Pies color miel (9)
Inauguro una nueva perspectiva, la del maduro Jose, y también un nuevo escenario con dos actores más.
—Empieza a hacer calor, ¿no crees?
—¿Empieza? Llevo muriéndome por lo menos un mes.
—¿Es tu primer verano aquí, no? Lo peor está por llegar.
—Tampoco puedo quejarme, aquí se está muy bien —dijo Álex, mirando distraídamente por encima de su libro.
Claro que se está bien, pensé, observando su esbelto cuerpo pálido que conservaba siempre a la sombra. Más que bien. A pesar del calor abrasador, no tenía ni una sola mota de bronceado, ni siquiera de quemaduras. Debía ser la persona más blanca de toda Andalucía.
Era Julio y efectivamente el calor era más asfixiante que nunca. Llevaba ya cerca de un mes viviendo con Álex, ese joven que me volvía loco. Cada día que me levantaba no daba crédito a la suerte que tenía. Habíamos tenido nuestros roces pero en general vivíamos nuestra relación con la mayor armonía. Simplemente, encajábamos. Y todavía no sabía por qué.
¿Qué llevaba a un joven guapo de 24 años a estar con un cincuentón más bien feo como yo? El dinero seguro que no. Sospechaba que Álex ni siquiera sabía cuánto dinero tenía realmente; cada vez que le hablaba de negocios me ponía cara de aburrimiento. No, el dinero no era. Claro que Álex se beneficia de la comodidad de mi elevado nivel de vida, pero nunca dio signos de aprovecharse de mí. Había conocido a mucha gente interesada y no era uno de ellos.
Tampoco era mi conversación ni mi inteligencia. Después de todo, él era un universitario y yo una persona sin estudios. No era ningún tonto pero notaba que él era más lúcido que yo, pese a que le doblaba la edad. Que coincidiéramos en tantos temas de interés era otro de los golpes de suerte que habíamos tenido. Desde luego, si él se interesara por, yo que sé, las motos o los videojuegos, no habríamos tenido mucho de lo que hablar. ¿O sí?
Debía ser el sexo. Era algo que me sorprendía a todos los niveles, pero no me cabía duda de que tenía que ser eso. La insistencia con la que me buscaba cada noche, la forma cariñosa, incluso reverencial, con la que me lengueteaba la polla después de cada corrida... Nunca se lo había pedido y siempre lo hacía, por voluntad propia, y no paraba hasta dejármela perfectamente limpia. Eso no era normal. Claro que nuestras sesiones eran intensas y además procuraba probar cosas nuevas para que siempre hubiera sensaciones refrescantes... Entendía el rollo de un joven con un maduro, experimentado como yo, pero a estas alturas ya debería haberse aburrido, ¿no? En fin, supuse que es una de esas cosas que es mejor no preguntarse. Mejor disfrutarlas mientras duren.
—¿Qué te parece si nos vamos al campo? —dije, sacando una de las aceitunas de mi copa de vermouth.
—No te gustaría verme en el campo. Soy un chico de ciudad.
—Me refería a mi casa del campo.
—¿Tienes una casa en el campo?
—En Andalucía todas las personas de posibles tienen una casa del campo. En la ciudad te asas en verano.
—De verdad que no sé de dónde sacas el dinero...
—Si me escuchases cuando te hablo de mis negocios.
Dudó por un momento, dejó el libro marcando la página y se colocó en el sofá mirándome, sentado sobre sus pies cruzados y con su mejor cara de alumno empollón.
—Te escucho.
—Mira a tu alrededor, ¿cuánto crees que vale este piso?
—Hmmm... ¿Un millón de euros?
—¿Un millón? —reí—. ¿En el centro? Ni en broma. Vale tres millones. Solo las reformas que hice costaron cientos de miles de euros.
—Joder. ¿Y dices que tienes otra casa en el campo?
—Tengo muchas casas, solo que la del campo es la más grande.
—Vale, entonces explícame como una persona que no trabaja nunca y que se la pasa todo el día sin hacer nada es tan rico.
—Sabía que llegaría este día: soy narcotraficante.
—¿¡Cómo!? —dijo con los ojos a punto de salírsele de las cuencas.
—Que sepas que eso te pasa por no hacerme caso nunca cuando hablo —dije soltando una carcajada, confirmando que era broma.
—No siempre, solo cuando hablas de dinero. ¿Entonces a qué te dedicas?
—¿Sabes las tiendas de cosméticos Mayoral que hay por toda la ciudad?
—Sí, ¿qué hay con ellas?
—Son mías.
—¿En serio? ¡Si hay cinco!
—Cinco no, siete, y en toda españa, treinta y cuatro.
