Pies de pizzero a domicilio 3

Una fantasía fetichista. ¿Cómo sería poder descalzar sin su consentimiento los pies de un chico guapo y heterosexual? ¿Y poder hacer con sus pies lo que uno quiera? ¡Fuera zapatillas de deporte y calcetines!

Eché una carcajada y miré cómplice a Nacho. Luego le solté en voz alta para que Aniol me oyera claramente:

-Nacho…, ten preparado el gatillo de la pistola para Anaís. Ya ves, Aniol cree que he acabado con él y no es así ni mucho menos.

Aniol movió nervioso e instintivamente su pie izquierdo en calcetín hacia atrás. El dedo gordo de este pie de Aniol también hizo un ligero movimiento bajo el calcetín. Yo me había quedado pasmado mirándolo…, mirando esos pies de Aniol en calcetines. No podía esperar más…. Levanté la vista a la cara de Aniol y comprobé que sus facciones seguían marcando un estado de furia, aunque ahora también de desesperación por la impotencia de sentirse indefenso. El pobre Aniol, después de todo…, no podía hacer lo que quería: ponerse las zapatillas de deporte que yo le había quitado de sus pies, coger a Anaís y largarse.

-Maldito cabrón… Esto no quedará así- casi murmuró entonces Aniol, aunque lo suficientemente alto para que yo lo escuchara.

No pude evitar sonreír. Aniol me lo había puesto bien fácil con aquella amenaza directa. De hecho la amenaza se volvería en su contra, si bien también hubiera pasado lo mismo si no hubiera dicho nada. Mi voz salió bien clara mientras que contemplaba al indefenso Aniol sentado al borde de la cama y con sus pies en calcetines:

-Claro, Aniol, que esto no acabará así. Todavía no he ni empezado. Cuando pedí una pizza, lo que en realidad pedí fue al pizzero, a ti. Así que hazte a la idea que eres mi juguete hasta que me canse o si no, Anaís pagará las consecuencias poco a poco

Aniol hizo una nueva mueca de rabia. Podía notar que al viril Aniol se le había pasado el miedo y la incertidumbre durante unos segundos y que ahora la furia era su compañera; quizá, furia por haber caído en mi trampa y furia por no verse capaz de hacer nada para salir de ella. Sin embargo, observé como Aniol tragaba saliva y entreabría un poco sus sensuales labios, como si fuera a contestarme alguna cosa, y muy fuerte…, pero al parecer se arrepintió y volvió a cerrar la boca, mirándome, eso sí, con odio. Yo me volví a agachar ante los pies en calcetines de Aniol, obstinado por continuar lo que había empezado.

-No…, no…, ¿qué haces?- se alarmó Aniol, mucho más bajo de defensas y de ánimos, cuando vio que mis manos se acercaban a sus tobillos ocultos bajo los pantalones tejanos.

Y es que aquellos tejanos azul fuerte le iban tan largos a Aniol ahora que no llevaba puestas sus zapatillas de deporte Nike negras y con detalles blancos…, que tenía que hacer alguna cosa. Así que muy tranquilamente agarré primero el final de la pernera izquierda de los pantalones de Aniol y la arremangué y doblé hacia arriba de manera que pude ver que su calcetín blanco le cubría unos cuantos de centímetros más por encima de sus fornidos tobillos y que más allá le empezaba una pierna bien bronceada y con algo de vello moreno. Al igual pasó cuando subí la pernera derecha de Aniol: ¡oh, que inicio de piernas le había dejado al descubierto al doblarle los pantalones tejanos un poco por encima de los tobillos en ambas piernas! No lo pude evitar y con las dos manos a la vez le empecé a acariciar a Aniol piernas y pantorrillas, sintiendo aquel vello moreno y no demasiado abundante. Aniol estaba horrorizado, con cara de verdadero espanto, y sonrojado de nuevo me dijo:

-Joder…, no…, ¡no me hagas esto…, marica de mierda! ¡Déjame!

