PILAR VIII (Final de la historia)

La culminación de esta infidelidad. Espero os guste y pronto volveré con más relatos.

PILAR VIII (Final de la serie)

Allí me encontraba yo, follándome a Pilar, rompiéndole el culo, en su casa, en su cama mientras su marido nos preparaba el baño.

La imagen reflejada en el espejo me gustó, me cautivó, su cara bañada en sudor, sus ojos cerrados y rendida al placer, el gesto de goce, de disfrute, de placer absoluto mientras mi pene entraba y salía de su ano. Llevo desde las 10 de la mañana jugando con este cuerpo y no me canso. ¿Qué me dará ella que me tiene siempre así?

Mientras me aferraba a sus caderas, sintiendo su piel, seguí follando este culo maravilloso, este culo que me pertenece y del cual disfruto, este cuerpo que ya es mío en exclusividad. Los gemidos de Pilar aumentaban y esperé para correrme justo en el momento de la llegada de su orgasmo. Ya conociéndome y para complacerme, mientras sentía los latigazos de mi semen en sus intestinos, no escatimó en jadeos, gemidos, espasmos hasta quedar sudorosa y respirando ahogadamente mientras su cuerpo empezaba a relajarse.

Retiré mi pene todavía duro, todavía ansioso mientras acariciaba sus nalgas. Levanté la vista para ver a Pedro, en la puerta de la habitación. Había terminado de preparar la bañera y se quedó allí, mirando. Tomé a Pilar del pelo para incorporarla y besarla salvajemente, comiéndome su boca mientras, de soslayo, miraba a Pedro.

La situación era cada vez más morbosa e intensa.

Levantándonos de la cama nos dirigimos a la bañera mientras, al pasar a su lado, le dije a Pedro “prepáranos algo de comer, estamos exhaustos”. Mientras él bajaba a la planta de abajo y se metía en la cocina, tomando a mi hembra de las manos la ayudé a introducirse en la bañera. Bajo en agua caliente la abracé y con mis manos la enjaboné. Con cuidado, despacio y lentamente disfrutando del encanto de su tacto, de la magia de su cuerpo. Como dos enamorados compartimos un buen rato, se dejaba hacer y yo jugaba a mantenerla excitada mientras la enjabonaba.

Salí de la bañera para secarme y ponerme mi bóxer mientras la miraba y le dije “relájate cariño, baja cuando quieras. Te espero abajo” saliendo de la habitación y encaminándome hacia la cocina.

La mesa estaba puesta. Había un plato de variedad de quesos, patés y un pequeño surtido de ibéricos. Pedro había cortado el pan, pero no había sacado la bebida de la nevera, había que mantenerla fría. Este es el panorama que encontré, con Pedro sentado en un taburete, alejado de la mesa y apoyado en la pared.

“¿Sabes Pedro? Tenemos una suerte impresionante. Tienes una esposa fantástica que es mi hembra perfecta”

Dije esto despacio, valorando la reacción de Pedro que, simplemente, asintió con la cabeza. Me dirigí hacia la nevera y tomé dos cervezas, las abrí y le ofrecí una a Pedro.

“Seamos claros, querido amigo. Tú sabes, desde hace tiempo, que tu mayor deseo era ver satisfecha a tu mujer, pero reconoces internamente que tú no puedes, de hecho, tu mayor gozo está en entregarla, en que ella sea disfrutada por otro con tu pleno consentimiento, eso es lo que más feliz te hace ¿verdad?”

Pedro tomó un trago de la cerveza, directamente del botellín, me miró y volvió a asentir con la cabeza.

“Dilo” le increpé fuertemente. “si, tienes toda la razón, Carlos”

Al escuchar estas palabras me relajé, se había roto la tensión, el muro de silencio. Tras esto empecé a preguntarle a Pedro sobre ellos, como se conocieron, cuando se casaron, cuando descubrió su verdad “oculta”. Pedro respondía a todas mis preguntas, con voz pausada y recreándose en detalles a mi petición.

