Piel morena

Ven, y sumergete. Yo te invito.

PIEL MORENA

Bien. Siéntate. Ponte a gusto en el sofá. Te estaba esperando. Es tarde, muy tarde, o se cuanto tiempo ha pasado, pero sé que vendrías. En algún momento.

Pienso que solo al recordarte y al imaginar que vendrías se me pone la carne de gallina, el escalofrío que recorre mis piernas, sube a mi columna y alcanza mis pezones, me va a despertar, esas ganas dormidas.

Si te invito a que vengas a mi en esta oscuridad, seguro que lo aceptarías, -sin lugar a dudas- sintiendo esa manera que tienes de acercarte: así despacio, muy despacito, sin dejar tiempo al titubeo del tiempo, ni al posible arrepentimiento. Eres así, inefable, determinado y paciente, como el cuento del ratón, que ha decidido jugar con su presa. Lo inexacto es que aquí, ahora, en esta situación no existe presa, sino ratones, dos, quienes han decidió acercarse, lentamente, sinuosamente, cada quien en ese juego de sentirse muy suavemente, pero así, con la piel dolida y ávida de comenzar.

Ven, acércate, y en el ritmo de tu respiración siente lo que todavía no tocas, no palmas de piel a piel. Suave como la recuerdas, tersa y caliente como la imaginas. Ahora ya estas muy cerca, percibo el calor que ambos producimos, sin el menor sonido, ni la menor sonrisa, ni el menor lamento en esta habitación.

Ahora tócame. Piel encendida, con ese deseo latente desde mucho, desde antes, desde siempre. No hay luz posible, que me muestre tu rostro de deseo, pero si tu pecho suave, que se desliza por mis pezones aun cubiertos por mi blusa, que traspiran deseosos de participar desde el comienzo de este juego, para ser estrujados, y comprimidos, en un solo toque, constante y fuerte, mientras mi boca se funde con la tuya como la lluvia con el río.

Ya no necesitas invitación, eres bienvenido a mi piel morena, que se desliza mientras tu lames y tomas al principio suave, muy suave, como si yo fuera las alas de una mariposa, pero luego eso cambia, cuando nos despojamos de la ropa. Nos convertimos en otra cosa que la oscuridad acobija cuando tomé entre mis manos y luego mi boca anhelante a tu pene rígido y tirante como un globo. Mis labios se sumergen en un sube y baja, de pasión, de morbo, al saber que no me podías ver, aprovecho de robar, en ese momento, lo que nunca me habías dado, y lo que no esperabas darme, con tanto placer

Ya sumergidos a este punto, sé que ansias mas palabras, que te mueva para mas ganas, y yo solo quiero que vengas por mas