Pies color miel (5)
La idea era hacer un relato de transición, explicativo, pero uno no puede escribir algo sin su buena dosis de morbo.
No podía dejar de mirar las imágenes de Mercedes siendo follada sin piedad. Estaba horrorizado y fascinado a la vez, como quien ve algo que lo excita mucho pero que en el fondo sabe que está mal. Una cosa es que Jose fuese una persona dominante y otra la brutalidad que mostraba el vídeo. Todo aquello estaba muy lejos de lo que yo había vivido con él. Sí, la primera noche me había tratado con rudeza. Sí, me excitaba depender de él y anteponer su propio placer al mío... Pero no concebía la forma en la que trataba a su criada como si fuese un objeto carente de emociones. Yo disfrutaba de su lado agresivo y también de su lado tierno. Parte de nuestra química se basaba en la confianza mutua. No quería sentirme como una vulgar puta. Me excitaba que me manejase a su gusto y también las veces que reíamos y charlábamos despreocupadamente. ¿Había sido todo eso una farsa? ¿Estaba engatusándome para que bajase mis defensas y hacerme lo mismo que a la pobre Mercedes? Y, sobre todo, ¿quería que lo hiciera? Una parte de mí sentía celos por la criada y se preguntaba si yo podría hacer lo mismo que ella...
Apagué el televisor y lo dejé todo donde estaba, no quería que Jose supiera que había estado fisgando entre sus cosas. Fui a la cocina para beber un poco de agua. Necesitaba aclararme y decidir qué pensaba realmente de lo que había visto. En la cocina estaba la puerta que la criada había utilizado esa mañana. Siguiendo un palpitó, traspasé la puerta que daba a un pasillo estrecho con tres puertas. Esta era la única parte de la casa que no había revisado en mi paseo anterior. La primera puerta daba a una especie de trastero con multitud de objetos de limpieza, aparatos eléctricos, etc. Esto me confirmó que estaba en el dominio de Mercedes, es decir, allí guardaba todo lo que necesitaba para hacer su trabajo. Encontré en una secadora mi ropa. Me vestí, dándome cuenta de pronto que llevaba casi un día entero sin hacerlo.
La siguiente habitación era poco más que un cuartucho sin ventanas, con una cama modesta, una mesilla y un armario. Era el cuarto de Mercedes. Abrí el armario con una idea bastante clara de lo que había dentro. Entre varias prendas colgaba el vestido de criada francesa que había visto en el vídeo. Sentí que los celos se agolpaban en mi interior. No sabía todavía qué pensar de Jose, pero sí tenía claro que empezaba a odiar a Mercedes. Teniendo en cuenta las miradas que me había dirigido ella, el sentimiento era mutuo. Revisé la mesilla y encontré un cajón lleno de medias de distintos tamaños y colores y otro de juguetes sexuales. Contenía dos plugs anales, un consolador de los que tienen una base adhesiva, pinzas para los pezones y una mordaza en forma de bola. Con todo lo que había visto, me estaba enfadando a pasos agigantados.
Salí al pasillo y llegué a la última habitación, que era un baño. Había estado allí la noche anterior, pero como estaba oscuro, no vi que había más habitaciones. Me lavé la cara para espabilarme y de pronto estallé de rabia. Junto al lavamanos había un albornoz a juego con el que tenía Jose en su baño. Recordaba el albornoz pues me había parecido extraño que fuera bastante más pequeño que el suyo. Todo encajó en mi cabeza: este era el baño de Mercedes y ese, por tanto, su albornoz. De pronto tuve la urgencia de irme de esta casa lo antes posible. No sé si estaba enfadado con Jose, no sé siquiera si tenía motivos para estarlo... Pero desde luego no me sentía nada cómodo con un hombre que utilizaba a su esclava sexual para servirme la comida. Salí de las habitaciones y me encontré con un Jose somnoliento, recién despertado de la siesta. Improvisé una excusa sobre mis compañeros de piso y me dispuse a irme. Me acompañó hasta el ascensor desconcertado, sabiendo sin duda que me había pasado algo. Se portó como un caballero, no obstante, y me despidió asegurándome que podía regresar cuando quisiera.