—Joder, ¡entonces estás forrado!
—Eso es lo que te trataba de explicar.
—Pero no lo entiendo... No pareces el típico hombre de negocios.
—Eso es ahora, antiguamente era un auténtico tiburón de las finanzas. Cuando me divorcié, deje la empresa en manos de mis socios y de la junta directiva. He llegado a un punto en el que me puedo dedicar a vivir la vida y disfrutar de los beneficios.
—No es eso... Es que generalmente... No sé, los ejecutivos son gente trajeada y todo el día ocupados, mirando la bolsa y todo eso...
—Yo consulto el periódico todas las mañanas.
—Ya, bueno, pero no es lo que yo estaba pensando...
—Sé lo que dices. Mi caso no es común porque soy un hombre hecho a mí mismo. Empecé con un poco dinero familiar y sin estudios, y de la nada monté un imperio comercial.
—Tuvo que costarte mucho trabajo.
—Y también tuve mucha suerte. Tuve éxito donde otros fracasaron y poco a poco me fui haciendo un nombre. A medida que iba a crecer, diversifiqué mi negocio... y hasta ahora.
—Vaya, de verdad que no tenía ni idea.
—¿Ves como escucharme de vez en cuando no viene mal?
—Ya... —dijo pensativo.
—Entonces, ¿casa del campo?
—Ehh... —dijo, con la cara todavía reflexiva.
—¿En qué piensas?
—Esto... ¿No te preocupa que nos vean a ti y a mi juntos? Digo, por el qué dirán.
—Te pasas el día desnudo en mi terraza y te preocupas ahora por el qué dirán —dije riendo.
—Bueno, con eso de que era millonario y todo el rollo...
—No lo entiendes Álex, con mi edad comprendes que la vida es demasiado valiosa para prestar atención a lo que diga la gente. Además, nosotros apenas salimos de casa.
—Casa del campo, pues —dijo con una sonrisa abierta.
Lógicamente, tuve que hacer una serie de preparativos antes de nuestro viaje. La casa estaba vacía desde hacía casi un año, a excepción de un jardinero que vivía a tiempo completo cuidando del exterior. Tenía que airearla cuanto antes para que estuviera presentable y que no oliera todo a cerrado, y tenía que contratar también un servicio para las tareas domésticas. No me importaba cocinar pero odiaba limpiar y tampoco quería que Álex se encargase de ello. Hice unas llamadas y me aseguré de contratar a una criada que me aseguraron que tenía unas referencias impecables y que además era muy discreta. No quería que nadie se escandalizara por nuestro estilo de vida... Ni tampoco tener que cortarme. Mientras me encargaba de todas esas cosas, además de comunicar al portero nuestra ausencia, junto con el encargo de regar las plantas y cuidar un poco que todo estuviera bien, Álex hacía unas compras de última hora. Esto lo había hecho más que nada porque me estaba incordiando un poco con tanta pregunta sobre la casa . Le di dinero suficiente como para que comprara ropa nueva y algún que otro capricho.
Al día siguiente estábamos entrando por la puerta en la que iba a ser nuestra residencia los próximos meses. Se encontraba en una lujosa urbanización en la que se alojaban famosos, ricos empresarios y hasta algún mandatario internacional. Se la había comprado a un ruso diez años atrás y cada euro invertido habia merecido la pena. Era de estilo andaluz, dos plantas, tradicional, todo de blanco, con decorados en ocre. Me había decidido por ella porque era de las pocas del vecindario que no eran abstracciones modernas sino una casa andaluza de toda la vida, casi como un cortijo. La entrada era una pequeña colina de césped verde, con una fuente situada en medio en la que se encontraban las las dos personas del servicio.
Salí del coche y me dirigé hacia ellos junto con Álex, que parecía embelesado por la magnitud de la casa:
—Buenos días, Nidar, y tú debes de ser... Carmen, ¿verdad? Nidar, haz el favor de meter el coche dentro, sacar las maletas y llevarlas a nuestra habitación. Carmen, prepara el patio y algo de picar. Voy a enseñarle a Álex la casa y en cuanto acabe tendré unas palabras con vosotros, ¿entendido?
Cada uno fue a hacer su cometido mientras Álex y yo entrábamos. La casa era una lujosa mansión, de espacios abiertos y decoraciones con tonos árabes. Muy andaluza y muy tradicional, como ya he dicho. Le hice un tour rápido sin detenerme demasiado pues ya tendría tiempo de verla mejor. Un salón amplio con sofás y otras comodidades. Una habitación grande con cama de dosel y un balcón enorme desde el que se veía el mar. Una biblioteca que tenía huecos, señalando los libros que me había llevado a la casa de la ciudad y una sala de cine con un proyector de última generación que apuntaba a una pared en blanco. Por supuesto, había muchas más habitaciones, la mayoría nunca se habían usado, ¿pero para qué verlas? El atractivo de la casa estaba en el exterior y era lo que me había hecho pagar tanto dinero por ella.
