Piel de melocotón
Un hombre ojea libros en una librería. De pronto de percata de la presencia de tres chicas. Una de ella llama poderosamente su atención...
Piel de melocotón
a Jennifer, mi vida.
a Adrián, maestro de libertinajes.
Yo estaba curioseando entre las novedades editoriales cuando me percate de su presencia. Ella estaba junto a otras dos chicas, una de ellas no paraba de hablar atropelladamente, yendo de un lado para otro buscando algún libro. La otra chica la seguía detrás, hablado igual de atropelladamente. Recuerdo que estaban hablando sobre el “Código Da Vinci”, sin comentarios. Pero ella no participaba de esa conversación, ella estaba en otro mundo, más pendiente de los mensajes que le llegaban a su móvil.
Las otras chicas eran bastantes monas, no aparentaban más de diecisiete años, pero ella, ella era distinta, maravillosa. No podía dejar de mirarla, era un encanto. Era igual de alta que las demás, pero su aspecto físico demostraba unos esplendidos doce o trece años; era rubia, una larga melena lisa y dorada le llegaba casi a la altura del trasero; llevaba un mono vaquero que dejaba al aire los hombros, los brazos y unas largas y bronceadas piernas. Llevaba debajo del mono una camiseta de tirantes de un fuerte color rojo, ceñida, la cual resaltaba unos redondos y preadolescentes pechos. No pude evitar dibujar en mí la dulce forma de sus pezones. Seguro que era rosados, los cuales al más mínimo roce se tornarían duros y enhiestos. Empecé a salivar al verme a mi mismo pasando la lengua por ellos, despacio, muy despacio.
Ella era ajena a todo lo que las otras decían, se veía que no era una chica interesada en los libros, seguro que sus intereses irían desde los chicos, la ropa o el reguetón ese. ¿Se habría explorado ya sexualmente? Seguro que si, yo temblaba solo de pensarlo. Esos deditos pequeños, delgados y nacarados, paseándose por las zonas más bajas de su cintura, notando como su piel se eriza, su corazón se acelera y su respiración se entrecorta en débiles sollozos, silenciados para que no los oiga mamá, cochinilla.
Para mi era cada vez más imposible apartar la mirada hacia ella e intentar disimular, pues la tienda estaba llena de gente. Cada vez que la miraba, parecía que todo el mundo se desvanecía, el tiempo se ralentizaba y estábamos solos ella y yo. Otra cosa que intente evitar era tener una erección, lo cual era imposible pues mi mente se vio desbordada por una serie de situaciones eróticas con ella.
Las cotorras que le acompañaban se acercaron hacia donde yo estaba. Empecé a notar como mi corazón se aceleraba a ritmos de un infarto. Yo intente mostrar serenidad y seguí observando las enormes estanterías llenas de libros, de los cuales ni siquiera era capaz de distinguir los títulos.
Las dos chicas fueron a unas estanterías que estaban cerca de mí. Pude ver por el rabillo del ojo como mi pequeña nínfula se acercaba a mí, lentamente, sin levantar la cabeza del móvil. Mientras ellas hablaban de un libro, le dieron la espalda y ella, se coloco justo en el pasillo, a mi lado.
Noté como los latidos de mi corazón ya no provenía de mi pecho, si no que se habían bajado abruptamente hacía la zona de mi pantalón. Cogí un libro de la estantería, y abriéndolo, pude deleitarme con su imagen maravillosa, con disimulo.