De regreso a mi piso tuve tiempo para pensar en lo que había hecho. Me sentía estúpido por los celos que estaba teniendo sobre alguien a quien acababa de conocer pero también estaba furioso con la criada. Sin embargo, todo esto palidecía ante una profunda sensación de tristeza pues no quería entorpecer mi relación con Jose. Había vivido unos momentos maravillosos y temía haberlo estropeado todo con mi salida precipitada.
Ya en casa, me tiré en la cama mientras veía una serie con la esperanza de olvidarme de este fin de semana. No podía puesto pensar en otra cosa puesto que una parte de mí seguía recordando de forma inconsciente a Jose y su profundo aroma varonil. Mi culo asimismo me daba pinchazos y con cada uno volvían a mí las imágenes de su polla taladrándome.
La semana siguiente pasó sin incidentes. Estaba dispuesto a hacer borrón y cuenta nueva. Había decidido que no guardaba rencor a Jose pero las experiencias que había vivido me habían superado. De momento no quería saber nada de él y tenía la exclusa perfecta para olvidarlo, pues se acercaban los exámenes finales. Tenía esta semana para prepararlos y la siguiente para presentarme. No obstante, sabía que no lo había superado del todo, pues cada noche me pajeaba pensando en él, sintiéndome culpable. Acompañaba la paja con un juguete sexual, que introducía y sacaba deseando que no fuese de plástico. Eran unas bolas anales que había comprado hacía mucho tiempo, cuando todavía era virgen. Hacía años que no jugaba con ellas. No es que no me gustasen los juguetes sino que prefería experiencias más reales. Cuando las compré solo utilizaba las dos primeras, de pequeño tamaño. Las tres últimas nunca las había utilizado por miedo. Sin embargo, esas noches de pajas en mi cuarto, frustrado y solo, empleaba las bolas de mayor tamaño, forzando mi culo hasta el punto que me dolía. Las primeras veces me costaba horrores pero con la práctica conseguí que mi culo se adaptase a su tamaño.
El domingo, durante una de esas pajas nocturnas, abrí Grindr por primera vez en toda la semana. Tenía la intención de ver si Jose me había escrito algo. No tenía ningún mensaje y decepcionado como estaba, solté el móvil, siguiendo con lo mío. Al poco rato, me llegó una notificación suya. No me había escrito en toda la semana así que fue curioso cuanto menos que justo lo hiciera momentos después de que yo me conectase. En su mensaje me decía que habia estado ocupado pero que se moría de ganas de repetir nuestro anterior encuentro. Yo me corrí mientras lo leía. No tuve ánimos para responderle y me dormí sintiendo retortijones de culpabilidad.
A la mañana siguiente hice mi primer examen y contento de que me hubiera salido bien, decidí contestar a Jose contándole que estaba en la semana de exámenes finales. Aunque quizá él y yo no tendríamos nada más, quería hacer las cosas bien y que no hubiera malos rollos entre los dos. Me gusta quedar en paz con la gente. Él se ve que estaba dolido por mi silencio porque no me contestó. En fin, no me podía enfadar por algo que yo también le había hecho. Pasaron los días y el viernes hice mi último examen. En general, sabía que había aprobado todos, con nota probablemente, pero no logré sacar el rendimiento que me hubiera gustado. Mi cabeza seguía pensando en Jose y por lo tanto no había podido concentrarme lo suficiente. Salí de la facultad con unos compañeros de clase cuando de pronto, sonó el claxon de un coche que estaba en la puerta. Era un Audi plateado y en su interior estaba Jose. No sonreía, tampoco parecía enfadado. Mis compañeros notaron que me ponía rojo y uno de ellos preguntó:
—¿Es ese tu padre?
—No, es... Da igual. Tengo que irme —dije, mientras echaba a correr en dirección al coche.
Entre y Jose arrancó el motor. No pregunté dónde íbamos; con él las preguntas de este tipo no tenían cabida. Él elegía el destino y yo lo acompañaba, así había sido desde el principio. Mantuvimos una conversación formal, demasiado formal, mientras salíamos de la ciudad. La incomodidad entre nosotros dos era evidente. Me preguntó por mis exámenes y me agarré a ese tema. Hablar de ello era más fácil que volver al último día que habíamos estado juntos. Jose me sorprendió con su conocimiento de historia y pronto hablamos animadamente, pero siempre con distancia. Lo que no decíamos tenía todavía demasiado peso. No íbamos a volver a la normalidad hasta aclarar lo que pasó. Jose pareció comprender lo mismo así que paró el coche en una cala junto al mar. Respiró hondo y dijo:
—No era mi intención que vieras aquello.
