Pilar, de secretaria a mi juguete.
Relato real del inicio de una relación infiel pero intensa.
Pilar, de secretaria a mi juguete
En la empresa en la que trabajo llevo muchísimo tiempo solicitando un administrativo que, además, pudiera encargarse de temas míos cuando estoy de viaje.
No quise entrar en el proceso de selección y así se lo comuniqué a mi gerente, depositando en él toda mi confianza.
Una mañana me llamó (él nunca está en la empresa, ha trabajado bastante en su vida y para eso nos paga a sus empleados) y me comentó que había dado por concluido el proceso y que, esa misma mañana, se presentaría la nueva administrativa y secretaria.
Tras un rato de charla y puesta al día de situaciones laborales y personales, colgué el teléfono y fue cuando me di cuenta que dijo “la nueva administrativa”, es decir, era chica cuando yo siempre pensé que contrataría a un chico.
A las 10am me indicaron que había una persona que quería verme, era ella, la nueva administrativa. Tuvo que esperar un poco (yo estaba al teléfono con otro de los directivos de la empresa) hasta que la hice pasar a mi despacho.
Saludo cordial y las típicas presentaciones. Me entregó su CV y estuvimos hablando de su experiencia en este tipo de puestos. Por supuesto ella era una elección del CEO de la empresa y no sería yo quien dijera que no, pero, tras un rato de reunión con ella, tampoco me hubiera apetecido.
Mientras ella respondía a mis preguntas pude valorarla, mediría 1,55 o 1,60 de altura, cuerpo cuidado y de cultura de gym, unos 36 años, pelo negro (este color azabache tenía que ser teñido) con ojos color avellana y venía perfectamente vestida (mostraba su aplomo en estas situaciones y su experiencia y profesionalidad) con un traje de pantalón y chaqueta negros, camisa blanca de botones delanteros y abierta justo hasta donde debía, zapatos negros de tacón medio.
La verdad es que, lejos de la cantidad de trabajo que tendríamos, no estaba mal. Le di la bienvenida a la empresa y le advertí que tuviera paciencia conmigo, “soy exigente con las cosas y me gusta hacerlas bien, además de ser un defensor del orden y la estética”
Escuchado esto, ella sonrió y comenzó a posicionarse en su nuevo puesto.
La verdad es que, pasados dos meses, yo estaba muy contento con Pilar. Había captado a la perfección mis gustos y formas de hacer las cosas. No había puesto impedimentos a las horas de más que teníamos que hacer dadas las cargas de trabajo. Siempre con una sonrisa muy agradable y un perfecto saber estar.
En estos meses yo me sentía cada día más confiado en ella y más locuaz. Aceptaba mi humor entre pícaro y sarcástico sin problemas y me seguía el juego. Además, Pilar también tuvo otros cambios vistiendo un poco menos seria que el primer día, pero siempre con muy buen gusto, elegancia y el saber estar de resultar sexy sin pasarse.
Tras dos días de viaje llegué tarde a la oficina, me sorprendió ver allí a Pilar sola.
¿No te has ido a casa? Le pregunté. No, tenemos pendiente el proyecto de (….) y no sabía si querías que lo comentáramos ahora. La miré, le sonreí y le hice señas de que pasara a mi despacho.
Una vez allí, ella sentada, empezó a comentarme los detalles que había que tener en cuenta mientras yo me quitaba la chaqueta y la corbata. Me senté escuchándola y me quedé absorto mirándola, hoy estaba especialmente atractiva. Una falda ejecutiva a medio muslo con apertura lateral que, al cruzarse de piernas, se le subió ligeramente dejándome absorto en esos torneados y espléndidos muslos. Una blusa muy fresca (el calor del verano) con un par de botones abiertos que insinuaban su “canalillo” sin dejarme ver más. Resumiendo, entre el cansancio del viaje y los problemas del trabajo, estaba despistado y volviéndome loco con ese majestuoso cuerpo que tenía delante.
Charlábamos, me sonreía, hice un par de comentarios de los “míos” (pícaros) y distendimos el ambiente.
Me levanté de la mesa y empecé a caminar por el despacho mientras ella seguía hablando. Me fijé que le picaba la pierna y, mientras seguía poniéndome al día, se inclinó ligeramente para rascarse, de forma muy suave, casi erótica, y que me permitió asomarme, desde lejos, por su escote viendo las copas del sujetador que aprisionaban sus pechos.
Estaba situado detrás de ella cuando, sin pensármelo, mi mano acarició su pelo, tomándola de él sin que ella se resistiera. Su silencio casi me mata, pero, cuando vi sus ojos clavados en los míos, solo pude llevar mi otra mano hacia su cara, acariciándola para terminar con mis dedos jugando en sus labios. Su mirada nunca se desvió, ni en el momento en que abrió sus labios para lamer y chupar mis dedos.
Dios, que delicia y promesa de muchas cosas.