Al mismo tiempo, Aniol pataleó con sus pies en calcetines, primero con el pie izquierdo y después con el pie derecho. ¡Pero qué potro estaba hecho Aniol y que hedor a pies dejó con aquel movimiento frenético! ¡Los tenía que desnudar ya! Tenía que tener los pies de Aniol descalzos ya… Mis manos dejaron de acariciar las piernas y las pantorrillas y Aniol paró el pataleo, aunque temblaba de rabia y de pánico al sentirse, seguramente y más que nunca, un objeto sexual. Yo, disfrutando por poder satisfacer mis instintos más oscuros y primarios, me aseguré de que Aniol supiera lo que le iba a hacer a continuación y le expliqué con sorna:

-¡Bien…, muy bien, Aniol! Ahora te voy a quitar los calcetines, chico. Ya es hora de que por fin vea tus pies descalzos. A ver cómo son

Mis dos manos se colocaron por delante y por detrás, respectivamente, del tobillo derecho de Aniol y empecé así a quitarle el primer calcetín blanco de algodón. Lo hacía lentamente, notando ya con el tacto, la suavidad y la humedad del talón y la planta del pie de Aniol que iba quedando ya al aire libre. Aniol, nervioso, rabioso e incrédulo, me iba gritando:

-¡Jodido maníaco! ¿Qué puta fijación tienes con mis pies? ¡Vasta, marica de mierda! ¡No tienes derecho a quitarme ni una sola prenda de ropa! ¡Déjame los calcetines!

Los dedos de mi mano iban repasando ahora las últimas zonas del resto de la planta del pie derecho de Aniol a medida que el calcetín cedía y cedía hasta que destapó finalmente la punta de los dedos del pie del chico, por fin. Tiré el calcetín blanco y sudado de Aniol al suelo, cerca de sus zapatillas de deporte Nike negras y con detalles blancos, y ahora mis manos se pusieron con el pie izquierdo de Aniol y su calcetín. Yo destapaba, liberándolo del calcetín, aquel pie suave, blando y sudoroso de Aniol, como el pie derecho, e iba sintiendo un hedor de pies embriagador. Me estaba trempando y..., por fin el calcetín izquierdo quedó retirado por mí del dedo gordo del pie de Aniol, la última parte que quedaba cubierta, y de igual manera hice puntería y tiré el calcetín izquierdo de mi Aniol cerca del otro calcetín sucio y arrugado y de las zapatillas de deporte. Y bien, ahora ya tenía a Aniol sentado en aquella cama y con los pies descalzos apoyados en el suelo. Por supuesto, yo no me pude esperar y ya estaba mirando intensamente y con descaro a los pies descalzos de Aniol, para descubrir cómo eran. Los dedos de los pies desnudos de Aniol se movieron y arquearon levemente al sentirse a la intemperie. Pero seguro que Aniol también se sentía nervioso e inquieto por mi vista clavada en sus pies. ¡Y qué pies! Los pies descalzos de Aniol, enormes de tamaño, eran sobre todo largos pero también lo suficientemente anchos para hacerlos algo proporcionales y, claro está, varoniles. Las venas se marcaban, de forma también muy masculina, a lo largo de los pies descalzos de Aniol en dirección a los dedos de los pies. ¡Y oh! Esos dedos de los pies eran más bien largos como me había imaginado, aunque a la vez enormes y suculentos…, ante todo ambos dedos gordos de esos pies. Y como no, me fijé que los cinco dedos de cada pie descalzo de Aniol formaban una escala decreciente perfecta en altura, a pesar de que la diferencia entre los dedos gordos de esos pies de Aniol y los segundos dedos era mínima; eso sí, los dedos gordos acababan por ser los más elevados en la escala. En cada dedo de los pies desnudos de Aniol se formaba algo de vellosidad morena, la suficiente y justa (al igual que tenía algo de vello entre las venas de la zona central de ambos pies), cosa que me encantaba. Las uñas de los pies de Aniol, por otro lado, eran perfectas: bien cortas y cortadas de forma recta y bien cuidadas, con un color natural y sin ningún rastro de suciedad dentro, aunque el resto de la superficie de esos pies estuviera sudada y tuviera pisquitos de algodón de los calcetines. No había rastro de roña entre los dedos de los pies de Aniol, pero entre el dedo pequeño y el siguiente de su pie izquierdo pude empezar a distinguir un rojo intenso: Aniol tenía ese espacio concreto entre los dedos de su pie izquierdo escocido del sudor. Precisamente, se notaba que Aniol llevaba mucho zapatillas deportivas y calcetines porque el bronceado perfecto acababa en sus fornidos tobillos y así, sus pies descalzos se veían un poco más pálidos.

-¡Qué pies tan enormes y bonitos que tienes, Aniol! Por fin te los veo… Por fin te puedo ver descalzo, Aniol!- fue lo primero que le dije burleta y excitado a Aniol mientras que a la vez le quitaba de sus grandes pies desnudos, con los dedos de mis manos, algunos de los fragmentos de hilo de algodón de los calcetines.