Estábamos en esta parte de la charla cuando, por la puerta, apareció Pilar, descalza, con una bata de seda muy corta y anudada al frente. El cómo se pegaba la tela a su piel dejaba claro la situación de su desnudo cuerpo. Se nos quedó mirando, le dio un beso a su marido en la mejilla y vino a mi lado, sentada sobre mi rodilla mientras me abrazaba.

Pedro le sacó otra cerveza a ella y se la ofreció para después quedarse en pie, esperando y no sabiendo qué hacer, le indiqué que se sentara de nuevo.

Mientras Pilar y yo comíamos para reponer fuerzas, ella se mantenía sentada en mi rodilla y con mi brazo la sujetaba de la cintura, atrayéndola hacia mí, otras veces mi nano viajaba a sus nalgas, acariciándolas, apretándolas.

Le pregunté a Pilar por las experiencias del día y ella puso los ojos en blanco, lanzó un suspiro y me dijo “nunca pensé que pudiera hacerlo, nunca, ni en mis mayores fantasías, lo imaginaba”. Pedro la miró interrogante y yo le hice un breve resumen de lo que había hecho con su mujercita. Mientras le narraba lo que habíamos vivido, le solté el nudo del cinto de la bata para abrírsela y acariciar sus pechos, pellizcar sus pezones doloridos pero erectos, besar y lamer su cuello.

Le di a beber directamente del botellín un poco de cerveza y ella, mirándome, dejó escapar un poco por la comisura de sus labios, sintiendo el líquido bajar por su cuello, hacia su pecho, cerveza que yo lamí directamente de su piel ante la atenta mirada de Pedro.

“Mírala” le dije “esta hembra es todo un placer para disfrutar y ahora es mi hembra, ella me reconoce y me ha aceptado como su macho y tú me la has entregado para que sea mía, para que la use a placer, para que la convierta en mi puta, ¿verdad?”

Pedro, que ya no se cortaba a la hora de hablarme dijo “si, lo reconozco, es tuya y sólo tuya, disfrútala como yo nunca lo hice, hazla disfrutar como yo nunca pude. Carlos, por favor, que ella sepa quién es su macho”

“Tranquilo, ella lo sabe ¿verdad tesoro?” le dije mientras la besaba y una de mis manos subía por sus muslos hasta encontrarse con los labios de su sexo, los acaricié separándolos, humedeciéndolos con sus flujos para acariciar su clítoris. Ella se tensó y dejó escapar un gemido.

“¿Ves Pedro? Tu mujer es un tesoro, un tesoro en su coño que es una maravilla follar, un tesoro en su boca que no te imaginas el placer que da y un tesoro en su ano que estrené y se ha convertido en mi mayor obsesión”. Decía esto mientras manipulaba su coño con mis dedos ya empapados de sus flujos.

Tomándola de las caderas la situé encima de mí y ella inmediatamente liberó mi pene para clavárselo. La cadencia de sus caderas era fabulosa. Apoyándose en el suelo se levantaba hasta casi sacar mi pene de su coño para dejarse caer de nuevo, lentamente e introducírselo completamente. Así estuvimos un rato, le negué el orgasmo a Pilar, pero Pedro comprobó todo el placer reflejado en su rostro.

Tomándola de las nalgas ella me rodeó con sus piernas para izarla y seguir follándomela de pie, una de nuestras posturas favoritas. Sus gemidos eran audibles en toda la casa, tenían que retumbar en los oídos de Pedro, sentado a un metro de nosotros y contemplándolo todo en silencio.

La descabalgué para apoyarla en la encimera de la cocina, dándome la espalda y separando sus nalgas. Mientras mantenía la punta de mi pene jugando en la entrada de su ano, miré a Pedro de nuevo

“Este, querido amigo, es nuestro juego favorito, nuestro rincón deseado, se vuelve loca cuando le follo el culo y a mí me vuelve loco follárselo” y de un golpe de caderas, se la metí entera mientras Pilar acompañaba la penetración con un gemido largo y gutural.

