Pies color miel (8)

Al César lo que es del César

Habían pasado dos semanas desde que Jose y yo hiciésemos las paces definitvamente. Dos semanas en las que no hicimos otra cosa que dormir, comer y follar. Antes de eso tuve que encargarme de asuntos que no podía ignorar. Mis compañeros de piso habían notado mi ausencia y tuve que ir a recoger mis cosas. Se nos acababa el contrato a finales de mes así que no les importó cuando les comuniqué que me iría antes de tiempo. Todos éramos de fuera y pasaríamos las vacaciones de verano en nuestras respectivos hogares, visitando a la familia. Todos menos yo, claro. A mis padres les di una excusa para así poder estar más tiempo con Jose. No podía estar más de dos minutos alejado de su polla.

Esas dos semanas fueron quizá las más felices de mi vida. No perdimos el tiempo en ningún momento, aunque quizá otra persona diría que no hicimos nada de provecho. Para mí, en cambio, no había nada más productivo que follar con él. Lo hacíamos a diario y, no contento con ello, conseguía que me diera su leche al menos dos veces al día. Jose era una persona de rutinas, acostumbrado a hacer las mismas cosas durante tantos años. Siempre el mismo desayuno, siempre los mismos ritmos de vida, así que me amoldé a su horario. Le gustaba especialmente el sexo por la noche, antes de dormir, y también a la primera hora de la tarde, después de comer. Yo dormía a gusto todas las noches con mi culo lleno de su leche y me aseguraba todos los días de hacerle una buena mamada o paja antes de la siesta. No sabía quién disfrutaba más con mis atenciones si él o yo. Cada vez que se corría, ya fuera en mi boca, en mi cara o en mis pies (mi sitio favorito) experimentaba un placer difícil de explicar. Como suele pasar en estas situaciones, cuanto más sexo teníamos, más quería y a menudo lo tentaba fuera de nuestro "horario". Lo despertaba por las mañanas con ganas de jugar, me exhibía por la tarde-noche... Jose parecía encantado con mis atenciones, aunque noté que si seguíamos a este ritmo le iba a acabar pasando factura.

En esa estábamos, una de esas tardes en las que no contento con habérsela chupado hace una hora, seguía caliente. Nos encontrábamos en la azotea, como siempre. Un ventilador que nos acompañaba en todo momento, un sofá cómodo y la privacidad de estar en el último piso del edificio más alto de la zona lo hacía el lugar perfecto. Jose leía tranquilamente en un extremo del sofá y yo en el otro, mientras le hacía un suave masaje en los pies. Leíamos a menudo y también veíamos muchas películas. Jose no era especialmente culto, en el sentido académico, pero sí leído y sabía muchísimo de los temas que le apasionaban, principalmente de historia. Yo estudiaba esa carrera en la Universidad así que teníamos muchos temas de conversación en común. A mi lado había un libro que había dejado aparcado para darle el masaje. Tenía ganas de excitarlo así que me concentré en darle placer en sus pies, que al lado de mi mano parecían gigantes. He de decir que buena parte del calentón que tenía lo había provocado el título del libro que tenía Jose entre manos Costumbres sexuales en la Antigüedad.

—¿Sabías que Cleopatra se bañaba diariamente en leche de burra? —me dijo. No era raro que iniciara temas de conversaciones a raíz de sus lecturas.

—Supongo que ese sería el secreto de su legendaria belleza.

—Según tengo entendido no era guapa, pero que tenía un montón de trucos para enmascararlo.

—¿Y lo de la leche era uno de esos trucos? —dije, masajeando con suavidad sus suelas.

—La leche la utilizaba para hidratar su piel.

—Eso es mentira.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque yo bebo de leche de burro a diario y no he notado ningún cambio —comenté irónico.

—No he visto que te quejes —dijo él, con una carcajada.

—Seguiré un tiempo más con el tratamiento y si no pasa nada hablaré con mi doctor —dije, sacándole la lengua.

—En cualquier caso —anunció Jose, volviendo al tema principal—. Sería curioso probar los baños de leche de Cleopatra.

—Cariño, ¡eres como un toro pero dudo que produzcas tanta leche como para llenar una bañera!

—dije yo con burla.

—No seas tonto, venden leche en cualquier supermercado. Y no hace falta que sea de burra. He pensado que estaría bien probarlo.

