Pies color miel
Dominación sin flipadas, fetichismo, cerdeo y mucho vicio entre un joven sumiso y un amo en ciernes. Serie en progreso.
"Los hombres son unos cerdos, pero no podemos vivir sin ellos" pensaba, mientras me pajeaba la polla sin mucho ánimo. Nunca había sido fan de la masturbación, pero últimamente era la única forma que tenía para desfogar mis fantasías. Quedar con un desconocido y mamársela entre los matorrales ya no era una opción. Con 23 años no había chupado muchas pollas pero sí las suficientes como para que los esporádicos episodios de cruising no me parecieran tan excitantes. Quería encontrar a una persona duradera,ni un niñato ni un baboso; un hombre de verdad.
Por supuesto, la definición de hombre depende de a quién le preguntes. En mi caso, no quiero tener nada con un modelo de revista ni ningún musculitos de gimnasio. Para mí, no hay nada mejor que un hombre de los de toda la vida. Maduro, porque me pone la autoridad que emana la experiencia. Con algunos kilitos de más, signo de que no le preocupa disfrutar de la vida, y con una constitución fuerte, peluda. Un oso en toda regla.
Afortunadamente, era mucho más fácil quedar con ese tipo de hombres que con los machitos de gimnasio. Estos últimos no solían mirar mucho más allá de su tableta. Los osazos también estaban cotizados pero con mi tipo esbelto y aniñado atraía bastante. El problema era que el físico es una cosa y la personalidad otra. A mí me gustaba el morbo, que me dominasen. Había intentado tener alguna relación que se acercase a eso, pero ninguno satisfacía mis fetiches. ¿Tan difícil era encontrar a un oso que compartiese mis morbos? En fin... tenía que intentarlo.
Abrí Grindr, cómo no, no con la intención de quedar con nadie, sino de conocer. Decidí crearme un perfil nuevo y hacerme una foto para llamar la atención. Mi polla, que estaba medio flácida después del fracaso de mi paja desganada, se empinó con la perspectiva. Me ponía muy cerda hacerme una foto desnudo sabiendo que después cientos de hombres se pajearían con ella. El espejo de mi habitación era perfecto para hacer la foto. Me tumbé en la cama, levanté las piernas y flexioné las rodillas. Esa postura no revelaba mi cara, pero sí mi culo amelocotonado y blanquísimo, mis finas piernas y, la joya de la corona, unos pies asombrosamente femeninos.
Un nombre llamativo y una descripción provocativa eran los siguientes pasos. De nombre puse lo primero que se le vino a la mente "Muérdeme" y la descripción la pensé un rato antes de poner "Busco osos maduros dominantes. Fetichista y morboso. No quiero algo rápido". Era una tontería poner eso último pues sabía que en seguida se llenaría mi bandeja de entrada de chicos buscando un "aquí te pillo, aquí te mato y si te veo no me acuerdo". Es lo que hay, así funciona la aplicación.
Dejé el móvil un rato esperando a que llegasen los primeros mensajes y me concentré en mi reflejo. Definitivamente, era guapo, aunque a mí no me lo pareciese. Todo lo que buscaba en un hombre era exactamente lo opuesto a lo que era yo. Cuerpo pequeñito, de apenas 1.65 y 55 kg. Una piel muy blanca, con pelos negros, y alguna peca. De lo único que estaba orgulloso era de sus también pequeños pies, finos, perfectamente simétricos y de su culo, que no sabía de quién había heredado. Teniendo en cuenta que todo él era delgado y esbelto, no entendía cómo podía tener un culo pomposo. Llevé un dedo a mi ano y lo acaricié. Con la tontería de la foto, empezaba a dilatarse, abriéndose tímidamente y contrastando el color rojo y brillante de su interior con la blanqueza del resto de mi culo.
Cuando cogí el móvil no me extrañé de que lo tuviera petado de notificaciones. Vivía en una ciudad grande y no todos los perfiles tenían una foto tan explícita como la mía. Desgraciadamente, eso conllevaba filtrar las conversaciones abiertas y elegir las más prometedoras. No quería perder el tiempo hablando con alguien que no me interesase. Las primeras que descarté fueron las de los salidos que como había previsto, buscaban algo rápido. Como ya había dejado claro que no quería quedar (de momento), no me digné a contestarlas. Las siguientes fueron las de chicos que no cumplían con mi tipo: jóvenes o delgados, a juzgar por sus perfiles. Si solo hubieran leído lo que pedía... me habrían ahorrado bastante tiempo. Después de esa criba quedaban cinco conversaciones. Era una cifra verdaderamente impresionante teniendo en cuenta que apenas había rellenado su perfil 10 minutos atrás.
