Pilar: mi experiencia

Una joven de 26 años cuenta en primera persona el proceso de seducción de su hermano adolescente.

Pilar: mi experiencia

Cuando la multinacional para la que trabajo desde hace tres años me comunicó que debía trasladarme a Zaragoza me llevé una grata sorpresa. Volvía a mi ciudad después de comprobar que lo que imaginé distaba mucho de ser real. Al principio la propuesta de trabajar en Madrid me pareció fantástica. Iba a iniciar una nueva etapa en mi vida y la capital de la nación se me antojaba el sitio perfecto para no parar de tener experiencias nuevas ligadas tanto a la faceta laboral como a la de las relaciones personales. Pasados los primeros meses comprobé que no tenía desarrolladas tantas habilidades sociales como imaginaba y que acaso mi carácter, reservado y poco dado a las superfluas zalamerías, contribuyera en gran medida a tener contados amigos. El tiempo tampoco lo gestionaba muy bien y no me acostumbré nunca a pasar casi dos horas moviéndome en transporte público para llegar desde donde encontré un piso de renta razonable a mi lugar de trabajo. En fin, que vi los cielos abiertos cuando el jefe de recursos humanos me dijo que debía volver a Zaragoza, a la ciudad donde nací y donde vive mi familia. Curiosamente no se me pasó por la cabeza otra alternativa que no fuera ir de nuevo a vivir a la que consideraba mi casa. Aunque era económicamente independiente y, por supuesto, no permitiría que mis padres cargaran con los gastos que generara decidí volver con ellos. La casa era grande y mi habitación estaba esperándome. Además, desde el mismo momento que comuniqué mi inminente vuelta tanto mis padres como mi hermano expresaron su felicidad por volver a acogerme. Mis padres contrariamente a lo que expresaban algunos conocidos suyos no deseaban que sus hijos abandonaran el hogar a no ser que las ansías de independencia o el deseo de formar familia propia de alguno de sus dos hijos así lo aconsejara. De momento la única que estaba en edad de merecer era yo. A mis veintiséis años, sin embargo, ni de coña iba a embarcarme en aventuras de ese calado y mi hermano, un adolescente espigado y taciturno, tenía aun muy lejos ese día. Y si, en efecto, tal como ya supondrán él es el protagonista de ésta historia. Bueno, él y yo, claro.

No soy, lo reconozco, una belleza y mi cuerpo tampoco es de los que hacen volver la cabeza. Soy tirando a bajita y ni mis tetas ni mi culo merecen renglón aparte en una descripción de mi figura. Soy, digamos, una chica normal que cuida mucho, eso sí, su apariencia; soy coqueta y gasto mucho de mi presupuesto en ropa y cosméticos. Me mimo y tengo como rutina acudir una o dos veces al mes a la esteticista. Quiero decir con todo esto que las distintas relaciones que he tenido han sido siempre fruto de un enamoramiento o, mejor, de un interés sexual que ha ido naciendo al calor del conocimiento paulatino, constante y regular. El chico con el que perdí la dudosa virtud de la virginidad era un compañero de facultad que ya conocía del instituto y mis dos siguientes y consecutivos, que no simultáneos, escarceos fueron, ya en Madrid, con un cliente al que estuve viendo durante meses para fijar las líneas del proyecto de inversión y, no podía ser de otra manera, con mi compañero de despacho al que, cuando trascendió, la aventura estuvo a punto estuvo de costarle un noviazgo de años. No soy lo que se dice una estrecha y mi problema - digamos mejor mi peculiaridad porque yo no lo vivo como un problema - mi peculiaridad, digo, es que no me relaciono bien; no tengo, que le vamos a hacer, el dominio de los tics sociales. Esa, y no otra, es la razón de mis escasos contactos sexuales que, no obstante, se suplir a la perfección con mi fantasía y mis dedos.