—No quiero meterme en tu vida privada.
—Mi relación con Mercedes es... complicada.
Que se referiría a lo suyo con Mercedes como una "relación" fue una puñalada directa a mi orgullo. ¿Me había traído aquí para restregármelo? No entendía nada.
—Entonces os deseo lo mejor —dije con un tono demasiado amargo.
—Déjame explicártelo.
—No tienes por qué explicar nada. Pero la próxima vez no te folles a un tío y le presentes a tu novia.
—Mercedes no es mi novia. Es...
—Lo sé, lo vi. Mercedes es tu puta.
—Pensé que estarías asustado, no celoso.
Vaya, Jose había dado en el clavo. Sí, estaba celoso. Sí, realmente no tenía motivos para estarlo. Sí, eso me enfadaba aún más, que pese a todo, no tuviera razón.
—En el vídeo vi a un monstruo. No sé por qué piensas que estoy celoso... —mentí.
—Déjame que te lo explique, por favor.
Por favor. Jose me había pedido permiso. A mí. No lo había visto tan vulnerable nunca. Una parte de mí sintió compasión. No estaba bien lo que estaba haciendo así que asentí.
—Mercedes no es mi novia, tampoco mi puta. Mercedes es... una criada con beneficios —le mire con incredulidad. ¿Qué cojones me estaba diciendo?—. Déjame que termine, por favor. Cuando me separé, hace 3 años, tuve una mala racha. Me compré el ático con la idea de olvidar a mi expareja pero me encontré aún más solo que nunca. No tenía fuerzas de volver al mercado, con mi edad no me parecía posible rehacer mi vida, pero estaba muy frustrado sexualmente. Así que me refugié en el porno, de todo tipo. Guardaba rencor a mi exmujer, que me había puesto los cuernos con otro. En fin, esa es otra historia. Lo que debes saber es que pasé un año amargado, bebiendo más de la cuenta y dando rienda suelta a fantasías que solo veía en vídeo. Porno de todo tipo, ya viste. Mi preferido era el BDSM, el que más encajaba con mi estado de ánimo. Creo que lo que quería era recuperar el control de mí mismo y ese tipo de porno en el que se mostraba a hombres dominantes era un reflejo de lo que yo quería en mi vida.
»Con el tiempo, salí de ese bache dispuesto a recuperar el tiempo perdido. No quería seguir viviendo de comida basura, como había hecho en mi peor momento, así que contraté a una asistenta, Mercedes, para que viniera de vez en cuando a limpiar y a cocinar. Un día volví a casa antes de lo esperado y escuché un ruido que provenía de mi despacho. En él estaba Mercedes. Había cogido una de mis películas porno y se estaba masturbando como una loca. Sin querer hice ruido y Mercedes me pilló observándola. Casi me muero de vergüenza. Fui a mi cuarto, me di una ducha y cuando salí estaba Mercedes en posición sumisa, con la mirada gacha. Yo había decidido despedirla porque me sentía incómodo de haberla visto en esa situación. Criadas hay muchas, ya ves. Mercedes empezó a llorar angustiosamente, prometiéndome fidelidad, ofreciéndose a cambio de conservar el empleo. Sin yo saber muy bien cómo pasó, estaba con mi polla en su boca. Me la chupó, todavía con lágrimas corriendo por sus mejillas y yo me corrí dentro. Esa fue la primera vez que le di mi leche.
»A partir de ese momento Mercedes pasó a ser algo parecido a mi esclava sexual. Me la chupaba todos los días mientras yo veía porno. Era una posición ventajosa para mí: tenía una persona que me atendía en todo, también sexualmente, y yo agradecía que no tuviéramos una relación amorosa. Había rehecho mi vida pero todavía no me había recuperado de mi separación. Mercedes entendía mi situación y ofrecía sus mamadas como parte de sus labores. Yo la usaba como una muñeca hinchable, como un objeto desechable.
