí y embestí y embestí, restregándome y restregando las esbeltas fisuras internas de mis labios, y buceé una y otra vez en la fuente de mi interior. Le deseaba dentro de mí y me volví para ver si me dejaría ponerme de cara a él, si me penetraría de forma que su cuerpo rozara el pliegue del clítoris y me daría placer y la paz final del clímax.

Me agitó la cabeza para hacerme volver y empezó a azotarme el culo con la mano. Separé las piernas todo lo que pude arrodillándome sobre la cama. Arqueé la espalda. Captó la señal y se acercó de rodillas a mí. Empujó un dedo dentro de mis labios y sintió la humedad que había allí. Gruñó satisfecho y se aplicó  dentro y fuera de mi cripta durante minutos eternos mientras me retorcía por tener el miembro con el que restregaba mi culo aguijoneado atacando mi interior.

Resultaba extraordinariamente sensual y el mero toque de la base de su pubis restregándose contra mi muslo, piernas y culo hacía que la piel se me sonrojara y el deseo palpitara por alcanzar su dedo móvil.

Me erguí para acomodarme y retiró su dedo invasor y lo colocó en mi agujero anal. Me agité ante el estímulo y esperé, todavía, para ver si también retiraba esto. Me recorrían oleadas de deseo, odiaba este dominio de mis necesidades. Odiaba su retirada, su rechazo a jugar este juego. Sufría casi cada encuentro con este cruel juego suyo para hacerme pagar por mi necesidad tan básica.

"¿Quieres algo?" parecía preguntar en serio. El cinismo no aparecía en su voz. No dije nada, sabiendo que no debería contestar.

De repente empezó el movimiento. Apretó el pulgar contra la raja de mi culo y esparció mis jugos a lo largo de todo el camino desde la abertura al coño y vuelta. El paseo por la parte más sensible de mi persona una y otra vez me llevó a viajes con la mente en blanco por los espacios profundos de mi deseo. Me apretaba suavemente allí, siguiendo hacia abajo con más y más fuerza.

El jugo hacía fácil el deslizamiento y tomó mi nalga izquierda en la mano con el pulgar dentro de mí, abriendo bien la raja. Su otra mano me estrujaba la otra nalga y abría aún más el ano. Él había bañado su miembro con mis jugos hasta dejarlo pegajoso y húmedo y lo deslizó lentamente dentro de mí, pero con firmeza, sin vacilación, y me llenó mientras el dolor me cortaba la respiración. Luego se retiró y mis entrañas se agarraron a él mientras empujaba lentamente hacia fuera.

Con el dolor exquisito de tirar y retirarse, el dolor exquisito de la fuerza castigadora, estaba demasiado asustada para moverme y cambiar el ángulo con el que su pene estaba penetrándome. Tenía miedo de reventar. Empecé a deslizarme hacia el clímax que deseaba de tan mala manera. Temblaba. Tenía miedo de que pudiera saberlo y detenerse. Tenía miedo de demostrar mi placer. Deseaba de tal manera robar una corrida, aliviarme de esta lucha para conseguir lo que merecía.

Empujaba en mi interior y se deslizaba hacia fuera, empujaba en mi interior hasta la empuñadura y se deslizaba fuera casi por completo, pero no lo bastante. Sentía que iba a gritar. Mis manos se agarraban a las sábanas. Estaba mojada y tenía la piel sonrojada y el culo me escocía. De repente una nueva sensación tocó mi clítoris, fría y esperanzadora. Su mano me había rozado allí y podía sentir dentro de la bolsa de mi vagina dos dedos grandes insertados mientras seguía entrando y saliendo con su polla de las profundidades de mi culo. Estaba llena de él en cada agujero genital, hundiéndose en mí, acometiendo ahora con más fuerza y velocidad cada vez, dentro del culo y el coño, golpeando cada vez con más fuerza.

Podía escuchar el choque entre nuestras pieles, húmedas palmadas que me aguijoneaban el culo. Me agité sin piedad, aporreada y empujada hasta que empecé a correrme. Era ahora cuando me levantaba hacia las cascadas, goteando cayendo sin fin más allá del borde, las rodillas temblorosas, las manos apretadas, el culo abofeteado con el sonido de su acometida incansable. Volaba por encima del agua de mi éxtasis y explotó silenciosamente en mi interior. Estaba llena por duplicado, mis paredes le estrujaban vorazmente en busca de más corrida. Los dos gruñimos y sentimos nuestros pulsos y nuestros corazones y genitales. Había conseguido alcanzar la cascada y zambullirme a pesar de su deseo de mantenerme lejos de ella.