El dulce olor de la tinta y de las hojas nuevas, se mezclaron con el aroma de su pequeño cuerpecito moreno. La pude mirar de arriba abajo, detalladamente, era como un sueño. Como deseaba poder desprenderle de la ropa lentamente. Arrodillado, quitándole el mono vaquero mientras ella me mira desde arriba, con una media sonrisa. Como deseaba poder quitarle el sujetador, y las braguitas (o llevaría tanga), sentir la piel joven y tersa en la yemas de los dedos. Como deseaba poder acercar mi nariz a ese par de nalgas, duras y redondas. De pronto me percate de algo que hizo que casi me desmayara. Desde los hombros hasta casi las muñecas, una de ellas con un reloj y la otra con unas pulseras de colores chillones; una fina capa de pelitos de un color rubio los cubría por completo. En su cintura también tenía y eran más cortos y rubios. Creí que me volvía loco, si ella ya era una debilidad, ese vello rubio lo eran aun más. Imagine como pasaba la lengua, la nariz, el rostro, todo mi ser por ellos. Si solo los hubiera podido tocar una vez, iría al infierno con una gran sonrisa en la cara.
Estaba tan ensimismado mirándole los brazos, que no me di cuenta de que ella tanbien me estaba mirando por el rabillo del ojo. En una décima de segundo, nuestras miradas se cruzaron. Aparté rápidamente la mirada e intente mostrar una actitud calmada. Pero, inexplicablemente, no me moví de donde estaba. Mi cuerpo estaba paralizado, como si las suelas de mis zapatos se hubieran fundido al suelo. Pequeñas gotas de sudor bajaban desde mi nuca hasta mi espalda. Siempre había sido cuidadoso, no intentar llamar mucho la atención, que el objetivo de estudio ni supiera de mi existencia, pero, ella, me había visto y yo no pude evitar cometer un error, pues ella representaba todo lo que para mi era los mas apetitoso, deseado, codiciado.
Deje el libro que estaba “ojeando”, y cogí otro. En los segundos que duró coger el libro, abrirlo y disimular, pude ver que ella no había dejado de mirarme. Empecé a tener un poco de miedo. Una paranoia invadió mi mente. Creía que de un momento a otro ella llamaría a sus amigas y me denunciaría por mirón. Estaba realmente acojonado.
Con un nudo en la garganta, volví a dirigir la mirada hacía ella. Ya no estaba. El miedo se hizo intenso en la zona baja de mi espalda. Gire la cabeza lentamente hacia la derecha, como buscando algún libro. Cuando miré hacia el adelante, estaba enfrente de mi, mirándome con una media sonrisa. Me quede sorprendido, pues no apartaba la vista de mí. Note como mi entrepierna ardía. Su media sonrisa era deliciosa. Jamas me había sucedido una cosa así, parecía un sueño. Ella le dijo algo al oído a una de sus amigas y se dirigió de camino al baño. Antes de eso, se paro delante del ascensor, el baño estaba en la planta baja. Se giro lentamente y volviendo a producir en su cara la deliciosa media sonrisa, me guiño un ojo. Después de eso, tomo el ascensor.
Mi cabeza y mi pantalón estaban a punto de estallar. Los oídos me zumbaban, parecía que estaba una mala pesadilla etílica. Inexplicablemente me dirigí hacia el ascensor. Cada paso era un verdadero calvario. Parecía que caminaba por arenas movedizas. Mis manos temblaban dentro mis bolsillos. Sin darme cuenta llegue al ascensor. En la pantalla se podía ver el piso donde se había bajado el anterior usuario: ella. Me metí dentro y pulse el botón correspondiente al piso donde estaba el baño. Lo último que oí antes de que se cerraran las puertas fue a las dos amigas que reían escandalosamente.
Solo era una planta, pero parecía que estaba subiendo al séptimo piso. Me mire en el espejo. Las gotas de sudor caían copiosamente por mi frente. Con extrañeza pude comprobar que estaba totalmente rojo. No toda la sangre estaba en mi pantalón. Llegue a la planta baja. Las piernas me temblaban. Un pequeño pasillo llevaba hasta los aseos. Me dirigí hacia ellos con un nudo en el estomago. Dos puertas se alzaron ante mí. A la derecha el aseo de hombres y a la izquierda el de mujeres. Como es natural entre en el de hombres, con el miedo de no encontrar nada. Como esperaba no había nada. Sentí una especie de alivio. De momento solo seria condenado a las llamas del infierno por el pecado de pensamiento.
