Pies de mujeres maduras

Conociendo mis habilidades para chupar deditos de pies, me contrataron para hacer podología bucal. Todas quedaron satisfechas, pero la aristocrática María Clara quiso más.

Continuando con la saga de mi vida y lo más lindo del mundo, los deditos de los pies de las chicas, les voy a contar una historia a la que me llevó a protagonizar Sandrita, la muchachade los más hermosos pies al natural que me han tocado y dado placer.

Un día, Gina me llama por teléfono y me dice:

  • Mi chupadeditos, Sandra me manda a preguntar si querés ganar dinero fácil y de paso disfrutar de pies bien cuidados.

Le pregunté de que se trataba, y me dijo que había cuatro mujeres entre los 45 y los cincuenta años, todas profesionales, una docente, una médica, una abogada y una empresaria que habían oído de las bondades de los masajes eróticos en los pies, y especialmente de la bucopodología, como habíamos bautizado a la chupada de pies, y que querían una sesión con un experto.

Lo pensé un poco y al fin me decidí. Si los pies femeninos son lo que más me gustan; además me aseguran que mujeres experimentadas, de alta sociedad, discretas, limpias, con pies cuidados, con pedicuría cada mes, solicitan los servicios de un experto (o sea yo),... como negarme a una experiencia nueva, inquietante y excitante.

Hicimos los arreglos, y en la finca de fin de semana de una de ellas, fuimos con Sandrita, que hizo el contacto, y era la encargada de que todo saliera bien.

Llegamos, por la tarde, casi las 6 PM. Una hermosa casa, muy señorial, con un inmenso parque muy bien cuidado. Al acercarnos a la entrada, la puerta se abrió, y nos recibió, sonriente, y muy segura de sí misma, una mujer alta, robusta, unos cincuenta a cincuenta y cinco años, todavía linda, muy bien arreglada, vistiendo pantalones blancos, blusa al tono y unas espectaculares sandalias plateadas, con una tira en el nacimento de los dedos, y una pulsera con hebilla asegurando su tobillo, con pies grandes, de dedos largos y huesudos, con grandes uñas pintadas de rojo sangre muy intenso. Nos saludó con un dejo de superioridad, especialmente a Sandrita, y con estudiada cortesía y muy inquisitiva mirada a mi persona.

Nos hizo pasar por una sala y nos llevó al piso de arriba, donde al final de un pasillo, abrió una puerta que nos introdujo en un salón, de muy buen gusto, con poltronas, sillones y almohadones por todas partes. Una mujer de unos cuarenta y tantos años, bajita, con vestido turquesa, sandalias al tono y uñas de los pies blancas, de pies pequeños, pero elegantes, deditos cortos pero graciosos y deseables, nos dio las buenas tardes.

Otra de las mujeres, unos cincuenta años, sentada en un sillón, vestido negro, piernas cruzadas, sandalias negras, pies algo toscos, pero muy bien cuidados, uñas de los pies de rojo intenso, balanceó su pie inconcientemente hacia mí, como si los deditos me dieran la bienvenida. Inclinó la cabeza con atenta deferencia, pero sin pronunciar palabra.

La cuarta mujer, cincuentona, sentada en una poltrona, con las piernas en alto, sobre una pila de almohadones, zapatos negros cerrados, puntudos, de tacón altísimo y con una anchísima pulsera sosteniendo el talón, nos dio la bienvenisda como la responsable de esta aventura extraña pero que nos satisfará a todos, dijo.

Se llamban (se llaman) Susana, Olga, Silvia y María Clara.

Olga, la de los zapatos cerrados, me preguntó si usaba cremas, le contesté que sólo las manos para los masajes y la boca para la bucopodología. Sonrió, y dijo, puede usted comenzar conmigo jovencito.

