Pies color miel (7)

Vicios y virtudes.

Jose me aseguró que mandaría limpiar la casa para dejarla como nueva. Eso incluía higienizar los suelos y eliminar todo vestigio de la presencia de Mercedes. Mientras el equipo de limpieza se hacía cargo de todo ello, fui a darme una ducha, que falta me hacía. Me ofreció ir al baño de invitados, pero preferí hacerlo en el suyo, el baño con la ducha enorme que habíamos utilizado para castigar a la antigua criada. Necesitaba varias cosas: primero, enfrentarme a lo que habíamos hecho y para eso debía ver nuestra obra con mis propios ojos; segundo, decidir cómo quería que fuese mi relación con Jose de ahora en adelante; y tercero, pero no menos importarte, limpiarme bien pues seguía teniendo el cuerpo resecoso de su corrida. Me propuse no salir del baño hasta que hubiera solucionado los tres problemas.

Lo primero fue relativamente fácil. El baño era la estancia que más se había manchado durante nuestro abuso. Al echar a Mercedes empapada de nuestros orines, habíamos conseguido que se esparcieran por todo el suelo. Utilicé un líquido desinfectante y una bayeta para limpiar el estropicio. Me dio mucho asco hacerlo pero no tanto por la tarea en sí, sino por lo que implicaba: comprendí que nos habíamos dejado llevar por nuestros más bajos instintos. Detestaba a Mercedes con toda mi alma pero una parte de mí se compadecía de ella, recordando su cara asustada. Para cuando acabé de desinfectar todo el baño, buena parte del rencor que le guardaba a la criada se había esfumado. No desaparecería del todo, eso sí.

Los dos siguientes problemas eran más difíciles pero por fortuna los podía hacer simultáneamente. Me di una ducha muy caliente, casi hasta el punto de que me abrasaba la piel. Conseguí limpiar todo mi cuerpo. Mi culo no había quedado tan maltrecho como pensaba. Gracias a mis ejercicios de preparación, la brutal follada de Jose no me había hecho ninguna herida. Solo tenía una pequeña irritación que esperaba que cesase en un par de días. El próximo paso era el complicado, tenía que decidir qué pensaba de Jose. Puse el agua fría tratando de aclararme la mente. Era una decisión importante.

Por una parte, quería a Jose. Sonaba raro decirlo, pero así era. En el poco tiempo que llevábamos intimando había desarrollado un gran afecto por él y también mucha dependencia. Esa misma tarde había llegado a justificar interiormente su agresión, pensando que si él me había tratado de esa forma era porque de algún modo yo me lo merecía. No, no podía permitirlo, tenía que mantener mi independencia. Eso empezaba por reconocer que yo estaba preparado para hacer casi cualquier cosa por él, hecho que me asustaba un poco, pero que eso no significaba que todo lo que hiciera él estuviera bien. Necesitaba una prueba de que Jose era capaz de enmendar sus errores y de pensar en los demás, como yo estaba haciendo con él. Curiosamente, pese a no tener mucha experiencia en este tema, tenía una idea bastante clara de lo que implicaba la relación Dominante / sumiso: era un acuerdo basado en la confianza mutua por el que se exploraban diversos morbos y fetiches. No era una excusa para portarse como un cabrón y maltratar a la gente a tu alrededor.

Salí de la ducha completamente decidido y helado. Había estado dentro más de la cuenta. Me sequé a conciencia y salí al vestidor en busca de algo de ropa para ponerme. Encontré uno de los pantalones de deporte que utiliza Jose para estar por casa. Intenté ponérmelo pero nada más hacerlo me di cuenta de que no iba a ser posible. Me quedaba enorme, y eso que tenían una cuerda para ajustarlos a la cintura. Dándolo por imposible, busqué una de sus camisas. Elegí una rosa claro, tan claro que parecía blanco. Era un poco transparente y pegaba con el tono de mi piel, muy blanca y también algo rosácea. Sabiendo lo sexy que me tenía que quedar esa camisa, varias tallas más de la mía y que apenas me cubría el culo, salí para encontrarme con Jose. Estaba decidido a explicarle mis condiciones y demostrarle así que los sumisos también tenemos voz y voto. Claro que la tenemos. Solo que la mayoría de las veces preferimos que sea otro el que tome las decisiones.