—Solo estaba jugando, ya sabes que me gusta tomarte el pelo. Me encantaría probarlo.

—A veces se me olvida lo vicioso que puedes llegar a ser.

—Dice el ladrón que todos son de su condición.

—No soy yo el que lleva 20 minutos masajeando mis pies para ponerme cachondo.

—¿Y lo estoy consiguiendo? —dije yo, inocentemente, jugueteando entre los dedos de sus pies.

—Últimamente consigues todo lo que quieres.

—¿Y tú no? —repliqué, señalando que precisamente su vida era muy cómoda con eso de tener a alguien como yo dándole masajes cada vez que le apetecía.

—Yo tengo todo lo que podría desear. Excepto...

—Un baño de leche.

—Exacto.

Le di un par de besos en sus pies con cariño y acabé el masaje. No me convenía excitarlo más, no si esta noche íbamos a hacer a probar un nuevo juego.

—Si mi Señor quiere un baño de leche —dije servilmente, lo de "Señor" solo se lo decía de broma, aunque alguna vez se me había escapado en la cama— un baño de leche tendrá. Hoy dormirás con Cleopatra.

Al anochecer me encontraba expectante. Jose había ido a preparar el baño y me dio instrucciones expresas para que no husmeara . Quería que fuese una sorpresa. Eso, evidentemente, aumentaba mi estado de excitación, pues llevaba ya un rato preguntándome lo que me depararía la noche. Por la tarde había llegado a casa un impresionante número de botellas de leche que Jose había pedido. Estaba claro que cuando me habló del baño de leche no me di cuenta de la cantidad que se necesitaría, más aún si había que llenar una bañera como la nuestra, varias veces el tamaño normal. Estaba con mi ropa de siempre, una camisa de Jose que me quedaba muy grande. Pensaba en mi hombre y en la suerte que tenía de haberlo conocido. No creo que muchas personas fueran conscientes de ello. Sí, era guapo, aunque de una manera poco convencional. Es decir, nunca habría aparecido en una revista de "tíos buenos", pero sin duda tenía muchísimo atractivo. Grande y fuerte, de piel morena y salpicada de pelo negro. Una polla considerable, no excepcionalmente larga pero sí muy gruesa, y unos cojones de toro. No solo eso, sino que cada parte de su cuerpo me excitaba. La forma en la que su pecho se agitaba cuando estaba cachondo, desprendiendo un aroma muy varonil. El modo en el que me apretaba el culo con una de sus grandes manos, abarcándomelo entero. Esa barriga peluda a la que le sobraban varios kilos pero en la que era tan cómodo acostarse... Y por supuesto, sus pies, sus estimulantes pies color miel que yo trataba con una veneración sin igual, a excepción de su rabo. Era un auténtico semental.

Pero eso no era lo que me hacía que me ardiese la pasión. Eso no era todo, al menos. La magia de Jose era esa maravillosa capacidad para experimentar, para buscar y disfrutar de todo tipo de fuentes de deseo. Era completamente bisexual. Incluso me había dicho alguna vez que le excitaba la idea de follar con un transexual. Tenía su tipo, como todo el mundo: hombres y mujeres de apariencia femenina, coquetos, menudos y más bien jóvenes, pero estaba abierto a todo. Igual que con los fetiches: a él le ponían los pies, la lencería y los cuerpos depilados, mas aseguraba que tenía todavía muchos morbos por explorar. Le gustaba también jugar con los roles: yo había probado en mi piel su lado más dominante. Con Mercedes había participado en una situación de Señor – Criada. Y conmigo, había dejado someterse (solo un poco porque un semental como él no se puede dominar del todo), cuando le prohibí correrse y estuve jugando con él a provocarle.

Había otra cosa que sí era más particular. Me lo confesó un día mientras veíamos una película. Al parecer le daba algo de vergüenza, no sé por qué, ya que a estas alturas habíamos compartido prácticamente todo. Se ve que en el mundo del porno hay todo un mundo de vídeos que escenifican situaciones. Yo conocía los típicos de "criada", "compañero de trabajo", "hermano", etc. pero había otros que nunca había explorado. Se conocía como porno de época y recreaban periodos de la historia. Debía ser muy típico del porno vintage pues Jose me enseñó películas que por su calidad parecían del siglo pasado. Cuando lo vi, entendí la excitación, más allá de que por gustos la historia era una de mis principales fuentes de interés. La película era de un grupo de viejos senadores romanos violando a un jovencito. Me puso muy cachondo y esa noche mientras follamos me imaginé como sería tener sexo en la Antigua Roma. Desde luego, era muy excitante imaginar como follaban en la antigüedad, más aun en las culturas exóticas.

