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Pilar VII (Otra vuelta de tuerca más)
Tras nuestros últimos encuentros estuvimos inmersos en una ola de trabajo abrumador. Lo realmente curioso (y pensándolo bien) era la buena sintonía que teníamos Pilar y yo. En el trabajo los dos luchábamos por ser los mejores profesionales, en lo personal, nuestra pasión era notoria, aumentaba la sintonía y profundidad de nuestros juegos, pero estos no apartaban nuestras primeras obligaciones, las profesionales.
Las cosas en la empresa marchaban muy bien, en mi vida personal también, era capaz de estar abducido por mi situación con Pilar en horas laborales, pero cuando estaba en casa en mi mente sólo había sitio para mi mujer.
Tuve dos semanas de viajes, reuniones y congresos. En este tiempo con Pilar sólo mantenía el contacto telefónico, las llamadas por temas de trabajo, o las llamadas más personales acompañadas de los mensajes donde encendíamos cada vez más nuestra hoguera.
Con Pedro (el cornudo-sumiso marido) también estaba en contacto y con él abrí una nueva vía, el servicio de chat(mensajes) directos que me ofrece una web de uno de los proveedores de España. Cada mañana hacía que él me enviara un informe de situación, de cómo se encontraba Pilar, de cómo iría vestida ese día a oficina, pero también me ponía al día de su felicidad (la de ella) con la situación/relación que manteníamos. Pedro era también feliz con este juego y hacía todo lo que estaba en sus manos para facilitarnos las cosas.
Por las noches desde el hotel y tras llamar a mi mujer, llamaba a su casa, por norma general hice que me atendiera siempre Pedro con el que compartía saludos y comentarios de los que a él encendían. Siempre le indicaba que ahora, por vía telefónica y desde su propia casa, disfrutaría nuevamente de ella y sabía que, cuando me pasara al teléfono a Pilar, él tenía que desaparecer de la habitación donde estuvieran y dejarnos nuestro espacio.
Ese momento los dos lo disfrutábamos al máximo. Pilar me describía dónde estaba (habitación, salón, cocina, baño) y en función de dónde estuviera yo ideaba una serie de pequeñas “morbosidades” que tenía que realizar para mí. Definitivamente la conducía a una masturbación guiada.
Le indicaba cómo tocarse por encima de la ropa, qué juego o qué juguetes usar (en función de dónde estuviera, cubitos de hielo, el mango de un cepillo del pelo, un cinturón de Pedro para atarse las manos, etc). La guiaba por el camino del éxtasis una y otra vez, haciendo que cada vez gimiera más fuerte, que cada vez fueran más audibles sus jadeos sabiendo ambos que, todo lo que ella hacía bajo mis órdenes, era espiado o escuchado por Pedro.
No menos de dos orgasmos por noche en nuestras llamadas, no la dejaba hasta estar satisfecho de lo que escuchaba y saber que ella, que Pilar, lo había disfrutado.
Cada mañana y por el servicio de mensajería, tenía la versión de Pedro. De cómo ella disfrutaba, de cómo quedaba tras cada sesión de las nuestras, de cómo extrañaba el contacto real y de cómo Pedro, asumiendo ya totalmente su rol de cornudo sumiso, también disfrutaba de lo vivido por su mujer. De cómo la colmaba después en atenciones y mimos, de cómo le indicaba que faltaría menos para que la hiciera feliz en vivo y directo.
Esa semana pude adelantar algunos compromisos para ganar tiempo, quería liberar uno de mis días, el jueves, para disfrutar de mi hembra. Indiqué a Pedro que fuera a un sex shop y que comprara algo muy concreto. Quería un huevo vibrador con mando a distancia, el mejor, el de más alcance y modos. También le dije que el jueves ella tenía que estar a mi entera disposición y que le diera el juguetito cuando ella se lo pidiera.
El miércoles cerré todos los compromisos y esa misma noche, tras la sesión de sexo telefónico con Pilar y tres de sus más sonoros orgasmos, le indiqué que había hecho todas las gestiones para disfrutar al día siguiente de ella. La noticia la lleno de alegría. En la oficina había dicho que ella tenía temas personales y no iría. Le indiqué que la pasaría a recoger por su casa a eso de las 10 am. Que se vistiera de manera informal, con el calor que hacía estos días le pedí que se pusiera un pantalón muy corto blando, que ya le había visto y que, por su pequeñez, sólo usaba en situaciones muy familiares o dentro de casa. También le indiqué que se pusiera unas sandalias veraniegas, de cuña de esparto y atadas al tobillo con cordones negros. El conjunto lo acompañaría con un top negro y, como tema principal e importante, que le pidiera a Pedro algo que tenía reservado y que ella tendría que llevar consigo. Esto último la extraño mucho, pero no hizo preguntas.