Ya había anochecido y la mesa de la azotea estaba preparada para la cena. Jose había pedido comida a domicilio a un restaurante italiano. El equipo de limpieza había hecho bien su trabajo pues la casa olía que apestaba a lejía y otros productos. Todas las ventanas estaban abiertas para que hubiera corriente que se llevara ese olor tan intenso. La comida no tardo en llegar. Comimos sin hacer muchos comentarios, concentrados en nuestros platos. Jose había echado más de una mirada rápida a mi atuendo, pero sin atreverse a decir nada. Era evidente que estaba avergonzado, pasado el furor del episodio con Mercedes. Esperé a la sobremesa para explicarle mi decisión:

—He estado pensando en lo que ha pasado.

—Espera, lo primero es que te ofrezca una disculpa.

—Gracias.

—Mi comportamiento fue inaceptable —se notaba el arrepentimiento en sus ojos.

—Es suficiente, acepto tus disculpas —dije, mientras Jose sonreía—. Pero he comprendido que no me bastan las palabras, necesito que me lo demuestres.

—Haré lo que sea para que puedas olvidar lo que te hice.

—A mí no, bueno, a mí solo no. También a Mercedes.

—¿Cómo? —me miró confundido.

—Que no lo comprendas siquiera me demuestra que todavía no estás dispuesto a cambiar.

—No lo entiendo... ¡Lo de la meada fue idea tuya!

—Eso solo ha fue la gota que colmó el vaso. Te recuerdo que Mercedes vivió dos años de humillaciones en esta casa. Admito que lo de la ducha fue culpa mía pero tú no hiciste nada por pararlo, es más, te encantó la idea.

—¡Hice lo que ella me pidió! —exclamó, con el rostro agitado.

—Sin pararte a pensar en cómo se sentía ella, concentrado única y exclusivamente en tu propio placer. ¿Estuviste dos años tratándola como una perra y te extrañas que se comportase luego de esa manera? Hizo lo que hizo porque tú la empujaste a hacerlo. Créeme, la odio, pero entiendo sus razones.

—Comprendo —dijo Jose, más calmado—. ¿Y qué puedo hacer? No puedo deshacer lo que hice durante esos años.

—Te hablo de Mercedes no para que sientas lástima por ella sino para que reflexiones. ¿Qué clase de hombre eres? ¿Quieres que te respeten o que te teman?

—Jamás querría que tuvieses miedo de mí.

—Pues hoy lo tuve. Hoy parecías dispuesto a expulsarme de tu vida. ¿No se te ocurrió ir de cara y preguntarme sobre el robo? ¿Es que solo sabes solucionar las cosas con violencia?

—Estaba colérico, no razonaba bien...

—Tú eres el maduro de los dos, no debería ser yo quien te estuviera dando lecciones.

—A veces se me olvida que eres tan joven...

—Soy muchas cosas, recuérdalo. Soy mucho más que un juguete en tus manos.

—Entonces... ¿no quieres que te domine más? ¿No... disfrutabas conmigo?

—¡Claro que lo hacía! Adoro que me domines, pero también adoro dormir contigo. Todo lo que me importa es hacerte feliz. ¿Por qué tenemos que separar romanticismo y morbo? Desde el primer momento tuvimos una complejidad que iba más allá de un simple calentón.

—Yo también lo creo... pero mentiría si dijese que el sexo que tenemos no es mi motivación principal. A veces no puedo resistir tener necesidades... gustos poco convencionales.

—Quiero que los tengas. Y que me los cuentes. Que compartas tus morbos, que me involucres en tu vida, en tus pasiones y también en tus vicios.

—¿Sean cuales sean?

—Sean cuales sean.

—Lo prometo.

—Bien. Aclarado esto, discutiremos tu castigo.

—¿Castigo? —dijo Jose arqueando una ceja.

