Pili la exhibicionista

Una historia real

La canícula se cebaba con Madrid a primeras horas de la tarde de aquel final de julio. En el interior de mi cubículo el calor era soportable, pero los ruidos de las obras de derribo parcial del inmueble, que se habían reanudado a las tres de la tarde, no. De forma que decidía salir a buscar un poco de tranquilidad al parque cercano a mi domici-lio.

Las calles, que desprendían vapores del asfalto reblandecido por el sol, estaban literalmente desiertas. El pequeño parque no presentaba un aspecto mucho más poblado, aunque la sombra de sus árboles mitigaban un tanto la furia del estío. Un vagabundo durmiendo o amodorrado en un banco, en la umbría; un par de jóvenes retozando sobre el césped al amparo de la soledad; una matrona paseando a un perro agobiado por el calor y la correa; y poco más... o mucho más.

Porque en un banco de una estrecha vereda, sombría y húmeda por el riego, es-taba ella. Una mujer absorta, al parecer, en la lectura de un libro.

Su atuendo, no sé si por tributo al bochorno o por intento de deslumbramiento de los casi inexistentes paseantes, era escueto: un vestido blanco cuya falda, sentada como estaba, apenas le llegaba a medio muslo, y mostrando, en la parte superior, las inquie-tantes protuberancias oscuras de unos erguidos pezones.

La estampa era tan ‘bucólica’ que no puede evitar la tentación de sacar mi móvil para tratar de ‘robarle’ algunas fotos. La vereda apenas tenía cuatro metros de ancho, por lo que mi acción no podría ser excesivamente furtiva, pero el resultado podía mere-cer la pena, de forma que pasé lentamente ante ella e hice la primera instantánea. No me quedó muy bien de encuadre, así que, tras un mínimo rodeo, lo volví a intentar pasando otra vez ante ella. Lo hice, entonces, de forma más descarada, incluso me detuve un poco al disparar para evitar el efecto negativo del movimiento de la cámara. Vi que le-vantó ligeramente los ojos del libro para mirarme, pero no hizo ningún otro gesto, como si apenas hubiese advertido mi presencia. Envalentonado por su gesto, ya ni siquiera simulé un alejamiento, sino que volví sobre mis pasos de inmediato y me puse a hacer fotos desde diversos ángulos, sin importarme ya que me mirase hacerlo con relativa frecuencia, aunque siguiera sin darse por ‘aludida’.

Pero, ante mi regocijo, no sólo consintió en ser el objeto de mi sesión fotográfica, sino que hizo algo más: con movimientos, al parecer inconscientes, hizo que su falda se subiese todavía más para ofrecerme una mejor visión de sus bien torneados muslos.

Hice todas las fotos que la memoria del móvil me permitió. Cuando el sistema me indicó que no podía hacer más, me senté en un banco, justo enfrente del que ella ocupaba; lo que me dejaba a menos de dos metros suyos, para verlas.

Estas dos, que he seleccionado, muestran claramente su aspecto.

De forma inevitable, su ‘ofrecimiento’ a ‘posar’ para mí, junto con su impresio-nante figura, me habían excitado sexualmente, por lo que, mientras miraba la serie en la pantalla del móvil, comencé a ‘masajear’ mi erección por encima del pantalón, sin dema-siado disimulo, aunque sin descaro.

Vi entonces que cerraba el libro, se levantaba del banco y recogía su bolso. Pensé que se marchaba y que se me terminaba la diversión, pero en lugar de eso, atravesó los dos metros que la separaban del que ocupaba yo. Supuse que la había fastidiado con mi atrevimiento. Que una cosa era permitir que le hiciese fotos y otra ver como me mas-turbaba delante de ella. Intuí que se acercaba para echármelo en cara. Así que estaba esperando una lluvia de improperios cuando escuché su voz:

  • Buenas tardes -era una voz dulce y cálida, aunque tal vez un poco aflautada- ¿Podrías enseñarme algunas de las fotos que me has hecho?

  • Por supuesto –respondí mientras le tendía el teléfono y apartaba mi mano de mi entrepierna.

  • ¿Te importa que me siente contigo a verlas?

  • Claro que no.

Dejó el bolso y el libro en el borde del banco y se sentó muy cerca de mí al tiempo que decía:

  • Pero, por favor, por mí no dejes lo que estabas haciendo.