Dejé de divagar. Pensar en Jose provocaba esto en mí, se me iba el santo al cielo, como decimos en mi tierra. Era ya la hora que me había indicado Jose para darnos nuestro baño especial.

La gigantesca bañera estaba a rebosar de leche y dentro de ella estaba Jose, sumergido hasta la cintura. Era una visión excitante el contraste de su piel oscura con la blancura del líquido. Flotaban restos de flores, que deduje que era lavanda por el olor, y al lado de la bañera había un tarro de miel.

—¿Para qué es la miel? —pregunté, mientras introducía un pie en la bañera, calculando la temperatura.

—Los antiguos egipcios creían en las propiedades afrodisiacas de la miel. Una antigua inscripción decía que "Para hacer que una mujer ame a su marido: Machaca semillas de acacia con miel, unta tu falo con esto y duerme con ella" —recitó de memoria.

—Yo no soy ninguna mujer.

—Tampoco necesito que me ames más de lo que lo haces.

—¿Cómo has conseguido que la leche esté caliente? —dije, sonriendo como un tonto por su comentario anterior.

—La he juntado con un poco de agua hirviendo.

—No parece aguada —ya había introducido mi pierna hasta el muslo, acostumbrandome a la temperatura. Nunca me gusta entrar en una piscina o bañera de golpe, aunque esté templada, como era el caso.

—He comprado leche entera. Tiene más cuerpo.

—¿Y la lavanda?

—Solo un aromantizante.

Me sumergí en la bañera de leche, que era de un color parecido al de mi piel. Le di un pico en los labios y me puse frente a él, con mis pies apoyados en su pecho. La bañera era lo suficientemente grande, con espacio para los dos sin problemas, pero a mí me gustaba estar cerca de mi hombre. Estaba sumergido por entero a excepción de mi cabeza y los deditos de mi pie. Apenas sobresalían unos centímetros y cuando nos movíamos un poco, los tapaba la marea de leche. Era raro estar ahí dentro pues el líquido no tenía la consistencia del agua, pero muy excitante. Probé un poco. Solo era leche corriente, mas el estar bañándonos en ella hacía que estuviese más rica. O eso me pareció.

—Está muy buena— dije.

—A ver, enséñamelo —insinuó sugerente.

Sumergí uno de mis pies, empapándolo bien y lo llevé a su boca. Lo chupó con frucción, sorbiendo la leche de mis deditos. Me provocó unas cosquillas cuando su lengua se detuvo entre mis deditos y mi planta. Saqué del líquido otro de mis pies y lo restregué contra sus labios. Mientras se metía en la boca mis cinco dedos succionándolos, cogió el tarro de miel y rebañó un buen pegote. Me lo aplicó en uno de mis pies, untándolo bien. Se esparció como una crema, pero más pegajosa, y me produjo un placer especial que estuviera utilizando algo tan inusual para recubrir mi pie. Me empecé a dedear, dejando que la leche se colara en mi interior. No era la leche a la que estaba acostumbrado a alojar mi culo, claro.

—He pensado... que si yo soy Cleopatra... tú eres... Julio César —dije entre jadeos, pues mi hombre estaba devorando el pie que había untado en miel.

No dijo nada, concentrado como estaba en limpiar mis pies, en captar todos los trazos de leche y de miel que había en ellos.

—Ahora me toca a mí.

Me gustaba disfrutar pero honestamente cuando mejor me lo pasaba es cuando yo le daba placer a él. Todo el juego de la leche y la miel me había puesto muy perra. Me acerqué a él y lamí su pecho. Su vello estaba apelmazado y sus pezones erectos. Primero los succioné y luego pase la lengua por encima, recogiendo la leche en mi camino. Llevé una mano a su polla mientras Jose me introducía un dedo con miel en la boca. Lo lamí, disfrutando su dulzor. Le hice un gesto para que se levantase y se apoyase en el borde de la bañera. Más de la mitad de su cuerpo estaba fuera, excepto sus piernas. La superficie de leche bañaba sus huevos y su polla aparecía enhiesta sobre ella, como el monstruo del lago.