Me acerqué, le solté la pulsera del zapato izquierdo, y muy suavemente, fui extrayendo ese pie que me dio la agradable sorpresa de ser suave, delicado, con algunas marcas del uso intenso de calzado de tacón alto, como los largos y fuertes dedos marcados por la puntera del calzado que le acababa de quitar. Le quité el otro zapato, lo dejé a un lado y aprecié la madura belleza de esos pies, que despedían un cálido perfume a cuero y piel de pies limpios. Tomé los deditos con las uñas pintadas de bordó, y empecé a masajearlos suavemente uno por uno, siguiendo por las plantas, el empeine y los talones y tobillos, pero constantemmente volvía a los dedos, que se retorcieron de cosquillas un segundo, y luego se ofrecieron deseosos de mi contacto. Apreté las uñas una por una para liberarlas de la tensión del calzado alto, me lo agradeció suspirando como una gata satisfecha. Las otras mujeres me rodeaban, sentadas sin dejar de mirar embelesadas mis técnicas. En un momento la miré a los ojos, y me llevé el dedo mayor de su pie derecho a mi boca, y mordisqueé suavemene apretando la uña y la yema. Cerró los ojos, satisfecha y me dijo que siguieram, que estaba muy rico. Yo pensé -tu pie sabe rico también- seguí con cada uno de los demás deditos. Luego de morder las uñas, me los introduje uno a uno en la boca, y succioné suavemente cada dedito. Grandes, elegantes, pero suaves y delicosos. Se desmadejó en la poltrona y gimió con aprobación. Luego seguí la tarea metiendo mi lengua entre sus deditos, envolviendo cada dedo con ella, y saboreando su piel. Iba como por una escalera, hacia arriba, su dedo mayor, y hacia abajo, su dedito más pequeño. Una vez en cada pie. No dejé de lamer a todo lo largo sus plantas y mordisquear sus talones. Pero como soy experto en chupar deditos, eso la fascinaba.

Mi verga estaba súper dura, pero llevé pantalones flojos, por lo que casi no se notaba, pero la madura me estaba haciendo calentar, y cómo.

A todo esto, las demás se fueron acercando a mirar mejor, y descalzándose fueron apoyando sus todavía magníficos pies en la pila de almohadones. Solté a Olga, que expresó desencanto, y fui tomando entre mis manos los pies de las otras mujeres. Luego seguí con la terapia bucal, algunas más tensas al principio, otra más relajada y luego no aguantando esperar su turno.

Tomaba entre mis labios los deditos de una, soltaba y me metía los de otra. Acercaban los pies y me los ponían contra la boca para que les chupara los dedos. Para abreviar, en algún momento me metí a la vez tres deditos de dos pies distintos. Qué placentera la distinta textura y el sabor de dos pies diferentes a la vez, es un placer de sibaritas de los pies.

Ya casi descontroladas, se empujaban para meterme los dedos en la boca y que se los chupara, me encontré con ocho pies contra mi cara y no podía con todos.

Pronto Olga, dijo:

  • Pobre muchacho y pobres nosotras, ordenemos la caricia para que todos disfrutemos.

Me hicierion acostar en el suelo boca arriba. Acercaron sillones y cada una de ellas cruzó las piernas desde los cuatro puntos cardinales, así que tenía sobre mi rostro cuatro ensueños en forma de pie. Y alternativamente, cada una metía los deditos en mi boca para que los chupara, cada tanto cambiaban de pie. Me pedían la lengua entre los deditos, ya me estaba cansando, pero no podía parar. Estaba cada vez más caliente y mi sueño estaba cumpliéndose con creces, abundantes deditos peléandose por mi boca. Las aristocráticas mujeres estaban cada vez más satisfechas y elogiaban mi profesionalismo. Mi bulto tampoco daba más. La verga me estallaba, pero claramente estipulado antes, sus pies en mi bulto no estaban en el contrato, sólo chuparlos.

De repente, cuando estaba chupando los pies de María Clara, la de los dedos grandes y uñas rojas que me abrió la puerta, sentí que se tensionaba y suspiraba cada vez más aceleradamente, seguí chupando de a dos o tres deditos a la vez y metiendo mi lengua en su intimidad, el espacio entre el dedito más chico y el que le sigue. Ahí me detenía y le trabajaba el lugar con mi lengua húmeda. Gemía y se retorcía.