»Poco a poco fue sacando de mí cosas que no sabía que tenía. De las mamadas empecé a follar con ella de la misma forma inanimada con la que me mamaba. No obstante yo notaba que ella quería más. Me ponía a prueba haciéndome enfadar con cosas que sabía que no me gustan. Pequeñas cosas al principio, pero luego se fue volviendo más atrevida. Su intención, ahora lo sé, era provocarme para que estallara. Un día mientras me la chupaba me dio un mordisco con la intención de hacerme daño. Yo me revolví furioso y estuve a punto de cruzarle la cara. Ella me miró con cara humillada y me suplicó que la castigara. Fuera de mí, la puse a cuatro patas y la arreé una tanda de azotes. No sé cuantos fueron pero su culo estaba en carne viva cuando acabé. Había perdido la razón e intenté disculparme cuando Mercedes se echó encima de mí, dándome las gracias como si le hubiera hecho un regalo.
»Me explicó que era masoquista, que lo había sido siempre. Mis vídeos habían despertado un lado suyo que había tratado de ocultar. Que durante meses la hubiera utilizado de recipiente de semen no había hecho sino acrecentar esa sensación de humillación. Me imploró que a partir de ahora la tratara como una verdadera esclava, que ya había visto lo obediente que era. Quería dedicarse en cuerpo y alma a mí.
»Yo acepté pero prometiéndome a mí mismo no volver a perder los estribos. Sí, empecé a disponer de ella a mi antojo. Mercedes se compró el disfraz de criada que viste y se convirtió en la perfecta esclava. Podía follarla el culo sin límites, sabiendo que es lo que quería. Su cuerpo se convirtió en una propiedad, un sitio en el que derramarme y escupir. Lo único que me pidió fue que no la meara, le desagradaba mucho. Me dijo que si yo quería estaría dispuesta a aceptarlo, pero que por favor no lo hiciera. Por lo demás, tenía barra libre. Cuanto más la humillaba, más disfrutaba ella.
»Huelga decir que no tardé mucho en cansarme de esta situación. Tenía a mi disposición un esclava completamente obediente pero con cada polvo disminuía mi interés por ella. Lo que para otro hombre podría haber sido el cielo, para mi era insulso, un plato sin sal. ¿Dónde estaba la pasión? ¿Dónde estaba la confianza el uno en el otro? Tres años después de dejar a mi mujer echaba de menos la verdadera compañía. Las risas, las caricias, el amor. ¿Sabes lo que se siente al dormir tan agusto con otra persona que sientes que nada podría salir mal? ¿Que aunque esa fuese la última noche de tu vida, dormirías tranquilo, sabiendo que estás en el sitio que quieres estar? Yo lo sé bien... Lo sé porque lo sentí contigo.
Sus palabras me dejaron atónito. Se había confesado delante de mí, se había dejado la piel. Comprendí que no podía estar enfadado con él, no con alguien capaz de abrirme su corazón de tal manera. En su mirada había arrepentimiento pleno y algo más... Parecía como sí... No, no estaba preparado para hablar de ello todavía. Después de una confesión así solo podía hacer una cosa, reconocer mis propios errores:
—Cuando vi aquello me asusté... Y me sentí celoso. No espero que lo entiendas, no sé por qué fue así... —me mordí el labio y le confesé lo que llevaba todo este tiempo ocultando, aquello que me hacía sentir mal, pero que me excitaba. Aquello en lo que pensaba por las noches mientras me pajeaba....—Además, una parte de mí quería saber que se siente al ser usado como Mercedes. No quiero ser un esclavo como ella, me gustan las caricias y todo eso pero... ese lado animal que vi en ti me pone demasiado.
Me miró con gratitud.
—Sabes que no tienes por qué hacer lo que hacía Mercedes.
—Yo... quiero poder servirte en todo.
—La despediré. El lunes sin falta desaparecerá de nuestras vidas.
—¿Cómo crees que se lo tomará?
—No lo sé, lleva un par de semanas muy raras desde que no la dejo que me toque.
—¿Cómo? ¿Cuándo fue la última vez que estuviste con ella?
—Antes de conocernos.
—¿Has estado las últimas dos semanas a base de pajas?