Cuando me mudé a Madrid, Javi tenía catorce años y había que ayudarle constantemente con las matemáticas. Ahora, a mi vuelta, Javi era un zagal de 17 años que aún tenía problemas con las ciencias y que destacaba, precisamente, porque no destacaba. Me explico. Nada en su atuendo era estrafalario. Ningún tatuaje en su piel. Ningún piercing en su anatomía. Ningún zarcillo, pendiente, aro o colgante en sus orejas. Javi a primera vista y para quien no lo conozca pasa por ser un chico un tanto en el aire. Parece absorto y cuando te mira o te escucha parece que lo hace volviendo desde un segundo plano en el que justo hasta ese momento, en el que tu atención lo rescata, estuviera viviendo. Me llamó enseguida la atención los libros que leía; siempre clásicos; siempre grandes nombres de la literatura universal. Guardaba, hay que decirlo, una cierta presunción intelectual fruto, casi seguro, del valor que atribuía a sus lecturas pero sólo la hacía presente cuando alguien en la tele, o mis padres, o yo misma, manifestábamos un juicio laudatorio sobre alguna novela recientemente publicada o sobre un autor que, a su parecer, era "pura mediocridad" . Me irritaba, lo confieso, ese aire de suficiencia en un chaval de 17 años y me enfrascaba en duras discusiones con él que siempre zanjaban, imponiendo paz, nuestros padres. Fue precisamente el título de uno de los libros que llevó a su habitación el detonante del interés sexual que despertó en mi: La filosofía del tocador, del Marqués de Sade.

¡ Mira que eres pedante¡- le dije - El señor no se la puede machacar como todo el mundo. No. Él tiene que meneársela con el Marqués de Sade. ¿no te parece un poco...plástico?.

Javi enrojeció y parecía estar completamente bloqueado. No supe en aquel momento si era ira contenida o vergüenza al sentir sus motivos descubiertos lo que le hacía enrojecer pero estaba como una grana.

¡ Tu no vas a ser como todos¡ ¡Faltaría más¡ ¡pura mediocridad¡ ¿no es así, como lo dices?, ¡si, pura mediocridad hacerse la paja con un Interviú, o un Playboy¡. Al señor le pone el Marques de Sade ¿ o no será – continué- que no te atreves a comprarlos? Sí, claro, es eso. Te da vergüenza comprar una revista de tías en bolas y te horroriza la posibilidad de que papá o mamá te la pillen. Pero claro, nadie sospecharía de la "filosofía en el tocador" - Continué cebándome -. ¿ Por qué no sacas una peli porno como todo el mundo?, Ah, se me olvidaba ¡eres menor¡. ¿Quieres que te saque una? ¿Algún título en concreto? ¿no? ... - y para rematar- ¿y mis bragas? ¿no? ¿tampoco te sirven mis bragas?

Mudo, rojo y sudoroso Javi – me dio lastima – entró con la cabeza gacha en su habitación y cerró tras él la puerta. No se atrevió a llevar el libro consigo y lo dejó en el anaquel del mueble del salón intentando disimularlo entre los otros títulos que contenía.

Le había infringido una derrota humillante pero no me sentía satisfecha; es más, estaba inquieta y enfadada. Mi actitud fue intolerable. Me pregunté que había pretendido con semejante forma de actuar y decidí disculparme de inmediato con mi hermano.

¡ Javi¡i –llamé desde el otro lado de puerta- ¡ Javi, abre por favor¡, ¡te pido mil veces perdón¡, ¡Javi, de verdad, perdóname¡. Soy una imbécil y me siento fatal, ¡por favor, te lo ruego, Javi, te lo ruego, abre por favor¡

Intenté trasmitirle mi sincero arrepentimiento; quería disculparme; arreglar la situación que tan imprudentemente había provocado y Javi, al fín, me abrió. Me senté junto a él en su cama y le tome la cara que mantenía hundida en el pecho.

Tio, de verdad - le dije- no se qué coño pasó por mi cabeza. Perdóname. Estoy orgullosa de ti, de veras que sí. Lo que pasa es que me jode que intentes darme lecciones y aunque se que tienes razón, algunas veces, mi orgullo no me permite admitirlo.

No, si tienes razón tu. – me dijo -. Es verdad que no tengo huevos para traerme a casa una peli guarra y qué quieres que te diga – continuó – no me veo comprando a hurtadillas el Hustler.

Oye, - intervine – que no me tienes que dar explicaciones de nada. Faltaría más. Cada uno hace con su sexualidad lo que quiera, pueda y le dejen ¿no?, pues ya está, asunto arreglado. Toma, te traigo el libro.

Lo cogió y soltándolo sobre la mesa de noche me espetó algo que me dejó helada. A falta de pan buenas son tortas – dijo- y añadió ... preferiría tus bragas.

Sonreí nerviosa y como al fin y al cabo había sido yo quién había destapado la caja de Pandora, le respondí que ahora no, que cuando llevara unas más sexys intentando salir lo más dignamente que pude de la tesitura, en la que, no obstante, yo sólita me había metido.