Me eche un poco de agua en la cara para despejarme. Entre en uno de los aseos y me senté en uno de los wáteres. Que imbécil, pensé, como he podido creer que un ángel así podía, primero fijarse en mí y segundo, darme la oportunidad de gozar de carne tan tierna. En ese momento la puerta se abrió ante mí y allí estaba ella, con su deliciosa media sonrisa. Con paso lento se arrodillo y empezó a bajarme la cremallera. Notaba la suavidad de sus dedos en mi polla, que con simple hecho de tocarla ya estaba erecta.
Sin dejar de sonreír, se la introdujo en la boca. Estaba caliente. Su húmeda lengua pasaba de arriba abajo por toda mi polla, y se detenía a juguetear con el glande. Durante varios minutos, ese pequeño ángel de piel de melocotón, chupaba y chupaba mi polla. Era maravillosa la forma en la que la metía toda en la boca, esa boca pequeña, llena de pequeños dientecitos, blancos y bien alineados, esa boca de labios carnosos, esa boca que besa tiernamente a papá por las mañanas, esa boca prepuberta que de seguro aún no había soltado alguna blasfemia, esa boca que antes se llenaba de caramelos ahora es el hogar, dulce, húmedo y caliente hogar de mi polla.
Después de varios minutos lamiendo mi polla, se levanto, y sin dejar de sonreír, empezó a desnudarse, lentamente, haciendo que yo pudiera deleitarme con cada terreno de su cuerpo. Vi, con tremenda excitación que los pequeños pelitos dorados de melocotón, no solo cubrían sus brazos, si no que subían hasta sus hombros. Sus incipientes pechos tenían el color blanco típico de quien aun no se le permite el topless. Los pezones, duros y tiesos, rogaban ser lamidos por mí. Acerque mis manos a ellos, eran suaves. Notaba como el latido de su corazón se aceleraba mientras yo la tocaba. Pase las yemas de los dedos por sus brazos y sus hombros. Como esperaba era como tocar la piel de un melocotón. La parte baja de su espalda, encima de su culo, estaba llena, era como un campo de trigo.
Ella se dio la vuelta, y se bajo el pantalón. Unas braguitas de color rosa, salpicadas de pequeños corazones, guardaban los impúdicos y deliciosos tesoros. Al quitarse el peto vaquero se quedo quieta. Me sonreía con esa diabólica media sonrisa lasciva, que era más elocuente que cualquier palabra. Me estaba pidiendo que se las bajara. Lo hice sin dejar de mirarla. Cuando ya estaba completamente desnuda me pareció que iba a darme un infarto. Su culo era terso y redondo. Lo bese con pasión. Note que cada vez que lo hacia, se erizaba su piel. Abrí las nalgas y metí mi nariz, mi boca y mi lengua. El aroma era delicioso, a gel de baño. Lamí su ano pequeño y apretado y escuche como emitía leves gemidos. Yo estaba arrodillado delante de ella y cogí su mano derecha para darle la vuelta. Ella me miraba ahora desde arriba, con su media sonrisa eterna en su cara. Enfrente de mi, pude ver lo mejor para el final, su coño.
Era tal y como me lo había imaginado. Todo el Monte de Venus estaba surcado por un pequeño bosque de pelitos dorados. Yo creí que mi corazón se había parado completamente, sentí que mi alma se escapaba de mi cuerpo y este no era capaz de reaccionar. No me sentía capaz de poder acercarme a ese delicioso coñito. Ella, lentamente, fue acercándose hacia mí. Su coñito dorado estaba viniendo hacia mi rostro. Su olor era magnifico. De pronto todo su vello pubescente estaba ante mis ojos. Levante la mirada y vi que ella sonreía, con su media sonrisa eterna.
Yo volví a mirar su coñito y con dos dedos empecé a tocarlo. El vello era lascivamente suave, diríase todo de terciopelo. Ella, con sus dos pequeños deditos y lo abrió, invitando a entrar a mi lengua. Metí mi lengua en su rosado, húmedo y caliente coñito. Mi lengua jugaba con su delicado clítoris, el sabor era maravilloso. Ella gemía con la respiración entrecortada, llevada por el placer acariciaba mi pelo.