—Por supuesto. Ya te dije que no me bastaban las palabras. Te encomendaré una prueba y hasta que no la cumplas no te levantaré el castigo —cogí aire, esto nos iba a perjudicar a los dos—. Tu prueba es demostrarme que eres una persona que es capaz de pensar en los demás, en definitiva, un ser humano. Hasta que no lo consigas, no tendré sexo contigo. De ninguna de las maneras.

—Eres retorcido —me dijo, notoriamente molesto.

—Ni te lo imaginas —dije, con una sonrisa de suficiencia—. Y ahora sé bueno y prepárame un baño en ese maravilloso jacuzzi que tienes.

Estaba contento conmigo mismo, había conseguido hacer cambiar de opinión a Jose y creía que esta prueba iba a fortalecer nuestra relación. Contuve una sonrisa maligna mientras Jose se levantaba y caminaba hacia el jacuzzi. El castigo no solo era negarle el acceso a mi cuerpo, sino que iba a tentarlo para provocar sus límites. O aprendía la lección o se iba a volver loco con mis juegos. Tenía más de una idea en mente.

Cinco minutos después estaba en la puerta de la sala del jacuzzi. Dentro se escuchaba el burbujeo. Le dije a Jose que fuera metiéndose, que enseguida lo acompañaba. No me sorprendió ver que me miraba con lujuria cuando por fin entré en la sala. El pobre Jose se pensaba que me había marcado un farol, que la invitación del jacuzzi era una forma de decirle que lo del sexo era broma. No sabía que mi idea era someterlo a tortura.

Entré en la sala y apoyé en el suelo mis instrumentos de tortura: un bote de crema de afeitar y una hoja. Me senté en el suelo frente a él, sumergido en el jacuzzi, y eché una buena cantidad de crema en mis manos. Pausadamente, fui esparciendo la crema, primero en mis pies, luego en mis piernas. Jose me miraba atónito, quizá pensando que se la había jugado. Estaba orgulloso de mis pies, eran muy femeninos.. Intenté ser lo más provocador posible, moviéndome con sensualidad y haciéndole ojitos. Entreabrí la boca y cerre los ojos un segundo, simulando un gemido. Mi idea era excitarle a él pero yo también me estaba poniendo cachondo de verle devorándome con su mirada. Le estaba regalando un espectáculo de puro exhibicionismo. La guinda del pastel fue cuando le di la espalda y unté de crema mi culo y el nacimiento de mi espalda.

Lo que estaba haciendo era un regalo en más de un sentido. Algo que quería hacer desde hace un tiempo pero que las circunstancias habían provocado que lo hiciera de la forma más malévola. Cuando vi las películas porno de Jose me propuse estudiarlas, buscando ideas para poder complacerlo. No había podido ver casi ninguna pero sí había sacado una conclusión de sus carátulas: a Jose le gustaban depilados. Pelo ya tenía él, de sobra. Mercedes debía haber llegado a la misma conclusión pues recordaba que tenía su sexo completamente rasurado. Siguiendo con mi provocación, lleve la hoja a mi pies, cortando los pocos pelos que tenía. Realmente mi vello no se apreciaba mucho, puesto que mis pelos eran finos y en poca cantidad. Aclaraba la cuchilla en el agua del jacuzzi ante un Jose estupefacto. La clave con ese gesto era señalarle cuán cerca estaba el objeto de su deseo pero cuán lejos de conseguirlo. Se mira pero no se toca.

Acabé con mis pies dedicándoles quizá más tiempo del necesario y comencé con mis piernas. Deslizaba la cuchilla desde mi tobillo hasta el comienzo de las ingles en un único movimiento preciso y ostentoso. Para llegar a mis pantorrillas, levanté las piernas, con los pies mirando al techo, ofreciéndole una imagen de mi culo. En la zona de los genitales es donde más me centré. Al fin y al cabo, quería hacer un buen trabajo. Deje mis pequeños huevos completamente impolutos y mi vientre tan limpio que tenía la suavidad de la piel de un bebé. Con mi culo hice lo que pude, dadas las circunstancias. Posiblemente se me escapó alguna zona que no podía ver desde mi posición. El que no se perdía nada era Jose que atendió al espectáculo de mis nalgas expuestas. Terminé quitándome un par de pelos que tenía en el pecho y en las axilas y sonreí con satisfacción. La labor estaba concluida: no tenía ningún pelo por debajo de la cabeza.