Supe que se refería a mis ‘manipulaciones’, y aunque un poco cortado, llevé la mano de nuevo sobre mi abultado pene.

  • ¡Oye, pues algunas están muy bien! -no sé cómo lo sabía, pues sus ojos estaban mucho más tiempo en mi mano que en la pantalla- ¿Me podrías mandar las que te indi-cara?

  • Si quieres te las mando todas.

  • No, sólo dos o tres de las mejores -volvió a sorprenderme, aunque ya cada vez menos, al decir: -¿Me permites?- y apartar mi mano de donde estaba para sustituirla por la suya.

  • ¡Vaya, como estás! ¿Te has puesto así por mí?

Empezó a apretar suavemente y a deslizar su mano sobre el pantalón.

  • ¿Tú qué crees? ¡Estás que revientas, niña!

  • ¡Umm! Pus si he sido yo la causante, tendré que hacer algo para solucionarlo, ¿no crees?

  • Tú misma.

  • Pero así va a ser un poco difícil, mejor me facilito la tarea -abrió la cremallera de mi bragueta, introdujo la mano en ella y bajo el calzoncillo y, sin ningún empacho, dejó al descubierto mi erguido miembro- Ahora mejor. ¡Oh, que hermosura!

Empezó a masturbarme con gran delicadeza. Su mano abrazaba mi pene, mientras lo masajeaba, con una sensibilidad infinita. No parecía importarle que pudiese pasar alguien en cualquier momento.

  • ¿Va bien así? -Dijo.

  • Perfecto, niña -respondí.

  • ¡Umm! Creo que estaría mejor si estuviese un poco más húmeda.

Y uniendo la acción a la palabra se inclinó y empezó a humedecerme el miembro con sus labios para luego metérsela en la boca y chupar y succionar con gran experiencia.

La mamada estaba siendo genial. Yo no pude mantener mis manos quietas y empecé a tocarle las tetas que insinuantemente tensaban su vestido para, posteriormente, llevarla entre sus muslos buscando su sexo. La braguita era tan minúscula que me costó encontrarla para apartarla un poco. Liberó su boca de mi pene para decir:

  • ¡Oh, si! ¡Tócame! ¡Aunque podría correrme sólo con chupártela! -me pajeaba con la mano mientras hablaba. -Cuando te vayas a correr dímelo, quiero saborear tu le-che.

  • ¿Quieres que me corra en tu boca?

  • ¡Sí, sí! ¡Eso me enloquece! ¡Qué cachonda estoy!

No solo sus manipulaciones, sino la situación en sí, era tan excitante que tuve que hacer verdaderos esfuerzos de contención para no correrme enseguida; entre otras cosas porque quería prolongar al máximo aquella sensación.

En mis dedos notaba la auténtica laguna que era su coño. Sus caderas se estre-mecían con mi contacto. Logré contener mi eyaculación hasta que la oí gemir:

  • ¡Ay, me viene! ¡Me llega! ¡Me llega ya! ¡Me corro como una cerda!

Experimentó fuertes espasmos bajo el dominio del orgasmo, mientras de su gar-ganta se escapaban gemidos apenas contenidos.

  • ¡Madre mía que gusto! -dijo- ¡Qué orgasmo más rico!

  • ¡Yo también me voy a correr, niña!

  • ¡Ah! ¡Sáciame de tu leche!

Arrimó de nuevo la boca a la punta de mi polla un instante antes de que me de-rramase en ella. Saboreó y tragó parte del semen mientras el resto se desprendía, como babas, de las comisuras de sus labios.

Todavía lamió con la lengua los restos de semen que habían quedado por todas partes, antes de erguirse, recomponer un poco su indumentaria, y quedar sentada a mi lado ex-hausta y sonriente.

  • ¡Que buena corrida! -dijo-. ¿Te ha gustado a ti?

  • ¡Joder! ¡Me he corrido de gusto!

  • ¡Umm! Eso ya lo he saboreado.

Suponía, naturalmente, que aquello había sido un ‘arrebato’ pasajero, un calentón, y que no volvería a saber más de ella en cuanto nos separásemos. Por eso no quise preguntarle su nombre ni nada sobre ella. No hizo falta, porque dijo:

  • Me llamo Pilar, aunque todo el mundo me llama Pili.

  • Yo soy Alfredo -respondí-. Y nunca mejor dicho lo de ‘encantado’ -Si no te importa, tengo una curiosidad: ¿Por qué lo has hecho?