En este momento era visible la erección de Pedro en sus pantalones mientras no perdía detalle de lo que hacía con el cuerpo de su mujer, de cómo le rompía el culo, de las reacciones de ella. Saqué mi pene dejando nuevamente a mi hembra a las puertas del orgasmo, la abracé desde atrás mientras miraba a Pedro y apretaba sus pechos.

“Ahora querido amigo, vas a prepararme a tu mujercita. En una de las bolsas que hemos traído hay unas muñequeras. Quiero que se las pongas a Pilar y la ates a la cabecera de tu cama, yo subo ahora”

Vi como obedientemente él se levantó para tomar la mano de su esposa, mi hembra, y subir ambos al dormitorio principal. Cuando yo subí ella estaba perfectamente colocada. Le había puesto las muñequeras que, además, había sujetado entre sí para después atarlas al cabecero de la cama. Mi hembra indefensa y maniobrable. Pedro esperaba a un lado de la puerta, en silencio. Le miré y le pedí que me trajera lo que le dimos a la llegada, salió un momento y enseguida regresó con el vibrador.

“Ahora espéranos en el salón, no pongas la tele, quiero que oigas todo lo que aquí pase”. En silencio desapareció de nuestra vista.

Pilar estaba boca arriba en la cama, sus manos sujetas por encima de su cabeza. Me miraba con una mezcla de picardía y lascivia mientras yo me acercaba a la cama.

“Vamos a darle el espectáculo de su vida cariño, no te contengas para nada” y pasé mi lengua por sus labios, despacio y lentamente para ir bajando por su cuello, sus pezones, su ombligo y llegar a su sexo, donde me acomodé mientras ella gemía, respiraba agitadamente y pedía más y más con ansiedad. El volumen de nuestros comentarios, de los jadeos y gemidos de ella, eran perfectamente audibles desde el salón.

Me lacé a comerle el coño como si me fuera la vida en ello, separándole los labios para pasar mi lengua, centrándome en su clítoris, agitándolo hasta hacerla gritar y cada vez que estaba a punto de correrse, le negaba el orgasmo retirándome, dejándola abierta, su coño palpitando y yo soplando ligeramente para aumentar su ansia.

Así estuve muchísimo tiempo, el tiempo que quise mantener esta tortura, tortura que me gustaba ya que mantenía a mi hembra en una calentura constante, era puro fuego. Me arrodillé entre sus piernas para empezar a pasar el capullo de mi pene por su sexo, por los labios separándolos. Ella agitaba sus caderas buscando desesperadamente la penetración, yo se la negaba

“Por dios, fóllame de una vez, lo necesito, te deseo, necesito sentirte dentro, deja que me corra” gritó mirándome a los ojos mientras agitaba sus caderas más fuertes

“No lo has pedido correctamente nena” dije “Carlos, por favor fóllame, folla a tu hembra, soy tu puta, úsame” volvió a gritar mientras se agitaba en la cama. Debido al nivel ya de los gritos de pasión de ella yo sabía que Pedro lo estaba escuchando todo desde el salón.

De un golpe de cadera se la metí por entero mientras Pilar lanzó un gemido desgarrador y comencé a follarme en la posición del misionero mientras ella alzó sus piernas cerrándolas y cruzándolas en mi espalda, no sé si era para que no me escapara o para que empujara más en la penetración. Llegó su primer orgasmo mientras le lamía la cara. Un segundo orgasmo cuando, en la misma posición, le abrí las piernas y la follaba con mucha lentitud y profundidad. Ambos orgasmos acompañados de los estertores de su cuerpo agitado, estertores que me fascinan y excitan aún más.