—Bueno, ¿te ha gustado?

—Ha sido...

—No hablaba contigo —le corté.

Introduje un pie en la bañera y alcancé su polla que estaba dura, más dura que nunca. Mmmm... Me relamí de placer. Jose gimió y saqué mi pie del agua y lo llevé a su boca.

—Me voy a la cama —le dije, rozando mi pie contra su labio—. Vente cuando quieras.

Me fui contoneando el culo, el cierre perfecto de una de las cosas más excitantes que había hecho, sin ni siquera recurrir al sexo. En el baño de Jose me sequé con una toalla y me apliqué una crema hidratante, sobre todo en mi ingle, para no tener escozores al día siguiente. Me acosté y al rato vino Jose. Se metió en la cama conmigo y enseguida buscó mi cercanía. Yo busqué su polla, que seguía erecta. Había especulado sobre si se había pajeado después de mi exhibición. Parecía que no. Le di un pequeño pico en los labios, le desee buenas noches y me di la vuelta. Con tanta excitación, le iba a costar dormir.

Me desperté al día siguiente con sueño. Con la tontería a mí también me había costado horrores dormirme, presa de mi propio juego. Jose no había pegado ojo a juzgar por todas las vueltas que había dado en la cama. No había intentado forzarme en ningún momento y eso que su excitación era evidente. Más de una vez noté apretando su polla contra mi cuerpo, pero nada más. Estaba desayunando un café con tostadas en la terraza. Fui donde él y le agarré la cabeza por detrás. Le di un suave beso en la comisura de los labios junto con un "buenos días" meloso. Fui a la cocina a por algo de comer para empezar bien el día. En un frutero vi unos platanos y se me ocurrió una nueva forma de atormentarlo. Eran tipo banana, ya sabéis por dónde voy.

Ya en la mesa pelé el plátano mientras Jose me hablaba sobre algo que había leído en las noticias. Yo hacía como que le escuchaba, pero en realidad estaba concentrado en mi fruta. La pele con cuidado y me introduje la punta, saboreándola. No lo estaba comiendo, lo estaba chupando. Jose se puso igual de tenso que la noche anterior en el jacuzzi. Le miraba a los ojos mientras lo hacía. Forcé el plátano contra el interior de mi mejilla para que viera el bulto que dejaba. Sacándomelo de la boca, comencé a rechupetearlo de forma morbosa, recorriendo su forma fálica con la punta de la lengua. Jose se marchó de la terraza farfullando algo sobre que no era justo lo que estaba haciendo y con una visible erección en los pantalones. Yo me reí y me comí el plátano, sin más jueguecitos. La verdad es que estaba bueno, aunque sinceramente hubiera preferido meterme otra cosa en la boca.

Como no tenía nada que hacer, fui a la habitación y me volví a dormir. Me hacía falta, no había pegado ojo por la noche. Debido al cansancio, me quedé frito y no me desperté hasta que oí un ruido a mi lado. Era Jose, al parecer había ido de compras. Traía un montón de bolsas de diferentes marcas, todas asquerosamente caras. Era todo de tipo informal, como solía vestir yo, aunque más elegante de lo que me podía permitir.

—Como andas todo el día por ahí desnudo, he ido a comprar ropa —me dijo, con una nota de sarcasmo en su voz.

—No tenías por qué haberte molestado, ya estoy vestido —le dije, señalándo la camisa que llevaba puesta. Su camisa.

—¿Eso? Pensé que era por falta de ropa.

—Para nada, esto es mi uniforme de trabajo.

—Pues si no te gusta lo devuelvo.

—Claro que me gusta bobo, solo te estaba tocando un poco las pelotas. No literalmente, no sé si me entiendes... —le dije entre risas, abrazándole.

—¿Sabes? Para ser el que ayer iba dando lecciones, te estás portando un poco mal. Yo esto lo he hecho para demostrarte que he cambiado.

