Pies de pizzero a domicilio 5 (final)
Una fantasía fetichista. ¿Cómo sería poder descalzar sin su consentimiento los pies de un chico guapo y heterosexual? ¿Y poder hacer con sus pies lo que uno quiera? ¡Fuera zapatillas de deporte y calcetines!
Mi boca y mi lengua llegaron ya para entonces a la planta del pie derecho de Aniol, habiendo engullido el hilo de queso. Y por eso, mi lengua se adentró en un mundo de placeres gustativos al empezar a lamer la planta del pie derecho de Aniol, desde el talón hasta los dedos de ese pie. Y claro está: no me olvidé de limpiar también con la lengua el espacio de entre dedos del pie derecho y desnudo de Aniol, donde se había quedado atrapado algún trozo de cebolla o algún rastro de salsa y de queso mozzarella. Aniol hacía fuerzas y más fuerzas con las piernas, rojo de los esfuerzos y arqueando, enrabiado y sensible a mi lengua, los dedos de ambos pies descalzos. La voz de Aniol sonaba cada vez más suplicante mientras me decía en lo que querían ser órdenes:
-¡Paraaaa! ¡Aparta esa lengua ya de miiií! ¡Aaaah! ¡Puto marica!
Aunque sabía que tenía que actuar rápido para que, entre movimientos y arqueamientos de los dedos de los pies desnudos de Aniol, no se fuera al suelo ningún ingrediente de la pizza incrustado o atrapado en la zona de entre dedos (y algunos cayeron), no perdí la oportunidad de comentarle a mi Aniol con voz dulce y paternal:
-¡Vamos, Aniol! No es para tanto , te estoy haciendo un lavado profundo de pies mientras me como la pizza. ¡A tu salud!
Para aquel momento, por suerte, ya tenía limpia y bien lamida la planta del pie derecho de Aniol, incluidos los resquicios de entre los dedos. Mi lengua se posó, pues, en la planta del pie izquierdo de Aniol y esta vez comencé lamiendo y chupando los dedos de ese pie y los espacios que había entre ellos, en busca de los trozos de cebolla y otros ingredientes que hubieran sobrevivido a los movimientos nerviosos y de resistencia que hacía Aniol con aquellos pies descalzos. Después bajé con la lengua por la zona carnosa y abombada, y cubierta sobre todo de queso, de más abajo del inicio de los dedos del pie izquierdo de Aniol, en aquella planta que se me hacía un sendero al paraíso. Descendí a continuación por la zona central y de piel más blanquecina de la planta del pie izquierdo de Aniol, engulléndolo todo, y recorrí y pasé así, a lengüetazos, toda la parte arqueada de ese pie izquierdo de mi Aniol y terminé lamiendo el talón rojizo y con una concentración especial de trozos de cebolla. Mi boca, entonces, se alejó de las vulnerables plantas de los pies descalzados de Aniol y las miré y disfruté al comprobar que estaban bien limpias y lustrosas, brillantes gracias a mi saliva y ya no tanto por el sudor, sin duda. El silencio era absoluto en el dormitorio y yo sabía que aquello se acababa , pero Aniol no y me contemplaba con la cara sudada, fatigado de cansancio, y con un punto de rabia contenida y de odio que me ponía más y más cachondo. Con un sentimiento ya de nostalgia incipiente y sin dejar de agarrarle todavía los tobillos, acerqué mi mejilla a ambas plantas de los pies desnudos de Aniol y la pegué a ellas , restregándome en ellas, en esas plantas suaves y tiernecitas de los pies descalzos de mi Aniol. Mientras lo hacía, le espeté a Aniol como si el chico fuera un bebé:
-¡Ay mi Aniol y sus pies descalzos! ¡Qué bien te los he dejado!
Aniol guardaba silencio, consternado, temeroso e indeciso. Creo que en su interior, Aniol pensaba que había sido un cobarde al dejarse humillar y no hacer nada por impedir que yo consiguiera lo que quería: descalzarlo y hacerle de todo en sus enormes y bellos pies desnudos. Pero no le había hecho de todo a Aniol, ahora que lo pensaba , y manteniendo la planta de su pie derecho ante mí y soltando su tobillo izquierdo para que posara ese otro pie en el suelo (cosa que hizo enseguida) acerqué mis dedos y
-¡Cuchi, cuchi, cuchi, Aniol!- empecé a hablarle a Aniol a la vez que le rascaba con los cinco dedos de mi mano la planta vulnerable de su pie derecho -¿Tienes cosquillas en los pies, Aniol?
Aniol se movió y retorció, al sentir y sufrir esas cosquillas en la planta de su pie derecho, hasta que no pudo más y de su boca cerrada y seria salió una risa que en principio era discreta, y por ello no suficiente para mí, al mismo tiempo que me rogaba:
-¡No, por favor ! ¡Ja, ja, ja! ¡Cosquillas en los pies, no!