Aniol me miró con horror y asco. Después, al haber sentido mis tocamientos hacia sus pies descalzos para quitarles las impurezas de algodón, Aniol puso, como si sintiera un escalofrío, la planta de su pie derecho encima de la superficie del pie izquierdo, la última en haber sido rozada por los dedos de mis manos, y así me puse más cachondo al pensar que Aniol estaba pasando parte del sudor de la planta de su pie derecho al pie izquierdo. Pero Aniol no se quedó callado y, haciendo un gesto rápido con la cabeza para mirar de reojo a Anaís, me echó en cara con rabia e incomprensión:

-¿Todo esto…, toda esta mierda…, es por verme los pies? ¿Me has engañado y habéis montado este puto secuestro para verme los malditos pies?

Aniol parecía no creerse aquello, de lo surrealista que era, claro. Pero yo me di prisa en reaccionar con una respuesta que dejó al acorralado Aniol todavía más estupefacto:

-Sí, Aniol. Efectivamente todo esto lo hemos montado para que yo pueda verte los pies sin zapatillas de deporte ni calcetines. Y ahora, quieras o no, voy a examinarte lo que me falta, Aniol: ¡las plantas de tus pies descalzos! Y después ya veremos

Me interrumpí a mí mismo con un movimiento rápido… No me podía hacer esperar más y cogí los tobillos de Aniol para elevar de nuevo sus piernas hacia arriba y verle así las plantas de sus pies. Pero esta vez no fue tan fácil: mientras que yo ahora sentía lleno de gozo el tacto de los huesos y de la piel de los tobillos desnudos de Aniol, el propio Aniol, en un nuevo arrebato de terquedad y rebeldía, hizo palanca doblando los dedos de sus pies descalzos y presionándolos contra el suelo para intentar impedirme hacer lo que quería. El pobre idiota… Los dedos de los pies de Aniol y sus uñas rozaron el suelo y se aferraron a él por poco tiempo porque yo todavía me había excitado más con aquella resistencia vana pero orgullosa. Mis manos empujaron y empujaron hacia arriba los tobillos de Aniol con lo que no hubo problema para que sus piernas acabaran elevadas y las plantas de sus pies desnudos quedaran paralelas mirando a mi cara. ¡Oh, el olor fétido de las plantas de los pies descalzos de Aniol llegaba ahora de forma mucho más directa e intensa a mi nariz! Y mi vista por fin pudo gozar con lo que tenía allí delante… Las plantas de los pies descalzos de Aniol eran largas y carnosas, con un color rojizo del sudor en los gruesos y varoniles talones y en las zonas voluminosas y ligeramente abombadas de lo alto de las plantas, sobre todo justo por debajo de los dedos gordos de ambos pies. No había ni rastro de callosidades ni pellejos a lo largo de la superficie de las plantas de los pies de Aniol, a pesar de ese color rojizo por algunas zonas y de los fragmentos de hilo de algodón, procedentes de los calcetines, incrustados sobre todo en las largas y amplias bolitas que formaban los dedos gordos de los dos pies vistos desde esa perspectiva de las plantas. Y hablando de bolitas…, ¡oh, qué grandes que se veían incluso las bolitas de las plantas de los pies de Aniol correspondientes a sus dedos pequeños! ¡Cómo deseaba tenerlas en mi boca…, tener en mi boca los diez dedos de los pies desnudos de Aniol! Por lo demás, y no menos importante, las plantas de los pies descalzos de Aniol tenían unos arcos perfectos (el chico no tenía nada de pies planos) y unos relieves en forma de arrugas más o menos marcadas a lo largo, sobre todo, de la superficie central más blanquecina que me iban dando una idea de lo tiernos y vulnerables que eran…, ¡esos pies! Las plantas de esos pies descalzos y amplios de Aniol, que me llamaban a acariciarlas y mimarlas para comprobar su suavidad aparente gracias a esa ausencia total de pellejos y de durezas. Aniol hizo que en las plantas de sus pies desnudos salieran más arrugas y repliegues cuando empezó de nuevo a agitar y empujar las piernas hacia atrás y arqueó los dedos de los pies con fuerza y furia ciega, solo con el objetivo de que yo le soltara los tobillos. El pobre Aniol estaba rojo del esfuerzo y las plantas de sus pies se arrugaban y arrugaban por la contracción de los largos y amplios dedos de esos pies. Sabía que Aniol no aguantaba aquella inspección exhaustiva de sus pies descalzos por mi parte y que estaba nervioso, humillado y avergonzado. Sonreí y todavía sin soltar los tobillos de Aniol y sin dejar de mirarle las plantas de los pies desnudos dije:

-¡Aniol, Aniol…! No me esperaba que tuvieras unas plantas de los pies sin pellejos ni callitos… ¡Parecerían los pies de un bebé, Aniol, si no fueran tan grandes y varoniles, y no olieran tanto!