—Ay, Jose. Te pedí que me demostrases que eres un ser humano que se preocupa por los demás. Esto solo demuestra que eres rico. No obstante, esto es espectacular, muchas gracias —rebusqué en una de las bolsas y encontré unas gafas Ray-Ban, de montura antigua—. Venga, vamos a comer algo, tienes que estar exhausto después de todas estas compras.

Jose se mostró muy taciturno durante toda la comida, comiendo más de lo normal y refunfuñando un poco. En verdad, me estaba pasando. Resolví que ya había tenido suficiente, aunque una prueba más no le vendría mal... Después de esto, le prepararía una buena cena y le anunciaría que le levantaba el castigo. Yo también lo estaba pasando mal y me hacía falta mi hombre.

Jose estaba intentando dormir en una costumbre muy típica española llamada siesta. Yo le pillé mirándome disimuládamente varias veces, observándome. No estaba haciendo nada ostentoso así que supuse que el pobre Jose estaba que se salía por las paredes. Un juego, un último juego y luego por fin, por la noche, le dejaría que me hiciese absolutamente lo que fuera..

Me levanté, entré a la terraza y volví con una crema hidratante que había utilizado el día anterior después de mi excitante afeitado. A ver qué opinaba Jose de esto. Le besé en la mejilla, como intentando despertarlo (yo sabía que estaba fingiendo) y agitando el bote, le pedí que me echara una mano. En seguida se levantó y yo me estiré en una tumbona.

Jose se echó un buen chorro en las manos y ni corto ni perezoso embadurnó de crema mis huevos. Noté por lo directo que fue que quería ponerme cachondo, que sufriera como había estado sufriendo él para que claudicara mi empeño. Le iba a costar pues estaba decidido a aguantar mis ganas. Estuvo un buen rato trabajándome los huevos con las manos resbaladizas. Paso a mi viente y a mi pecho y me echó más crema, pellizcándome un poco los pezones. Yo cerré los ojos para disfrutar de este masaje improvisado. En las axilas me hizo cosquillas y levanté una pierna para que se dirigiera a esa zona. Empezó a frotarme las piernas, maravillado con su suavidad. No me equivocaba al pensar que le gustaban los chicos rasuraditos. Las empapó varias veces, más de lo necesario. Le dejé hacer. En mis pies hizo un masaje con sus fuertes manos, jugando a untarme de crema entre mis deditos. Estaba muy muy cachondo, con mi polla a tope.

Con cuidado, me di la vuelta para ponerme boca abajo y que terminara de echarme crema. Jose, muy inteligente, puso su paquete a la altura de mi cabeza y empezó a frotar mi culo, metiéndome uno de sus dedos morcillones dentro. Entre el masaje de pies, sus tocamientos en mi culo y la presión de su polla tan cerca de mí me estaba volviendo loco. ¿Desde cuando olía tan bien su polla? Hice un esfuerzo inconmensurable por aguantar el impulso de abrir mi boca y tragarme su polla hasta la campanilla. La boca me hacía aguas.

Jose, por fin, se dio por vencido y menos mal porque no sabía si iba a poder aguantar mucho más. Me dejó tumbado y oí como se iba, enfadado, pegando un portazo. Me convencí aún más de que tenía que resarcirle esa noche. Estuve unas horas en la terraza, disfrutando del buen tiempo y de las vistas. Empezaba a aburrirme y además la perspectiva de volver a dejar que me follara me estaba poniendo muy cachondo. Me había dicho a mí mismo que esperaría a la hora de comer, ¿no? Bueno, se podía adelantar. Fui a su despacho con la intención de decírselo pero no estaba. Qué extraño. Parecía que había salido de la casa. Quizá sí que me había pasado...