Aquella noche pensando en el interés de mi hermano por mi ropa interior mi libido se disparó. Estuve largo rato jugando con mis bragas, metiéndomelas una y otra vez por la raja de mi chocho hasta que estuvieron empapadas de mis jugos para después estimular mi clítoris suave y cadenciosamente hasta que me sobrevino un orgasmo bestial al que colaboró en no poca medida la visión imaginada de mi hermano con su polla en ristre oliendo y saboreando la estela de humores impregnada en el algodón.

A partir de aquel día contemplaba a Javi con otros ojos. Más de una vez me quedé absorta observando el tamaño y la forma de sus manos que prefiguraban las que serían, seguro, unas atractivas y recias manos de hombre. Más de una vez me detuve mientras almorzábamos todos juntos –era un rito al que mi madre daba un valor especial - observando la recia osamenta de su cara; el mentón bien delineado y el brillo de sus ojos grandes y negros. Su pelo corto y las patillas pronunciadas lo hacían realmente atractivo. Me preguntaba por qué no tenía, que yo le conociera, amigas e intentaba adivinar que su taciturnidad quizás fuera fruto de la misma dificultad para las relaciones sociales de la que yo adolecía. Al fin y al cabo éramos hermanos; a lo peor se heredaban tanto los rasgos físicos como las definiciones de carácter ¿quién sabe?.

Me propuse acercarme a él; abrirle mis sentimientos para que compartiera conmigo los suyos y bueno, también seducirlo. Jugar con Javi para ver adonde llegaba; si su timidez se volvía osadía con una persona a la que conociera y ante la que no tuviera que simular lo que no era ni disimular lo que era. Reconozco que en más de una ocasión tuve que contar hasta cien para no volver a disparar sobre él toda la carga de mi orgullo cuando lo oía postular sobre determinados temas. La política, el arte, la religión, la moda. Nada escapaba a su petulante juicio de resabiado imberbe. En el fondo, me decía, tan sólo es un adolescente luchando por autoafirmarse, por reivindicarse como adulto. Su inmadurez sexual, sin embargo, me impedía verlo a mi altura. Yo tenía amplia ventaja respecto a él en este aspecto y no iba a dejar de emplearla. De momento empecé a mostrarle aquellos encantos de mi cuerpo que sabía que lo turbarían. Era fácil abrir las piernas y dejarle entrever las bragas o cambiarme de ropa con la puerta entornada y de espaldas a su ángulo de su visión desabrocharme el sujetador y mostrarme por unos segundos sólo cubierta por mis braguitas. En el baño que compartíamos –mis padres disponían del suyo en su propia habitación- "olvidaba" de cualquier manera mi recién quitada muda de ropa interior y con la certeza de que Javi la iba a manipular y de que con toda probabilidad la pondría en contacto con su polla me iba tremendamente excitada al trabajo. Allí, en mi trabajo, me siento plenamente segura de mi capacidad para llevar adelante cuantos proyectos se me encomienden. Me he ganado con esfuerzo y seriedad la confianza de mis jefes y el respeto de mis compañeros pero cuando salgo del entorno de la empresa las cosas cambian. He vuelto a frecuentar las amistades que dejé cuando marché para Madrid pero no acabo de encontrar mi sitio entre ellas; hay algo que impide que compartamos con sinceridad y espontaneidad nuestras vivencias y casi seguro que está en mi el problema. Por eso, cuando llego a casa respiro; me expando y vuelvo a ser realmente yo. Si no me detengo en alguna tienda o no coincide que esa tarde tengo sesión en el centro de belleza voy directamente a casa.