Unté su punta de miel y me tragué la punta, al mismo tiempo que esparcía leche por su tronco. Succioné, absorbiendo todo el líquido dulce. En parte echaba de menos el sabor natural de su polla, pero la miel hacía un lubricante perfecto y la visión de sus huevos lechosos me encendía. Abrí la boca, estirando bien la lengua y empecé a golpearme con su polla en mi cara y a restregarla contra mi lengua. Con cada sacudida, me empapaba de leche.

—Llámame César —dijo Jose morboso, mirandome desde arriba.

—Oh... César —acompañando cada palabra de un pollazo en la cara.

—Mi putita Cleopatra —dijo, cogiéndome de la cabeza para que me tragase la polla.

En mi boca se juntaban su rabo, mi saliva y la leche que inevitablemente tragaba. Esto provocó que salieran burbujitas de mi boca. Por instinto, supe la mejor forma de aprovechar eso. Se la chupaba un rato y escupía sobre su polla esa masa de saliva espumosa. Luego, sorbía un poco de leche en la boca y se la volvía a chupar con el líquido dentro, hasta que en mi boca se volvía a formar la espuma. Jose gemía y gemía, llamandome putita o diciendo lo guarra que era. Me excitaba que me insultase, aunque para mí putita no era ningún insulto, es lo que era.

Levanté su polla para poder lamer sus huevos, deliciosamente mojados en leche. Ese era quizá el mayor punto débil de mi hombre, que disfrutaba especialmente cuando le comía los huevos por debajo. Intenté llegar a su ano pero estaba muy sumergido y me ahogaba. Le agarré del culo para que se diera la vuelta. Lo entendió a la primera. Se colocó de espaldas con su culo sobresaliendo. Estaba perlado de gotitas blancas y en su raja corría un hilo de leche. Mordí una de sus nalgas con la presión justa para no hacerle daño. Abrí su culo bien y metí mi cabeza dentro para hacerle un beso negro. En mis mamadas anteriores había lamido de pasada alguna vez esa zona, pero nunca me había centrado verdaderamente en ella.

Lo primero que se hace con un culo así es pegarle un buen lametón desde la base de los huevos hasta la rabadilla. Repetí esa operación un montón de veces hasta que no quedo nada de leche. Dios, tenía un montón de pelos en esa zona. Había tantos que apenas se vislumbraba su ano. Con la lengua fui retirando los pelos y llegué a su agujero. Con precaución primero, repasando su anillo exterior, pasé a introducir mi lengua. Estaba cerrado, probablemente porque no estaba acostumbrado a estos tocamientos. No me rendí fácil y estuve un buen rato moviendo la punta de mi lengua en su interior, alternándolo con pasadas a toda su raja. Con el tiempo, se abrió lo suficiente como para que le pudiera meter media lengua. Ahí fue más fácil, puesto que mi lengua podía maniobrar. Daba vueltas con ritmo rápido y de vez en cuando hacía con mi lengua presión en una de las paredes de su interior. Llegó un momento que me cansé de estar abriéndole las nalgas con la mano y dejé de hacerlo. Jose se las separó el mismo en una clara invitación a que siguiera

Decidí dar un paso más allá. Llené uno de mis dedos de miel y se lo introduje hasta el nudillo. Gemió con poca fuerza pero no me apartó. El dedo había entrado sin dificultad así que lo saqué, lo chupé para apreciar el sabor de su interior y embadurné otros dos dedos. Costó un poco más que entraran pero entre lo resbaladizo su culo y la lubricación de la miel, conseguí encajarlos del todo. Con cuidado, fui follándole con los dedos, asegurándome de introducirlos hasta el fondo para después sacarlos de su ano. Cada vez que salían, su culo se cerraba y tenía que volver a hacer presión para meterlos. Esto a Jose le estaba volviendo loco. Yo chupaba sus huevos mientras me follaba su culo, sintiendome, efectivamente, una putísima cerda. Y feliz de serlo.