Distraidamente, me di una ducha para quitarme los restos de la crema y volver a hidratarme el cuerpo. Si no lo haces a menudo después de rasurarte, te salen unos granos espantosos. Utilicé el cabezal de la ducha para limpiar bien mi culo. Es una sensación maravillosa la de un chorro de agua explorando tu interior. Me masturbé un rato, sin correrme claro, y me llevé un par de dedos al agujero para explorar mi cavidad. Mi idea era dilatarme lo suficiente para que Jose pudiera penetrarme nada más venir a casa. Me percaté de que mis dedos no eran suficiente, no para lo que quería. En mi casa había utilizado las bolas chinas para hacerlo pero aquí no tenía ningún juguete. ¿O sí? Recordé haber visto un par de plugs de diferentes tamaños... pero eran de Mercedes. Comiéndome mi orgullo, fui a su habitación y abrí su cajón. Cogí un plug, que llevé al baño para limpiarlo cuidadosamente. Con la ayuda de un poco de lubricante fui encajándomelo, poco a poco, hasta que hizo tope. Sentía el culo estirado al máximo. El plug era de buen tamaño, y eso que no era el más grande, aunque sí más que las bolas que tenía yo en casa. Para hoy me serviría, pero después quería tener mis propios juguetes, unos que no perteneciesen a una persona que me había hecho tanto daño.

Fui a la sala principal y esperé a Jose en una butaca de cara a la puerta. Estaba sentado con las piernas cruzadas y su camisa puesta, de modo que no se veía mi plug. Quería que fuese una sorpresa. En esta posición, se me clavaba en lo más profundo. Cuando me lo sacara, estaba seguro que mi ano no perdería el boquete que estaba generando. Jose regresó a la media hora más o menos, esta vez sin ninguna bolsa. Se sorprendió al verme y poniéndose a un metro delante de mí, me dijo:

—He ido a ver a Mercedes.

No dije nada.

—Lo he hecho para demostrarte que he cambiado. No puedo cambiar lo que hice pero sí intentar compensarla. Mercedes tiene familia y me he ofrecido a pagarle la universidad a sus hijos...

Seguí sin decir nada.

—¿Esto es lo que querías no? He comprendido que aunque ello hizo cosas malas, estas no me eximen de mis propios actos. Lo mejor es quedar en paz, con la conciencia limpia. Yo hice también cosas mal y el mundo me recompensó contigo. Todo el mundo se merece una segunda oportunidad.

Mi cara era igual de inexpresiva que al principio. Jose se tiro al suelo de rodillas, frente a mí.

—¿Qué mas quieres que haga? ¿Que arreglé todos los poblemas del mundo? ¿Que me meta a cura? —sonreí, imaginándome a Jose con una sotana.

Le miré a la cara con los ojos desbordando llamas de pasión. Me di la vuelta, mostrandole mi culo y el plug que tensionaba mi ano, pugnando por salir, y le dije:

—Quiero que te folles a tu Putita.

No me vi venir su reacción. Oí un gruñido y me agarró con fuerza, levantándome en volandas. Me llevó contra el cristal de la habitación. Me empujó contra él pero dejándome espacio para que frenara el impacto con las manos. Yo estaba a su merced. Honestamente, nunca podría controlar a Jose. Él pesaba 40 kilos más que yo y medía mucho más. Me podía manejar como a una muñeca de trapo. Quería que lo hiciera. Sabía las consecuencias de haber encerrado al animal. Y disfrutaba sabiendo que no se podía contener hasta el punto de que me la iba a meter a la primera de cambio. Oí el ruido de un cinturón aflojándose y de ropa cayendo al suelo. De pronto, me sacó el plug dejando vacío mi culo por primera vez en un buen rato. Me la metió de pie, hasta las pelotas. No poco a poco. De golpe, con tanta potencia que mi culo restalló como un látigo al juntarse nuestros cuerpos. Acompañó el movimiento mordiéndome el cuello.

Empezó a follarme con la misma brutalidad que había empezado. Después de dos arremetidas, su polla se liberó de su prisión debido a la fuerza de sus golpes y a lo abierto que estaba mi culo. Escupió su mano, lubricó su polla y volvió a empalarme. Me agarraba con una mano del cuello de forma que yo no podía moverme. Yo estaba contra el cristal, babeándolo con mi cara, mi culo ligeramente inclinado. ¡Plas, plas plas, plas! Su cuerpo se estrellaba con tanta violencia sobre mí que parecía que estaba azotándome. Me corrí en un poderoso orgasmo que me dejó tonto, sucumbiendo a un placer tan intenso que jamás imaginé que podría experimentar. Jose se volvió loco mientras apretaba con mi ano, preso de los espasmos de mi corrida. Alcanzó una velocidad inhumana, violenta, salvaje. Era un toro ansioso con una ferocidad indomable. Bufaba furioso, sumido en su propio placer, en esa necesidad animal tan antigua como el mismo mundo. Me salpicaba la espalda con la saliva que caía de su boca. Estaba tan fuera de sí que probablemente no sabía que estaba babeando de placer.