Mi hermano suele haber llegado también. Lo encuentro casi siempre mirando la tele o leyendo algún poeta maldito en su habitación. Mi padre trabaja en una gestoría y el resto del tiempo lo ocupa jugando al mus; es un apasionado del juego y junto con sus amigos se pasa las tardes muertas en el bar de una sociedad cercana afinando sus habilidades. Mi madre es una entusiasta del baile y el ejercicio y acudir al gimnasio es para ella y su grupo de amigas una religión. Así que, por lo general, mi hermano y yo compartimos largas horas de mutua compañía. Una tarde decidí forzar la situación en aquel clima de tácita tensión sexual que se había creado entre los dos. Alquilé un DVD de Lars Von Trier , "Los Idiotas" e invité a mi hermano a verlo. Me habían hablado de la existencia de secuencias de sexo explícito pero obvié esa información cuando le dije a Javi que se trataba de una película independiente; que un compañero de trabajo, cinéfilo donde lo hubiera, me había comentado que era una buena muestra de cine dogma . Nos sentamos cada uno en un sillón y yo, naturalmente, me había desprendido de toda la ropa superflua. Una bata con un girasol tremendo pintado en la parte frontal, bastante cortita, sobre mis blancas braguitas como todo atuendo y una hora y media por delante para lograr, por lo menos, que Javi me hablara abiertamente de sus prácticas y gustos sexuales. Cuando aparecieron los primeros desnudos mostré con total naturalidad mi admiración por la erección que mostraba el protagonista en los vestuarios femeninos de lo que parecía ser una piscina pública. Javi callaba y sonreía mirando ora si ora no la película y el generoso triángulo blanco de mis braguitas que yo no cesaba de mostrarle. No me digas que no te han puesto las tías ¿eh? ¡menudos felpudos¡ me anime a decirle y para buscar que confirmara su excitación le confesé que yo sí que tenía las bragas mojadas. O no eres normal o se te ha puesto necesariamente dura , continué y Javi, finalmente, pronunció como de pasada que sí, que efectivamente, se le había puesto dura.

Cuando ya me lamentaba de no haber sabido exprimir la situación para conducirla donde yo quería vino en mi ayuda la escena de la orgía. El primer plano visto por detrás de la polla del actor entrando una y otra vez en el chocho de la actriz rubia casi hace desfallecer a mi hermano que no sabía si mirar la secuencia para recrearse en ella o mirarme a mi en busca de algún tipo de reacción. Menuda sorpresa te ha regalado tu hermana, ¿eh?. ¿Oye, no se te ocurrirá decirle a los viejos de qué va la pelí? . Por quién me tomas, respondió y yo aproveché la complicidad para preguntarle abiertamente, retóricamente en realidad porque sabía de antemano la respuesta que iba a darme, si ya lo había hecho. Le aseguré que no era nada extraño su caso, que yo misma me había estrenado a los 20 años y que bueno, que podía ser que los chicos se iniciaran un poco antes y que, por lo que sabía, solía ser de la mano de una chica mayor, con cierta experiencia. Estaba realmente cachonda y no iba a terminar la tarde sin que, por lo menos, le sobara la polla a mi hermano. Me levanté de mi sillón y me senté en el apoyabrazos del suyo. La diminuta bata me llegaba casi al culo y mis bragas estaban casi en su totalidad a la vista. Posé mi mano sobre su bragueta y le dije, no recuerdo bien en qué términos, que no podía seguir así de empalmado. Descorrí la cremallera del vaquero y cuando mis dedos tocaron directamente su polla Javi tembló y su estómago se contrajo como dos veces en lo que intuí era un intento por no correrse. Su leche salió bastante licuada empapando mi mano y manchando sus ropas. A todas estas mi chochito seguía manando jugos. Se había corrido sin casi tocarlo pero eso entraba dentro de la lógica de los acontecimientos. No me sentía frustrada porque comprendía que aquello era sólo el principio. El primer paso ya estaba dado y de ahora en adelante las cosas no podían sino mejorar. Me quite la bata y me saque las bragas. Estaba por vez primera completamente desnuda delante de mi hermano y su polla parecía agradecer la visión de mi cuerpo. ¿estoy a la altura de las de la peli?, estás mejor, me contestó. Su polla temblaba con pequeños y continuados espasmos. Iba, justamente, a tocársela pero me detuve porque sonó el inconfundible ruido del ascensor. Vivíamos en el quinto y último piso lo que significaba que muy probablemente o mi madre o mi padre regresaban. Quité el DVD del reproductor, recogí mis bragas y contoneando las caderas me metí en mi cuarto al tiempo que mi hermano se metía en el suyo entre otras cosas porque tenía el pantalón y el calzoncillo manchados de semen.

Ni que decir tiene que esa noche mi cuerpo agitado no tuvo tregua. Mis dedos ansiosos recorrieron arriba y abajo los hinchados labios de mi chochito y pellizcaron mi clítoris mientras me retorcía de placer rememorando la polla de Javi. Me pareció bien proporcionada y desde luego era la más bonita que hubiera tocado nunca. Quería cruzar el pasillo que separaba nuestras habitaciones y hacerle una mamada que le extrajera hasta la última gota de sus testículos. Me calme pensando en que al día siguiente vería recompensadas las carencias que esa noche padecía.