Entonces, toqué con mi nariz las plantas de los pies desnudos de Aniol, recorriéndolas y empezando a descubrir aquella suavidad y, ante todo, lo blandas que eran, lo húmedas que estaban de sudor y lo que olían… Era un placer, sí… Pero Aniol no dejaba de intentar desprenderse de mí y me gritó al tiempo que contemplaba y notaba horrorizado cómo yo esnifaba y tocaba con mi nariz las plantas de sus pies descalzos:

-¡Noooo, hijo de puta! ¡Estás enfermo…! Para… ¡Suéltame y deja de olisquearme los pies, joder!

Cada vez Aniol intentaba agitar más las piernas y movía y volvía a contraer los dedos de los pies, en continuos escalofríos a causa de sentir mi nariz palpando la sensible piel a la intemperie de las plantas de sus pies. Aquello era la gloria y Anaís nos miraba paralizada e incrédula, sujeta y amordazada por Nacho. Mi nariz acabó recorriendo el dedo gordo del pie derecho de Aniol, aunque con que mi Aniol lo iba arqueando, yo iba sintiendo alguna que otra rascada que él me hacía con la corta uña de este dedo del pie (como lo eran todas las demás, claro). Aquello no me importó para nada, pero decidí ir por pasos, y aquel paso de pasar la nariz por las plantas de los pies descalzos de Aniol ya había acabado. Así que solté el tobillo izquierdo de Aniol y el chico bajó su pierna, apoyando el pie descalzo de nuevo en el suelo. Pero mantuve agarrado el tobillo derecho de Aniol y ahora, contemplando la planta de su pie derecho, le comenté:

-Esos calcetines que llevabas, Aniol, te han dejado muchos pisquitos de algodón. Ahora te voy a hacer el favor de quitártelos de la planta de este pie y luego iremos por los del otro pedazo de pie que tienes

Aniol se empezó a ruborizar ante mis palabras…, y más cuando mi mano libre se acercó y se acercó y… ¡Oh, qué gusto! Rasqué con mi uña el dedo gordo del pie derecho de Aniol porque los rastros de algodón estaban muy pegados en él. Los piscos se fueron desprendiendo dejándole a Aniol un dedo gordo del pie liso y más sensual, si cabe, pero él no me lo agradeció. Y cuando acababa con los últimos toquecitos con mi uña a ese dedo gordo del pie de Aniol, el chico se levantó de la cama gracias al apoyo en el suelo de su pierna izquierda. Aniol, a pata coja, e intentando avanzar con ayuda de su pie izquierdo, descalzo, me chilló:

-¡Vasta yaaa! ¡Marica asqueroso! Deja de tocarme el pie… ¡Déjame los pies, maricón de mierdaaa! A todos os tenían que rajar el cuello…. ¡y sobre todo a tiiii!

Aniol no medía sus palabras y yo seguía agarrándole el tobillo derecho y no había dejado de rascar por el resto de la planta de su pie derecho, allí donde veía trocitos de algodón. Sabía que, a pata coja y contrayendo cada vez más el pie derecho aprisionado, Aniol estaba enloqueciendo de forma creciente en lo que empezaban a ser unos primeros contactos cosquillosos que yo le inflingía, no demasiado intensamente porque mi Aniol no reía y sí gritaba más y más histérico. Pero a mí, entre los gritos de Aniol, se me había quedado en la cabeza aquello de que "me merecía que me rajaran el cuello", así que, aunque ya era suficiente venganza el hecho de que le rascara con la uña la planta del pie, dejé de hacerlo y utilicé esa mano para empujar con furia el cuerpo de Aniol, que cayó de culo en la cama, quedando de nuevo sentado en ella. A continuación, decidí que era el momento de amenazar de nuevo, de modo que presioné con mi mano aún más fuerte el tobillo derecho de Aniol, con la intención de hacerle algo de daño, y le espeté duramente:

-¡Quédate quieto y sumiso, Aniol! Tus pies descalzos y tú sois míos. Estoy perdiendo la paciencia y Anaís podría quedarse coja de por vida o lo que es peor…, podría acabar siendo comida de gusanos. ¿Lo entiendes? ¿O acaso quieres ser el culpable de la muerte de Anaís, Aniol?

CONTINUARÁ