Me dio la vuelta, colocándome frente a él. Enlacé mis brazos en su espalda, su poderosa espalda, y arrinconé su culo contra su cuerpo. Le empecé a comer el cuello como un loco, encharcándoselo y mojandome a mí mismo mi cara. Jose levantaba mi cuerpo sobre su polla como si hiciese pesas, subiendome lo suficiente para que su punta estuviera a punto de liberarse y utilizando mi propio impulso para dejarme caer y empalarme hasta el fondo. Dos veces me levantó con tanta fuerza que nuestros cuerpos, se separaron por una fracción de segundo, volviendo a enlazarse al bajar. Quizá en otra circunstancia habría sido peligroso pero mi culo estaba tan abierto, tan lubricado, que era imposible que su polla no encajara en él. Estaban hechos el uno para el otro, culo y polla. En una de esas embestidas, Jose me dejó bien ensartado y se corrió en mis entrañas, inundando todo mi ser. Me apretaba contra él para que no me saliera y yo mismo estaba haciendo fuerza para hundirme aún más en su rabo. Si hubiera podido, habría dejado que me saliera por la boca. Apreté mis dedos de los pies sintiendo una nueva oleada de placer, un orgasmo anal, llorando de felicidad. Eso contribuyó a vaciar a mi macho que se deslechó hasta la última gota en mi culo.

Descansé en su cuello, me embargaba un profundo cansancio. Mi Hombre, mi Macho, mi Señor seguía de pie, conmigo enroscado encima de él. Parecía que después de todo el esfuerzo, después de follar como un descosido animal, se había quedado en shock. No hizo intento siquiera de bajarme o de sacarme su polla de mi atormentado, pero también satisfecho, culo. Yo lo agradecí sintiéndome afortunado de poder sentir su polla clavada mientras recuperaba la respiración. Estaba todo sudado del esfuerzo y empapado de mis propias babas, que le había dejado por su cuello y pecho. Poco a poco dejó caerse en el suelo, sin salirse de mí. Apoyó la espalda en el cristal y yo me senté encima de él. Nos fundimos en un beso en el que nos pusimos aún más perdidos de saliva. Parecía que estábamos jugando a ver quién ponía más cerdo al otro. Llegó un momento que dejó de besarme para lamerme la cara. Me daban escalofríos de placer sentir esa lengua gigante recorriendome la barbilla, la mejilla, los párpados. Todo mi cuerpo era suyo, eso no era más que un recordatorio, una marca, de que le pertenecía. Tanto como su rabo me pertenecía a mí.

Inevitablemente, su polla se puso morcillona y tuve que dejarla salir. Automáticamente, me arrodillé y la limpie con devoción. Limpie sus recovecos, ensalivé sus huevos. Apreté su glande, sacando los últimos restos de su preciada leche. Jose llevó una mano a mi culo y me metió cuatro dedos. Debía tenerlo extremadamente abierto puesto que entraron con mucha facilidad. No es que quisiera seguir morboseando; parecía que, simplemente, no quería dejar mi culo abierto, desocupado. Acabé de limpiarle y me coloqué en pecho, descansando, en esa maravillosa mezcla de pelo, sudor y saliva. Él dejó sus mano dentro de mí.