  • Porque me gusta.

  • Ya, comprendo que te guste el sexo, pero, ¿por qué conmigo y ahora, si no me conoces de nada y debo ser, al menos, diez años mayor que tú?

  • Verás, vi que me hacías fotos, e interesar a un hombre así ya me pone, por eso ‘posé’ para ti. Pero poner a un hombre cachondo me dispara las hormonas del todo. Así que cuando me di cuenta de que te empezabas a pajear mirándome, sentí como se me inundaba el coño y supe que no tenía más remedio que mamártela. En cuanto a lo de los años, eres muy atractivo... y tienes una polla estupenda.

  • ¡Tú sí que estás para follarte hasta la extenuación!

  • ¡Ah! ¡Cómo me gustaría que me follases! Porque todavía estoy chorreando, cachonda como una gata en celo, a pesar de la monumental corrida. Pero ahora está mi marido en casa y no podemos ir.

  • En la mía...

  • Creo que me entenderás si te digo que, sin conocerte, me da un poco de miedo ir a tu casa.

  • Lo entiendo, pero es una pena.

  • Pero es que estoy que reviento de ganas... Verás, tengo una idea, si tienes tiem-po, claro.

  • Exponla. Tengo todo el tiempo del mundo.

  • Podemos ir a coger mi coche y te llevo a un sitio que conozco donde podemos echar unos polvos en el asiento de atrás. Un poco incómodo, pero así sentiría tu polla dentro de mí, que me muero de ganas.

Desde mi juventud no había vuelto a follar en un coche, pero la niña estaba para hacer cualquier ‘sacrificio’ por ella.

  • Por mí, encantado.

  • ¡Pues vamos!

2

Pasamos a recoger su vehículo, un Ford Focus que, al menos, parecía bastante amplio para ciertas ‘batallas’.

Me di cuenta de que salíamos de la ciudad. En el camino, su mano alternaba entre la palanca de cambio y mi entrepierna. Yo mantuve mis manos quietas por temor a un accidente por ‘distracción’.

Tras casi 30 Km. Aparcó en un área de servicio, repleta de camiones de esos de tropecientos ejes. Se veía, aparte de la gasolinera, una cafetería bien iluminada.

  • Vamos a tomarnos algo para ponernos a tono – Me dijo.

Entramos en el local, repleto de camioneros musculosos, algunos malencarados, otros casi Adonis, y nos sentamos en una de las pocas mesas que quedaban libres.

Antes de que vinieses a tomarnos la comanda, ya había vuelto a poner su mano sobre mi polla y la masajeaba con bastante descaro, obviando las miradas que muchos de los hombres nos dirigían.

Pero es que, además, había cruzado las piernas y dejado que su falda resbalase, con lo que el espectáculo de sus muslos y sus manipulaciones desorbitaba los ojos de gran parte de los presentes.

Nos tomamos una copa, sin prisa, porque ella no parecía tenerla, sin parar de tocarme, coger mi mano para ponerla entre sus muslos, y dirigir veladas sonrisas a todo el que nos miraba. Yo empezaba a intuir su juego.

Cuando nos hubimos terminado las bebidas, con voz un poco más alta de lo ne-cesario, me dijo:

-Venga, vamos al coche, que estoy loca porque me folles.

Nos dirigimos, pues, de nuevo al aparcamiento, abrió las puertas de atrás del vehículo, hizo que me tumbase sobre los asientos y, sin más preámbulos empezó a ba-jarme los pantalones.

Confieso que yo estaba un poco cortado, pero perdí el mundo de vista cuando sentí sus labios sobre mi polla. La chupaba unas veces suavemente, ensalivándola bien, abrazándola con los labios y golpeando la punta con la lengua, otras veces la succionaba y se la metía en la boca hasta donde podía.

  • ¡Me gusta tu polla! – Dijo - ¡Me gustan todas las pollas! Ahora quiero que me lo comas tú a mí.

Uniendo la acción a la palabra, me levantó del asiento y con un hábil movimiento se desprendió de la falda y se tumbó de espaldas, con los muslos bien abiertos.

  • ¡Quítame tú las bragas! ¡Arráncamelas! ¡Lámeme!

Me sentía algo ridículo, pese a la oscuridad reinante, de pie, sin pantalones, con el pene enhiesto, y dije:

-¿No podríamos meternos en el coche y cerrar las puertas?