Entonces la tomé de las caderas y la giré para colocarla en cuatro, ella enseguida arqueó la espalda levantando aún más la grupa y ofreciéndome su ano expectante y lubricado de los flujos de su coño.

“Pídelo” le grité “fóllame el culo vida, la quiero dentro” gritó al mismo nivel que yo y satisfecho, se la encajé de golpe para seguir follándola mientras la tomaba de las caderas y esperaba los síntomas de su nuevo orgasmo. Al legar estos, me vacié en sus intestinos y me derrumbé sobre ella.

Estuvimos un rato respirando agitadamente, los dos sudorosos y recuperándonos. Miré el reloj, eran las 12. Ya llevaba más de 12 horas disfrutando de mi hembra, follándomela, hoy sería inolvidable para mi hembra. La dejé como estaba, atada a la cabecera y tomé el huevo vibrador, lo metí en su coño, puse un almohadón entre sus muslos y los até entre si con un cinturón. Me puse en pie y le di al botón de “on”

Bajé al salón donde Pedro permanecía sentado en incrementé la intensidad en el mando que tenía en mi mano.

“Dios, que hembra. Bueno, ya lo sabes, lo has escuchado. Tráeme una cerveza y ponte otra para ti” le dije y las trajo para sentarse, nuevamente, en el mismo sillón donde estaba antes.

Le di un trago al botellín y comencé a relatarle las excelencias y virtudes de su mujer. De fondo los dos escuchábamos los gemidos de ella mientras Pedro miraba extrañado hacia la escalera, no entendía qué pasaba.

Lo puse al día de cómo me la follaba en la oficina, de las delicias que hicimos en el hotel, de cómo la mostraba para mi deleite, de lo que hicimos en el Pep show, quería que todos la vieran la desearan a sabiendas de que sólo era para mí. Mientras hablábamos seguíamos escuchando los jadeos, cada vez más sordos de Pilar.

Sin darnos cuenta pasaba de la 1 de la madrugada. Entre la charla y el morbo de la situación yo estaba nuevamente deseoso. Le hice señas a Pedro para que me acompañara y subimos a la habitación. Allí los dos vimos a mi hembra, la mujer de Pedro aún atada sobre la cama. Todo su cuerpo bañado en sudor, su pelo pegado, agitando ya débilmente sus caderas mientras el vibrador aún mantenía un poco de agitación en el último punto de carga de las baterías. Me acerqué para desatarle las piernas y sacar el almohadón de entre ellas. Indudablemente habían sido muchas sus corridas dado el estado del mismo y la mancha que había en las sábanas. Ella se mantenía como en trance, saqué el vibrador de su coño y desaté sus muñecas. Al sentirse libre Pilar se abrazó a mi cuello con mirada perdida, la besé profundamente.

Miré a Pedro y le dije “voy a darme una ducha, después quiero que la duches a ella, límpiala bien, perfúmala y ponle un poco de crema en su ano, lo tiene irritado y aún no he terminado con ella. Llévamela al salón y limpia la habitación, cambia las sábanas y deja todo en orden para seguir”

Entré en la ducha y al terminar, tomé un batín corto que había detrás de la puerta, me lo puse y bajé al salón para dejar hacer a Pedro.

Media hora después apareció por la puerta con su mujer en brazos, me la entregó así. “Estaba muy débil para bajar las escaleras. Voy a terminar con mi parte” y dicho esto me dejé de pie con su mujer en mis brazos y subió las escaleras.

Cuando regresó habían pasado 45 minutos. Los dos estábamos descansando el en sofá, en la televisión teníamos puesta una peli porno del canal de pago y Pilar, con su cabeza reposando en mis muslos, jugaba con mi pene, lo acariciaba, lo lamía, miraba la tv, volvía a chuparlo…

Pedro se sentó en el sofá de enfrente mientras seguimos viendo la película. En un momento me recliné hacia ella y nos colocamos haciendo un 69 perfecto, por encima de los sonidos de la porno, se escuchaban las chupadas y lamidas en nuestros respectivos sexos. En un momento Pilar se incorporó y se sentó sobre mi pene, apoyando sus manos en mi pecho y moviendo deliciosamente sus caderas.