Lo que vino a continuación no se puede describir con palabras. Cuando uno tiene un orgasmo, sobre todo si se trata del placer descomunal que habíamos vivido, entra en un estado de relajación absoluta, un limbo de felicidad, de satisfacción, del que nadie te podría sacar. Son esos momentos en los que los amantes se dedican las palabras más íntimas. Yo le susurré, le confesé mi amor incondicional. Le dije que sería para siempre su Putita. Que no quería volver a pasar un solo día sin sentir su maravillosa polla. Él me aseguró que era lo mejor que le había pasado en la vida, que jamás se imaginaría que pudiera una persona ser tan feliz. Oír sus palabras me emocionaron y se me saltaron las lágrimas. Disfrutamos de un rato maravilloso, declarándonos nuestro amor, constatando la sincronía de nuestros latidos.

Pasado un rato, mi culo empezó a cerrarse, atrapando en su interior los dedos que Jose seguía teniendo dentro de mí. El notar el roce, que antes no sentía por lo dilatado de mi agujero, me empezó a poner un poco cachondo. Estar un día entero sin tener sexo con él había provocado que, aun después del mejor polvo de mi vida, la follada más intensa, brutal y extrañamente romántica que había tenido, tuviera todavía ganas de más. Saqué sus dedos y me los llevé a la boca. Chupaditas cortas, rápidas, como una perra bebiendo agua. Mi actitud era servil, implorante. Quería que mi Macho despertase de ese letargo post-coito. Quería que le diese su leche a su Putita. Otra vez.

Me arrodillé en su viente y me metí del tirón su polla flácida. Me di cuenta de que era la primera vez que se la chupaba sin que su polla estuviera erecta. Era una sensación extraña notar esa barra de carne, siempre dura y poderosa, doblarse en el interior de mi boca. Como generalmente su polla es tan gruesa que no puedo mamársela más que abriendo mi boca al máximo, disfruté de empaparla y succionarla, que no podría hacer igual si no estuviese morcillona. Estuve un rato y no conseguí que se pusiera firme. El esfuerzo de antes la había dejado fuera del ring e iba a necesitar un buen descanso para poder volver al encuentro. Yo quería mi leche así que no me di por vencido.

Se me ocurrió llevar a cabo una cosa que había visto en una película porno. Requería una gran flexibilidad y, aun con todo, probablemente me pondría en una posición incómoda. Me aparté un poco y llevé mis pies, tan suaves, tan inmaculados, a su polla. Masajee sus huevos con ternura y después los afiancé con fuerza en la base de su tronco. No iba a hacerle una paja como otras veces. Iba a hacerle una mamada y una paja a la vez.

Apreté con los pies e incliné mi torso para encontrar la punta de su polla con mi lengua. Succioné con los labios mientras que con la lengua recorría su glande. Con los pies empecé a subir y a bajar por su tronco, no mucho, pues el espacio era limitado. Efectivamente, era una oposición incómoda, dolorosa para mi espalda, pero extraordinariamente excitante. Con mi boca mamaba y con los pies pajeaba, pero también mis propios pies golpeaban mi cara en el excitante sube y baja. Su polla creció con mis movimientos y alcanzó la dureza a la que me tenía acostumbrado. Dejé quieta la boca, succionando con los labios y haciendo un sonido de morreo mientras que con los pies hacía una paja con más intensidad. Ahora que estaba dura, era más fácil hacerlo. Un reguero de saliva cayó sobre ella, empapando también mis deditos. Succionando y pajeando conseguí que su polla bombease sangre y se hinchase, indicándome su inminente corrida. Aparté mi boca apenas cinco centímetros para que me corriese la cara con su leche. Entre espasmos, me regó la cara. Un chorro se estrelló directo en ella y cerré los ojos por acto reflejo. Me limpié los párpados con la mano y absorbí con fruición su leche depositada. Pude abrir los ojos, contemplando que no solo había manchado mi cara, sino que sobre su polla y mis pies había caído también su corrida. Como siempre, limpié su polla a conciencia y las partes de mis pies manchadas, las que podía alcanzar con la lengua. A los dedos no llegaba así que rebañé con la mano su preciada simiente. Me relamí los labios y me unté el resto de su leche en mi cara, esparciéndola también por mi cuello, dejando que mi piel la absorbiera. Jose estaba con los ojos cerrados, tumbado en el suelo. Me eché encima de él, busqué hueco en pecho y nos quedamos dormidos.