—No, no me he corrido desde la última vez.
—No me lo creo.
—Compruébalo tú mismo.
Llevé una mano a su paquete. Su polla no parecía completamente erecta pero sí excitada. Era difícil no sentirse al menos un poquito cachondo en nuestras conversaciones. Abrí la bragueta, le cogí los cojones con una mano y saqué su miembro, agachando la cabeza para introducírmelo. Le quité una pelusa de la punta y me comí la cabeza. Sabía más fuerte de lo normal y se hinchó nada más sentir mi boca. Inicié un movimiento de sube y baja que no duró mucho porque a los dos minutos de empezar a mamársela se corrió en mi boca con un gran espasmo y un gruñido bestial. Decirse que se corrió es quedarse corto, más bien me regó la boca. Tragaba y tragaba sin acabar con todo, parecía interminable. La primera vez que se la chupé no me gustó el sabor, esta vez me pareció algo maravilloso. Sabía más fuerte que nunca. Era su esencia su pura y también la prueba de que no me mentía. Esperé para limpiársela entera. No se había escapado nada de mi boca así que le dejé la polla limpia, quizá más limpia incluso que antes de que se la chupara. Conocía a Jose y sabía que le gustaría descansar un rato después de correrse, disfrutar de la placentera sensación post-coito. Me acurruqué en su axila mientras él me abrazaba con un brazo. Seguía teniendo una mano en sus huevos. Me gustaba agarrarlos, sentirlos cerca. Nos quedamos callados, en silencio, disfrutando de la buena compañía y del ondulante ritmo de las olas.
Pasados veinte minutos noté como su polla se despertaba pidiendo guerra. Lógicamente, mi mano en su entrepierna, que no movía pero que tampoco apartaba, había conseguido volver a ponerle cachondo. Dejé sus huevos para hacerle una paja lenta, consiguiendo que de una tímida erección se convirtiese en una polla completamente tiesa.
—Ven —le dije, mientras salía del coche.
La playa estaba desierta, era una de esas calas pequeñas que por fortuna no visitan los turistas. Jose salió con los pantalones medio bajados y la polla al aire, dura como un mástil. Le indiqué que se tumbase en la arena y yo me puse encima, de cuclillas. Desde esa posición no nos podía ver nadie desde la carretera, pues nos tapaba el coche. Solo nos podían pillar desde la playa. Escupí en su polla y esparcí la saliva por su rabo, lubricándolo. Llevé mi mano a mi culo, restregándome dos dedos empapados. Estaba muy cachondo y los ejercicios de dilatación que había hecho estas semanas habían provocado que estuviera más abierto de lo normal. Puse su polla en mi entrada y empecé a empujar poco a poco. Con menos esfuerzo de lo que pensaba logré que entrara el capullo y apretando algo más, me la introducí del todo. Mis cachetes chocaron con sus huevos y sin moverme todavía, lleve mi boca a sus labios. Nos besamos intensamente compartiendo nuestros fluidos. Me sentí en el cielo con su polla dura en mi interior y su lengua rebuscando hasta el último recobeco de mi boca.
Empecé a cabalgarlo sin dejar de beber de sus labios. Llevaba un ritmo normal y dejaba que su polla me penetrase hasta el fondo, pero sin la intensidad de otras veces. Me apetecía un polvo romántico, él y yo, reconciliándonos de nuestra "pelea". Ahogaba mis gemidos en su boca, presa de una excitación hasta ahora nunca vista. Comprendí que nunca habíamos estado tan unidos como ahora y entendí que Mercedes nunca podría llegar a tener esta complejidad. Sí, puedes ofrecerte a un tío, puedes dejarle que haga lo que quiera contigo pero eso no significa nada. Follar como lo estábamos haciendo, concentrados en el ritmo de su piel rozando con mi piel, su lengua envolviendo mi lengua, los ojos cerrados de excitación. Estábamos en un espacio público sin un ápice de vergüenza... Eso no se podía comprar ni forzar.
