Pies en el metro
Lo publiqué ya hace tiempo, lo borré, y ahora lo recupero. Una historia cortita sobre los hermosos pies de una chica que hipnotizan al protagonista en un vagón de metro.
Cuando has entrado en el metro y te has sentado enfrente de mí no podía suponer, ni siquiera imaginar, el maravilloso espectáculo que inocente e involuntariamente me ibas a dar.
Has entrado en una parada de metro posterior a la mía, y te has sentado en el asiento frente a mí a pesar de haber varios libres. No sé ni tu nombre ni tu edad, pero no te calculo más de veintidós.
No eres muy alta, pelo corto, moreno, a lo Carson, no muy maquillada, vistiendo un elegante traje negro de chaqueta y pantalón. Sin duda sales del trabajo, y se te ve cansada.
Al sentarte, mi mirada, como un resorte, va a tus pies. Calzas unos tacones negros, a juego con el traje, y después del inclinado empeine se adivinan, a través de la suave tela de la media de Nylon color carne, el nacimiento de los dedos, incluso el meñique casi se ve entero, pues no cabe apenas en los ajustadísimos zapatos que calzas.
Dejas en el suelo, junto a tus pies, tu bolso, algo grande, pero elegante, de un color piel, como las medias que llevas puestas, y cruzas la pierna derecha sobre la izquierda. Enseguida el talón de tu calzado infernal se desprende de tu pie, dejando a la vista parte de la hermosa superficie de su planta, el hermoso talón que veo en todo su esplendor, y lentamente deslizas el zapato hasta balancearlo en la punta del pie, mostrando a cada vaivén del maldito opresor de tus hermosos pies una hermosura sin comparación, un pie perfecto, delgado, estrecho, cubierto delicada y ajustadamente por la suavidad de la tela de nylon de la media que le proporciona una hermosura casi aun mayor, lo cual no me impide desear tener esos pies descalzos entre mis manos para lamerlos, olerlos, acariciarlos y terminar por arrancar las medias con los dientes tras recorrer su hermosa planta con mi lengua y mis besos, y así poder repetir las acciones con los pies ya desnudos, pudiendo saborearlos mejor, olerlos mejor, sentirlos mejor.
Me muevo incomodo, notando mi excitación crecer, y me veo obligado a cruzar mis piernas para que no se note en el pantalón de mi traje de seda italiana.
Paramos en la siguiente estación y no te mueves. Me tengo que bajar en la próxima, pero he decidió ya quedarme por lo menos hasta donde tú te bajes: Tus pies me tienen hipnotizado.
Miro a los lados, en donde estamos sentados no hay nadie más, solo hay un par de personas más al otro lado del vagón. El tren se pone en marcha, y al entrar en el túnel, resoplando, te calzas el zapato con un hermoso y ágil movimiento de tu pierna y tu hermoso pie y lo apoyas en el suelo, junto al otro. Vuelves a resoplar y coges el bolso poniéndolo entre ambas piernas. Despacio descalzas tus dos pies a la vez, apoyándolos en el interior de los zapatos. Trago saliva, la hermosura de tus pies no tiene comparación a nada que haya visto nunca. Son largos, estrechos y delicados, de dedos no muy largos, pero tampoco cortos, acabando en unas uñas perfectamente recortadas y lacadas en un negro a juego con tu traje.
Sin pensarlo más, cruzas de nuevo tus piernas, apoyando ahora tu hermoso pie izquierdo descalzo en tu muslo derecho, y empiezas a frotarlo y acariciarlo con tus manos. Mi erección ya va en aumento, y desearía ser yo quien tuviera ese pie entre las manos, o mi polla entre ese y su compañero, hasta que mi leche los llenara de esperma.
Vuelvo a imaginarme arrancándote las medias tras lamer tus pies para poder lamerlos después de nuevo. El tren se detiene en mi parada, pero me he quedado hipnotizado viendo tus pies, tanto que creo que me lo has notado, y has sonreído cambiando ahora de pie, empezando a masajear el derecho mientras lo apoyas en el muslo izquierdo y el izquierdo esta ahora apoyado en el suelo del vagón, descalzo del todo, junto al zapato de tacón. Deseo ser suelo para lamer esa planta.
El tren se pone de nuevo en marcha, y poco después de entrar en el túnel cesas el masaje y apoyas el pie derecho en el suelo también, al lado de su zapato correspondiente. Me miras y me sonríes, de tus labios sale algo, pero no sé el que, solo tengo los sentidos puestos en tus pies descalzos. Vuelves a sonreír y cogiendo los zapatos de tacón los guardas en el bolso para a continuación sacar unas manoletinas negras que te calzas en chancla, dejando tus talones fuera. Tus dedos se adivinan también tras el empeine, y deseo quitarte las zapatillas para obligarte a andar descalza y después limpiar tus pies sucios a lametazos, volviendo a imaginarme con tus medias rotas entre mis dientes tras dejarlos limpitos.
Sonriente, te levantas, te veo andar despacio, casi arrastrando los pies para que no pierdas las manoletinas que no calzas del todo, dejando a la vista ese hermoso talón con el que todo ha comenzado. Al levantarte te acercas a mí y me sonríes.
- Mañana si quieres me das tu el masaje. – me susurras sonriendo.
Y antes de perderte noto como me corro solo de pensarlo.
Ojala sea y mañana, pienso mientras te veo perderte, sonriente, con las manoletinas en la mano, descalza, con tus hermosos pies cubiertos por las medias dando pasos cortos por el andén y despidiéndote de mí una vez el tren arranca y pasa junto a ti.