A la parte de atrás, que ocupaba la mayor parte del terreno del inmueble, se accedía por una gran cristalera del salón o por unas escaleras que bajaban desde el balcón de la habitación principal. Allí abajo había un pórtico bellísimo con columnas salomónicas que encerraba una cómoda terraza, una sala de estar ideal para atender a visitas después de una buena cena. Si el resto de la casa tenía influencias árabes, esta parte era abiertamente árabe. El anterior dueño de la casa me había comunicado su deseo de hacer que esa casa se pareciera lo máximo posible al antiguo Al-Ándalus. Después del pórtico había una gran piscina que había sido de tal manera construida que parecía pertenecer parte del terreno. Caía agua en cascada de un gran promontorio de roca. Parecía una laguna en miniatura. A su lado se extendía un huerto de árboles frutales, especialmente naranjos, y jardines con todo tipo de flores aromáticas. Recordaba muy bien la sensación que había tenido después de comprar la casa. Fui a ese mismo jardín, me descalcé y dejé que me embargaran un mar de sensaciones. La tierra me refrescaba los pies, se me inundaban las fosas nasales de oloresa cítricos, jazmín, lavanda y otras flores y el constante ruido del agua fluyendo provocaban que uno creyese estar en el paraíso.
Terminé el tour con la casa de invitados en la que vivía Nadir. Estaba apartada, en un extremo del jardín. No estaba pensada para alojar al servicio pues era relativamente grande, pero como el jardinero vivía aquí a tiempo completo, no me importaba. Fuimos de vuelta al patio con la piscina y el jardín. La criada había preparado una serie de bebidas, vasos y hielos, junto con aperitivos, en una de las mesas. Le indiqué a Álex que se sentara mientras los dos empleados permanecían de pie. Probablemente se preguntaban por qué les había mandado llamar. Les observé a los dos por un momento.
A Nadir ya lo conocía, trabajaba en esta casa desde antes de comprarla. Era de origen marroquí y un jardinero excelente con un talento natural para cuidar la tierra. Tendría treinta y muchos. Su aspecto era puramente árabe, con bigote negro, piel caramelo muy morena y algo rellenito. Vestía un conjunto sencillo de pantalón pantalón gris y camiseta verde. Ambas piezas estaban algo manchadas debido a su trabajo. No era una persona que cuidase excesivamente su higiene. Tenía sus típicas sandalias, que llevaba tanto en verano como en invierno. Yo dudaba que esas sandalias hubieran estado alguna vez de moda. Como otros extranjeros, de vez en cuando hacía como que no conocía el idioma, aunque yo sabía perfectamente que dominaba el español. Nadir tenía un contrato a tiempo completo y era la única persona que vivía aquí todo el año, pues yo quería que mi jardín estuviera siempre bien cuidado. Durante el resto del año hacía sus tareas de jardinería, además de cuidar la casa, y en los meses en los que yo la habitaba, hacía un poco de chico de los recados.
Carmen era una chica morena, probablemente de etnia gitana, a juzgar por sus ojos rasgados. Tenía la piel del mismo color que Nadir, aunque algo más brillante, y la edad de Álex, probablemente. Parecía tímida y tierna, pero por lo bien que había atendido nuestra llegada, seguro que era disciplanada. Era una de esas chicas jóvenes y bonitas que atienden a lo más granado de la sociedad. Nadie quiere criadas feas.
—Nadir, Carmen, hay una serie de cuestiones que debéis tener en mente. La primera de ellas es que Álex es mi pareja y le debéis la misma autoridad que me ofrecéis a mí.
Carmen asintió pero Nadir me miró extrañado.
—Sí, Nadir, mi pareja. Es como mi novio —dije, algo turbado—. En cualquier caso, estamos en una relación y tendemos a ser fogosos. Lo que hagamos él y yo no os incumbe y os pido discrección. Si alguno tiene dudas, que lo diga.
—¿Qué es fogosos? —preguntó Nadir.
—Significa que disfrutamos el sexo con naturalidad.
—Comprendo —dijo, con cara sin embargo de no entender nada.
—Bien, aclarado esto, os voy a recordar vuestras tareas. Carmen, te ocuparás de la casa y de atender nuestras necesidades. Además de limpiar y cocinar con regularidad, tienes que asegurarte de estar atenta por si te necesitamos. No te preocupes, no te molestaremos mucho, por lo general somos muy independientes. Ah —dije, recordando el vacío de la biblioteca—. Haz el favor de llamar al portero de mi edificio en la ciudad y comunicarle que quiero que me traigan toda mi biblioteca aquí, incluidas las películas. Ponte de acuerdo con él para contratar un servicio de mudanza que empaque con cuidado mis cosas. Hazlo ya, por favor.
