Pilar III
Se inicia un nuevo giro en la relación.
Pilar III
Llegamos a la habitación comiéndonos mutuamente, con ansias, con ganas.
Nada más entrar Pilar caminó hasta el centro de la habitación y, mientras me miraba con su pícara sonrisa, se despojó del traje quedando sólo como la vi en la mañana, zapatillas de tacón y el tanga.
Dios ¡¡ que delicia de cuerpo, que suavidad de piel, sus pechos duros y firmes con unos pezones sensibles a mi tacto y erectos en todo momento. Que delicia de hembra, mi hembra. Me aproximé a ella para tomarla en brazos y depositarla al borde de la cama. Apresuradamente me despojé de toda mi ropa mientras manteníamos la mirada clavada el uno en el otro.
Me arrodillé situándome entre sus piernas y mis manos separaron al máximo sus rodillas. Ella me miraba, volvía a mordisquearse el labio mientras yo, desde mi perspectiva, veía sus pezones aún más erectos.
Poco a poco comencé a besar y lamer el interior de sus muslos, despacio, prolongando el juego al máximo, quería tenerla en vilo, ansiosa, quería que se desesperara por sentir, ella lo entendió y se dejó hacer.
Cuando mi boca llegó a la orilla de su sexo, ya gemía sin control, agitando todo su cuerpo, cuerpo del que yo ahora era dueño y señor, cuerpo que me pertenecía para mi disfrute pleno y doy fe de que así lo haría.
Aparté con mis dedos la fina tela del tanga para descubrir su vulva palpitando, húmeda y dilatada. La llegada de mi lengua a su clítoris fue lenta, pausada deliberadamente, controlando el momento, no quería que se corriera aún.
Besaba los labios mayores, lamía los menores, jugaba con su clítoris de nuevo y Pilar desesperaba cada vez más. Sus gemidos eran más audibles, su entrega total cuando ya me lancé de pleno a por su botón del placer hasta hacerla gritar con su orgasmo. Orgasmo a los que ya me estaba acostumbrando, con espasmos, con gemidos, con suspiros, con abrazos, con un abandono total y mi reconocimiento de su entrega.
Mi deseo era total y no la dejé recuperarse, inmediatamente la tomé de las caderas girándola, colocándola en cuatro para hacerme con mi más preciado tesoro, su ano.
Me recibió con ansias, yo paré a medio camino mientras la penetraba y ella, de un golpe de caderas, terminó de metérsela íntegramente. Mi pubis pegado en sus nalgas apretando, así estuvimos un rato hasta que empecé a moverme, lentamente al principio, saliendo por completo para introducirla nuevamente milímetro a milímetro, disfrutando del espectáculo de Pilar sometida, entregada, su espalda brillaba por el sudor, sus nalgas dibujaban el corazón perfecto, su ano recibía mi pene una y otra vez, ajustándose al tamaño, a las acometidas que se acompañaban de los gemidos y jadeos que me volvían loco.
Sin darme cuenta cómo, ella se corrió dedicándome toda una serie de jadeos que me sonaban a música celestial y rápidamente se liberó de mis embestidas para girarse e incorporarse en la cama y, tomándome del cuello me recostó sobre la cama, boca arriba, para pasar una de sus piernas por encima de mi cuerpo y situarse en postura cómoda para ser ella la que llevara las riendas.
Tomó mi pene con su mano, se lo introdujo y mirándome empezó a sonreír mientras me decía “que ganas de verte así” comenzando a mover sus caderas en una cabalgada feroz.
Por mi parte me dejé hacer, disfruté de su cuerpo, de sus pechos con mis manos, con mi lengua, mordiéndolos y en todo ese disfrute me di cuenta de que era la primera vez que tenía a Pilar, mi hembra, en la cama.
Siguió cabalgándome y estirando su espalda, poniéndose muy recta, para facilitar que mis manos amasaran sus pechos y mis dedos pellizcaran sus pezones. El orgasmo de ambos fue sincronizado y al unísono cayendo ella derrotada sobre mi pecho y respirando los dos pesadamente.
Cuando tuvimos a bien recuperarnos, nos metimos en la ducha. Enjabonamos nuestros cuerpos mutuamente, nos desvivimos en caricias lascivas, obscenas, morbosas, disfrutamos el uno del otro.
Sin darnos cuenta eran ya las 9 de la noche, hora de regresar a nuestras vidas.