Ya en la ducha matinal me asaltaron las ganas y para dejarle el recadito a Javi de que por la tarde esperaba continuar con mis pesquisas eróticas le dejé colgadas sobre el gancho de la alcachofa las mismas bragas que ayer me había quitado en su presencia. Las horas que pasé en la empresa se me hicieron eternas fija como tenía la mente en que esa tarde, necesariamente, mi hermano me iba a comer el chochito y que luego, quien podría saberlo, a lo mejor la fiesta se prolongaba. Después de fichar a la salida y camino de mi casa sólo me entretuve en una cafetería de la zona para tomar un café y, sobre todo, para sacar del dispensador del baño dos preservativos. Tenía que ser tan discreta como previsora. Esperé a que primero mi padre y después mamá abandonaran camino de sus entretenimientos la casa y quedamos, por fin, Javi y yo solos. No había tiempo que perder así que me abriendo de par en par la puerta de mi dormitorio llamé a mi hermano al tiempo que comenzaba a desnudarme; cuando apareció en el umbral me estaba bajando las bragas. Me senté, entonces, en la cama y tocándome mi bien cuidado monte de venus lo invité a contemplar bien de cerca mis sonrosadas y mojadas interioridades. Cuando se arrodilló entre mis muslos me recliné sobre la cama, cerré los ojos y me dispuse a disfrutar. Javi era inexperto y esa baza, contrariamente a lo que el lector pueda pensar, jugaba a mi favor. Comenzó explorando con sus dedos el contorno de los labios, acariciando con las yemas de sus dedos la totalidad carnosa y palpitante de mi sexo y después de un largo rato su tibio hálito de curioso adolescente se apropió del prominente clítoris. Su lengua se detenía deliciosamente en cada detalle de mi anegado coño. Mi hermano no tenía prisa porque aquel territorio era completamente desconocido para él y sus pasos eran lentos, prudentes. Los ligues que había tenido conocían aquel paraje, similar a todos los que habían transitado con anterioridad, y se conducían rápido porque su destino era otro. La querían meter. Su meta era penetrarme. Javi no tenía esa premura. Para él todo era un regalo. Le estaba dejando conocer aquello que tantas veces había rastreado en mi ropa interior.

Bebía directamente de la fuente y eso colmaba todas sus expectativas. Javi no se cansaba de ver, tocar y chupar y yo, oleada tras oleada, no cesaba de gozar. Imaginaba que debía sentir algo parecido a lo que yo experimenté la primera vez que hice una felación. Recordaba que no dejaba de maravillarme aquel pedazo de carne duro y venoso que me metía una y otra vez en la boca como si fuera el más caliente de los helados que jamás hubiera comido; y recordaba, también, la impresión que me causó el latigazo de semen que me golpeó la garganta y que me hizo atragantar y toser. Le pedí que parara y cuando me incorporé le hice desnudarse de mitad para abajo. Quería devolverle el placer que me estaba procurando pero tan pronto rocé con mis labios su polla noté tal cantidad de líquido preseminal en la punta de su glande que intuí se correría de inmediato. Y así fue. El esperma que salió espeso como magma brotando de un cráter se depositó mansamente en mi boca y fue un gran contraste la placidez de la eyaculación con la crispación del rostro sudoroso del que provenía. Esperé a que se tranquilizara hablándole de lo bien que lo había hecho y lo mucho que había disfrutado; le dije que parecía todo un experto, y que ninguno de mis anteriores amantes le llegaba a la altura de los zapatos. Su sonrisa franca y distendida me hizo acariciar la esperanza de proseguir el juego. Tenía que despertar el lado más animal de la sexualidad de mi hermano y recurrí a mostrarle de la forma más obscena que se me ocurrió mi chocho. Le di la espalda y me agache sin flexionar las rodillas ante sus ojos. Mis labios hinchados ribetados de vello asomando entre los muslos debían, si no me fallaban los cálculos, provocarle una erección. En aquel momento era una hembra de mamífero intentando celar a un macho de la misma especie y el experimento funcionó. La polla de Javi cobró la rigidez precisa para calzarle un preservativo y mientras le preguntaba con voz mimosa si le gustaría emular la escena de la película en la que la rubia era penetrada una y otra vez por la polla del tío echado en el suelo de madera, me fui acercando a la suya hasta tenerla toda dentro. Apenas tuve tiempo de cabalgarlo porque de nuevo, era demasiada la excitación, se corrió. En el preservativo apenas quedaron restos de su eyaculación. Disfruté mucho de aquel primer encuentro y hoy que ya conocemos los estímulos de nuestros cuerpos sigo, de otra forma, pasándomelo en grande. Chao.