Dos de ellos decían ser amos. Les hablé pidiendo una foto, para confirmar que cumplían mi tipo. El primero me respondió que a él una perra no le exigía nada, el segundo ignoró mi petición y directamente me trataba de esclavo. No estaba por la labor de aguantar a ninguno de los dos, ya conocía como era esta gente, de buenas a primeras te trataban como una mierda. El BDSM trata en la confianza entre un dominante y un sumiso. El derecho a ser amo, o sumiso, hay que ganarselo. Como eran unos fantoches, los bloquee. Los otros dos perfiles correspondían a personas de bastante edad, con un físico que me gustaba, pero no creía que tuvieran la determinación para lo que yo buscaba.
Así que solo quedaba uno. Su perfil era de lejos el más interesante. "Maduro fuera del ambiente, abierto a todo tipo de experiencias. Sin tapujos y con pelos en los huevos. Primero conocernos, luego ya se verá". Su foto era de lo más sugerente: él sentado enfocando sus pantalones, apreciándose un bulto considerable y unos muslos fuertes, peludos y bronceados. Se me hizo la boca agua nada más verla. Contesté a su escueto "Hola" con otro saludo y añadí "¿Qué te va?". Así, al grano.
—El cerdeo —respondió casi enseguida.
—¿Qué tipo de cerdeo? —la pregunta era un poco estúpida, pero quería algo más concreto.
—No tengo mucha experiencia con tíos y con las mujeres era convencional. ¿Y a ti, qué te gusta?
—Si me ponen lo suficientemente cachondo, haría cualquier cosa.
—¿Cómo qué?
—No sé, tú dime. ¿Qué fantasías tienes? —la conversación me estaba empezando a cansar, tampoco quería alguien que no tuviera las cosas claras.
—Pues...—e hizo una pausa de un minuto. Estaba a punto de cerrar la aplicación cuando me llegó la continuación—. Quiero que me la chupen, que me dejen la polla bien embarrada y que se restrieguen su cara contra ella.
—Joder —automáticamente empecé a tocarme la polla.
—¿No te gusta?
—Me encanta.
—Ahora tú.
—¿El qué?
—Cuéntame una fantasía.
—Que se corran en mis pies —me costó horrores escribir ese mensaje. Por eso utilizaba Grindr, por la valentía que me confería el anónimato. Es curioso, un hombre podía chuparle al otro la polla sin problema, pero si le hablabas de pies te miraban raro.
—¿Solo eso?
—¿Te parece poco?
—Pues sí. Unos pies como los tuyos seguro que han recibido más de una corrida —mi polla empezó a despedir precum, cada vez más caliente con la situación.
—No creas, a la gente le dan asco.
—Entonces la gente es estúpida.
—Visto así...
—Lo es, créeme.
—¿Entonces eres fetichista? —escribí esto mientras me pajeaba furiosamente, estaba casi al límite.
—Eso es una gilipollez, todo el mundo tiene fetiches. Lo que sí sé es que te he dicho al principio que me gusta el cerdeo, y del cerdo dicen que se aprovecha todo.
—¿Y tus pies? ¿Te los han chupado alguna vez? —de mi glande rojo caía una gotita y mi ano brillaba de excitación. Hablar de mis fantasías más íntimas con un desconocido mientras me pajeaba frente al espejo me estaba sacando mi lado más guarro.
—No, pero no porque yo no haya querido.
—Yo lo haría —joder si lo haría. Lo haría con gusto y le daría las gracias por hacerlo.
—¿Estás seguro? ¿Sin verlos antes ni nada?
—Bueno, supongo que tienes razón. No estaría mal verlos... —en su fuero interno repetía "por favor que no se arrepinta, que no sea una broma".
Estaba en un estado de excitación límite. Me pajeaba un par de veces y paraba, puesto que si seguía me corría. Lo hacía a menudo para retrasar la eyaculación, pero esta vez no se podía aguantar. No llevaba ni 15 minutos hablando y estaba completamente en celo. Por fin, llegó su respuesta, en forma de fotografía. Cuando la vio, se corrió al instante sin ni siquiera tocarse. Su leche salió dispara a su pecho y a su vientre, blanco ya de por sí. La foto era parecida a la de su perfil, pero no enfocaba sus muslos, sino sus gemelos y unos pies, anchos, fuertes y morenos
Una certeza le embargó: haría lo que fuese por ese hombre y sus pies color miel.