La llevé de regreso a la oficina para que tomara su coche y allí me despedí con un profundo beso mientras apretaba con mis manos sus nalgas.
Esa noche fue la primera vez que, al llegar a mi casa, puse la excusa de un fuerte dolor de cabeza para evitar posibles intentos de aproximación sexual. Eso sí, recompensé a mi pareja con toda la dulzura del mundo.
Los días pasaban y nuestra relación era cada vez más intensa y morbosa. Mis viajes me impedían disfrutar más de ella, pero era recompensado con muchos mensajes al móvil, al WhatsApp, con llamadas muy “calientes” por parte de ambos.
Un día estaba en la oficina disfrutando de Pilar, de la visión de esta encantadora mujer, recreándome en como me la había mamado por la mañana nada más llegar o como la había enculado más tarde en los baños, cuando entró una persona que yo desconocía, un hombre de mediana edad, bajito y con algo de sobrepeso que se dirigió directamente a la mesa de Pilar, saludándola con un beso y sentándose a hablar con ella.
Pilar mostraba síntomas de inquietud y, en un momento determinado, se levantó y vino hacia mi oficina. “uhmm, no sé cómo decírtelo, pero está aquí mi marido y quiere ir a tomar un café conmigo”
Perfecto¡, le dije, preséntamelo. Pilar quedó sorprendida por mi reacción, pero con calma se giró y lo llamó.
“Pedro, te presento a Carlos, mi jefe”
Enseguida le tendí la mano, “encantado Pedro, ya tenía ganar de conocerte. ¿Qué tal todo?, perdona, pero has de disculpar que rapte a tu mujer tantas horas. Esto ya casi depende de ella para funcionar día a día”
Le dije con un fuerte apretón de manos. Es curioso, pero, tener delante de mí al marido de Pilar y estando ella presente despertó en mí una sensación de lo más morbosa. En ese momento mi mente barajó infinidad de posibilidades y variantes en nuestra relación.
¿Tienes tiempo de un café? Le dije y, sin esperar respuesta de su parte, le tomé del brazo empujándolo hacia la puerta.
¿Nos acompañas? Le dije a Pilar que se había quedado en la puerta de mi despacho. Camino de la cafetería que teníamos en los bajos del edificio, tenía a Pedro a mi lado izquierdo, charlaba con él de su trabajo, de la situación del mercado, volví repetidamente a alabar el trabajo de Pilar que, caminando a mi derecha, aprovechaba cualquier giro para rozar su cuerpo.
En la cafetería nos sentamos en una mesa, Pedro frente a mí, Pilar a mi lado. Pedimos unos refrescos y seguimos en una charla banal, mientras yo sentía el roce del muslo de Pilar, notaba sus pezones erectos despuntando en la tela de la blusa y mi mente estaba ya orquestando los siguientes pasos a dar con ambos.
En un momento de la charla, mi mano se posó sobre el muslo de Pilar, por debajo de la mesa, sin ser vistos y ella, cruzó sus piernas acercándose más a mí y para alejar, de miradas indiscretas, las maniobras de mi mano mientras Pedro, su marido, seguía charlando conmigo animadamente.
Mi mente seguía valorando diferentes posibilidades en esta situación.
En un momento determinado, llamaron a Pilar al móvil y esta nos dijo que la reclamaban, que tenía que subir, y dándole un beso a su marido se despidió de él mientras los dos la veíamos salir por la puerta.
Miré a Pedro y dije en tono entre sarcástico y de broma “creía que el único que podía reclamar a Pilar era yo”, hubo un leve silencio y los dos estallamos en una sonora carcajada.
Seguí un rato escuchando a Pedro hablar, comentarme cosas, me lancé a decirle que estaba muy cómodo con él, que lo invitaba a comer a lo que él, teniendo el día libre, acepto y allí mismo, en la cafetería en la que estábamos, comimos.
Una botella de vino fresco (solo para él, yo no bebo alcohol) bastó para intimar, que me contara las típicas cosas “de hombres” y poco a poco, en nuestra conversación, descubrí dos cosas. La primera su problema de próstata que le ocasionaba una “ligera” disfunción eréctil, lo segundo su pasión por temas sexuales, era consumidor de sexo por internet y me mostró, sin darse cuenta, su lado más “sumiso” en el tema.
Ya tenía mi siguiente paso en preparación.