Madrugué mucho para estar en casa de Pilar a las 10 de la mañana, su salida de casa fue colosal ya que, con el conjunto que vestía, se marcaba muchísimo su escultural cuerpo y se mostraba como hembra pidiendo guerra (y yo dispuesto a dársela).
Al entrar en mi coche nos besamos con pasión mientras mi mano acariciaba su pecho por encima de la tela, sus pezones duros me dieron la señal de su ansia de sexo. Tras separar nuestras bocas, me sonrió y mirándome a los ojos me dijo “¿Sabes que eres un pecado morboso?” yo la miré y ella extendió la palma de su mano dándome el mando a distancia del huevo que le indiqué comprar a Pedro.
“Imagino que está donde tiene que estar” le dije a lo que ella me soltó una carcajada
“¿Tú que crees?” y volvió a sonreír. “Eres un pecado morboso y mi perdición, pero me encanta que lo seas”
Yo, mirándola, tomé el mando en mis manos y le día al botón de “on” con potencia suave.
Salimos en dirección a una zona comercial que hay en la parte centro-oeste de Madrid. UN gran centro comercial con alguna particularidad que lo hace casi único en Europa. Durante el trayecto hablamos de temas de la oficina y de mi viaje, el mando seguía encendido con velocidad mínima y Pilar con las piernas cruzadas fuertemente. Intentando mantener la conversación y sufriendo por las ganas de más intensidad, pero reconociendo que estaba en mis manos.
Al llegar a esta zona industrial la primera parada era un templo de masajes tailandeses, masajes reales dado por expertas masajistas de aquel país.
Solicité un masaje de cuerpo entero para dos.
Al llegar nos recibieron con una sonrisa y nos hicieron pasar a la zona de duchas. Refrescarnos un poco y colocarnos sobre las camillas que se situaban en la salita. Las dos camillas a escasos 50 cm una de la otra. Desnudos y tapados con una toalla. En estos masajes y para una mayor concentración en los mismos, las masajistas tras su presentación proceden a taparte los ojos con una toallita caliente.
El masaje fue genial, ambos lo necesitábamos y lo disfrutamos. De reojo controlaba el masaje que recibía Pilar y me hubiera gustado que fueran mis manos las que lo realizaban. En ese momento y con esos pensamientos en mi mente, pulsé de nuevo el botón de “on” en el mando que mantenía en mi mano.
En ese momento vi como el cuerpo de Pilar se tensó, opuso algo de resistencia y poco a poco fue abandonándose. Yo disfrutaba al ver que sus caderas, de forma imperceptible, se agitaban buscando la sincronía del momento.
Nos indicaron voltearnos y ponernos boca arriba. En ese momento y por la dureza de los pezones de Pilar, supe lo excitada que estaba. Mantuve esta velocidad de vibración en su interior. Esto sumado al efecto de las manos recorriendo su cuerpo la tenía al máximo.
Cuando estuvo a punto de correrse, apagué el juguete dejándola a las puertas, la quería más excitada todavía.
Al finalizar el masaje, nos dejan solo un rato para relajarnos y vestirnos, en ese momento ella saltó sobre mi aferrándose a mi cuerpo, comiéndome la boca mientras me decía “no aguanto más, necesito sentirte, necesito que me folles”
“Aún no cariño, aún no” le dije
“No ves lo caliente que tienes a esta puta tuya? Por favor, no aguanto más”
“Pues aún no toca corazón, has de aguantarte un poco más”
A regañadientes ella empezó a vestirse y me puso mala cara al principio, pero después se tranquilizó, me besó y me dijo “será como tú quieras, cuando y como tú digas, sabes que te pertenezco y estoy dispuesta a todo por ti”
Esto último me gustó y despertó en mi nuevas sensaciones y pensamientos.
Al salir del templo de los masajes, nos dirigimos al centro comercial. Yo abrazado a Pilar y una de mis manos metida en el bolsillo trasero de su minishort, ella abrazando mi cintura y su cabeza apoyada en mi torso. El que nos miraran al pasar era normal, cualquier no se pararía a mirar a una hembra como aquella, los hombres con deseo, las mujeres con algo de envidia.
Decidí comprarle algo más de ropa, ropa de la que me gusta que tenga y se ponga para mí. Entramos en una de las muchas tiendas y nos pusimos a mirar. La hora y el ser un día entre semana nos brindó la tienda casi vacía, salvo por dos señoras al fondo mirando más que comprando, las dependientas todas para Pilar y para mí. Buscamos otros shorts aún más cortos, varios tops, dos trajes ajustados y cortos (muy veraniegos) uno de ellos con toda la espalda al aire, un par de conjuntos de lencería y dos bodys.