Pilar, dócilmente, se dejaba hacer mientras con la mano que le sujetaba del pelo, tiré de ella para incorporarla y lanzarme a comerme su boca, sus labios dejando que mi lengua entrara entre ellos y se enredara con la suya.
Estaba en eso cuando sentí como manipulaba su falda y esta se deslizó hasta el suelo. Me separé un poco para contemplarla, que espectáculo. Mientras mis manos desabotonaban lentamente su blusa, ella sumisa se dejaba hacer mientras me miraba y se mordisqueaba el labio inferior.
“Como secretaria has de estar para todo” le dije, “y voy a ser muy exigente contigo”
Dicho esto, mi mano acarició sus muslos subiendo hacia su entrepierna, la encontré dispuesta, caliente y muy mojada. Mis dedos apartaron la poca tela del tanga para jugar con los labios, separándolos y sintiendo su humedad. Durante toda esta manipulación ella mantuvo su mirada fija en mis ojos.
Vi transformarse su rostro cuando su primer orgasmo la sacudió mojándome, aún más, mis dedos. “Bien niña” le dije “así de entregada te quiero, dispuesta siempre para mí y para lo que yo quiera hacer contigo”
“¿Estas casada?” le solté de sopetón y ella, recuperándose del orgasmo, sujetando mi mano en su sexo, me miró, se mordió el labio de nuevo y asintió con la cabeza.
“Bien, las casadas tienen experiencia e intuyo que tú, como en el caso de muchas, no estás satisfecha. Tu macho está ahora delante de ti, macho al que vas a pertenecer en cuerpo y alma”
Ella, por respuesta, se arrodillo ante mi liberándome del pantalón para, desesperada y golosamente, ofrecerle el arte de su boca. Una boca que besaba, lamia, chupaba y mamaba mi pene como pocas veces lo han hecho. Con ansias, con ganas y, en todo momento, mirándome a los ojos.
Yo con más ganas que otra cosa, la incorporé, la liberé de blusa y sujetador, me comí sus preciosos pechos, lamí sus erectos pezones mientras ella temblaba al borde de otro orgasmo.
Este orgasmo la liberó en el momento que la tomé en brazos y alzándola, la atraje para mi penetrándola. Caminé hasta la pared buscando el apoyo y allí me la follé por primera vez. Sus piernas enlazadas en mi espalda mientras mis manos sujetaban sus nalgas.
Estaba tan mojada que se escuchaba el chapoteo de mis embestidas en todo el despacho. Tembló, gimió, imploró que siguiera hasta que estalló en otro orgasmo largo y con espasmos.
Momento que aproveché para desacoplarme de ella, llevarla hasta la mesa de mi despacho, apoyarla dándome la espalda y volver a penetrarla.
Que delicia sentir aquel cuerpo entregado entre mis manos y más cuando, con la calentura que los dos teníamos, le saqué mi pene para pasarlo por sus nalgas e iniciar la conquista de su culo.
Se sobresaltó, gimió, sentí un poco de resistencia, pero cedió cuando me acerqué a su oído y le dije “ahora tu macho te va a marcar, no hay vuelta atrás”
Pilar simplemente suspiró y se abandonó al abordaje que hacía yo de su cuerpo. Mientras gozaba con cada penetración, mis manos recorrían su cuerpo, su espalda, sus pechos, una de mis manos llegó a su clítoris y empecé a agitarlo con fuerza, esto hizo que pilar arqueara la espalda, se tensara y en el preciso momento que yo eyaculaba en sus intestinos, ella alcanzó otro poderoso orgasmo.
Este orgasmo la dejó rendida, respirando ahogadamente mientras se recostaba sobre la mesa y yo me desacoplaba de su cuerpo. Durante un rato y mientras me limpiaba, la vi así, derrotada sobre la mesa, respirando pesadamente.
La ayudé a incorporarse y a vestirse, la falta, la blusa que le dije llevara, a partir de ahora, sin sujetador (este lo tomé del suelo guardándolo en un cajón de mi escritorio), las zapatillas de tacón. Mientras se arreglaba un poco el pelo, la tomé de la barbilla volviendo a besarla y al encontrar su mirada clavada en mí, le dije “señorita, empieza usted un nuevo capítulo de su vida. Ahora soy el dueño y señor de ti, de tu cuerpo, soy el macho para el que estarás lista y pendiente cada día. En casa te espera tu marido, fuera de tu casa sólo eres mía. Ahora ve, prepárale la cena y cólmalo de cariño, pero nada más que eso. No puedes ser suya sin mi permiso. Mañana tenemos que empezar a preparar muchas cosas”
Salimos de la oficina, era tarde y por eso no nos importó que nos vieran de la mano mientras la acompañaba hasta su coche.
Entró, arrancó y se fue mientras me quedé mirándola y pensando… ¡qué suerte la mía, vaya joya he encontrado¡¡
(seguirá)…..