De pronto se incorporó, se acostó boca abajo sobre los almohadones, poniendo uno bajo su pubis, y me ordenó chupar todos los deditos que más pudiera, y que cuando ella me lo dijera me dedicara al espacio entre los dos más pequeñitos. La otras miraban hipnotizadas como ella, boca abajo metía sus deditos en mi boca y se restregaba contra el almohadón que le apretaba el sexo, unos instantes después explotó en un orgasmo. Yo no dejé de chupar deditos de sus pies, hasta que ella se deslizó al suelo. Las demás estaban mudas, pero siguieron con sus pies sobre mi cara y pidiéndoem por favor que no para de chuparles los deditos. Les gustaba sobremanera, pero no se animaron a más, aunque alcancé a ver la blanca ropa interior de Silvia y vi una manchita de humedad en la rajita.

María Clara se incorporó y les pidió que me dejaran descansar. Me incorporé y me pidieron que las calzara, lo hice con mucho gusto, sintiendo en la piel del rostro el contacto de tantos pies y deditos y en la boca, a pesar de la lengua acalambrada y los labios algo cansados el sabor de esos pies maduros, aristocráticos, pero muy deseables y todavía muy excitantes.

Las mujeres, salvo María Clara, la dueña de casa, se despidieron con un beso en mi mejilla, y Susana, la de las uñas blancas y pies pequeños, me dijo, que nunca habia sentido algo semejante, que lo quería repetir pronto. Yo le contesté que con mucho gusto.

Cuando se fueron, María Clara me dio un sobre de papel con mi paga, y me pidió por favor otra sesión. Luego de unos minutos de descanso la satisfice de nuevo, chupando los dedos de sus pies y sus grandes uñas rojas como si en ello me fuera la vida. Ella se tocaba entre las piernas, y el blanco pantalón mostraba humedad. Explotó en un orgasmo bestial, aulló y gimió interminablemente.

Cuando se recuperó, llamó a Sandrita, que estaba en el fondo de la sala sin perderse nada y le pidió que le mostrara como se satisfacía a un hombre con los pies. Mi amiguita me hizo acostar bajo una silla, cosa que mi desnuda cintura asomara bajo el asiento, y descalzándose tomó mi durísimo miembro entre sus dedos y alternando con las plantas me empezó a masturbar. María Clara la hizo levantar y sus grandes pies, con esas uñas rojísimas, perfectamente pintadas, me tomaron el miembro y empezaron a subir y bajar, subir y bajar. Me rozaba a la vez, desde arriba, con las yemas de los dedos y las plantas. Cuando los dedos llegaban abajo, al tronco, sentía sus plantas y talones en la cabeza, cuando lentamente subía, apretándome entre los dedos, terminaba en el borde mismo del glande con la yema de esos magníficos dedos. La vista de sus uñas rojas y brillantes contribuía a mi placer como nunca antes. Eran unos dedos y unas uñas especiales. Yo diría que hechas para el amor con los pies.

No varió la lentitud de sus movimientos nunca. Abajo y arriba, abajo y arriba. Al llegar arriba sus dedos quedaban como un capullo cerrado que atrapaba mi dura cabeza, hasta que no puede más y estallé entre sus dedos magníficos. Me apretó la cabeza con esos portentosos dedos casi hasta hacerme doler, pero sirvió para la sacudida final. Me exprimió definitivamente, apoyando un pie en mi estómago y colcando mi verga sobre su empeine, posó su otra planta sobre la verga que se ablandaba y lo movió a lo largo varias veces. El canal seminal largó lo que tenía y más.

Qué portento de pies. Al vestirme, se quedó con las piernas cruzadas y los pies húmedos, y me advirtió sobre mi silencio, al igual que a Sandrita.

Me puse el sobre en el pantalón. Dos mil dólares, y subimos al auto de Sandrita, que sonreía al decir:

  • Qué pies las maduritas, ¿eh?. Y María Clara un portento. Qué pies fabulosos. Y aprende rápido.

  • ¿Volveremos?, pregunté.

  • Seguro, seguro, tonto.

Mientras miré como un piecito al natural, con los deditos asomando por la sandalia apretaban el acelerador.

Ya tenía hambre de nuevo. De femeninos dedos grandes de uñas rojas....