Pilar se mantenía dentro del probador mientras yo, con la complicidad de dos de las dependientas, recorríamos la tienda en busca de tallas (siempre más pequeñas) o modelos. Ya una de las dependientas tomó la iniciativa de quedarse enteramente a nuestra disposición y quedó sorprendida cuando Pilar que tenía uno de los trajes puestos, abrí la puerta y le pedí opinión de cómo le quedaba.
“Es perfecto” decía ella, aunque le indiqué que me gustaban más cortos, este era a medio muslo y, levantando un poco más el traje, le dije que me gustaba a esa altura. “Mi mujer tiene unas piernas magníficas que no hay que ocultar, ¿verdad?”
“Efectivamente””, respondió ella y solícitamente salió a buscar otro modelo. Ya dejé la puerta abierta mientras Pilar se cambiaba y se colocó el otro vestido. Me gustaba verla con él y para demostrárselo me acerqué a ella desde atrás, sujetándola por la espalda, mirándonos al espejo mientras acariciaba su cuerpo.
“¿Qué le parece este?” dijo la dependienta quedándose algo cortada por nuestra situación
“Espera y te digo” y sin mediar más palabra, con la puerta abierta y la dependienta allí con el brazo estirado intentando darme el traje, desvestí a Pilar dejándola desnuda, bueno, con sus zapatillas y el tanga y procediendo a vestirla yo. La dependienta estaba atónita con lo que estaba visionando. Una vez terminé de ponerle el traje a Pilar volví a abrazarla mirando al espejo y repetí la operación del magreo de su cuerpo, pero, esta vez, encendiendo nuevamente el huevo vibrador que estaba en su sexo.
El suspiro y gemido de Pilar fue audible y contemplé cómo la dependienta se quedaba absorta mirando mientras una de sus manos auto acariciaba sus muslos por encima de la tela del uniforme. Cuando con mi pie cerré lentamente la puerta, no dijo nada. Giré a Pilar para comerme su boca y mientras agarraba fuertemente sus nalgas, puse el vibrador al máximo hasta hacer que se corriera. Tuve que sujetarla porque le fallaron las piernas en la intensidad del placer que le había estado negando hasta ahora.
Cuando se recompuso, la dejé vistiéndose mientras me dirigí a la línea de cajas para abonar la compra.
Los dos salimos de allí con hambre, ganas de comer y de comernos. Apostamos por un sitio de comida rápida de pinchos donde tomamos un par de “calentitos” y unas cervezas. Mi mente no paraba de darle vueltas a una de las cosas que me había dicho Pilar.
Al salir de allí la encaminé a las afueras del centro, a una nave donde, cuando llegamos, vi un macro sex shop. Ella se quedó un poco parada, perpleja, pero se dejó llevar.
Una vez dentro paseamos por los diferentes expositores. Tenía a Pilar tomada de la mano, exhibiéndola entre los allí presentes. Unos la miraban de reojo, otros no disimulaban sus lascivas miradas de deseo. Tomamos unas muñequeras de cuero, unas tobilleras también de cuero, dos antifaces, un body de látex con perforaciones en sus dos agujeros.
“¿Vas a pervertirme más todavía?” me dijo con una picara sonrisa, “Ya verás, aún estoy empezando a disfrutar contigo” fue mi respuesta.
En la parte más alejada del sex shop, visualicé una zona de cabinas en vivo, un Pep show donde entraban y salían tipos de toda clase. Mi mente se disparó y dejándola a ella sola y al amparo de los allí asistentes, fui a hablar con el encargado de la tienda.
Cuando regresé al lado de Pilar, la tomé de la mano y la llevé hacia el fondo para, tras pasar por una cortinilla, llegar a la trastienda donde el encargado nos esperaba con lo que yo le había pedido, dos antifaces negros, un collar de perra y una cadena.
Pilar me interrogaba con la mirada mientras terminaba de cerrar el acuerdo con el encargado. Me dirigí hacia ella y la besé “déjate llevar por mí, no pasa nada” le dije en el momento que volví a encender el vibrador al mínimo de potencia. El impaciente hombrecillo responsable de la tienda nos miraba mientras yo le colocaba a Pilar el antifaz, el collar y la cadena. Coloqué mi antifaz y nos dirigimos a una puertecita de madera estrecha que, al abrirla, comprobó que era el paso a un pequeño escenario circular que giraba lentamente, un escenario donde había colocada una silla bajo mi petición y donde se encaraban las ventanillas de los mirones que pagaban por ver el espectáculo.
Tomé la cadena en mis manos y tiré de Pilar hasta el centro del citado escenario. Al girar veíamos las ventanillas abiertas y las caras pasmadas de los que allí esperaban. Por sus gestos, por sus movimientos, se intuían ciertas cosas.