Pare bruscamente, pues sentía que me iba a correr, esto era demasiado extremo para mí. Volví a sentarme en la taza del water. Ella jadeaba sin dejar de sonreír. De pronto con sus manos me echo para atrás y se subió encima de mí. Con lentitud pasmosa, introdujo mi polla en su pequeño coñito. Noté que era el primer visitante que traspasaba ese umbral. Cuando la tuvo toda dentro, sonrío y empezó a hacer una serie de movimientos pélvicos. Era maravilloso, el calor y la humedad dentro de su coñito era únicas. Parecía que mi polla estaba echa solo para su coñito, como una llave para un cerradura. Ella se abrazo a mi cuello mientras cabalgaba y yo rezaba para que no correrme enseguida. Quería que esta experiencia durara bastante.
Note como un líquido cliente se derramaba por mis muslos. Creyendo que era flujo vaginal, mire y vi que era sangre. Dios mío, la estaba desvirgando, la niña de piel de melocotón estaba siendo desflorada por mí. Que buen delito para presumir en el Infierno.
-¿Quieres que paremos?-pregunte por si le estaba haciendo daño. Ella me miro, con esa inmoral media sonrisa eterna y acercándose a mi oído me dijo: fóllame a lo bestia.
Las embestidas eran más brutales, subía y bajaba igual que cuando restregaba su coñito en los caballitos de la feria. Mientras me follaba me besaba con mucha pasión, su pequeña lengua, que antes lamia piruletas, ahora se entrelazaba con mi lengua. Varios minutos encima de mí, se levanto e inclinándose apoyo las manos sobre la puerta y abrió las piernas. Estaba salpicada de pequeñas gotas de sudor, que parecida gotas de rocío. Pase mi lengua por la parte baja de su cintura, encima de su culo. Note un cosquilleo en la nariz con su pelitos de melocotón, Ella suplicaba con la mirada que se la metiese por el culo. Ahora era yo el que la iba a follar. Humedecí con saliva su pequeño y prieto ano. Con un dedo lo dilate. Me dijo con voz trémula que la metiera sin miedo, fóllame el culo ya, dijo.
La metí poco a poco y cuando ya estaba dentro entera, comenzó a moverse. Mete, saca, mete, saca. Estaba tan apretado que pensé que me correría a la primera de cambio, pero aguante. Yo la embestía llevado por una pasión nunca antes sentida. Era algo bestial, casi místico. Un pequeño ser de luz, con la piel de melocotón estaba siendo follada por el culo. Como en la antigüedad, los sátiros y las ninfas. Mi pequeña nínfula follada por el culo. Sus gemidos se volvían cada vez más fuertes. Tanto que tuve que taparle la boca con la mano para que no nos descubrieran.
No podía aguantar más, mi semen estaba deseando salir ya de mi polla y caer sobre el vello rubio de su coño. Ella, parece que percatándose, saco mi polla de su culo y comenzó a masturbarme con tal vehemencia que creía que iba a desmayarme. Con sus dos pequeñas manos masturbaba mi polla a punto de reventar, parecía que iba a desollármela. Y me corrí, el orgasmo fue explosivo, mi corazón se paro por un segundo y note el abrazo calido de la muerte. Al cerrar los ojos vi fuegos artificiales y creí oír el cuarto movimiento de la novena sinfonía de Beethoven. La puerta se mancho por un chorro enorme de mi semen caliente. No me había corrido así en mi vida. Todos mis músculos se contrajeron para dejar salir el glorioso y puro líquido seminal.
Cuando abrí los ojos ella ya no estaba. Estaba solo, otra vez, como cuando entre en el solitario aseo del centro comercial. Solo, como cuando me senté en la taza del water. Esa fue, sin lugar a dudas, la mejor paja de mi vida.
2018