La visión era del todo cómica: Aniol se levantó de la cama a pata coja con espasmos de saltimbanqui (ahora un saltito nervioso, ahora otro ) y con su pie derecho, y descalzo, en alto, aprisionado por mi mano que le agarraba firmemente el tobillo. En silencio y con mi otra mano, cada vez más rápido y con más énfasis, rascaba y rascaba la planta desnuda e hipersensible del pie derecho de mi Aniol, observando como el pobre Aniol arqueaba hacia adelante y hacia atrás los cinco dedos de ese pie derecho. Pronto, Aniol perdió el equilibrio y volvió a precipitarse de culo en el colchón de la cama, quedando recostado y más indefenso si cabe. La creciente risa nerviosa e histérica de Aniol ante aquellas cosquillas en su pie desnudo era música celestial para mí.
-Ja, ja, ja, ja! Nooo! Ja, ja, ja, ja ! Ja, ja, ja, ja !- gritaba Aniol a pleno pulmón, rojo de tanta carcajada, y a ratos manteniendo una fuerte contracción de los cinco dedos de su pie derecho y descalzo hacia adelante, en un agarrotamiento desesperado, mostrándome así de nuevo la belleza de las uñas bien cuidadas de ese pie torturado por mi mano habilidosa (como lo eran de bellas las de su pie izquierdo, por supuesto).
Al fin, me apiadé de Aniol: paré las cosquillas en su pie y le solté el tobillo derecho. Y así, Aniol puso el pie derecho tocando el suelo, junto al pie izquierdo, y detrás de esos pies desnudos quedó la caja abierta con la pizza barbacoa corrompida. Aniol estaba con la boca cerrada al haber parado ya esa risa de enloquecimiento total y, sentado en el borde de la cama, agachaba la cabeza tembloroso y avergonzado, como si fuera un niño. Yo no dudé en decirle en plan de consuelo:
-Tranquilo, Aniol. No te preocupes, que no te haré más cosquillas. No era mi prioridad hacerte cosquillas en los pies, aunque me ha molado verte reír. Con eso me quedo
-¡Hijo de puta!- me interrumpió Aniol clavando sus ojos verdes en mí y recuperando algo de rabia, no mucha porque creo que estaba más humillado, traumatizado y cansado que otra cosa.
Aniol arqueó los dedos de sus pies descalzos en el suelo, en un nuevo espasmo o escalofrío, mientras que yo le ordené en voz alta a Nacho:
-¡Eh, ya puedes soltar a Anaís para que se vaya con Aniol!
El pobre Aniol y la misma Anaís no pudieron ocultar la cara de sorpresa y de cierto alivio al escucharme. Aniol se levantó de la cama, con los pies descalzos, mientras que Nacho desataba las manos de Anaís y le quitaba la mordaza de la boca. Inmediatamente, cuando Anaís estuvo libre, dejó atrás a Nacho y su pistola y se tiró a su Aniol, abrazándolo, llorando amargamente y diciéndole tan solo:
-¡Aniol! ¡Aniol! ¡Aniol!
Aniol, el descalzo Aniol, le devolvió el abrazo a su chica, protegiéndola con sus varoniles y grandes manos, y se quedó con la mirada perdida, conmocionado y con el orgullo totalmente destruido. El cuerpo de Aniol, en aquel abrazo largo con Anaís, temblaba y de su boca solo salieron murmullos:
-Ya está, Anaís Ya está
Yo recogí del suelo los calcetines blancos de algodón y las zapatillas de deporte Nike negras y con detalles blancos de Aniol. Al poco rato, Aniol se dio cuenta de mi acto y, una vez Anaís había dejado de abrazarlo, hizo un gesto hacia mí, con las manos, para cogerme todo su calzado. Yo paré a Aniol en seco con una sonrisa y la siguiente frase rotunda:
-No, Aniol. Os podéis ir. Coge tu casco en la sala de estar, pero yo me quedo con tus zapatillas de deporte Nike y con tus calcetines sucios , ¡de recuerdo por esta noche inolvidable!
Acto seguido, Aniol se atrevió a mirarme de nuevo desafiante y con un odio profundo hacia mi humilde persona. Y cuando el chico, mi Aniol, abrió la boca, una mueca de desprecio se formó en ella, mientras me espetaba sin dejar de temblar:
-¿Descalzo, eh? Pretendes que me vaya descalzo ¡Loco hijo de puta !
-Lo tomas o lo dejas. Si quieres podemos seguir ¡Tengo mucho que ofrecerte a ti y a tus pies descalzos, Aniol!- le contesté a Aniol con voz severa, totalmente en serio.
Aniol parpadeó, temblando todavía más, y agarró a Anaís de la mano y la empezó a llevar hacia la puerta del dormitorio exclamándome:
-¡Tu puta madre!
El paso de Aniol, con sus grandes pies descalzos y los pantalones tejanos azul fuerte aún arremangados, era rápido y con ese repicar característico de la desnudez de unos pies, claro. Mi Aniol salió del dormitorio con la llorosa Anaís de la mano, casi arrastrándola, y atravesó con ella la sala de estar. ¿Quién estaba más cagado y más en estado de shock? Aniol salió de mi casa sin sus zapatillas de deporte Nike negras y con detalles blancos y sin sus calcetines blancos y sudados, descalzo, efectivamente y como debía ser , pero también sin el casco de la moto. Yo, por mi parte, no pagué la pizza barbacoa a Aniol. ¡Ja , faltaría más! Eso sí, Nacho y yo nos la comimos.