-No, es mejor así, tenemos más sitio para movernos. ¡Por favor, cómemelo! ¡Es-toy chorreando!

Me arrodillé en el suelo, entre sus muslos, y me puse a lamerle el coño. Gemía y se retorcía bajo mi lengua, que exploraba los rincones más recónditos de su sexo y se introducía en su vagina cuanto me era posible.

Por tres veces gritó desaforadamente:

-¡Me corro! ¡Me corro! ¡Pero sigue! ¡Quiero morirme de gusto!

Aunque me vuelve loco comerme un coño, prefiero hacerlo en situación algo más cómoda. Además, estaba ya que reventaba y quería participar de otro modo en la ‘fiesta’.

-Oye, no aguanto más, quiero follarte.

-¡Sí, sí! Siéntate y yo te cabalgo, pero no cierres las puertas.

Hice lo que me decía y al momento había saltado sobre mí, dándome la espalda y clavándose mi miembro en el chocho. Empezó a saltar sobre él sin dejar de proferir gemidos. En algunos momentos detenía su ‘cabalgada’.

-Aguanta, aguanta. No quiero que te corras aún.

No estaba yo para prestar mucha atención al ‘mundo exterior’, pero pese a eso me pareció escuchar sonido de pasos sobre el enarenado asfalto. Miré hacia fuera y, en efecto, vi un par de hombres que se acercaban.

-Pili –Dije- Viene alguien.

-¡No importa! ¡Sigue follándome!

-Pero...

-¡Calla! Y no cierres las puertas –dijo al ver mi intención de hacerlo, para, al menos, ocultarnos un poco a la vista de quienes, supuse, iban hacia sus camiones.

Pero supuse mal. Los mocetones se pusieron uno a cada lado del coche, pegados a las puertas, mirando como Pili cabalgaba sobre mi miembro y escuchando sus gemidos de placer.

La situación, tan inesperada para mí, estuvo a punto de dar al traste con mi erec-ción, pero el ‘trabajo’ de Pili pudo con la sorpresa.

Ya me extrañó menos ver como se bajaban la bragueta, se sacaban los penes ya erecto y empezaban a masturbarse.

Todo aquello era demasiado morboso como para andarse con remilgos, de forma que decidí participar en aquel juego que, entonces ya estaba seguro, no era nuevo para ella. Casi estaba por asegurar que estaba casi previsto, como un ritual que se repitiese con frecuencia. Así que, mientras la follaba y masajeaba las tetas, dije:

-Está buena la tía, ¿eh chicos? Seguro que estáis locos por metérsela vosotros también.

No contestaron, naturalmente, pero Pili extendió los brazos y sustituyo las manos de ellos por las suyas para pajearles.

Gritan y se agitaba, loca de placer, con una polla en el coño y otra en cada mano. Como era de suponer, los hombres no tardaron en medio meterse, como pudieron, en el coche para que la boca de la chica alternase con sus manos en las caricias a las ‘respeta-bles’ vergas.

Así, mientras seguía saltando sobre mí, ahora se la mamaba a uno, ahora al otro. Con voz casi ininteligible por los jadeos, dijo:

-¡Ah, chicos! ¡Qué bien me folláis los tres! ¡Avisadme antes de correros! ¡A mí ya me viene el primerooo! ¡Me voy a correr, cabrones! ¡Seguid así!

Yo lleva ya demasiado tiempo estimulado. Sus saltos y movimientos eran tan salvajes que fui incapaz de retenerme más.

-¡Yo ya me corro, Pili!

-¡Hazlo amor! ¡Córrete en mis tetas mientras me la mete uno de estos guapos chicos!

No me dio tiempo ni de llegar a las tetas, me corrí sobre su vientre. Ella recogía el semen con los dedos par lamerlos con deleite. Ni comentar que en cuanto se la saqué ya tenía otra polla bombeando en su coño, y que pronto los dedos que se chupaba fueron sustituidos por otras vergas, que se iban alternando de su chocho a su boca y que recibía con igual entusiasmo por ambos lados.

Cuando acabó con la potencia de todos dijo:

-Chicos, habéis estado estupendos –Y dirigiéndose a mí-: anda, vamos a mi casa, que tú y yo aún tenemos asuntos pendientes.

© José Luis Bermejo (El Seneka).

El resto, que lo hubo, es ya otra historia a la que titulé “EL COMPLACIENTE MARI-DO DE PILI”.