Rompí nuestro beso para poder adoptar una postura más rápida. Empecé a saltar sobre su polla, cogiendo impulso con mis manos en su pecho. Él me miraba con arrobamiento, dejándome que hiciera lo que quisiera. Logré encontrar un ángulo en el que su polla rozaba lo más íntimo de mí, provocando con cada bajada un conato de orgasmo. No me estaba tocando, no estaba recibiendo placer más que con el culo y aun así... Estaba en un estado tal que no necesitaba más. Había escuchado que algunos hombres pueden correrse sin tocarse, solo recibiendo placer anal pero no creía que fuera verdad. Esta, sin embargo, era la prueba de que sí lo era. Gemía escandalosamente, apretando mi ano. Su polla estaba al límite, hinchándose cada vez más en mi interior. Uno sabe cuando alguien se va a correr. Decidí aumentar el ritmo en un sprint final dispuesto a que me diera toda su leche. Necesitaba sentir su leche. Después de unos brutales sube y baja, desde la punta hasta los huevos, como a mí me gusta, noté su polla haciendo una presión insana y me empalé hasta el fondo. Un chorro como el hielo, frío pero ardiente, me inundo y a él se sumaron cuatro más. Yo puse los ojos en blanco y gemí, notándome como me corria sobre Jose, manchando su polo. Jadeaba, no podía con el esfuerzo, mis piernas temblaban. Por fin conseguí las fuerzas para salirme de esa cárcel de carne y me eché encima de él, hundiendo mi cara en su cuello. Él me acariciaba el pelo con una mano pero sin mucho ímpetu; estaba tan cansado o más que yo. Hice esfuerzo con mi culo, apretando mi anillo. No quería que se me escapase nada de leche. Era mía. Me la había ganado.
Con el tiempo, nos incorporamos para ponernos bien la ropa. Mientras follábamos no nos importaba pero ahora, terminada la excitación, nos incomodaba un poco que alguien nos pudiera ver en ese estado. Estaba empezado a hacerse de noche pues el cielo tenía ese color anaranjado del atardecer. Nos sentamos exhaustos en el suelo, de nuevo en silencio, mirando el mar. Era hora de irse pero ninguno de los dos queríamos hacerlo. Sentíamos que lo que habíamos vivido era único y no podía acabar tan pronto. Jose se hurgó en el bolsillo, sacó su cartera y me ofreció una tarjeta:
—Toma —me dijo.
—¿Me follas y después me pagas? —dije con ironía.
—Es la llave de mi casa. Avisaré al portero del edificio para decirle que serás mi inquilino. El único inquilino.
—¿Eso significa que Mercedes se irá?
—No pienses más en ello. Mañana me voy de viaje de negocios, lo siento pero no puedo aplazarlo. El lunes hablaré con ella y te prometo que no volveremos a verla.
—No hace falta que prometas nada, confío en ti.
—¿Sabes...? Me hago mayor para estas cosas.
—¿Para qué?
—Bueno, para tener una relación.
—¿Eso es lo que somos, novios? —pregunté riéndome pero sintiendo un vuelco en el corazón.
—Solo si tú quieres —dijo, balbuceando un poco. Se notaba que llevaba mucho tiempo sin hacer esto.
—Yo... te quiero a ti —confesé, con las tripas en una montaña rusa.
Las palabras, las odiosas palabras. Siempre que las había dicho había acabado arrepintiéndome. Aquello era un salto de fe, asustaba muchísimo. Si algo había aprendido es que entre el sexo y el amor... lo segundo es mucho más complicado. La vida sería más fácil si utilizásemos más la polla y menos el corazón.
—Entonces... "Novios". —sonrío profundamente, parte maravillado, parte sorprendido. —Quién me iba a decir que con mi edad iba a tener algo así.
—Te equivocas.
—¿Qué? Vamos, soy viejo, no me importa reconocerlo.
—No era eso en lo que te equivocabas, aunque si quieres mi opinión, ya les gustaría a los de mi edad tener tu atractivo.
—Entonces, ¿a qué te referías? —me dijo, sonrojándose por mi comentario anterior.
—No somos novios.
—¿Pero si acabas de decir que eres...?
—Déjame terminar. No soy tu novio. Soy... —me acerqué echándole mi cálido aliento a su oreja y en un suave e insinuante susurro le dije —Yo soy tu putita.
(*) NOTA DEL AUTOR: Abróchense los cinturones, queridos lectores, porque vienen curvas.