En un momento dado, mordí sus huevos, sin demasiada fuerza y noté como su polla daba un respingo. Estaba caliente y quería que me follase con toda su potencia. A juzgar por cómo estaba, iba a ser dura la follada. Intercambiamos posiciones y me puse yo al borde de la bañera con el culo en pompa. Era mi posición favorita. Encima de él yo controlaba el ritmo o con mis piernas en sus hombros podía verle mientras me follaba. Sin embargo, a cuatro patas era una posición completamente sumisa, pues uno simplemente exponía su culo y esperaba a ser follado. Era la posición de los animales, del sexo más salvaje. Esa sensación de indefensión que sientes cuando tienes tu culo bien abierto, esperando a ser penetrado, pero no sabes cuando va a llegar, solo que de un momento a otro pasará... Ufff, se me ponían los pelos de punta.

Se embadurnó bien la polla de miel y me la metió hasta el fondo. No lo hizo con rudeza pero sí sin parar hasta tocar tope. Empezó a follarme, eso sí, con rapidez, aprovechando que la miel resbalaba en mi interior. Utilizaba mis manos para cogerme de las caderas y moverlas, haciendo así que mi cuerpo se empalase en el suyo. De vez en cuando me daba algún azote en el culo y eso hacía que en el suelo salpicase la leche. Al principio de nuestra relación me dolían ocasionalmente sus folladas, ya no. Mi culo estaba tan acostumbrado al tamaño de su polla que la acogía con gusto. Llegó un momento que se inclinó sobre mi cuerpo, impidiéndome moverme. Esto lo hacía mucho. Me encajaba la polla hasta el fondo y se ponía encima para susurrarme cosas sucias. Esto no me producía tanto placer como las penetraciones frenéticas pero entre su voz ronca que me babeaba la oreja y su polla hinchándose con fuerza en mi culo, yo me ponía muy muy cachondo. Su lenguaje esta vez era especialmente rudo, no le culpo, la situación había sacado nuestro lado más morboso. Yo gemía más que nunca, aullando de placer, animándole a que me insultara.

—Eres mía cerda... Eres mía... Que no se te olvide... Tu culo me pertenece y te lo llenaré de leche como la guarra que eres... Una sucia perra como tú necesita que le den polla todos los días. ¿Quieres leche, verda putita? ¡Dime que quieres leche!

Yo gemía y gemía sin poder articular palabra.

—Las putitas como tu necesitan que se las follen todos los días. ¡Dímelo, dime que lo que quieres!

—Preña... a... tu... putita —dije con un hilo de voz con las pocas fuerzas que me quedaban.

—¡Dios! ¡Que puta cerda! —dijo, volviendo al ritmo del principio. ¡Cerda, cerda, cerda! ¡¡Dímelo!! ¿¡QUE ERES!?

—¡SOY TU CERDA! ¡FOLLATE A ESTA PUTITA! ¡DAME TU LECHE, CABRÓOON!

Mi insultó le encendió y me empezó a azotar mi culo con fuerza al ritmo de cada palabra:

—LAS-PUTAS-COMO-TÚ-NO-PUEDEN-EXIGIR-NADA.

Yo lloraba, de placer y de dolor, sin distinguir bien entre los dos estados. Estaba al borde de la extenuación, notaba mi polla a tope, luchando por no correrme. Repetía como un poseso "por favor" entre gimoteos. ¿Por favor qué? ¿Que parara? ¿Que siguiera castigándome? No lo sé.

—¿LO HAS ENTENDIDO? —gemí por toda respuesta—. ¿¡PUTITAAAA!?

Y se corrió y yo con él. Apreté mi culo con todas mis fuerzas, ordeñándole la polla. Como siempre, la dejó enterrada en mi interior.Yo me la saqué después de un minuto y noté una sensación implacable de vacío, pero también de frescor cuando la leche de la bañera se juntó con la de Jose en mi culo. Él se agarró al borde de la bañera, mareado por las oleadas de placer del orgasmo, que le había afectado tanto que todavía seguía latiendo en el. Yo fui con él y le di besitos cariños en la cara, la boca, la mejilla, el cuello...

—Mi hombre, mi macho, mi señor, mi César.. Soy tu Putita, soy tu Putita —repetía, dándole las gracias, todavía con lágrimas en los ojos, pero plenamente satisfecho.