Pasé mis antebrazos por debajo de sus piernas y me levanté llevándola así, abrazada a mí y con su coño penetrado. Miré a Pedro y le dije “es muy tarde, puedes descansar y súbenos el desayuno a la cama a eso de las 11, no antes” . Salimos del salón y llevé a Pilar hacia la habitación.

Eran casi las 4 de la madrugada y seguíamos follando en la cama, me chupó la polla, la follé en todas las posturas imaginables, sobre la cama, en el suelo, de pie contra la puerta hasta que caímos rendidos, ya amanecía y la luz del día entraba por la ventana. Nos abrazamos y quedamos dormidos.

Eran las 11:30 cuando nos despertó Pedro con el desayuno. La imagen que tuvo que ver quedaría en su memoria. Los dos cuerpos desnudos sobre las sábanas, el sudor y mi semen pegados en el cuerpo de su mujer, en las comisuras de sus labios, en sus pechos, su coño hinchado, su ano dilatado.

Mientras desayunábamos, tal y como estábamos, en la cama, le pregunté a Pedro que tal había dormido, que sí se había enterado de todo, que si se había masturbado. Pedro respondía a todas y cada una de mis preguntas pacientemente, mientras Pilar y yo desayunábamos. Le pedí que trajera un poco más de mermelada de fresa y bajó a por ella. Cuando llegó me la entregó y vio como la dejé caer sobre mi pene mientras ella me miraba y se mordía el labio inferior, dios¡¡, cómo me pone este gesto. Sin pensárselo, se lanzó a chuparme la polla retirando, con su lengua, toda la mermelada.

“Pedro, llévate las bandejas y déjanos solos, tu mujer necesita aún más polla y se la voy a dar”

Mientras él retiraba las bandejas Pilar ya estaba sobre de mí cabalgándome, sus manos apoyadas en mi pecho, sus caderas marcando un endiablado ritmo y mis manos viajando hacia sus pechos para amasarlos, pellizcar sus pezones, tomar sus nalgas apretándolas.

Mordí su cuello, lo chupé, no me importaba marcarla, era mía. Follamos hasta el segundo orgasmo de ella y saltó a chupármela, me obligó a ponerme de pie y que le follara la boca mientras la tomaba del pelo, me corrí en su boca y se deleitó tragándoselo todo.

Descansamos un rato, hablamos y me dijo que no me podía marchar sin lo mejor. Se levantó de la cama y abrió la puerta para llamar a Pedro, al llegar este lo detuvo en la puerta, yo estaba ya en pie y ella vino hacia la cama, se recostó y comenzó a chupármela de nuevo. Estaba claro que quería “levantar” mi ánimo. Con la cantidad de sexo que hemos tenido no sé si lo conseguirá, pero se afanó como loca a ello, como solo ella sabe y consiguiendo levantármela otra vez. Era una mamada muy salivada, muy húmeda y, cuando lo consideró, se giró para ofrecerme su ano.

“Por favor, Carlos, rómpeme el culo una vez más, te necesito”

Dicho y hecho, se la clavé de golpe hasta que mi vientre entró en contacto directo con sus nalgas. Una follada salvaje, alocada. Estaba, una vez más, rompiéndole el culo a mi hembra delante de su esposo.

Que delicioso orgasmo tuvimos ambos.

Pasaba de la una de la tarde cuando salí de la casa de Pilar, de mi hembra. Había llamado a la oficina para decir que ninguno de los dos iríamos hoy. Era viernes y llevaba ya más de 24 horas follando con mi hembra.

A Pedro le dije “cuídame a mi hembra, ha de reponerse para el lunes” a Pilar la besé y le dije “cariño, eres fabulosa”

Aquí termina esta serie. Espero que haya gustado.