Pilar estaba tensa, la besé para relajarla y la liberé del short. Puse el vibrador en potencia media, Posteriormente la liberé del top enseñando sus pezones a punto de estallar mientras el escenario seguía girando. Yo mostraba a mi hembra a los allí asistentes.
De cuatro ventanitas que inicialmente estaban abiertas, ahora estaban las 10 ocupadas. Todos absortos en el cuerpo de Pilar, en la respuesta a mis estímulos. Todos atentos cuando la obligué a ponerse en cuclillas para liberar mi pene para que me lo lamiera, me lo chupara, se lo tragara mientras la saliva salía de las comisuras de sus labios, así durante un rato en el que comprobé como varios de ellos se estaban masturbando. El movimiento de sus hombros así lo delataba.
Cuando incorporé a Pilar para obligarla a inclinarse apoyándose en la silla, creo que algunos estaban a punto del infarto, otros no esperaban lo que sucedió. Puse al máximo el vibrador mientras apoyé la punta de mi capullo en la entrada de su ano. Me demoré en penetrarla para que, mientras girábamos, todos vieran bien por dónde me follaría a esta hembra.
Cuando Pilar ya no aguantaba más, la penetré a fondo y empecé a follarla como si quisiera romperle el culo. La brutal follada, la situación, el vibrador al máximo en su sexo, fue el detonante para que ella estallara en un sonoro y convulso orgasmo, olvidándose de dónde estaba, de lo que hacíamos, siguió y siguió corriéndose sin importarle nada y cuando empezó a recuperar el aliento, de un salto se descabalgó para arrodillarse y masturbarme hasta recibir mi corrida en su cara, en sus pechos.
No sé cuántos de aquellos mirones se corrieron con nosotros, sé que el placer sentido era único.
Cuando tomé a Pilar para salirnos, algunos de los mirones daban golpecitos en las ventanas como aprobación.
Fuera nos esperaba el responsable, estaba terminando de abrocharse el pantalón por lo que deduje que él también lo había disfrutado. Nos dio unas toallitas húmedas para limpiarnos y de regalo el 50% de nuestra compra.
Salimos de allí acalorados, sudorosos, pero ambos con ganas de más.
Al llegar al coche y tras meter toda la compra en el maletero, la apoyé contra él y la besé con frenesí. “Me has pervertido totalmente. Yo una mujer casada, de familia de bien, procedente de una familia religiosa y con principios ¿qué me has dado para conseguir de mí todo lo que te propones?”
“No sólo lo consigo, sino que, además, lo disfrutas conmigo ¿verdad?”
“Si” me dijo mientras me miraba. “Te he echado en falta” sentenció. Mirándola a los ojos tomé el móvil y llamé a Pedro.
“Vamos para tu casa, tengo muchas ganas de esta hembra y me la voy a follar allí hasta cansarme, me quedo hasta mañana. Te lo digo para que prepares algo de comida, desalojes la habitación y te prepares el cuarto de invitados.
Cuando llegamos a la casa de Pilar, había conseguido que se volviera a correr en el coche, acompañando el movimiento del vibrador con los masajes de mis dedos en su clítoris.
Pedro nos abrió la puerta, los dos entramos, lo saludé como si de un viejo amigo se tratara y, tendiendo la palma de mi mano hacia Pilar, le pedí que me lo diera. Ella entendió el mensaje y sacó de su sexo el huevo que tanto juego nos ha dado hoy. Se lo entregué a Pedro diciéndole que lo limpiara para tenerlo disponible cuando se lo pidiera.
Pedro asintió y vio como besaba a Pilar delante suyo, como la magreaba y tiraba de ella hacia la habitación. Mientras subíamos las escaleras, la despojé de su ropa para tomarla en brazos y llevarla hasta la cama donde ella, obedientemente, se colocó en cuatro mirando hacia la puerta y esperando que la enculara, cosa que hice despacio, disfrutando del paisaje que tenía delante de mí.
Mientras subía las embestidas de mis caderas llamé a Pedro. Éste se quedó quieto en la puerta de la habitación, a la espera y viendo como su mujer era follada por el culo, gimiendo, disfrutando.
“Pedro, por favor, prepáranos la bañera, tu mujer no ha parado de recibir polla hoy y quiero relajarla ya que estaré follándomela toda la noche”
Dicho esto, Pedro se dirigió al baño para ejecutar la orden mientras Pilar y yo llegábamos al unísono a un potente orgasmo. Ella convulsionándose, gritando sin parar, yo vaciándome en sus intestinos, disfrutando del aquel cuerpo, de aquel culo que me pertenecía.
¿Queréis saber qué más pasó esa noche?