Nadie salió presta a cumplir mi cometido.
—Nadir, contigo sobran las explicaciones. Encárgate del jardín como siempre y presta especialmente atención a la piscina, procurando que esté siempre limpia. De vez en cuando te llamaremos si tenemos algún encargo para ti. Por lo demás, eres libre de hacer lo que quieras.
Nadir se encaminó al jardín, no sin antes echar un par de miradas a Álex.
—Vaya cómo lo tienes montado, los manejas como a fichas de dominó. Casi me recuerdan a...
—Esto no tiene nada que ver con Mercedes —dije—. Son solo dos profesionales cumpliendo su trabajo. Una casa tan grande como esta necesita gente para mantenerla.
—Ya, ya, solo me ha hecho gracia. Sobre todo ese —dijo, señalando con la cabeza al jardín.
—Entiéndelo, su cultura es diferente. Para él tiene que ser muy raro, más aún viniendo de mí, que solía venir a esta casa con mi exmujer.
—Yo creo que no ha comprendido del todo nuestra relación —dijo sonriendo.
—Había que abordar el tema como antes. Sobre todo conociendo tus... ejem... tendencias.
—¿Tendencias? —dijo, arqueando la ceja.
—Tus tendencias promiscuas.
—Asi que son "mis" tendencias, ¿no? —remarcando el posesivo—. Bueno, voy a hacer caso a mis "tendencias" y voy a hacer lo que me muero de ganas por hacer desde que vi este jardín.
Bostezó indolente levantando los brazos y se quitó la camiseta, al mismo tiempo que se descalzaba, utilizando solo los pies. El calzoncillo y el pantalón no tardaron en caer también. En tiempo récord, estaba totalmente desnudo. Suspiró contento. A este chico le encantaba estar desnudo como si tuviera especial placer por tener la piel al aire. Se levantó y me besó en los labios. Fue un beso cariñoso, con la lengua justa, utilizando principalmente los labios. Metió sus manos por dentro de mi camisa y recorrió mi cuerpo. Con cuidado me desvisitió y chupo mis tetillas. Bajó con la lengua hasta mi ombligo y me quitó el cinturón, sacando mi polla del pantalón. La sacudió un par de veces y se arrodilló para descalzarme.
Una de las cosas que más me gustaban de él es que compartía mi amor por los pies y el calzado. Me quitó los zapatos y ni corto ni perezoso lamió mis pies, que por lo general solían estar muy sudados, aunque cuidados. Yo eché la cabeza atrás y me dejé hacer. A veces tomaba la voz cantante y otras dejaba que él hiciera lo que tenía que hacer. Estuvo un buen rato arrodillado entre mis pies. Supuse que el traqueteo del viaje habían hecho que sudaran especialmente, cosa que a él le encendía mucho. Subió la cabeza y anticipando, me incorporé un poco para bajarme el pantalón para desnudarme yo también por completo. Atacó directamente mis huevos, comiéndolos a cuatro patas. También estaban sudados y él sabía que me encantaba que me los chuparan. Estaba tan cachondo por su trabajo con la lengua, que cogí mi polla y le di golpecitos en la mejilla para que me la chupara. Él me la chupó con vicio, como me gustaba, bien de saliva y penetraciones profundas. No lo iba a follar, no todavía. Para eso teníamos toda la noche. Además, si mal no me equivocaba, antes de acabar la semana habríamos follado en todas las habitaciones de la casa. Imprimió un ritmo más rápido a la mamada y cuando notó que iba a correrme, puso la punta de la polla en la lengua y me pajeó para que me corriera en ella. Cuatro chorros espesos la mancharon y cuando se aseguró que había acabado, volvió a chupármela, lefa en boca incluida, hasta que su boca y mi polla quedaron completamente limpias y relucientes.
—Tenía ganas de estrenar la casa —me dijo, dándole un beso a mi glande y levantándose.
Me dio la espalda, ofreciéndome las vistas de ese culo, pequeñito pero pomposo, y se tiró en bomba a la piscina. Yo descansé extasiado, recuperándome del orgasmo y sintiendo una felicidad plena. Al fondo, no obstante, divisé un movimiento, apenas una sombra.
Era Nadir el jardinero y por su postura llevaba un tiempo espiándonos.
Relato dedicado a SoloSodoma y Joseaular13 por su lectura atenta y su constancia con la saga.